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El nuncio del Papa, por su parte, y las huestes clericales y frailescas protestaron como energúmenos contra un tratado de paz que excluia las pretensiones del Papa y de los eclesiásticos. Tal era la saña del legado pontificio contra toda transaccion entre la Iglesia anglicana y la católica, que escribió al cardenal Pánfilo: «que seria preferible para la Irlanda y la Iglesia católica, la muerte del Rey y el triunfo del Parlamento;» é hizo cuanto pudo para oponerse á las medidas que tomaban los realistas en favor de Carlos.

>>Dejad al Rey que se arregle como pueda, decia á los católicos irlandeses, é implorad la proteccion de algun príncipe extranjero y sobre todo del Papa, que es vuestro protector natural.

Como los jefes de la rebelion y sus tropas se manifestasen en aquellas circunstancias mas realistas que católicos, segun el nuncio, este se dirigió á los bandoleros y merodeadores que pululan en todas las guerras civiles, y mas en aquella tan larga y terrible, y que desde el principio de la tregua habian perdido el pretexto que justificaba sus latrocinios. Dióles el legado del Papa dinero á manos llenas, y no escaseó las promesas mas lisonjeras; con lo cual se convirtieron en defensores de la fé católica á las órdenes del representante del Papa. Dió este el mando á Owen, y á fin de mayo ya contaba con 5,000 infantes y 500 caballos, á cuyo frente marchó sobre Armach.

Quiso el escocés Monroe oponérsele con 6,000 infantes, 800 caballos y alguna artillería; pero fué completamente derrotado casi á la vista de la plaza, y perseguido de cerca, se retiró de la provincia. Despues de este gran suceso, pasó Owen por orden del nuncio al condado de Leinster, seguido, no ya de 5 sino de 10,000 bandoleros, gente indisciplinada y feroz, que incendiaban, saqueaban y degollaban sin piedad al grito mil veces repetido de ¡Viva la Religion, y de viva el Papa!

II.

Estas victorias del ejército de la fé dieron nuevas alas al nuncio y á sus adherentes, que en muchas ciudades se opusieron á viva fuerza á la proclamacion de la paz, ó repartieron bendiciones é indulgencias á los que como en Limerick apedrearon y prendieron á las autoridades que proclamaban el edicto de pacificacion.

Por su propia autoridad y en nombre del Papa, destituyó á los magistrados y nombró para reemplazarlos al jefe del motin de Limerick.

Convocó al clero en Waterford, y excomulgó á los comisarios y á cuantos tuvieron parte en el tratado, y puso en entredicho todas las ciudades en que se proclamó, suspendiendo de sus funciones á los eclesiásticos que lo aprobaron y á los confesores que absolvieron á sus observantes. Amenazó con la excomunion á cuantos pagaran la contribucion impuesta por el Consejo de Kilkenny, y á los soldados que sostuvieran con las armas las órdenes del Consejo.

Exigió un nuevo juramento, por el cual se obligaban sus partidarios á no consentir en la paz, sino cuando fuese aprobada por el clero.

III.

Tal era el fanatismo de aquellos tiempos bárbaros, que las excomuniones del nuncio obligaron al Consejo á someterse y á suplicarle, en lugar de hacer uso de su autoridad contra los atentados del representante de la Iglesia Romana. Aunque si bien se mira, puesto que se sublevaban para restablecer el culto y privilegios de la Religion católica como religion del Estado, no debian extrañarse que el clero fuera exigente y que el representante del Papa, cabeza del catolicismo, quisiera sobreponerse á todo, no teniendo para nada en cuenta mas intereses que los de Roma.

Los jefes seglares de la rebelion procuraban entenderse con el virey para tener á raya al nuncio, y el marqués de Ormond pasó al efecto á Kilkenny, donde fué recibido por sus antiguos enemigos con todos los honores debidos á su rango, é hizo cuanto estuvo en su mano para que el clero y los seglares se avinieran, aunque inútilmente.

El Consejo ó gobierno, mezcla de seglar y de eclesiástico, perdió su autoridad, y el nuncio fué el verdadero dueño de la situacion.

De acuerdo con los generales católicos, el nuncio se dispuso á sitiar la capital, mientras el virey estaba en Kilkenny, y este tuvo que volver á Dublin á toda prisa temeroso de un fracaso; y no pudiendo el nuncio tomar á Dublin, se dirigió á Kilkenny, donde entró con

toda la pompa de un rey conquistador, apoderándose de la direccion de todos los asuntos civiles y eclesiásticos.

Prendió á los miembros del Consejo soberano y los reemplazó por otro compuesto de cuatro obispos y ocho seglares, reservándose él la presidencia.

De esta manera, la teocracia romana se apoderó abiertamente del poder.

