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CAPITULO XXVIII.

SUMARIO.

Situacion de Munster--Severidad de Juan de Leide.-Mata con sus propias manos á una de sus mujeres.-Carestia de viveres.-Manda Juan de Leide abrir las puertas de la ciudad.-Tratamientos crueles que da el Obispo i los fugitivos.-Efecto producido en Munster por la noticia de los sucesos de Amsterdam.-Las tropas del Obispo entran en Munster por traicion.-Derroti de los anabaptistas.-Prision de Juan de Leide.-Su valor y altivezNotable contestacion que da al obispo de Munster.-Suplicio de Juan de Leide.-Fin del reinado de los ana baptistas.

I.

Las sucesivas derrotas que llevamos referidas no eran aun conocidas en Munster, y ya la ciudad habia empezado á mudar terriblemente de aspecto. Las subsistencias empezaban á faltar. Al principio, reuníase al pueblo dos veces al dia para repartirle los alimentos; pero ya no se le reunia mas que una vez y los víveres eran de mala calidad y mal medidos.

El abatimiento introducíase sordamente en casi todos los pechos; murmurábase de que, á pesar de las promesas tantas veces reiteradas de los profetas, no llegasen de fuera socorros de hombres ni de provisiones: algunos hablaban ya de traicion y de fuga, y el entusiasmo se enfriaba de dia en dia.

Juan Bockold, aunque profundamente inquieto de no recibir socorros ni noticias, comprendió la necesidad de redoblar en aquella

situacion crítica su audacia y su energía: habia llegado á un punto que le era necesario el terror para contener á su gente. Dos de sus pajes, sorprendidos en el momento en que intentaban evadirse, fueron ejecutados de órden suya.

II.

Habiendo pronunciado una de las mujeres del profeta algunas palabras de desaliento y mostrado cierta desconfianza, en vista del aspecto lúgubre y desolado de la poblacion, el Rey para destruir el mal efecto que estas palabras habian causado en la ciudad, condújola él mismo, rodeado de sus demás mujeres, á la plaza del Mercado, y allí, haciéndola arrodillar, cortó él mismo la cabeza con la espada sagrada, declarando que solo su brazo tenia derecho para descargar el golpe sobre tan elevada víctima.

Durante este sacrificio, el pueblo, exaltado por un entusiasmo frenético, cantaba el gloria in exelsis, y el mismo Juan de Leide, asaltado por una especie de transporte, se puso á conducir la ceremonia con toda su comitiva, danzando al son de los coros como David en otro tiempo ante el arca de Dios.

III.

Pero esto no evitaba que el hambre y la desesperacion aumentase de dia en dia en la ciudad. Tratóse de reanimar el celo religioso por medio de disputas teológicas, contestando á las observaciones dirigidas por un concilio de anabaptistas celebrado en Worms, referentes á la persona del Rey; intentóse además provocar una controversía sobre diversos puntos fundamentales con el landgrave de Hesse, de cuya conversion esperábase sacar algun partido, pero todo fué en vano.

Por último, la noticia de los sucesos de Amsterdam vino á acabar de introducir la desolacion en la ciudad. El hambre era tan grande, que se veian por las calles gran número de ciudadanos arrastrándose por que no podian tenerse de pié. Durante el verano se habian sembrado algunas hortalizas en las murallas y en los cementerios; pero esto habia sido un pobre recurso para tanta gente

reunida, y llegado el invierno, no pasaba dia sin que muriesen muchas personas de hambre. Se habian comido los gatos, los caballos, los ratones; se habia llegado hasta alimentarse con la carne de los muertos.

Los profetas aseguraban siempre que Dios no dejaria perecer á sus santos sin socorro, y recordaban los ejemplos de Samaria, de Betulia y de Jerusalen; pero el mal era tan horrible que ya no habia medio de obligar á nadie á que lo soportase.

IV.

Mandó Juan de Leide abrir las puertas de la ciudad á todos los que quisieran salir, y en efecto, muchos miles de personas fueron á implorar misericordia al campamento del Obispo, pero de nada les aprovechó su flaqueza, porque el Obispo mandó dar muerte á todos los hombres, dejando escapar solamente á las mujeres y los niños, despues de haberlos tratado cruelmente durante una semana, sufriendo privaciones mayores que las que habian sufrido en la ciudad.

Sin embargo, el Rey manteníase siempre firme, y muchos de los que pensaban en abandonarle, se quedaban á causa de sus discursos y de su altivo continente. Habíase puesto á la derecha la espada que hasta entonces habia llevado á la izquierda para significar que no daba ya cuartel á los enemigos de Dios, y que no tenia para ellos mas que el filo de la espada. Maldecia á los que desertaban cobardemente la causa del Señor, y decia que no estaba permitido á ninguno de sus súbditos el inquietarse, puesto que él solo era responsable ante Dios y habia recibido de él el encargo de velar por la salvacion del pueblo.

