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clero de su diócesis, llamó á su lado, no solo á Lefebre y á Farel, sino tambien á Miguel de Aranda, Ferrando Roussel y Francisco Vatable, sacerdotes de costumbres ejemplares.

La predicacion, que habia empezado en reuniones particulares, hízose luego en cátedras públicas. El obispo mismo predicaba en favor de las nuevas ideas, y de este modo la heregía luterana se propagó en Meaux con portentosa rapidez. El movimiento llegó hasta los campos: jornaleros de Picardía y de otros puntos que iban por el tiempo de la siega á trabajar en los alrededores de Meaux, llevaron consigo las semillas de las doctrinas que habian oido predicar; y fué tan grande esta influencia que se hizo proverbial en la primera mitad del siglo XVI, el nombre de hereges de Meaux, para designar á todos los enemigos del Papa. Pero la persecucion se preparaba con enérgica espresion á detener estos progresos de la heregía.

II.

La Sorbona fué la primera en condenar la doctrina de Lutero y señaladamente á los que la predicaban en Meaux. La córte queriendo granjearse el apoyo del Papa en las guerras de Italia, favoreció tambien el espíritu de persecucion. Luisa de Saboya que gobernaba la Francia en ausencia de su hijo, prisionero á la sazon en Madrid, propuso en 1523 á la Sorbona la cuestion siguiente: ¿Por qué medios se podria destruir y extirpar de este reino cristianísimo la doctrina condenada de Lutero y purgarle enteramente de ella? La universidad le contestó que era necesario perseguir la heregía con implacable rigor, pues de lo contrario sobrevendrian grandes perjuicios al honor del Rey y de la Regente.

El obispo Brizonnet hizo desde luego frente à la tempestad, y hasta trató á los sorbonistas de fariseos y de hipócritas; pero aquella firmeza duró poco tiempo; cuando vió que tenia que responder de sus actos ante el parlamento, retrocedió espantado. Ignórase lo que sucedió con su proceso pues todo se arregló á puerta cerrada. El caso es que, despues de haber sido condenado á pagar una multa de doscientas libras, volvió á su diócesis y no se ocupó mas de la reforma.

Los nuevos hereges de Meaux fueron mas perseverantes. Uno de

ellos llamado Juan Leclerc habia fijado en la puerta de la catedra un gran cartel en que acusaba al Papa de antecristo; por lo cual condenáronlo á ser azotado por espacio de tres dias en las calles de la ciudad y marcado en la frente con un hierro ardiendo. Cuando el verdugo le imprimió la señal de infamia, salió de en medio de la muchedumbre una voz que dijo: ¡Viva Jesucristo y sus insignias! Todo el concurso admirado volvióse hácia el punto de donde habia salido la voz: era la de su madre.

El año siguiente Juan Leclerc fué quemado en Metz, que no era todavía ciudad de Francia.

III.

El primero que en aquella nacion fué quemado por luterano habia nacido en Bolonia, se llamaba Santiago Pauvent ou Pavanes y era discípulo de Lefébre, á quien habia acompañado en Meaux. Fué acusado de haber escrito tésis contra el purgatorio, la invocacion de la Virgen y de los santos y el agua bendita: «Era, dice Crespin en su Historia de los Mártires, un hombre de gran sinceridad y honradez.>>

En 1524, condenósele á ser quemado vivo en la plaza de Gréve. Pavanes, jóven aun, tuvo miedo á las llamas y se retractó; pero pronto recobró su entereza, y marchó al lugar del suplicio con paso firme У frente serena; prefirió morir proclamando las doctrinas que tenia por verdaderas, á vivir renegando de ellas. Al pié ya de la hoguera, habló del sacramento de la cena con tanta fuerza y entusiasmo, que un doctor católico, testigo ocular, decia mas tarde: <«<Quisiera que Pavanes no hubiese hablado, aun cuando hubiera costado á la Iglesia un millon de oro.»>

IV.

Multiplicáronse los suplicios. Una de las víctimas mas ilustres de esta encarnizada persecucion, fué Luis de Berquin, perteneciente á una noble familia del Artois. Muy diferente de los antiguos caballeros que solo conocian la capa y la espada, dedicóse Berquin sin descanso á los ejercicios del espíritu, adquiriendo una notable instruccion: era por lo demás hombre franco, leal con sus

amigos, generoso para los pobres, y habia llegado á la edad de cuarenta años sin haberse casado ni haberse dado motivo á la menor sospecha de incontinencia, cosa maravillosamente rara entre los cortesanos, dice una antigua crónica.

En una controversia que sostuvo con el doctor Duchesne, emitió Berquin ideas sobre la Biblia tan distintas de las que hasta entonces habia manifestado, que los doctores de la Sorbona creyeron de su deber el denunciarlo al parlamento en 1523, y unieron á sus quejas el extracto de alguno de sus libros. Pero como aquella acusacion no era suficiente para condenar á un consejero y favorito del Rey, Berquin fué absuelto. Los doctores dijeron que aquella era una gracia que debia excitarle al arrepentimiento; á lo que el caballero les contestó que no era sino justicia.

