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des rentas á los monasterios, y principalmente á los caballeros del Templò y de San Juan. Fué tan honesto en sus costumbres, que mereció el sobrenombre de Casto.

En 16 de mayo siguiente se celebraron en Zaragoza las honras y exéquias del rey difunto, y en el mismo dia confirmó el infante don Pedro los fueros, usos, costumbres y privilegios del reino de Aragon: y para el mes de setiembre fueron llamados á córtes en la villa de Daroca los prelados y ricoshombres, mesnaderos, caballeros y procuradores de las ciudades y villas. Concurrió á ellas la reina doña Sancha con don Pedro su hijo, y de voluntad y de consentimiento de la reina y de la córte tomó el infante posesion del reino, y se intituló rey, y volvió á confirmar, asi al reino en general como á los particulares de él, sus fueros, privilegios y costumbees. Tomó entonces á su mano todos los honores y feudos de las ciudades y villas de la corona que tenian los ricos-hombres para confirmarlos y repartirlos sc→ gun le pareciese. Hecho lo cual, ordenó sus gentes de armas para socorrer al rey de Castilla, cuyos estados andaban acometidos al propio tiempo por el de Leon y por el emperador de Marruecos Aben Yussuf, segun dejamos ya referido.

Restablecida la paz en los reinos de Castilla y de Leon por el feliz matrimonio de Alfonso IX. con la princesa Berenguela, Castilla quedaba sosegada por esta parte, y tambien lo quedó algun tiempo por la de Navarra, merced á la intervencion de los papas Celestino III. é Inocencio III., que por medio de sus legados los cardenales Gregorio y Raynerio intimaron bajo las penas de excomunion y entredicho al rey don Sancho de Navarra, que se apartára de la alianza y amistad que tenia con el principe de los infieles y emperador de los Almohades para guerrear contra el rey y contra el reino castellano. La mision de los legados de la Santa Sede hubiera sido á todas luces plausible, si se hubiera limitado á separar al navarro de una amistad injustificable y desdorosa para la cristiandad, y á poner en paz dos monarcas y dos pueblos que deberian mirarse como hermanos. Pero el de Inocencio III. traia al propio tiempo otra mision, la de anular y disolver el reciente matrimonio del monarca leonés con la princesa castellana. Desgraciado era Alfonso IX. en sus enlaces. Los rayos del Vaticano comenzaron pronto á tur-bar su felicidad y su reposo por las mismas causas que habian acibarado su union con doña Teresa de Portugal, por el parentesco en grado probibido con su esposa. Mas si renitente habia estado el leonés para separarse de la

Alfonso I-Bofarull, Condes de Barcel, to- capitulo 47. mo. II. página 216.-Zurita, Anal. lib. II.

nieta de Alfonso Enriquez, no estuvo mas dócil para obedecer la sentencia de separacion de la hija de Alfonso VIII., ya por dificultades y razones de estado, ya por el amor y cariño que habia tomado á su nueva esposa, que era tambien doña Berenguela señora de gran capacidad y talento, y adornábanla otras sobresalientes dotes y virtudes. El cardenal legado, hombre prudente y que temia comprometer acaso la autoridad del papa si empleaba demasiado rigor, accedió á que los monarcas solicitáran del pontifice la necesaria dispensa, suspendiendo entretanto las censuras. Inútil fué espo ner al papa que de la validez y confirmacion de aquel matrimonio pendia la paz de ambos reinos y tal vez la destruccion de los mahometanos en España. Los prelados de Toledo y Palencia que habian ido á Roma por parte del rey de Castilla, y el obispo de Zamora que fué por el de Leon, ni aun siquiera fueron admitidos á audiencia. Tropezaban precisamente con el papa mas celoso y mas avaro de autoridad, que acaso se alegró de tener aquella ocasion de ostentar la superioridad del poder pontificio. Lo único que á fuerza de instancias y ruegos pudieron alcanzar los prelados españoles fué que se levantára el entredicho que pesaba sobre el reino de Leon, no la censura fulminada contra los príncipes. Era tal su severidad en este punto, que pareciéndole que el de Castilla, á quien tenia mas consideracion por haber repugnado antes el matrimonio, no le ayudaba con calor á procurar la separacion, le conminó tambien, lo mismo que á la reina su esposa y á todo el reino, con las propias penas que los de Leon padecian.

Accedió al fin por segunda vez el monarca leonés á una separacion que no le era menos sensible y dolorosa que la primera, y los obispos de Toledo, Santiago, Palencia y Zamora, absolvieron por comision del papa á los régios esposos (1204). Y para que los bienes y lugares que por razon de arras se hubiesen dado no sirviesen de obstáculo á la sentencia, expidió un breve mandando que se los restituyesen recíprocamente hasta que por fallo de jueces árbitros, ó del mismo pontifice, se resolviese á quien pertenecian (1). En los seis años que permanecieron unidos habian tenido cinco hijos, entre ellos el príncipe Fernando, que la providencia destinaba para héroe y para santo, y para dar gloria á Leon, lustre y honra á toda España.

