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que un emponzoñado brevage que le fué propinado, puso fin á sus impuros deleites y á sus dias (1).

¿Cómo no habian concurrido á la campaña de las Navas ni auxiliado al monarca de Castilla sus dos yernos los reyes de Portugal y de Leon? El animoso Sancho I. de Portugal habia fallecido en 1212 y sucedidole su hijo bajo el nombre de Alfonso II. El nuevo monarca portugués, príncipe de menos robusto temple y de menos belicoso genio que su padre, teniendo que entender desde su advenimiento al trono en las gravísimas cuestiones ecle→ siásticas que agitaban entonces aquel reino, y ocupado su pensamiento en el designio y propósito de despojar, al modo de Sancho II. el de Castilla, á sus dos hermanas Teresa y Sancha de los castillos que en herencia les ha→ bia dejado su padre, contentóse con enviar á la guerra santa los caballeros templarios junto con otros hidalgos, capitaneando tropas de infantería que no desmintieron en el dia del combate la fama de intrépidos y valerosos que los portugueses habian sabido ganar peleando bajo las banderas de Alfonso Enriquez y de Sancho I. Menos generoso Alfonso IX. de Leon, no olvidando antiguas rivalidades, y sin consideracion, ni á los intereses de la cristiandad, ni á los vínculos de yerno y tio que le ligaban con el castellano, lejos de acudir á su llamamiento ni de enviarle socorros, mientras el de Castilla se coronaba de laureles en las cumbres de Sierra-Morena, el leonés se aprovechaba de aquella ausencia para tomarle sin dificultad y sin hazaña las plazas de la dote de doña Berenguela, que los castellanos habian reteni do, dan 'o lugar con este comportamiento á sospechas de connivencia con los musulmanes en contra del de Castilla, sospechas que suponemos infundadas pero que llegó á manifestar el pontifice mismo (2). Despues de lo cual, como las princesas de Portugal le hubiesen pedido auxilio contra las violencias de su hermano, y el foragido infante don Pedro, como dicen, los portugueses, se hubiera acogido tambien á su proteccion, un ejército leonés mandado por el rey en persona invadió aquel reino: multitud de fortalezas cayeron en poder de Alfonso IX.; una derrota que causó á los portugueses en Valdevez, en aquel mismo sitio en que Alfonso Enriquez habia ganado los triunfos que le alentaron á tomar el titulo de rey, hizo acaso al de Leon pensar en reincorporar á su corona aquella importante provincia que el emperador su abuelo había dejado perder. Cualesquiera que fuesen sus intentos, vino á frustrarlos, asi como á salvar al apurado monarca portugués, la vuelta del de Castilla triunfante en las Navas de Tolosa. A pesar de los justos resentimientos que el castellano tenia con su antiguo

(1) Conde, part. III. cap. 55.

(4) Innocent. III. Epist. I.

yerno el de Leon, con una generosidad y una nobleza que asi cuadraba al titulo de Alfonso el Noble con que le designa la historia, como contrastaba con el desleal comportamiento del leonés, el mismo vencedor le convidó á una paz cristiana, que Alfonso IX. no podia, aunque quisiera, dejar de aceptar. Ajustóse, pues, ésta en Valladolid (1213), y no fué el de Portugal quien salió menos ganancioso, puesto que una de las condiciones fué que el leonés dejaria de hacerle la guerra y le restituiria los castillos que le habia tomado (1).

Mal hallado Alfonso VIII. con el reposo, é infatigable en el guerrear contra los infieles, púsose otra vez en campaña á los principios de 1213 con las banderas de Madrid, Guadalajara, Huete, Cuenca y Uclés; apoderóse luego de Dueñas, á la falda de Sierra-Morena, que dió á los caballeros de Calatrava á quienes antes habia pertenecido: ocupó varias otras plazas, y avanzó sobre Alcañiz, que los moros tenian por casi inconquistable y defendieron con teson; pero reforzado Alfonso con las tropas de Toledo, Maqueda y Escalona, hubieron de rendirse á las armas de Castilla el 22 de mayo. De vuelta de esta breve pero feliz espedicion encontróse el rey don Alfonso en Santorcaz con la reina doña Leonor, acompañada del infante don Enrique y de doña Berenguela, con sus dos hijos don Fernando y don Alfonso, que su padre le habia envíado desde Leon para su consuelo. Pasaron alli juntos la fiesta de Pentecostés, y tomaron después todos reunidos el camino de Castilla.

