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monges de San Isidro del Campo, entre los cuales gozaba como se ha dicho de gran reputacion. Y esta propaganda la hacia el maestro Blanco con gran cautela y habilidad, de manera que los inquisidores no sospechaban nada sobre la ortodoxia del maestro luterano. Pero menudeaban las delaciones al Santo Oficio contra GarciArias. Y como el Santo Tribunal no se mostraba nunca insensible á estas insinuaciones, escucholas al fin, y dió con el maestro Blanco en las cárceles del Santo Oficio.

Nadie hubiera creido la audacia y firmeza que el temeroso y cauto Garci-Arias mostró á la vista de los aparatos del tormento y de la horrorosa suerte que le aguardaba. Declaró francamente sus opiniones luteranas y juró á los inquisidores que nadie seria capaz de apartarle de aquella creencia.

En la presencia de sus jueces, mostrábales con todo descaro su opinion, y á las exhortaciones de estos para que abjurase, replicábales, «que mas valian para ir tras de una recua de asnos, que no para sentarse á juzgar materias de la fé; las cuales ellos no entendian. >>

Por último, condenósele como herege contumaz á morir quemado vivo, y sufrió el horrendo suplicio el 24 de setiembre de 1559, sin que hubiesen logrado los inquisidores, que no cesaron de exhortarle hasta el último momento, ninguna muestra de arrepentimiento ni debilidad.

De tal manera irritaban á aquellos ánimos exaltados por el fanatismo de sus heréticas creencias los medios violentos empleados para apartarlos de ellas, cuando quizás por la persuacion y la tolerancia hubiera sido fácil acarrearlos al seno de la Iglesia católica.

VII.

Los monges de San Isidro del Campo que, seducidos por la predicacion del maestro Blanco, abandonaron la Religion católica por seguir el luteranismo, fueron los siguientes:

Fray Casiodoro, discípulo de Garci-Arias. Fray Cristóbal de Arellano varon docto segun opinion de todos sus contemporáneos. Ambos se negaron á confesarse y murieron sin ninguna muestra de arrepentimiento en las llamas, en 22 de setiembre de 1559.

Fray Juan de Leon escapóse de Sevilla el año de 1557, refugiándose en Francfort, y de allí pasó á Ginebra. Pero como los inquisidores tenian emisarios secretos en Alemania, Italia y Flandes, para que prendiesen á los protestantes que huian de España por temor de caer en sus garras, fray Juan de Leon fué preso en Zelanda por uno de estos agentes, y acompañado de ministriles del santo Tribunal fué conducido á Sevilla. El inhumano tratamiento que sufrió en el tránsito de parte de sus guardas excede à toda ponderacion; pusiéronle grillos en los piés y esposas en las manos, y un aparato de hierro que le cubria casi toda la cabeza por la parte del cráneo y que tenia además una lengua tambien de hierro que introduciéndose en la boca le impedia el habla. Llegado este desventurado monge ante el Santo Oficio, manifestóle con entereza sus doctrinas por las que fué condenado á morir en el fuego. Salió al auto de 1559 con la mordaza puesta, y afirma un autor contemporáneo que su naturaleza enflaquecida por los padecimientos, la palidez de sus mejillas y lo largo de su barba movian á compasion á cuantos le miraban sin ódio. A pesar de aquel estado de debilidad física, mostró la mayor serenidad y firmeza hasta el último momento, negándose á escuchar los consejos de un fraile amigo suyo que queria apartarle de sus errores para dulcificar por lo menos el suplicio; fué quemado vivo.

El padre Morcillo murió en el garrote por haberse confesado á última hora, lleno de horror á la vista del suplicio. Fué Morcillo compañero de prision de Fernando de San Juan quien notando en su amigo algun decaimiento de ánimo y figurándose que se mostraria arrepentido ante los inquisidores, lo exhortó á que muriese firme en la fé de sus creencias, y obtuvo de él formal promesa en no doblegarse al miedo ni á los amaños de los inquisidores.

Fray Fernando murió en el mismo calabozo del doctor Constantino Ponce de la Fuente por la fetidez de la prision, y por los malos tratos de sus verdugos.

Fray Diego Lopez natural de Tendilla, Fray Bernardino de Valdés natural de Guadalajara, Fray Domingo de Churruca natural de Azcóitia, Fray Gaspar de Perzas natural de Sevilla, Fray Bernardo de San Gerónimo natural de Burgos fueron todos admitidos á reconciliacion y penitencia en el auto de fé de veinte y dos de diciembre de 1560.

Refieren algunos autores protestantes que en el monasterio de

San Isidro del Campo todos los monges eran luteranos, llegando las cosas hasta el extremo de no rezar las horas canónicas. En los confesionarios en vez de oir los pecados de los penitentes, exhortaban los monges en voz baja á los fieles à seguir las doctrinas de la reforma.

Aunque haya alguna exageracion en las anteriores afirmaciones, no hay duda que la heregía tuvo muchísimos partidarios en el monasterio de San Isidro del Campo. Las siguientes palabras del padre Santistebanez parecen, aunque embozadamente, confirmar nues

tro aserto.

«Suplicaron, dice el citado autor hablando de los monges de San Isidro, á varios jesuitas viniesen á predicar en su convento y adoctrinarlos con buenas pláticas. Por espacio de dos años fueron los jesuitas á cumplir esta mision.»

VIII.

