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Téllez Girón III Duque de Osuna, y viznieta del conquistador de México Hernán Cortés.

En Madrid, el 20 de Julio de 1664, y previas capitulaciones, había el Conde contraído matrimonio con Doña Ana, Francisca-Hermenegilda-Justina-Josefa-Benita-Vicenta de Borja y Centellas, Doria y Colonna, prima suya, nieta de San Francisco de Borja, lo mismo que el Conde su marido, y por ende, ambos descendientes del célebre Rodrigo de Borja, ó sea el Papa Alejandro VI; nacida en Gandía y bautizada el 22 de Abril de 1640, hija octava de Don Francisco Pascual de Borja y Centellas, Doria y Carreto, octavo Duque de Gandía, y de la Duquesa doña Artemisa María Doria y Colonna, hija del célebre Almirante Andrés Doria, Princípe de Malfi, vencedor en Lepanto, y de la Princesa Juana Colonna. En primeras nupcias, y sin haber logrado sucesión, estuvo doña Ana casada con Don Enrique Pimentel Enríquez de Guzmán Luna y Osorio, quinto Marqués de Távara, tío suyo, viudo dos veces, y que sólo del primer matrimonio había logrado sucesión, femenina.

Nombrado Virrey del Perú el Conde de Lemos, y exigiendo los sucesos del Virreinato su pronta presencia en el lugar de su gobierno, se embarcó, con su esposa y dos hijos, en uno de los galeones de la flota mandada por el General Príncipe de Monte Sarcho, que salió de Cádiz el 3 de Marzo de 1667, haciendo una feliz travesía hasta llegar á Tierra Firme.

Fué el sábado 6 de Agosto de 1667 que se tuvo en Lima la primera noticia del nombramiento del Conde de Lemos como Virrey del Perú, y su arribo á Panamá, junto con su esposa, niños y personas de su séquito, y trájola el Capitán Don Nicolás Zerrano, Días después, el 28 de Septiembre siguiente, vino desde Paita, haciendo el viaje por tierra, un soldado de á caballo, quien manifestó que el nuevo Virrey había llegado á ese puerto el día 14 de aquel mes y que saldría para el Callao el 25 del propio.

Dijo el soldado que el Conde traía preso en la nave capitana al Presidente de la Audiencia de Panamá, Doctor Don Juan Pérez de Guzmán (*).

El alegre repicar de las campanas anunció al pueblo de Lima una grata nueva el 23 de Octubre de aquel año, y, en efecto, á las 5 de la tarde entró en esta ciudad Don Jacinto Romero Caamaño, Embajador del Conde de Lemos para anunciar oficialmente á la Audiencia su nombramiento de Virrey del Perú y próxima venida. El Embajador se dirigió luego á la Audiencia y fué recibido en la sala del Acuerdo, fuera el sitial y quitada la mesa. Componían el augusto Tribunal el Doctor Don Bernardo de Iturrizarra, que lo presidía y los oidores Don Bartolomé de Salazar, Don Pedro Güemes, Don Fernando de Velazco, Don Diego Cristóval Messía y Don Juan de Munibe Munibe.

El Embajador tomó asiento á la derecha del Presidente y halagó los oídos de los magistrados haciendo una larga relación del viaje de sus excelencias y de su prosapia, que, como he dicho más arriba, era de la flor de la nobleza española. Terminado su cometido, el Embajador se retiró al alojamiento que se le había preparado, en la plazuela de San Diego [que después se llamó de San Juan de Dios] al lado de la casa que habita el Presidente Iturrizarra. Iba su merced á pié, acompañado de todo el Regimiento y de todos los caballeros de la ciudad, llevando á su derecha al Alcalde Don Juan de la Presa, y á su izquierda al otro Alcalde Don Joseph de Torres.

El Embajador fué objeto de mil atenciones de parte de la sociedad limeña, no faltando la indispensable corrida de toros, que se lidió en su obsequio el miércoles 2 de Noviembre. Y desde la llegada á Lima de este personaje todo era prepa rativos para recibir al nuevo gobernante. Damas y caballe. ros se esmeraban á porfía en hacer nuevos y lujosos vestidos para el día del recibimiento; y los gremios, el Tribunal del

(*) El Consejo de Indias desaprobó la conducta del Virrey y lo multó en 12,000 patacones, ordenando la restitución del Presidente á su puesto. Mendiburu hace una lamentable confusión de este suceso. Tomo III art. correspondiente al Virrey.

Consulado, la Universidad etc., no se descuidaban por su parte.

Esperábase por momentos la llegada de la armada y la animación de la ciudad era grande, cuando en la mañana del miércoles 9 llegó un propio de Chancay anunciando que á la vista de aquel puerto había pasado la esperada flota. La noticia se esparció rápidamente y el pueblo comenzó á dirijirse al vecino puerto del Callao, pero un trágico acontecimiento vino á turbar la general alegría. Iba al Callao á recibir al Virrey, el Presidente de la Audiencia Don Bernardo de Iturrizara, en su carruaje y escoltado por tropa de á caballo, cuando en la calle de Juan Simón llamó al Capitán de la Sala de armas, Don Nicolás Vélez de León, y le ordenó que la tropa que iba delante se detuviese y marchase detrás de su carroza.

El Capitán trasmitió la orden al Teniente del piquete Don Juan de Azáldegui, en esta forma imperativa, como si fuese disposición suya y no emanada del Presidente;

-¡Deténganse y no pasen adelante!

El Teniente Azáldegui le respondió:

-V. merced no me tiene que mandar nada, que yo sé lo que tengo de hacer y lo entiendo mejor que vuestra merced.

