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«Pasóse la cuaresma en oir sermones de los grandes predicadores que en la corte habia, en especial tres, los cuales eran el doctor Constantino, el comisario fray Bernardo de Fresneda y el doctor Agustin de Cazalla, predicador del Emperador, excelentísimo teólo– go y hombre de gran doctrina y elocuencia.»

Tal era, como se ve, la fama que tenia entre los católicos este doctor protestante, antes de abrazar la heregía.

Mandó mas tarde la Inquisicion que se borrasen del libro de Calvete las líneas que hemos copiado; pero algunos ejemplares escapados del expurgo nos han quedado como prueba de la nombradía que dentro y fuera de España adquirió Cazalla, quien, segun Gonzalo de Illescas, otro autor contemporáneo, era de los mas elocuentes en el púlpito de cuantos predicaban en España.

Llevado á Alemania por Carlos V para que convirtiese á los que andaban desviados de la Religion Católica, frecuentó allí este doctor el trato de unos hereges, y abjurando secretamente las doctrinas del catolicismo, volvió á España para inculcar sus nuevas opiniones en el ánimo de sus amigos y allegados. En Salamanca, de cuya iglesia era canónigo, en Toro y en Valladolid, empezó á propagar las doctrinas de la reforma, de que fué uno de los adalides en la península.

Convienen todos los autores que han escrito del suceso en que Cazalla en Valladolid y Constantino en Sevilla fueron los jefes de los protestantes españoles.

Fué preso Cazalla por la Inquisicion y acusado de haber defendido de palabra las opiniones protestantes; pero él negó todos los cargos que le dirigieron, hasta que en el tormento declaró que se habia apartado de la Religion católica y que se hallaba dispuesto á volver al gremio de la Iglesia, si se le consentia abjurar con penitencia en auto público; á lo que se negaron los inquisidores decididos á condenarlo á la última pena.

Ya en el quemadero, el desventurado Cazalla se dirigió á sus amigos exhortándolos á que abandonasen sus doctrinas y muriesen en la Religion católica.

En vista de tantas señales de arrepentimiento, opinaron los inquisidores que debia usarse con Cazalla de alguna misericordia, reduciéndose toda la piedad de los jueces á mandar que le diesen garrote y que su cadáver fuera luego quemado.

Parece que el Santo Oficio quiso sacar partido de la muerte del

doctor Agustin Cazalla; pues, segun refiere Páramo, en su Orígen de la Inquisicion, se hizo correr la voz de que Cazalla habia sido perdonado por Dios en la hora de su muerte, y que en prueba de ello habia el mismo pronosticado que el dia siguiente del suplicio iba á pasear las calles de la ciudad montado en un potro blanco para confundir á los incrédulos, noticia que halló acogida en el ánimo del vulgo. Y llevóse esta ridícula afeccion hasta el extremo de que al otro dia de morir Cazalla, un caballo blanco dirigido por invisible ginete corrió las calles de Valladolid difundiendo el espanto en el pueblo, asustado ya con los rigores del Santo Oficio.

V.

Francisco de Vibero y Cazalla, hermano del anterior y cura párroco de Hormigos, siguió las mismas opiniones que el doctor Agustin. Encerrado en la Inquisicion, arrepintióse de su heregía; pero no creyendo los jueces en la verdad de este arrepentimiento, atribuyéndolo á miedo de morir quemado, condenáronlo á la última pena. Al oir las exhortaciones de su hermano, miróle con aire de desprecio, se burló de sus señales de contricion y murió en la hoguera con un valor y serenidad que causaron la admiracion de todos.

Murieron en garrote por haber confesado ante la hoguera sus opiniones protestantes doña Beatriz Vibero Cazalla hermana de los anteriores; Alfonso Perez presbítero de Palencia y maestro en teología, D. Cristóbal de Ocampo vecino de Zamora, caballero de varias órdenes; Cristóbal de Padilla, caballero del mismo pueblo; Juan García, platero de Valladolid; el licenciado Perez de Herrera, juez de contrabandos en Logroño; doña Catalina de Ortega viuda del comendador Loaisa, hija de Hernando Diaz, fiscal del Consejo Real de Castilla; Catalina Roman é Isabel de Estrada vecinas de Pedrosa, y Juana Blazques criada de la marquesa de Alcañices.

