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IV.

Enrique III y Catalina de Médicis solo se propusieron al firmar aquel tratado disolver la alianza del tercer partido, ó sea de los políticos, y de los calvinistas. Una vez asegurado esto, faltaron al convenio descaradamente volviendo á emprender con nuevo ardor las persecuciones.

Los reformados de Paris, obedeciendo al edicto que les mandaba celebrar su culto dos leguas fuera de la ciudad, reuniéronse en Noisy-le-Sec; pero el populacho fanático, excitado por los frailes, esperólos á la vuelta y asesinó é hirió gran número de ellos. Presentóse al Rey una queja sobre estos atentados, en ocasion en que corria la sortija vestido de amazona, y segun dice Letoile, hizo el mismo caso de aquella reclamacion que si el crímen se hubiera cometido en el otro mundo.

V.

Por un artículo del convenio se mandaba la reunion de los Estados generales, y en efecto tuvo lugar en diciembre de 1576, y los católicos, que estaban en mayoría, olvidando lo pasado y lo convenido, y sobre todo lo peligroso é injusto que es para las mayorías imponer á las minorías sus creencias, pidieron al Rey que arrojase del pais á todos los que no fuesen católicos, bajo pena de la vida, á fin, decian, de conseguir la unidad religiosa. Pero mas que la unidad, aquello era pedir la guerra.

Los tres brazos del parlamento, clero, nobleza y estado llano, estuvieron de acuerdo en pedir al Rey la expatriacion de todos los que no pensaban como ellos; pero cuando el Rey les pidió dinero para llevar á cabo aquella iniquidad, todos se negaron á dárselo.

El clero dijo que los desórdenes lo habian arruinado, la nobleza se contentó con ofrecer su espada y el orador del estado llano, añadió, que la medida debia realizarse por medios suaves y sin guerras.

VI.

Al saber los bárbaras peticiones presentadas contra ellos, los calvinistas corrieron á las armas; pero abandonados por el partido de los políticos y divididos entre sí, no pudieron hacer gran cosa, y de estas divisiones resultó que la fraccion de los nobles, en oposicion con la de los sacerdotes, firmó la paz de Berguerac en setiembre de 1577. El 8 de octubre siguiente apareció el edicto de Poitiers, que no concedia á la mayoría de los reformados, mas que la libertad de creencias y la admision á los empleos públicos. La práctica del culto calvinista se limitó á los puntos en que ya existía al firmar el tratado.

Vanagloriábase Enrique III de este edicto, que llamaba mi edicto y que como veremos despues, no se cumplió mejor que los otros.

CAPITULO IX.

SUMARIO.

El escuadron volante de Catalina de Médicis.-La liga.-Enrique de Guisa jefe de la liga en Francia.-Los sacerdotes católicos predican la matanza de los hugonotes.-Debilidad de Enrique III-Firma la expulsion de todos los hugonotes. Consecuencias de esta medida.-El papa Sixto V y el rey de Navarra se excomulgan mútuamente.

1.

La famosa italiana Catalina de Médicis era mujer de recursos, y se propuso acabar, ó por mejor decir, conquistar á los hereges por medios poco usados hasta entonces. Recorrió las provincias seguida de un regimiento de jóvenes hermosas, camaristas y damas de su servidumbre. Por todas partes donde iba, todo eran saraos, fiestas, bailes é intrigas amorosas, en las cuales se corrompia la antigua austeridad de los compañeros de Coligny. El vulgo llamaba á aquellas cortesanas, el escuadron volante.

Segun Mezeray, este nuevo género de perseguir la heregía y otros no mas morales, causaron mas daño al protestantismo francés en cuatro años que hubieran podido hacerlo en cuarenta las guerras y sangrientas persecuciones.

Entre tanto Enrique III, enfermizo y sin hijos, era el último de la raza de Valois, y el heredero del trono, Enrique de Borbon, era

un relapso, que despues de haber abjurado los errores de la heregía por miedo á la muerte cuando las matanzas de Saint Barthelemy, se desdijo de la abjuracion y vivia sin inquietarse de la excomunion que sobre él pesaba.