Y diálogo subió de punto hasta que el Capitán Pérez sacó la espada, arremetió contra el Teniente Azáldegui y de una mortal estocada le hizo caer del caballo con las ansias de la muerte. La tropa que impasible había presenciado el altercado entre los dos oficiales, apresó al Capitán y por or den del Presidente se le condujo á la cárcel de Corte, mientras el desdichado Azáldegui exhalaba el último aliento recostado en el estribo de la carroza del atónito Iturrizarra,

Muerto Azáldegui el mando de la tropa recayó en el Teniente Lucas Almeira; pero éste tampoco obedeció la orden del Presidente; al contrario, picó espuelas y al frente de la tropa se encaminó al trote largo al Callao; y el débil Presidente tuvo que seguír su camino solo, vejado y con la visión de un espectáculo sangriento.

Almeira murió misteriosamente treinta días después del suceso que dejo apuntado.

Las tres de la madrugada eran cuando el estampido del cañón anunció á los habitantes del Callao la proximidad de

las tan esperadas naves, señales á las que contestaron una hora después las baterías de tierra y los buques fondeados en el puerto. El lejano tronar del cañón se percibía claramente en Lima; las gentes se alborotaron y luego, en calesas, caballos y mulos, y muchos á pie, se encaminaron al Callao para presenciar la entrada. Pero la capitana había disparado su artillería cuando estaba aún muy distante de la isla de San Lorenzo y sólo al medio día se acercó al Cabezo. De allí bordeó hasta frente á la boca del río, de donde, como inmensa gaviota que revolotea, volvió á virar hasta dar fondo, y al soltar el ancla hizo una salva de nueve cañonazos. Eran las 7 de la noche.

En tierra, mientras la nave maniobraba, las baterías disparaban sin cesar sus piezas y lo mismo efectuaba la nao "San Francisco Solano", que estaba fondeada en el puerto y hacía el oficio de capitana.

No era ya la hora oportuna para efectuar un desembarque, en tiempos en que esa operación, por falta de elementos, era sumamente penosa, y así el Virrey resolvió pasar la noche á bordo, en donde recibió á encumbrados personajes de la ciudad que fueron á ofrecerle sus respetos.

Al día siguiente, jueves 10, al despuntar el alba, toda la artillería de la plaza hizo una salva y la muralla se cubrió de damas y caballeros, que habían pasado la noche en el Callao, y que, como dice la relación de donde tomo estos minuciosos detalles, "parecía un jardín de flores sugún la variedad de mantillas y vestidos lujosos que se hicieron expresamente para el recibimiento del Conde, tanto las damas como los caballeros, como jamás se había visto."

Y llegó la suspirada hora del desembarque, para cuyo efecto se había construído una balsa muy grande, cubierta con un toldo y en la cual se había arreglado un estrado, con seis cojines de terciopelo y un sillón forrado en tela de igual clase para el Virrey. Esta gran balsa venía remolcada por dos chinchorros, de seis remos cada uno, y ocupábanla más 100 personas.

Al desatracar la balsa de la capitana, la artillería de esta nave hizo una salva de nueve cañonazos, que fué contestada por todas las piezas de tierra.

Para facilitar el desembarque del Real gobernante se ha bía construído en la orilla del mar una gran plataforma, á donde atracó la balsa que traía á los condes y en la cual los aguardaban dos sillas de manos; una de terciopelo verde, que ocupó la dueña con un niño, hijo de aquellos, Don Ginés de Castro y Portugal, que apenas contaba un año. La otra silla, forrada en tela muy rica, tachonada de clavos dorados, la ocupó la Virreina con otra hija suya, tierna niña de dos y medio años de edad, Doña María Alberta. Luego desembarcó el Virrey, y venía descubierto, mirando á la muralla, donde había tal concurso de bellezas y caballeros, que lo aclamaban incesantemente. Entonces el Conde, profundamente emocionado, sacó su pañuelo y lo agitó, correspondiendo á las cariñosas manifestaciones que le hacían. La Virreina y su séquito ocuparon tres carrozas y en ellas se dirijieron al palacio, mientras el Virrey continuaba su marcha á pie. Al llegar á la puerta de la muralla llamada de la Mar, el general del Callao, Don Baltazar Pardo de Figueroa, le entrego las llaves de la ciudad en una salvilla dorada y un riquísimo bastón con puño y regatón de oro, engastado en brillantes, y cuyo costo era de más de 4,000 pesos.

Antes de tomar descanso los Condes se encaminaron á la Iglesia mayor, donde oyeron misa. Luego se dirijieron á palacio, en donde recibieron la visita del Arzobispo Don Pedro de Villagómez.

Y no dejó de llamar la atención de los presentes la manera cómo el representante de la Corona recibió al prelado limeño. Al tener noticia de su venida, el Conde de Lemos salió á recibir al Arzobispo hasta la escalera y "al besarle la esposa se humilló mucho, que le taltó muy poco para poner la rodilla en el suelo". Más tarde el pueblo se acostumbró a las extravagancias que cometiera el Conde, impulsado por la aguda neurosis mística que le aquejaba.

Durante su estadía en el Callao el Virrey fué muy festejado. La noche de su llegada hubo fuegos artificiales y el martes siguiente, que se contaron 15 de Noviembre, hubo lidia de toros, en que salieron á la arena 15 cornúpetos.

El 16 vino el Conde á Lima por primera vez, cɔmió en palacio y regresó al puerto en la tarde; y el 19, acompaña

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