La querella fué agriándose de dia en dia. Berquin tradujo algunos escritos de Lutero y de Melanchton, que fueron descubiertos por los sorbonistas y dieron lugar á una segunda denuncia con citacion del acusado ante el arzobispo de Paris. Afortunadamente el Francisco I abocó el asunto á su consejo, el cual puso en libertad á Berquin exhortándole á ser mas cauto en lo sucesivo.

rey

Pero esto fué lo que él no hizo. Continuó por el contrario con mas ardor que nunca en la propagacion de la heregía, y dió con ello motivo á su tercera prision. Esta vez los sorbonistas confiaban que su enemigo no se escaparia: Francisco I estaba en Madrid; Margarita de Valois no tenia ningun poder, y Luisa de Saboya secundaba admirablemente á los perseguidores. Contábanse ya los dias de vida que le quedaban á Berquin, cuando una órden del Rey, fechada en 1.° de abril de 1526, obligó al parlamento á suspender los procedimientos hasta su vuelta, y á poner el preso en libertad.

A poco tiempo, un incidente extraordinario vino á ofrecer nuevo pretexto á los enemigos de Berquin para apoderarse de su persona. En medio de las calles de Paris habíase hallado una imágen de la Vírgen, revuelta en el fango y mutilada. «Es un vasto complot, exclamaron los sorbonistas, es un atentado contra la religion, contra el príncipe, contra el órden y la tranquilidad del reino. Quieren derribar todas las leyes, abolir todas las dignidades. Estos son los frutos de las doctrinas predicadas por Berquin.»

A los gritos de la Sorbona y de los sacerdotes, el parlamento, el pueblo y hasta el Rey se indignaron; por todas partes se oyó el

grito de Guerra á los mutiladores de imágenes! ¡No haya misericordia para los hereges!» Y Berquin fué preso por la cuarta vez.

Doce comisarios delegados por el parlamento, le condenaron á abjurar públicamente, á pasar en prision el resto de sus dias У á sufrir el suplicio de que le atravesasen la lengua con un hierro candente.

-Apelo al Rey de esta injusta condenacion, exclamó Berquin. -Si no os someteis á nuestra sentencia, le respondió uno de los jueces, haremos de manera que no tengais que apelar en vuestra vida.

-Prefiero morir, dijo Berquin, á aprobar con mi silencio que se condene de este modo la verdad.

-¡Que se le dé garrote y sea quemado en la plaza de Gréve! dijeron á un tiempo todos los jueces.

Aguardóse á que Francisco I estuviese ausente para ejecutar la sentencia; pues se temia que un resto de afeccion no se despertase en el corazon del monarca para su leal servidor. El 10 de noviembre de 1529, seiscientos hombres escoltaron á Berquin al lugar del suplicio. Berquin no dió la mas leve señal de abatimiento: quiso hablar al pueblo; pero el clamor de los que se habian apostado con este objeto ahogó su voz.

V.

Perseguidos encarnizadamente los hereges de Meaux, se dispersaron refugiándose en diversos puntos de Francia ó del extranjero. Santiago Lefébre, despues de largos viajes, terminó su vida en Nerac, bajo la proteccion de Margarita de Valois. Asegúrase que al morir dijo el herege estas notables palabras: «Dejo mi cuerpo á la tierra, mi alma á Dios y mis bienes á los pobres.»

Pero Guillermo Farel, á quien la edad y el carácter llamaban á la lucha, no se detuvo ante la persecucion. Al salir de Meaux, fuese á predicar la heregía por las montañas del Delfinado, acompañado de tres hermanos suyos que profesaban sus mismas doctrinas. Animado por el buen éxito de su predicacion, aventuróse á recorrer las ciudades y los campos.

Como era de esperar, el clero no se dió punto de reposo en reclamar de las autoridades el castigo de los hereges; pero el entu

siasmo y la actividad de Farel crecia con el peligro de las persecuciones. En todas partes, á todas horas, entre toda clase de gentes hallaba ocasion de propagar su herética doctrina. Amenazósele, y se mantuvo firme; fué preso varias veces y logró siempre escaparse; arrojábanle de una comarca y aparecia en otra. Por último, cuando se vió como acorralado por todas partes, retiróse á Suiza por caminos escusados, y llegó á Basilea al principio del año de 1524. Establecido allí, no se entregó á la holganza, privado de la palabra viva, suplióla con la palabra escrita; hizo imprimir millares de escritos protestantes y los diseminó por toda la Francia por medio de los vendedores ambulantes.

VI.

En las principales ciudades de Francia aparecieron nuevos sectarios de la heregía luterana, sufriendo muchos de ellos persecuciones mas o menos crueles é inhumanas. Citemos entre otros á Juan de Caturce, licenciado en jurisprudencia y profesor de la ciudad de Tolosa.

En enero de 1532 fué preso por herege, y llevado ante los jueces, díjoles estas palabras:

-Estoy pronto á justificarme. Traed aquí personas instruidas con los libros necesarios, y discutiremos la causa artículo por artículo.

Los católicos no podian aceptar aquella proposicion, porque era lo mismo que proclamar el libre exámen. Ofreciósele el perdon con tal de que se retractase en una leccion pública, pero él se negó, y fué condenado á muerte como herege obstinado.

A los pocos dias fué llevado á la plaza de San Esteban y degradado de la tonsura y del título de licenciado. Durante esta lúgubre ceremonia, que duró tres horas, explicó la biblia á los concur

rentes.

Pusiéronle al dia siguiente un vestido de bufon, segun costumbre introducida por los antiguos perseguidores de los albigenses, y conducido al dia siguiente á la presencia de los jueces, le leyeron la sentencia de muerte.

Juan Caturce murió ahorcado en la plaza de San Esteban de To

losa.

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