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cedido. Pensad, hijo mio, que el mundo no aprobará mi resolucion sino á condicion de que seais digno de ella, y pensad tambien que mi honor está en vuestras manos. Conservad toda vuestra vida el temor de Dios, el amor de la justicia y el corazon de vuestros vasallos; estos son los fundamentos mas firmes de un poder legitimo. >>

II.

Cuando el Emperador hubo terminado este discurso, en que encargaba á su hijo observar una conducta tan contraria á la que él habia observado, Felipe se arrodilló ante él, le besó la mano y recibió su bendicion. Las lágrimas humedecieron sus ojos, dice un historiador contemporáneo, pero aquella fué la última vez.

Despues de esta ceremonia, Felipe recibió el homenaje de los estados reunidos, y prestó el juramento cuya fórmula le fué presentada en los términos siguientes:

«Yo Felipe, por la gracia de Dios, príncipe de España, de las Dos-Sicilias, etc., juro y prometo que á mi advenimento y sucesion en los paises, condados, ducados, etc., seré bueno y justo señor de mis súbditos; que mantendré y haré mantener todos y cada uno de los privilegios de los nobles, de las ciudades y de los municipios, así eclesiásticos como seculares, y en general todos los derechos é inmunidades que les han sido otorgados por mis predecesores, como tambien los usos y costumbres de que gozan, lan en general como en particular, prometiendo además hacer todo lo que hacer debe un bueno y leal señor; y si así no lo hiciere que Dios y todos los santos me nieguen su ayuda.»>

III.

El temor que el gobierno arbitrario y despótico del Emperador habia inspirado y la desconfianza de los estados hácia su hijo, aparecia ya en esta fórmula de juramento, concebida en términos mucho mas circunspectos y mas precisos que los del juramento prestado por Carlos V y por los príncipes borgoñones sus predeceso

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res. Felipe tuvo que prometerles el mantenimiento de sus usos y costumbres, cláusula que no se habia exigido hasta entonces.

En el juramento de fidelidad que los estados prestaron al nuevo Rey, no se obligaron mas que á la obediencia compatible con los privilegios del país. En este juramento de los estados no recibió Felipe mas que el nombre de príncipe natural y nato; pero no se le dió el de soberano ni de señor, como el Emperador habia manifestado desearlo; todo lo cual prueba cuan desfavorable era la opinion que se tenia de la justicia y de la generosidad del nuevo soberano.

Los acontecimientos no tardaron en venir á probar que los temores de los flamencos eran muy fundados.

IV.

Al empuñar Felipe II las riendas del gobierno, los Paises Bajos habian llegado á mas alto grado de prosperidad que ninguna otra nacion de Europa, y él fué el primero de sus príncipes que á su advenimiento al trono los poseyó en totalidad. Este vasto y poderoso Estado se componia á la sazon de diez y siete provincias, á sa― ber:

Los cuatro ducados de Brabante, de Limburgo, Luxemburgo y de Gueldres; los siete condados de Artois. de Hainault, de Flandes, de Namur, de Zulfen, de Holanda y de Zelanda; el marquesado de Amberes y las cinco señorías de Frisa, de Malinas, de Utrech, de Overyssel y de Groningne.

Su comercio era inmenso; la fertilidad de su territorio ofrecia á su dueño riquezas mas inagotables que las minas de oro del Perú. Aquellas diez y siete provincias que, reunidas igualan á penas en extension á la quinta parte de Italia, daba á su príncipe rendimientos casi iguales á los que la Gran Bretaña entera producia á sus reyes antes que estos hubiesen reunido los bienes del clero á su

corona.

Trescientas cincuenta ciudades vivificadas por el trabajo y por la prosperidad, seis mil trescientas villas, un número considerable de lugares y aldeas, de haciendas y castillos formaban de los Paises Bajos una sola provincia rica y floreciente.

En circunstancias tan favorables, con tan poderosos elementos, subió Felipe II al trono de Flandes. ¿Qué no debia esperarse que hi

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ciese un Rey hábil y prudente, para conservar aquellos estados que constituian la fuerza principal de su reino? Felipe hizo todo lo contrario, en su fanatismo, en su furor despótico no veía allí mas que una poblacion de hereges, que era preciso exterminar á todo trance, sin contemplacion, sin misericordia.

V.

El sacerdocio fué en todos tiempos el mas firme sosten de la autoridad real, y no podia ser de otra manera. Su edad dorada ha sido siempre la época de la autoridad, y asociado á esta el sacerdocio ha podido consolidar su poder.

La entera sumision á un poder tiránico prepara los ánimos á una creencia ciega, y la gerarquía eclesiástica devuelve con usura al poder los servicios que de este ha recibido.

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No pretendemos con esto combatir ninguna doctrina religiosa, exponemos simplemente hechos históricos cuya exactitud es incuestionable: la eterna lucha del principio religioso en el principio de libertad científica ó política, la obstinacion con que aun hoy mismo el partido llamado neo católico se opone á todo género de progreso intenta locamente detener la marcha magestuosa de la civilizacion humana, prueban que el interés de ese partido neo ó viejo católico, ha estado, está y estará siempre en el sostenimiento de la opresion y de la tiranía, á pesar de cuanto digan en contrario esos falsos amigos de la religion que le hablan constantemente de libertad, de ciencia v de progreso.

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VI.

Así pues los obispos de los Paises Bajos eran celosos defensores del trono, y estaban siempre dispuestos á sacrificar el interés de los ciudadanos al del clero en ventaja de las miras políticas del Rey. Este por su parte, no pensó sino en robustecer la autoridad de los prelados y ensanchar todo lo posible la esfera de la jurisdiccion eclesiástica.

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