Año memorable y fatal fué éste por la horrorosa esterilidad que afligió las provincias castellanas. Heló, dicen los Anales Toledanos, en los meses de octubre, noviembre, diciembre, enero y febrero: el rocío del cielo no humedeció la tierra ni en marzo, ni en abril, ni en mayo, ni en junio: no se cogió ni una espiga de grano. Las aldeas de Toledo quedaron desiertas. Morianse hombres y ganados: se devoraban los animales mas inmundos,

lo que es mas horrible, se robaba los niños para comerlos (2). «No habia, dice el arzobispo historiador, quien diese pan á los que le pedian, y se morian en las plazas y en las esquinas de las calles.» Sin embargo, el rey don Alfonso y el mismo prelado que lo cuentan, hacian esfuerzos por aliviar con sus limosnes la miseria pública, y su ejemplo movió á los demas prelados, ricos-hombres y caballeros á partir su pan con los necesitados. La caridad con que el arzobispo don Rodrigo repartió sus bienes con los pobres im

(1) Roder. Tolet.-Luc. Tud.-Mon. Lué los gatos, é los mozos que podian furtar., sit. t. IV. App. 14. Anal. Toled. primeros, pág. 399.

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pulsó al monarca á hacer donacion á la mitra de Toledo hasta de veinte aldeas, seguro de la liberalidad y oportuno empleo que el arzobispo hacía de sus bienes en favor de las clases menesterosas.

En medio de las calamidades públicas que tenian consternado su reino, no pudo el rey de Castilla contener su espiritu marcial, y renovada la avenencia con el de Leon, convinieron en hacer otra vez la guerra á los moros cada uno por su lado. Llevando consigo el leonés al valeroso y noble don Diego Lopez de Haro que el de Castilla le envió, ganó á Alcántara, que dió á los freires de Calatrava. Pasó á Cáceres, que no pudo tomar, y volvióse hostigado por los calores á Leon, donde tuvo el sentimiento de saber la muerte de su hijo el infante don Fernando, no el hijo de doña Beren→ guela, sino el de su primera esposa doña Teresa de Portugal. El de Castilla, mas animoso y resuelto, penetró en Andalucía y puso cerco á Baeza, otra vez repoblada y fortificada por los mahometanos. La falta absoluta de alimentos que se experimentó en su campo, las bajas que diariamente en las filas de sus soldados ocasionaba el hambre, le obligaron á hacer treguas con los sarracenos, y levantando el sitio volvióse por Calatrava á las tierras de Castilla á principios de 1214. Esta fué su última expedicion bélica. Deseaba el noble Alfonso celebrar una entrevista con su yerno Alfonso II. de Portugal, á fin de poner término á las diferencias que en ambos reinos existian, é invitó al portugués á que concurriese al efecto á Plasencia. Púsose el castellano en camino, mas al llegar á la aldea llamada Gutierre Muñoz, á dos leguas de Arévalo en la provincia de Avila, sobrevinole una fiebre maligna, que se agravó con el disgusto de la nueva que le dieron de que el de Por⚫ tugal esquivaba venir á Plasencia, y despues de haber recibido los últimos sacramentos de mano del arzobispo don Rodrigo, falleció el 6 de octubre de 1214 á los 57 años de edad y casi 55 de reinado (1). Asi murió Alfonso el Noble de Castilla, uno de los mas grandes principes que ha tenido España. Asi como al nombrar á Alfonso VI. se añade siempre: «el que ganó á Tolcdo, asi al nombre de Alfonso VIII. acompaña siempre la frase: el de las Navas, que fueron los dos grandes triunfos que decidieron de la suerte de España y prepararon su libertad. Sus restos mortales fueron llevados al monasterio de las Huelgas de Burgos, una de sus mas célebres fundaciones. Acompañáronle en su última hora la reina doña Leonor, y varios de sus hijos y nietos.

Terminados los régios funerales, fué alzado y jurado rey de Castilla el infante don Enrique su hijo, jóven de once años, bajo la tutela de su madre

(1) Roder. Tolet., lib. VIII., capítulo 16, p. 411.

Anal. Toled. primeros, p. 574.-Id. terceros,

la reina doña Leonor. Mas como esta señora, agoviada por el dolor de la pérdida de su esposo, le sobreviviese solos 25 dias, quedó el rey niño bajo la regencia y tutela de doña Berenguela, su hermana mayor, con arreglo á las disposiciones testamentarias de sus padres, y por la voluntad de los prelados y magnates de Castilla (1).

Antes de dar cuenta del breve reinado de Enrique I. de Castilla, veamos lo que entretanto habia acontecido en el reino de Aragon.