En este intermedio otro príncipe español que por causa bien diversa habia probado tambien el rigor de las penas eclesiásticas, lejos de apartarse del mal camino y de la torcida senda que habia comenzado à seguir, empeñábase y se internaba cada vez mas en ella. Don Sancho de Navarra,

(1) Gesta Inocentii III.-Bullar. Alcánta- Regal. nota 64.-Florez y Mondejar, 109, ra, sub an. 1203.-Privileg. Astoricæ, inter cit.

TOMO III,

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que es el príncipe à quien aludimos, en vez de desistir de los amistosos tratos con el gran emir de los Almohades que le habian atraido el justo enojo de Roma, tomó la arrojada resolucion de pasar á Africa á entenderse derechamente con el emperador Yacub ben Yussuf (1199), halagado acaso con los ofrecimientos que le habria hecho el musulman, y esperanzado tal vez de atraerte consigo á España para que le ayudára en las guerras que tenia con el de Aragon y el de Castilla (1). En mal hora se decidió el navarro á dar aquel paso atrevido, que lo fué de escándalo para toda España, pues cuando llegó acababa de morir el emperador Yacub ben Yussuf dejando por heredero del imperio á su hijo Mohammed ben Yacub, el cual supo muy bien entretener al monarca cristiano en Africa y hacerle tomar parte en las guerras que allí traia, y en que dió Sancho no pocas pruebas de aquel arrojo que le valió el sobrenombre de el Fuerte. Mas no bien supieron los de Aragon y Castilla la especie de horfandad en que con aquel malhadado viage habia quedado el reino de Navarra, encontraron oportuna ocasion para realizar antiguas pretensiones y vengar antiguos agravios, y reuniendo cada cual su ejército, apoderóse el de Aragon de Aybar y lo que formaba la antigua R uconia, el de Castilla reincorporó á su corona la Guipúzcoa, «que por muchos respectos lo deseaba, dice un historiador, por desafueros que aquellas gentes habian los años pasados recibido de los reyes de Navarra, en cuya union habia andado los setenta y siete años pasados (2).» Púsose luego el de Castilla sobre Vitoria, cuyo cerco apretó de tal manera que á pesar de la obstinada resistencia de los sitiados viéronse éstos en la necesidad de pedir á don Alfonso les diese un plazo para saber la voluntad de don Sancho su señor. Concediósele el castellano, y en su virtud el obispo de Pamplona, á quien habia quedado encomendado el gobierno del reino, pasó á Africa á informar al rey de la situacion de la ciudad. Don Sancho dió órden para que se entregára á don Alfonso de Castilla, y asi se realizó apenas regresó el prelado (1200). A la rendicion de Vitoria siguió la de todo lo de Alava y Guipúzcoa, y quedaron estas provincias incorporadas á la corona de Castilla, jurando el rey guardar sus leyes y fueros á todos sus moradores (5).

Terminó este siglo con un suceso tan interesante por sus circunstancias

(1) Este os el objeto verdadero que le atribuye el ilustrado Mondéjar, el cual refuta con razones de gran peso el de los amores de Sancho con la hija del empera. dor musulman que supone Moret en sus Anales. En efecto, la anécdota de los amores

del monarca navarro con la princesa africana nos parece llena de circunstancias ni probables ni verosimiles.

(2) Garivay, lib. XXIV. c. 17

(3) Don Rodrigo de Toledo libro VII, c. 32.-Morel, Anal. libro XX. c. 3.