«Todos se retractaron públicamente, dice el ya citado Illescas, aunque de algunos de ellos se tuvo entendido que lo hacian mas por temor de morir quemados vivos, que no por otro buen fin.»

Salió en el mismo auto el bachiller Antonio Herrezuelo, sabio jurisconsulto, y doña Leonor de Cisneros su mujer de veinte y cuatro años de edad, discreta y virtuosa, y de una hermosura tal que causó la admiracion de todo el concurso.

Era Herrezuelo hombre de carácter altivo y de una firmeza de voluntad que no pudieron vencer los tormentos del Santo Oficio. En todas las declaraciones manifestóse abiertamente no solo protestante, sino dogmatizador de su secta en la ciudad de Toro, en donde hasta aquella época habia vivido. Mandáronle los jueces que declarase los nombres de las personas en quienes habia imbuido las nuevas doctrinas; pero ni ruegos, ni promesas, ni amenazas pudieron torcer el propósito de Herrezuelo en no descubrir á nadie. El tormento no fué tampoco bastante á quebrantar su constancia, siempre firme en el silencio que se habia propuesto.

No así su esposa doña Leonor de Cisneros que, débil jóven al fin, presa en los calabozos del Santo Oficio, viéndose lejos de su marido Y fiada en las engañosas promesas de sus jueces, declaró haber dado entrada en su alma á los errores de la heregía, manifestando al mismo tiempo con lágrimas su arrepentimiento.

El dia del auto subieron los dos reos al cadalso para escuchar desde él la lectura de sus sentencias. Herrezuelo era condenado á morir en la hoguera, y su esposa doña Leonor á abjurar la heregía que hasta entonces habia profesado, y á vivir, á merced del Santo Oficio, en las cárceles de reclusion à que este la destinase. á

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Al bajar Herrezuelo del cadalso y ver á su esposa en hábito de reconciliada, fué tanta su indignacion que le dijo: «¿Es ese el apreque haces de la doctrina que te he enseñado durante seis años?» al decir esto le dió con la punta del pié en señal de desprecio. La desventurada doña Leonor sufrió en silencio la injuria que le hacia su esposo, á quien amaba con toda su alma.

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Caminó Herrezuelo resueltamente hácia la hoguera entre los demás hereges, sin volverse á mirar aquella esposa con quien habia vivido dichoso durante mas de seis años, y ya no pensó mas que en morir con el valor digno de mejor causa. Iba cantando los salmos y repitiendo en alta voz algunos pasages de la Biblia. Irritados los inquisidores, cerraron sus labios con una mordaza; pero ni aun esto bastó á quebrantar la indomable firmeza de Herrezuelo. El doctor Gonzalo de Illescas, testigo de este auto de fé, nos refiere los últimos momentos de Herrezuelo en los términos siguientes:

«Solo el bachiller Herrezuelo estuvo pertinacísimo y se dejó quemar vivo con la mayor dureza que jamás se vió. Yo me hallé tan cerca de él que pude ver y notar todos sus meneos. No pudo hablar, porque por sus blasfemias tenia una mordaza en la lengua;

pero en todas las cosas pareció hombre duro y empedernido, y que por no doblar su brazo, quiso antes morir ardiendo, que creer lo que otros de sus compañeros. Noté mucho en él que, aunque no se quejó ni hizo estremo ninguno que mostrase dolor, con todo eso murió con la mas extraña tristeza en la cara de cuantas yo he visto jamás, tanto que ponia espanto mirarle el rostro.»

De una relacion publicada algunos años mas tarde sobre este auto de fé, resulta que cierto alabardero, no pudiendo contener su ira al ver la obstinacion con que moria Herrezuelo, le hizo una herida en el pecho: acto bárbaro y cruel propio de un hombre vil y cobarde, contra un enemigo sugeto de piés y manos y cerrada su boca con una mordaza.

