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nores, con tal que el inquisidor general en España y el gran maestre de Malta no pusiesen reparo, los que recobró al cabo juntamente con sus bienes D. Juan de Ulloa.

VIII.

Predicó el sermon de fé en este auto famoso el celebérrimo Melchor Cano. Pero antes del sermon, acercóse el inquisidor D. Francisco Vaca al estrado en que se hallaban el príncipe D. Cárlos y su tia doña Juana, y les tomó solemne juramento de favorecer en todo tiempo y lugar al Santo Oficio y darle estrecha cuenta de lo que hubiesen obrado ó dicho contra la fé y de lo que oyeren decir ó vieren hacer á otra cualquier persona. D. Cárlos y doña Juana prestaron el juramento que se les exigia: la una, porque creyó sin duda que, al hacerlo, cumplia con los usos establecidos, y el príncipe porque no estaba en edad de comprender la trascendencia de aquel acto: tenia á la sazon catorce años.

Pero esta horrible funcion en que se quemaron catorce personas vivas, y otra en estátua, ejecutándose otras crueles sentencias que debian sumir en la desolacion y la miseria á muchas familias, solo era el preludio de otra fiesta mas vistosa con que debia solemnizarse la llegada á España del rey Felipe II, «fiesta muy propia de este monarca,» y para la cual habian reservado los hereges de mas nombradía de entre todos los procesados por luteranismo.

CAPITULO IV.

SUMARIO.

Otros autos de fé celebrados en Valladolid el 8 de octubre de 1559, con asistencia del rey Felipe II.-Los inquisidores toman juramento al Rey de defender al Santo Oficio.-D. Carlos de Sese condenado á la hoguera.- Fray Domingo de Rojas à la misma pena.-Juan Sanchez.-Otros varios sufren el suplicio del fuego.-La corte de Roma aplaude estos suplicios.-Padron de ignominia levantado en el terreno que fué casa de doña Leonor de Vibero.

I.

Celebróse el auto á que hemos hecho referencia en el capítulo anterior, el 8 de octubre de 1539. El piadoso monarca Felipe II, para darle mayor realce y solemnidad, asistió á él con toda su córte: acompañaronle su hijo el príncipe don Cárlos, el príncipe de Parma su sobrino, tres embajadores de Francia, el arzobispo de Sevilla, los obispos de Palencia y Zamora, el condestable de Castilla, el Almirante, el duque de Nájera, el de Arcos, el marqués de Denia, el marqués de Astorga, el conde de Ureña, despues duque de Osuna, el conde-duque de Benavente, el conde de Buendía, el úl– timo gran maestre de la órden militar de Montesa, don Pedro Luis de Borja, don Antonio de Toledo, gran prior en Castilla y Leon de la órden de San Juan de Jerusalen; asistiendo además otros muchos grandes de España, la condesa de Ribadavia y otras señoras de la primera nobleza, los consejos, los tribunales y algunos otros per

sonages de autoridad. El secretario á la sazon del Santo Oficio, don Diego de Simancas, dice en una de sus obras:

«Se celebró solemnísimamente el auto de aquellos hereges en la plaza mayor, en un tablado para los reos, hecho de nueva invencion para que de todas partes pudiesen ser vistos. Juntáronse en otros tablados todos los Consejos, y personas principales; y fué tanto el concurso de gente que vino de toda la comarca, que se creyó que con las del pueblo que allí estaban podrian ser 200,000 perso

nas.»>

Predicado el sermon y antes de la lectura de los procesos, dirigióse al Rey el cardenal arzobispo de Sevilla don Bernardo de Valdés, inquisidor general, y le dijo: Domine, ista jube nos. Felipe II se levantó y sacó la espada en señal de que con ella defenderia el Santo Oficio. En seguida el arzobispo leyó una especie de discurso, que decia así:

«Siendo por decretos apostólicos y sacros cánones ordenado que los reyes juren de favorecer la santa fé católica y Religion Cristiana, ¿S. M. jura por la santa Cruz, donde tiene su real diestra en la espada, que dará todo el favor necesario al Santo Oficio de la Inquisicion y á sus ministros contra los hereges y apóstoles, y contra los que los defendieren y favorecieren, y contra cualquiera persona que directa o indirectamente impidiere los efectos y cosas del Santo Oficio, forzará á todos los súbditos y naturales á obedecer y guardar las constituciones y letras apostólicas, dadas y publicadas en defension de la santa fé católica contra los hereges y contra los que los creyeren, receptasen ó favoreciesen?»>

Felipe respondió: así lo juro:

II.