Diferente suerte que el de Castilla corrió entretanto el rey don Pedro de Aragon despues de su regreso de la gloriosa jornada de las Navas. La guerra de los albigenses habia continuado y proseguia en Francia con encarnízamiento y furor, y sus deudos los condes de Tolosa, de Bearne y de Foix reclamaron de nuevo el auxilio y proteccion del monarca aragonés, sin el cual eran perdidos; que tan apurados los tenia el conde Simon de Montfort, gefe de los cruzados. Acudió allá el rey don Pedro, y obtenida una entrevista con el legado de la Santa Sede, reclamó que se devolviesen á los condes de Tolosa, Cominges, Foix y Bearne las ciudades y fortalezas que les habian sido tomadas por el de Montfort, puesto que estaban prontos á dar cumplida satisfaccion á la iglesia romana por las faltas y errores que hubiesen cometido. Entabláronse con esta ocasion negociaciones de parte de unos y de otros con el pontifice Inocencio III.: celebróse tambien un concilio de órden del papa en Lavaur para saber la opinion de los prelados sobre este negocio; y resultando no ser cierto lo que el de Aragon habia escrito al pontifice sobre la disposicion de los condes sus amigos, parientes y aliados, á renunciar á la heregia, sino que continuaban favoreciendo con obstinacion á los hereges, conminó el papa con los rayos del Vaticano al rey don Pedro en caso de que se empeñase en seguir protegiendo la causa del conde de Tolosa y demas fautores de los albigenses. Entonces don Pedro, que habia regresado otra vez á Cataluña, hizo publicar que él no podia dejar de defender al conde de Tolosa por el parentesco que con él le unia, y á los demas condes por otras razones de estado. Y sin oir mas reflexiones ni consejos levantó un ejército de aragoneses y catalanes, y marchó resueltamente so

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bre el condado de Tolosa. Sentó sus reales á la vista del castillo de Murét sobre el Garona, á poca distancia de aquella ciudad. Avisó la pequeña guarnicion del castillo al conde de Montfort, el cual acudió apresuradamente en su socorro. Deliberaron los cruzados lo que convendria hacer, y se resolvió hacer una salida sobre los enemigos la vigilia de la exaltacion de la Santa Cruz por cuya gloria se peleaba. Preparáronse para esto los católicos recibiendo devotamente el sacramento de la penitencia. El rey de Aragon salió á encontrarlos con sus escuadrones: mas al primer encuentro los condes hereges ó fautores de la heregia volvieron vergonzosamente la espalda; los católicos atacaron entonces con intrepidéz al escuadron en que estaba el monarca, é hicieronlo con tal impetu que el vencedor de las Navas de Tolosa perdió alli miserablemente la vida con muchos de los valientes que le habian acompañado en aquella gloriosa jornada. A veinte mil hacen subir las crónicas el número de los que perecieron en el desastroso combate de Murét (13 de setiembre de 1213), inclusos los esforzados campeones Aznar Pardo, Gomez de Luna, Miguel de Luesia, y otros valientes caballeros aragoneses. ¿Cómo tan grande ejército se dejó asi arrollar por solos mil peones y ochocientos ginetes que dicen eran los cruzados? Atribuyéronlo algunos á la retirada de los condes y al ningun concierto con que los ricos-hombres peleaban acometiendo cada uno por sí y aisladamente; recurren otros á la protecccion visible del Altísimo hácia sus servidores, y á castigo providencial de los que se habian ligado con los enemigos de la Iglesia católica (1).

Asi pereció el valeroso rey don Pedro II. de Aragon. Grandes alteraciones selevantaron en el reino con motivo de su muerte. Los dos hermanos, don Sancho, conde de Rosellon, y don Fernando, que aunque monge y abad de Montaragon despuntaba de aficionado á las armas, pretendia cada cual pertenecerle la sucesion del reino, sin mirar que vivia el infante don Jaime, y que el pontifice habia declarado válido y legítimo el matrimonio del rey su padre con la reina doña María. Seguia no obstante á cada uno de ellos su parcialidad. Mas otros principales barones y ricos-hombres aragoneses enviaron una embajada al papa suplicándole mandase al conde Simon de Montfort les entregase el infante que bajo la tutela de aquél se estaba criando en Car

(1) Zurita, Anal., lib. II., c. 63.-Mem. del rey don Jaime.-Matt. Paris, Hist. Angl. ad. ann. 1213.-Dom. Vaisett. Hist. de Languedoc.-Su cadáver fué enterrado al lado del de su madre doña Sancha en el monasterio de Sijena.-Murió después la reina doña Ma

ría en Roma (1218). En los dias que permaneció en aquella ciudad ganó otro pleito que seguia sobre la sucesion del señorio de Mompeller contra Guillermo su hermano, cuyo señorío heredó tambien su hijo don Jaime.

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