como de trascendencia para la suerte de dos grandes reinos vecinos, la Inglaterra y la Francia. El rey don Alfonso de Castilla tenia aún dos hijas don→ cellas, doña Urraca y doña Blanca, ambas agraciadas y bellas, dice la crónica, si bien doña Urraca aventajaba en hermosura á doña Blanca su hermana menor. Hallábanse en aquel tiempo en guerra el rey Felipe Augusto de Francia y el monarca inglés Juan Sin-Tierra, y como viniesen á tratos de paz, entre las condiciones de la estipulacion fué una que el Delfin de Francia (el que despues habia de ser Luis VIII.) se casase con una de las hijas de Alfonso de Castilla, como sobrinas que eran del rey Juan de Inglaterra, y nietas de la reina viuda doña Leonor. En su virtud, y obtenido el consentimiento de Alfonso, pasó doña Leonor á Castilla, y tomada la infanta doña Blanca que fué la elegida, regresó llevándola en su compañía. Entregada al rey de Inglaterra y reunidos aquellos dos monarcas, ejecutronse las condiciones de la paz devolviendo el de Francia al de Inglaterra la ciudad de Evreux con todas las tierras de Normandia de que se habia apoderado durante la guerra: el rey Juan las dió todas al principe Luis de Francia con su sobrina en matrimonio, recibiendo por ellas homenage del mismo Luis, concluido lo cual, verificóse el enlace de la princesa doña Blanea de Castilla con el príncipe Luis de Francia por mano del arzobispo de Burdeos en la misma Normandía (1). De esta manera pasó á la casa de Francia la hija menor de Alfonso VIII. de Castilla, madre que fué despues de San Luis, Blanca de nombre, «blanca de corazon y de rostro, dice Guillermo el Breve, nombre que espresa lo que era interior y exteriormente; de linage real por su padre y por su madre, excedia por Ja nobleza de su alma á la nobleza de su origen.»

Sin embargo, esta negociacion matrimonial que parecia deber estrechar las relaciones de Alfonso de Castilla con el rey de Inglaterra su cuñado, no fué obstáculo para que aquél, ducño como se hallaba de Guipúzcoa y Alava, dejára de invadir la Gascuña, suponemos que en reclamacion de un pais que Enrique II. de Inglaterra habia prometido en dote á su hija doña Leonor al tiempo de darla en matrimonio al de Castilla, y que Enrique no habia cumplido. No pudo ser otra la causa de la guerra que Alfonso VIII. hizo en aquel ducado, del cual llegó á apoderarse, fuera de Burdeos, Bayona y

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algunas otras poblaciones, sirviéndole para añadir á sus títulos de rey de Castilla y de Toledo el de señor de Gascuña (1).

Habia terminado ya por este tiempo la cuestion que tan sobresaltados traia á castellanos y leoneses de la disolucion del matrimonio de Alfonso IX. y doña Berenguela, en la forma que antes hemos referido. El papa que tan inexorable habia estado en punto á la cohabitacion de los régios consortes, mostróse mas indulgente en lo relativo á la legitimacion de los hijos, habida acaso consideracion á la buena fé de los contrayentes, ó por lo menos asi se supuso, siendo en consecuencia jurado y reconocido el príncipe Fernando en las cortes de Leon sucesor y heredero legitimo de la corona leonesa. En cuanto á la devolucion de las plazas y castillos que doña Berenguela habia llevado en dote al rey de Leon, y las que éste á su vez habia dado en concepto de arras á su esposa, objeto fué de un solemne tratado de paz que entre los dos monarcas se celebró en Cabreros (1206), y en que larga y nominalmente se especificaron las tierras, lugares y castillos que el de Leon entregaba á doña Berenguela, y las que el de Castilla transferia á su nieto el príncipe don Fernando de Leon (2).

Faltábale al castellano para volver el sosiego á su reino y robustecerle hacer paces con Navarra, y la ocasion vino oportunamente á brindársele. Cuando Sancho regresó de Africa, sin esposa de la sangre imperial de Marruecos, si acaso tales aspiraciones habia alimentado, y no solo sin nuevos dominios, sino encontrando harto cercenados y reducidos los que antes tenia, hallóse desamparado de todos, y como viese el poderío del de Castilla, dueño de Guipúzcoa y Alava y de una gran parte de Gascuña, emparentado con el rey de Francia, en amistad con el aragonés y en paz con cl de Leon, trató de componerse con él, pidióle seguro y vino en busca suya hasta Guadalajara. Conveniale al castellano no desechar las ocasiones de hacer amigos, meditando como meditaba ya nuevas campañas contra los moros para ver de indemnizarse del infeliz suceso de Alarcos, y asi se ajustó una tregua de cinco años entre los dos monarcas (1207), dándose en fieldad> tres fortalezas cada uno segun costumbre, y ofreciendo el de Castilla que trabajaria por que el aragonés se aviniese tambien con el navarro, «que andaban entre ellos las cosas, dice el analista de Aragon, en harto rompimien. to. Con esto y con haber casado al año siguiente (1208) su hija Urraca con

(1) Marca, Hist. de Bearne.-Luc. Tud. asi: «Esta es la forma de la paz, que es firRod. Tolet. lib. VII. capitulo 34.

(2) Escritura del archivo de la catedral de Leon, inserta por Risco en la Esp. Sagr. tom. 36. Apéndice 62.-El tratado comienza

mada entre el rey don Alfonso de Castilla, y entre el rey don Alfonso de Leon, et entre el rey de Leon, et entre el filio daquel roy de Castilla que en pós él regnará.»

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