Dos ilustres víctimas de sus ideas heréticas y de la barbarie del Santo Oficio llamaron sobre manera por aquel entonces la atencion del pueblo sevillano. Eran estas, dos débiles mujeres; las hermanas doña María y doña Juana de Pohorgues. La primera salió al auto de setiembre de 1559 sentenciada al suplicio de las llamas. Era hija de don Pedro Garcia de Jeréz, caballero principal de Sevilla y muy emparentado con algunos grandes de España. Tenia doña María apenas veinte y un años cuando fué delatada á la Inquisicion por seguir la heregía de Lutero, y encerrada en los calabozos del castillo de Triana. Habia sido aleccionada por el doctor Egidio, que además de instruirla en las ideas de la reforma, la enseñó las lenguas griega y latina. Leyó despues infinidad de obras así de teología como de bellas letras, y su erudicion y saber eran tan grandes como su entendimiento.

Sostuvo la desventurada María de Pohorques, presa ya y condenada á muerte, muchas disputas con varios jesuitas y otros frailes que se esforzaron en vano por apartarla de sus erróneas opiniones, saliendo confusos y admirados de ver en una jóven de tan corta edad, tan grande erudicion y tales conocimientos de los libros santos. Llevada al quemadero sostuvo con maravillosa constancia su

creencia, llamando ignorantes, idiotas y palabreros á los que la amonestaban para que se convirtiese.

Pero no desmayaron los frailes, y guiados quizás por un resto de compasion hácia aquella infeliz quisieron salvarla de la horrible. hoguera. Comprendiendo cuan vanas eran sus hortaciones para con aquella fuerte doncella, rogáronla que dijese el credo. Accedió ella á sus ruegos empezando á recitarlo en voz alta; pero en seguida añadió á los artículos de la oracion católica una explicacion lu

terana.

A pesar de esto, que pudiéramos llamar frenesí religioso, sus verdugos se contentaron con darle muerte en garrote y entregar despues su cadáver á las llamas.

La hermana de la infeliz doña María, doña Juana de Pohorques, era esposa de don Francisco de Vargas, señor de la Higuera. Fué presa por el Santo Oficio por sospechas de profesar opiniones luteranas; pero hallándose en cinta dispusieron los inquisidores que no fuese encerrada en los calabozos sino en una estancia del castillo de Triana, hasta que diese á luz la criatura que llevaba en su seno. A los ocho dias de haber parido doña Juana, le arrebataron el hijo, y á los quince la encerraron en las mazmorras del Santo Oficio.

De allí á pocos dias llamáronla á audiencia; interrogada, negó cuantas imputaciones le hicieron, y sin mas contemplaciones sometiéronla á la prueba del tormento. El tribunal habia hecho ya bastante con librar de la muerte à una inocente criatura. Aquella mujer enferma, recien parida, é inocente quizás, no era digna de compasion; era una presunta herege. Colocáronla en el potro, los verdugos apretaron las cuerdas quizás con mas rigor del que solian; su cuerpo débil, á consecuencia del parto, no pudo resistir la violencia del suplicio; reventósele una entraña; empezó á verter sangre por la boca; en vista de lo cual la retiraron los ministros á su calabozo, donde murió al octavo dia.

Despues de haberla asesinado en el tormento, los inquisidores, no hallando pruebas de su culpabilidad, proclamaron su inocencia sobre el cadáver mismo de la víctima. ¡Acto hipócrita con que pretendieron quizás ahogar el grito de sus propias conciencias!

IX.

Tambien pereció en las llamas en el auto de fé de 22 de diciembre de 1560 una monja profesa de la órden de San Francisco de Asís en el convento de Santa Isabel de Sevilla llamada doña Francisca de Chaves. Habíala imbuido en la heregía luterana el doctor Egidio, y hasta tal punto llegó su fanatismo que resistió heróicamente los horrores de la prision y de la tortura, llamando en las audiencias generacion de víboras á sus verdugos. El aspecto de la hoguera no bastó á intimidarla, y todos los esfuerzos de los inquisidores no pudieron arrancarla una retractacion.

X.

Otras muchas personas de valor y de ciencia sufrieron en Sevilla la misma suerte. Olmedo y el doctor Vargas murieron en el calabozo y sus huesos fueron quemados despues. Ana de Rivera, viuda del maestro de niños Fernando de San Juan, doña María Coronel, doña María de Virués y otras muchas matronas y doncellas perecieron en las llamas.

Eran tantos los presos que las prisiones del castillo de Triana no bastaban á contenerlos, y se veian obligados á encerrar dos y aun tres en una misma mazmorra.

Como el lector habrá podido observar la mayoría de los luteranos de Sevilla, que fueron sacados á los autos de 23 de setiembre de 1559 v de 22 de diciembre de 1560, cuando se vieron en poder de sus enemigos confesaron y parecieron dispuestos á abandonar la heregía, mas cuando perdieron la esperanza de salvar sus vidas, persistieron en declararse luteranos, y solo alguno que otro se retractó ante la boguera, para librarse tal vez de los agudos y prolongados dolores que le esperaban, prefiriendo lamuerte instantánea del garrote.

No se contentaban las inquisidores con dar tormento y quemar vivas á sus víctimas, con arruinar y deshonrar á sus hijos; la seguridad de que sus crímenes quedarian impunes, los indujo muchas veces á la perpetracion de horribles atentados contra el pudor,

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