II.

Los católicos organizaron la famosa liga llamada union santa, cuyo primitivo plan procedia del cardenal de Lorena, y que despues habia sido perfeccionado por los jesuitas y recibido de Felipe II y de Enrique de Guisa la última mano. La liga aspiraba nada menos que á sublevar la Europa católica contra la protestante, á fin de exterminar de una vez todas las heregías. Las matanzas de la noche de San Bartolomé no bastaron á convencerles de la inutilidad de tan atroces violencias, y pretendian nada menos que un Saint Barthelemy europeo.

Felipe II era el jefe principal de aquella vasta conjuracion. Desde su celda del Escorial meditaba sin descanso, como lo prueba su correspondencia publicada no hace mucho, en los medios de realizar semejantes pensamientos. La guerra, el hacha del verdugo, la hoguera de la Inquisicion, el puñal del asesino, de todo se servia sin escrúpulo el Rey devoto. No pudiendo recompensar á Baltasar Gerard, asesino del príncipe de Orange, concedió cartas de nobleza á su familia. Del sistema de terror con que queria engrandecer el despotismo político y religioso, solo sacó la ruina de España y el horror que inspira á la posteridad.

III.

Enrique de Guisa fué en Francia el alma de la Santa liga. Para mejor facilitar el reclutamiento de adeptos modificaban ciertos artículos, segun las personas que debian firmar y jurar; pero el fondo era siempre el mismo. «Seguridad íntima entre los miembros de la union; obediencia ciega al jefe secreto de la liga; compromiso de sacrificarlo todo, cuerpo y bienes, para exterminar los hereges y restablecer la unidad religiosa.»>

La asociacion se componia de elementos muy distintos. Para los Guisas era cuestion de engrandecimiento y de poder; para una parte de la magistratura y de la gente acomodada era un medio de órden público; para otros una precaucion contra las represalias que podian usar los protestantes con los asesinos de la San Bartolomé. A estos seguian el clero y los frailes que arrastraban tras sí una turba de fanáticos.

IV.

El canónigo Lannoy y los curas Prevot y Boucher fueron en Paris los propagadores de la asociacion, y reclutando prosélitos entre la clase mas ignorante y grosera del pueblo, los atraian á las iglesias, donde solo se predicaba el exterminio de los hereges. Poco tiempo bastó para que de la misma manera se organizase la liga en todo el reino.

No atreviéndose á oponerse á ella, Enrique III creyó poderla dirigir poniéndose á su frente, á cuyo efecto se alistó en sus filas; ocurrencia ridícula, porque estando organizada y obedeciendo á un jefe invisible, él solo podia ser un instrumento. Así fué que una de las primeras exigencias de la asociacion fué que el Rey desheredára á Enrique y dejase la corona al cardenal de Borbon, hombre entrado en años, bastante ignorante, destinado à servir de escalon al duque de Guisa.

Traslució Enrique III lo que le esperaba, y se negó á desheredar á Enrique de Navarra, y entonces tuvo principio una de esas épocas de anarquía y de disolucion social, que la combinacion del fanatismo religioso de unos y la ambicion de otros, han producido con frecuencia en las naciones modernas. La liga llamada santa publicó manifiestos y proclamas en nombre del cardenal de Borbon, y se apoderó por traicion ó á mano armada de Toul, Verdun, Lyon, Chalons, Bourges y de otras ciudades importantes; y Enrique III, que no tenia medios de sostener su autoridad, transigió con el duque, tratando con la liga de potencia á potencia, á espensas de los hugonotes.

Prometió en un tratado firmado en Nemours en 1585, prohibir á los calvinistas no solo el público ejercicio de su culto, sino la libertad de conciencia. Mandó que en el término de un mes salieran de

Toxo III.

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