Así murió el bachiller Antonio Herrezuelo, víctima de su constancia y de sus opiniones, habiendo sido considerado por los escritores católicos como un pertinaz empedernido y por los protestantes como mártir de una santa causa. Ignórase el efecto que esta heróica conducta del bachiller Herrezuelo debió causar en el ánimo de su infeliz esposa. No hallamos mas noticias sobre doña Leonor que las que nos comunica el citado Illescas en su historia pontifical y católica. Dice así:

«En 26 de setiembre del año de 1568 (esto es nueve años despues de la muerte de su marido) se hizo justicia de Leonor de Cisneros, mujer del bachiller Herrezuelo: la cual se dejó quemar viva, sin que bastase para convencerla diligencia ninguna de las que se hicieron, que fueron muchas... pero al fin ninguna cosa bastó á mover el obstinado corazon de aquella endurecida mujer. Murió á la edad de treinta y tres años. >>

La feroz intolerancia de los jueces del Santo Oficio apartó de la Religion católica el alma ya arrepentida de doña Leonor de Cisneros, despues de haber cerrado el camino del arrepentimiento á su desventurado esposo, condenándolo al último suplicio.

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VI.

Fueron castigados al mismo tiempo con la nota de infamia, y pérdida de títulos y bienes, D. Pedro Sarmiento de Rojas, protestante, vecino de Palencia, caballero de la órden de Santiago, comendador de Quintana é hijo de D. Juan de Rojas, primer marqués de Poza;

D. Luis de Rojas, bijo primogénito del primogénito del mismo marqués de Poza, que fué condenado por la misma causa á destierro de Madrid, Valladolid y Palencia, sin permiso de ausentarse de España, á confiscacion de bienes y á perder el derecho de sucesion en el marquesado; doña Mencia de Figueroa, esposa de D. Pedro Sarmiento de Rojas, hija de D. Alfonso Enriquez de Almansa, marqués de Alcañices, de veinte y cuatro años de edad, dama de gran ingenio y erudicion, docta en lengua latina y admiradora de las obras de Calvino, y del protestante español Constantino Ponce de la Fuente; doña María de Rojas, monja en el convento de Santa Catalina de Valladolid, de edad de cuarenta años y hermana de doña Elvira de Rojas, marquesa de Alcañices; doña Francisca Zuñiga de Baeza, bea ta de Valladolid é hija de Alonso de Baeza, contador del Rey; doña Constanza de Vibero Cazalla, hermana del doctor Agustin y viuda de Hernando Ortiz, tambien contador del Rey; D. Juan de Vibero Cazalla, vecino de Valladolid y hermano igualmente del doctor luterano; doña Juana Silva de Ribera esposa del anterior; Isabel Minguez, criada de doña Beatriz Vibero Cazalla; Anton Minguez, hermano de Isabel y vecino de Pedrosa, y Daniel de la Cuadra, vecino de este lugar.

VII.

Salió con sambenito D. Juan de Ulloa Pereira, caballero y comendador de la órden de San Juan de Jerusalen é hijo de los señores de la Mota. Su sentencia se redujo por la benignidad de sus jueces á cárcel perpétua, confiscacion de bienes, nota de infamia, inhabilidad para honores, á despojo de su hábito y cruz y á privacion, si se le absolvia de la cárcel perpétua, de residir en la corte, Valladolid y Toro, y de ausentarse de España. A instancias de algunos de sus amigos, el inquisidor general le dispensó en 1564 de todas las dichas penitencias en cuanto pendia de su autoridad, confiado en que estaba verdaderamente arrepentido de sus errores. Deseoso D. Juan de recobrar sus confiscados bienes y su libertad У honores, acudió en 1565 al Papa haciéndole presente los muchos servicios que en las galeras de los caballeros de Malta habia prestado á la Religion cristiana en persecucion de los infieles. El Pontífice expidió un breve en 8 de junio de 1565 devolviéndole sus ho

TOMO III.

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