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tocráticas. Pero todos fueron descubiertos de la manera ya dicha y exterminados sin piedad.

II.

El 21 de mayo de 1559 hubo en Valladolid uno de los autos mas célebres y horribles de que hablan las historias. Asistieron la corte y la nobleza, gran número de prelados y otras dignidades de la Iglesia, y el pueblo de la ciudad y de muchas leguas á la redonda que acudió en tropel á presenciar aquel horrible espectáculo.

Levantóse en la plaza mayor un cadalso que tenia en su centro un altar con una cruz verde, y á sus lados dos púlpitos que servian para que los secretarios leyesen las sentencias. Levantáronse tambien dos tablados con dos gradas para los cabildos eclesiástico Ꭹ secular, y un anden para los soldados alabarderos como guardias del tribunal.

El dia antes del auto salieron á caballo del palacio de la Inquisicion un secretario y ministros con pregoneros y gran acompañamiento, y en las plazas y sitios públicos echaron un bando que decia entre otras cosas lo siguiente:

«Ninguna persona de cualquier estado y calidad, desde esta hora hasta el dia de mañana, que ya estén ejecutadas las sentencias del auto, traerá armas ofensivas ó defensivas so pena de excomunion mayor latæ sententia y el perdimiento de ellas; y este mismo dia, desde las dos de la tarde, ninguna persona andará en coche, ni á caballo, ni en silla por las calles por donde ha de pasar la procesion, ni entrará en la plaza en donde está el cadalso. >>

La víspera del auto salió tambien del Santo Oficio la procesion de la cruz verde con acompañamiento de todas las comunidades de frailes existentes en la ciudad y sus alrededores, de los comisarios, escribanos y familiares del Santo Oficio, en pos de los cuales seguian los consultores y calificadores y demás oficiales del tribunal con los secretarios, alguacil mayor y fiscal; llevando todos grandes velas blancas encendidas. La cruz verde, cubierta con un velo negro, iba en medio de los oficiales debajo de palio y en andas. Formaba la música parte de aquella celebridad con chirimias y voces, cantando el himno que principia así: Vexilla regis prodeunt etc. Siguiendo este órden fué la procesion hasta la plaza en que se halla

ba el cadalso; púsose la cruz verde en el altar, quedando allí toda aquella noche rodeada de doce hachas blancas que ardian en blandones y con acompañamiento de los frailes dominicos y de dos escuadras de alabarderos que le hacian centinela.

Juntáronse el dia siguiente al amanecer en la capilla de la Inquisicion todos los que debian salir penitenciados, y ordenóse la procesion que los habia de llevar al cadalso en esta forma: Iba delante de todos la cruz de la Catedral cubierta de manga y velo y acompañada de los curas de las parroquias y gran número de clérigos. Seguian á estos los penitentes y la estátua de la que habia muerto juntamente con sus huesos. Al lado de cada penitente caminaban dos familiares. Abria calle la compañía de alabarderos, dando guarda á los que iban á ser penitenciados. Los condenados á muerte llevaban á sus lados algunos religiosos que los exhortaban al arrepentimiento. Cerraba la marcha el alguacil mayor del Santo Oficio á caballo y acompañado de muchos caballeros que, segun ya vimos en otro libro de esta obra, se honraban de servir de familiares á este tribunal.

Salió á poco el tribunal acompañado de ambos cabildos, eclesiástico y secular y de varios familiares con vara alta y todos á caballo. Al llegar á la plaza se apcaron y subió cada cual á ocupar su puesto. Los tres inquisidores colocáronse en un estrado, teniendo á la derecha el fiscal y en frente el estandarte del Santo Oficio.

Subió luego al púlpito colocado á la derecha del altar un sacerdote que predicó el sermon llamado de fé. Concluida la predicacion subió al mismo púlpito un secretario, y en voz alta, estando todos los asistentes de rodillas, leyó la protestacion de fé, y todos repitieron sus palabras. Siguieron á continuacion las sentencias leidas por otros secretarios. Concluida esta lectura, los inquisidores entregaron á la justicia del Rey á los que debian morir en la hoguera. Los que se confesaron sufrieron la muerte en garrote, entregando despues sus cadáveres á las llamas; pero como veremos luego, no faltaron hereges que prefirieron el suplicio de la hoguera con todo su horror á abandonar sus doctrinas.

III.

Concurrieron á este auto la princesa doña Juana, gobernadora

del reino por ausencia de su hermano el rey Felipe II, el príncipe D. Carlos y muchos grandes de España. Los reos que salieron á aquel famoso auto fueron catorce para ser quemados juntamente con los huesos y la estátua de otro, y diez y seis para ser reconciliados con penitencia. El extracto de sus procesos es como sigue:

Doña Leonor de Vibero, ilustre dama de su tiempo, falleció mucho tiempo antes de la persecucion contra los protestantes españoles. Delatada por la mujer de Juan García, platero en Valladolid y luterano, averiguó el Santo Oficio que en casa de doña Leonor se celebraban las reuniones que tenian los hereges, y despues de muerta esta, en la morada de su hijo el doctor don Agustin Cazalla; y en premio de este servicio dióse á la delatora una renta perpétua sobre el tesoro público, de las llamadas juros en España.

Pidió el fiscal de la Inquisicion que los huesos de doña Leonor de Vibero se sacasen del monasterio de San Benito el Real, de Valladolid, en que estaban sepultados, por haber muerto dicha señora en la heregía luterana, á pesar de que hasta el último punto lo habia ocultado á todos los que no eran sus correligionarios.

Condenóse la memoria de doña Leonor con infamia trasmisible á sus hijos y nietos. Sus bienes fueron confiscados, desenterrado su cadáver y reducido á cenizas, su casa arrasada, con prohibicion de volverla á edificar y erigido sobre sus ruinas un padron de ignominia con palabras que testificaban el suceso para memoria de los venideros. Esta columna subsistió hasta el año de 1809, en que un general francés mandó derribarla.

IV.

El doctor Agustin Cazalla nació en 1510; era hijo de Pedro Cazalla, contador Real y de doña Leonor de Vibero, la famosa luterana del proceso anterior. Siguió sus estudios en la universidad de Alcalá de Henares hasta el año de 1536. Atendiendo el emperador Cárlos V á la fama de sabio que gozaba este eclesiástico, nombróle en 1542 su predicador y lo llevó consigo el año siguiente á Alemania y Flandes, en cuyos paises predicó Cazalla contra los hereges con tanto celo y crédito, que era admirado por todos los católicos. Un autor contemporáneo, Juan Cristóbal Calvete de Estrella, habla en los siguientes términos del doctor Agustin Cazalla :

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