Don Carlos de Sesa ó de Sesse fué el primero que subió al auto para ser quemado vivo. Era este caballero natural de Verona y de una de las familias mas ilustres de Italia. Habia servido por espacio de algunos años al emperador Carlos V en el ejército, y ejercido despues el cargo de corregidor político de la ciudad de Toro. Estaba casado con doña Isabel de Castilla, hija de don Francisco de Castilla, descendiente del rey don Pedro I. Tenia fama de gran erudito. Resultaba del proceso que este caballero fué el jefe de la

pro

paganda luterana en las comarcas de Valladolid, Palencia y Zamora, y que despues de encerrado en las cárceles secretas de la Inquisicion y condenado ya á muerte, escribió el dia antes del auto una profesion de fé luterana, afirmando ser aquella la verdadera doctrina del Evangelio y no la que se enseñaba corrompida por la Iglesia romana; que en tales creencias habia vivido siempre y que en ellas confiaba morir, ofreciendo à Dios su suplicio en memoria de la pasion de Jesucristo.

Un autor moderno, que ha registrado los procesos mas notables del Santo Oficio, dice á este propósito:

«Es dificil pintar el vigor y la energía con que escribió dos pliegos de papel un hombre sentenciado á morir dentro de pocas ho

ras. >>

Al pasar don Carlos de Sesse por delante del sólio donde estaba sentado el Rey, le dijo que cómo lo dejaba quemar siendo él tan gran caballero. A lo que le replicó Felipe II: yo traeré la leña para quemar á mi hijo, si fuere tan malo como vos. É inmediatamente mandó el celoso monarca que tapasen la boca á don Cárlos con una mordaza, con la cual estuvo mientras duró el auto de fé. Cuando lo llevaban al quemadero, le iban predicando para que abjurase sus creencias y se convirtiese al catolicismo; pero, segun parece, toda aquella predicacion fué en valde, pues atado al palo de la hoguera y quitada la mordaza, dijo estas notables palabras: Si yo tuviera tiempo, veríais como demostraba que os condenais los que no me imitais. Encended esta hoguera cuanto antes para morir en ella.

III.

Otro de los presos que salieron en este auto de Valladolid para ser castigados con la pena de fuego fué fray Domingo de Rojas, presbítero, religioso dominico é hijo de los marqueses de Poza. En una relacion de las muchas que se publicaron entonces sobre este famoso auto, léese:

«Fray Domingo de Rojas, fraile dominico, de ilustre generacion, salió el segundo con una cruz en la mano y con escapulario, y hábito blanco, sin manto encima. Tuvo las mismas opiniones que don Cárlos y algunas mas. Confesó algunas de las que se le oponian, aunque disimuladamente. Decidir ciertas cosas para aviso de S. M.

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y de muchos; y son que, aunque yo salgo aquí en opinion del vulgo por herege, creo en Dios Padre Todopoderoso, Padre é Hijo y Espíritu Santo, y en la Santa Iglesia, (y no dijo en Roma) y creo en la pasion de Cristo: lo cual solo basta á salvar á todo el mundo sin otro mal que la justificacion del alma para con Dios; y en esto me pienso salvar. Antes que acabase estas palabras postreras, lo mandó el Rey retirar de allí, y él porfió tanto y se abrazó á un madero, de manera que dos frailes no lo podian desasir, hasta que un alguacil del Santo Oficio se abrazó con él y lo quitó al fin, echándole una mordaza que no se le quitó hasta que murió. Fuéronlo acompañando mas de cien frailes de su órden, amonestándole y predicándole: á todos los cuales respondia por el camino á cuanto le decian: nó, nó; que aunque con mordaza todo se entendia. Todavía le hicieron decir que creia en la Santa Madre Iglesia de Roma, y con esto no lo quemaron vivo. >>

Lo cual quiere decir, que le dieron garrote quemando luego su cadáver.

IV.

Salió tambien al auto Juan Sanchez, de edad de treinta У tres años, vecino de Valladolid, natural de Astudillo de Campos, criado de Pedro Cazalla, cura del lugar de Pedrosa en el obispado de Zamora. Avisado de que iba a ser preso por la Inquisicion, huyó á Flandes adoptando un nombre supuesto. Supo el Santo Oficio su paradero por cartas que él escribia á doña Catalina Ortega, sin saber que estaba presa por luterana, y dió aviso al Rey que á la sazon se hallaba en Bruselas, el cual dió las órdenes necesarias para que se le prendiese. En Turlingen cayó al fin en poder del alcalde de corte D. Francisco de Castilla. El desventurado Juan Sanchez fué llevado á Valladolid, encerrado en las cárceles secretas del Santo Oficio y condenado á muerte. En la ya citada relacion, refiérese su suplicio de la manera siguiente:

<«<Juan Sanchez, criado de Cazalla, salió luego con una mordaza. Tuvo las mismas heregías, y mas, que se habia ido del reino. Respondió a la acusacion que todo era verdad y que en aquellas opiniones protestaba vivir y morir, porque estaba cierto de su salvacion en ellas; y se mostró en todas las audiencias tan pertinaz que

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