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V.

El asesinato del duque de Guisa abrió un abismo entre el Rey y la liga.

Setenta teólogos, despues de oir la misa del Espíritu Santo, declararon al pueblo libre del juramento de fidelidad.

El clero salió en procesion, con cien mil niños, que llevaban velas encendidas y que las apagaban con el pié, diciendo:

-¡Permita Dios que la raza de los Valois se extinga en breve! De esta manera se predicaba abiertamente el regicidio.

Reducido al último extremo, y obligado á encerrarse en Tours, Enrique III tendió la mano á los calvinistas que estaban acampados á la otra orilla del Loire. Estos acababan de perder á Enrique de Condé, que murió á los treinta y cuatro años, envenenado por su mujer, recien convertida al catolicismo.

VI.

El 30 de abril de 1583, Enrique III recibió á Enrique de Navarra en el castillo de Plessis de Lestours, y desde entonces los asuntos del Rey siguieron un curso mas favorable. La liga fué batida por todas partes, y los dos Enriques, al frente de cuarenta mil hombres, se adelantaron sobre Paris dispuestos á entrar á viva fuerza. El duque de Mayenne no tenia para defender la ciudad mas que ocho mil hombres desalentados. El clero de Paris estaba aterrado. La victoria de los hugonotes era inevitable, pero lo que no podian alcanzar en el campo de batalla lo debieron al puñal de un asesino, y el fraile dominicano Jacobo Clemente dió de puñaladas al rey Enrique III, que murió de las heridas el 10 de agosto de 1589. Con él se extinguió la raza de los Valois.

Francisco I habia tenido una muerte vergonzosa; Enrique II fué herido mortalmente en un torneo, Francisco II se extinguió antes de llegar á la puvertad; Carlos IX espiró entre las convulsiones de una enfermedad desconocida; el duque de Alenzon debió su prematura muerte á los desórdenes de su vida licenciosa; Enrique III murió asesinado.

El regicida Jacobo Clemente fué ensalzado desde el púlpito, como bienaventurado hijo de Santo Domingo de Guzman y como santo mártir de Jesucristo. Colocóse su retrato en los altares con esta inscripcion: San Jacobo Clemente, orad por nosotros.

Cuando su madre fué à Paris los frailes le aplicaron estas palabras del Evangelio: «Bienaventurado el seno que te ha llevado y los pechos que te han dado de mamar.>>

El papa Sixto V declaró en pleno consistorio que la accion del mártir Jacobo Clemente era comparable para la salvacion del mundo á la encarnacion y la resurreccion de Jesucristo. M. de Chateaubriand añade al referir este hecho en el tomo IV, pág. 371 de sus Estudios históricos, «que importaba á aquel papa animar á los fanáticos dispuestos á asesinar reyes en nombre del poder papal.»

VII.

Si de los hombres pasamos á las mujeres de la familia y de la corte de los Valois, nos deben inspirar mas repugnancia todavía. Margarita de Valois, mujer de Enrique IV, la princesa de Condé, las duquesas de Nemours, de Guisa, de Montpensier y de Nevers, arrastraban una vida inmunda, tristemente célebre en la historia de las Mesalinas de todos los tiempos. Dos de ellas hicieron que les llevasen las cabezas de sus amantes decapitados, las besaron, las embalsaron y cada cual guardó la suya entre sus reliquias de amor. La duquesa de Montpensier, hermana de Enrique de Guisa, se entregó á Jacobo Clemente para escitarle á vengar á su hermano y salvar la causa que defendia.

CAPITULO XI.

SUMARIO.

Enrique IV.-Sus,vacilaciones.-Se convierte al catolicismo.-Pública abjuracion del Rey en 1593.-Organizacion de los hugonotes en asambleas politicas-Persecuciones.-Quejas de los reformados-Edicto de Nantes,

I.

Muerto Enrique III, los hugonotes contaron con un rey de su secta, puesto que Enrique de Borbon debia suceder al último Valois; pero Enrique IV prefirió abandonar el protestantismo y volver á la Iglesia católica como el medio mas seguro de consolidar su poder, pues sabia que los protestantes se contentarian con la proteccion que él, como rey, pensaba ofrecerles.

En efecto, en julio de 1591 publicó un edicto de tolerancia que se llamó el edicto de Nantes, por el cual restablecia las cosas en el ser y estado en que estaban en 1577. Como el lector ha podido ver en los capítulos anteriores, el estado de cosas que se restablecía era, aun que menos violento, tan arbitrario como el (que se destruia.

Los protestantes no se dieron por contentos, y lo que es peor, los católicos tampoco. La liga redoblaba sus violencias à medida que sentía flaquear sus fuerzas.

TOMO III.

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