V.

Entretanto los medios de defensa del profeta habian disminuido considerablemente; quedábanle muy pocos servidores capaces de hacer alguna resistencia. Un soldado, llamado Hanske, le hizo traicion, escapándose de la ciudad y yendo al campo del Obispo, á quien ofreció, en pago de su vida, conducir á los sitiadores á un

paraje de las fortificaciones en que el foso era vadeable y el puerto estaba mal guardado.

En la noche del 25 de junio de 1535, las tropas del obispo llelentamente garon pues y en silencio al paraje que se les habia indicado, y habiendo roto la puerta y forzado la guardia, se lanzaron vigorosamente á la ciudad; cargaron con intrepidéz á los soldados que encontraban por las calles y llegaron hasta la plaza Mayor, donde el combate fué terrible; por ambas partes hubo una verdadera carnicería. Rothman fué uno de los primeros en caer; viendo que no habia esperanzas de salvacion, bajó la cabeza y se arrojó contra las picas.

En cuanto à Juan de Leide, se estaba metiendo en cama cuando oyó el primer grito de alerta. Acudió valerosamente y á toda prisa á la plaza mayor con todos los que le rodeaban; pero halló en el camino una compañía de soldados del obispo que le cerraba el paso, y á pesar de sus valientes estocadas, dice el P. Catron, fué hecho prisionero por los sitiadores en compañía de Knipperdolling y

varios otros.

VI.

No bien esta noticia fué conocida en la ciudad, cuando decayó completamente el ánimo de sus defensores. No se pensó sino en huir ó esconderse. La soldadesca quedó dueña de todo. Los hombres que no fueron pasados á cuchillo, murieron á manos del verdugo. El obispo, que entró al dia siguiente á la cabeza de mil quinientos caballos, presidió en persona aquellas horrorosas matanzas. Reserváronse las mujeres para entregarlas á la tropa; pero como ellas mataron o envenenaron á muchos soldados para no sufrir las infames violaciones á que estaban condenadas, el obispo decidió que fuesen tambien entregadas al verdugo.

VII.

En cuanto à Juan de Leide mostró en su adversidad mas alma y mas grandeza que nunca. Echándole en cara el obispo el dinero que le habia hecho gastar, contestóle con altivez.

TOMO III.

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<«<Haces mal en quejarte; Munster era una ciudad débil y yo te la entrego fuerte; y en cuanto al dinero que el sitio te ha costado, méteme en una jaula de hierro y paséame por todo el pais, pidiendo á cada curioso un solo florin por ver al rey de Sion, y sacarás no solo para pagar las deudas, sino que aumentarás tus rique

zas.»

Asegúrase que el obispo siguió este consejo y paseó al rey de Sion de ciudad en ciudad por casi toda Alemania. A fines de enero de 1536, fué trasladado á Munster para ser ejecutado. Hízose correr la voz, despues de su muerte, de que se habia arrepentido de sus errores antes de morir. No nos consta la certeza de este hecho.

El 13 de febrero de 1536 levantóse un inmenso cadalso en la plaza mayor, y en él, durante una hora, el verdugó le atenazó con pinzas ardiendo, las cuales hacian salir, á la vista de todo el pueblo, el humo de su carne quemada. Despues de esto le abrieron el vientre, y lo dejaron así por espacio de muchas horas. Su cuerpo, picado y encerrado en una jaula de hierro, fué colocado en lo alto de la torre de San Lorenzo, donde se enseña aun en nuestros dias.

VIII.

El emperador Cárlos V, y á su ejemplo casi todos los príncipes de la cristiandad, publicaron edictos de muerte contra todos los rebautizados que se negase á abjurar sus errores: estos edictos merecieron la aprobacion, no solo del Papa, sino de Calvino y Lu

tero.

rey

Algun tiempo despues de la muerte de Juan de Leide, primer de los anabaptistas, un tal Juan, discípulo del anterior, trató de recoger la herencia de su maestro, fundando un nuevo reino con los restos dispersos del de Munster; pero pagó cara su osadía, perdiendo cetro У vida en Bruselas, donde fué quemado vivo por órden de Carlos V.

Durante un período de doce ó quince años nadie se atrevió á pretender la funesta diadema; pero cerca del año de 1566 presentóse en Lovaina un sacerdote de Buremont llamado Juan Wilhem, que aspiraba nada menos que á restaurar el reino de Munster.

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