Tan seguro estaba el nuncio de que concluiria de enseñorearse de Irlanda, convirtiéndola en nuevos estados del Papa, que escribió á Roma pidiendo instrucciones sobre el ceremonial con que debería bendecir su entrada solemne en Dublin.

IV.

El virey, entretanto, se fortificó lo mejor que pudo, á pesar de la escasez de recursos en hombres y dinero; pero lo pusieron en tal apuro, que en la alternativa de entregar la capital al nuncio y sus bandas de frailes y aventureros ó á las tropas del Parlamento inglés, escribió á este ofreciéndole la sumision bajo ciertas condiciones.

Llegó el nuncio del Papa á las puertas de Dublin al frente de un poderoso ejército, ó por mejor decir, de dos; las bandas indisciplinadas de Owen y las mas disciplinadas de Preston. Este y su gente, ofendidos de la mayor confianza que el nuncio concedia ȧ Owen y sus bandoleros, entró en tratos secretos con el virey, ofreciéndole no solo pasársele, sino entregarle al nuncio; pero el marqués de Ormond rehusó por desconfianza, y Preston siguió por el momento á las órdenes del nuncio lo mismo que su rival.

Ormond, cuyas municiones estaban reducidas á 30 barriles de pólvora, viendo que el Rey no podia socorrerle, prefirió entenderse con sus enemigos los parlamentarios á entregarse á los católicos irlandeses, que no se dieron prisa á aceptar sus proposiciones. Felizmente para él, las rivalidades de los dos generales del nuncio, Preston y Owen, paralizaron sus movimientos, y en cuanto supo Owen que llegaban á Dublin ingleses de refuerzo, sin contar con el nuncio ni con Preston, desapareció del sitio con su gente; y sus coaligados, al verse solos, tuvieron que retirarse á Kilkenny.

V.

A pesar de la preferencia dada por el virey á los parlamentarios en aquella ocasion, era siempre adicto al Rey, así es, que en cuanto pasó el peligro, entró en tratos con el marqués Clanricarde, con la Reina y con el heredero de la corona, residente en Francia, y contando con Preston que estaba dispuesto á abandonar al nuncio, tomó la ofensiva y mandó á Clanricarde con un ejército hacia Kilkenny; pero en el camino encontraron á los agentes del nuncio que detuvieron al ejército, intimando á sus jefes, que si no licenciaban sus tropas, serian excomulgados en nombre del Papa, y Preston se aterró de tal modo, que se pasó á los partidarios de Roma diciendo que sus oficiales lo abandonarian, si así no lo hiciera, por miedo á la excomunion.

Ormond consideró como una traicion la conducta de Preston, y el nuncio y sus clérigos, que se vieron fuertes, repitieron sus demandas de privilegio de supremacia de la Iglesia católica, sumision de la corona á la Iglesia, creacion de universidades católicas, disposicion de todos los beneficios, y jurisdiccion en los obispos para castigar á los clérigos y seglares que ofendiesen á la Iglesia católica.

Los confederados católicos de Irlanda aceptaron en sustancia estas exigencias, renunciando á los beneficios de la paz concertada antes con el marqués de Ormond.

De esta manera concluyó el fanatismo con las probabilidades de paz, y Ormond no tuvo mas remedio que amenazarles con unirse al Parlamento abandonando la causa del Rey. Esta amenaza dividió á los católicos, y el nuncio necesitó amenazar con toda clase de rayos y anatemas pontificios para impedir un acomodamiento.

VI.

El Parlamento de Inglaterra se aprovechó de la intransigencia del nuncio para tratar con el virey de Irlanda, y á principios de 1647 le propuso las bases de un tratado, á cuyo efecto el virey mandó á Londres como rehenes á su hijo Ricardo Butler, al conde de Roscommond, al coronel Chichester y á Santiago Ware.

Томо III.

123

Un cuerpo considerable de ingleses reforzó á Dublin, y el 19 de julio se firmó definitivamente el tratado, por el cual Dublin У todas las plazas fuertes, castillos, tropas, armas etc., se sometian y entregaban á los comisarios nombrados al efecto por el Parlamento.

Apenas estos señores tomaron posesion del poder, suprimieron la liturgia de la Iglesia anglicana, que desde el tiempo de Enrique VIII era la legal, y establecieron la fórmula presbiteriana en todas las iglesias; con lo cual, no solo tuvieron contra sí á los católicos, sino al clero anglicano y á sus correligionarios, que hasta entonces habian representado la religion del Estado, lo cual no les impidió dejar de cumplir la parte del tratado que daba satisfaccion á los intereses del virey, como era el devolverle la suma de 13,000 libras esterlinas que de su propio peculio habia gastado en el servicio público.

Los reformadores presbiterianos, como vemos, no valian mas que sus contrarios; pues en toda fé religiosa, el exclusivismo y la intolerancia conducen siempre á los mismos resultados. Lucha, desprecio y ódio contra los que profesan distintas creencias.

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