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De ordinario andábamos calzados, descalzos, y cubiertas las cabezas, yendo descubiertos. Porque los zapatos eran unas chancletas muy viejas y muy rotas y el sombrero de lo mesmo. Pocas veces llevábamos camisa, porque, pidiendo a una puerta con 5 la humildad acostumbrada nuestra limosna, si decían: «¡perdonad, hermano! ¡Dios os ayude! ¡otro día daremos!», volvíamos a pedir unos zapatillos viejos o sombrero viejo, ¡para este pobre que anda descalzo y descubierto al sol y al agua! ¡Bendito sea 10 el Señor, que libró a vuestras mercedes de tanto afán y trabajo como padecemos! ¡Que Él se lo multiplique y libre sus cosas de poder de traidores, dándoles la salud para el alma y al cuerpo, que es la verdadera riqueza!

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Si también decían: «En verdad, hermano, que no hay que daros, no lo hay agora», aún quedaba otro replicato, pidiendo ¡Una camisilla vieja, rota, desechada, para cubrir las carnes y curar las llagas deste sinventura pobre, que en el cielo la hallen y los 20 cubra Dios de su misericordia! ¡Por el buen Jesús se lo pido, que no lo puedo ganar ni trabajar, me veo y me deseo! Bendita sea la limpieza de Nuestra Señora la Virgen María! Con esto o con esotro, de acero eran las entrañas y el corazón de jaspe, que no se ablandaban.

Escapábanse pocas casas donde no saliese prenda. Y cualquier par de zapatos no podían ser tan malos, tan desechado el sombrero, ni la camisa que

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se nos daba tan vieja, que no valiera más de medio real. Para nosotros era mucho, y a quien lo daba no era de provecho ni lo estimaba. Era una mina en el cerro de Potosí.

Teníamos merchantes para cada cosa, que nos ponían la moneda sobre tabla, sahumada y lavada con agua de ángeles. Llevábamos de camino unos asnillos en que caminábamos a ratos en tiempo llovioso, para poder pasar los arroyos. Y si atisbá10 bamos persona que representase autoridad, comenzábamos a plaguearle de muchos pasos atrás, para que tuviera lugar de venir sacando la limosna; porque, si aguardábamos a pedir al emparejar, muchos dejaban de darla por no detenerse, y nos quedá15 bamos sin ella. Desotro modo se erraban pocos lances.

Otras veces que había ocasión y tiempo, en devisando tropa de gente nos apercebíamos a cojear, variando visajes, cargándonos a cuestas los unos a 20 los otros, torciendo la boca, volteando los párpados de los ojos para arriba, haciéndonos mudos, cojos, ciegos, valiéndonos de muletas, siendo sueltos más que gamos, metíamos la piernas en vendos que colgaban del cuello, o los brazos en orillos. De 25 manera que con esto y buena labia, ¡que Dios les diese buen viaje y lleváse con bien a ojos de

6 sahumada: no significa «mejorada» sino «fumigada, purificada», como hoy diríamos «monda y lironda». C. OUDIN, Tresor des deux langues: sahumado = parfumé, enfumé, fumé.

quien bien querían!, siempre valía dinero. Y ésta llamábamos venturilla por ser en despoblado y por suceder veces muy bien y en otras no llegar más de lo que tasadamente nos era necesario para el

camino..

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Teníamos por excelencia bueno sobre todo que no se hacía fiesta de que no gozásemos teniendo buen lugar, ni aun banquete donde no tuviésemos parte. Olíamoslo a diez barrios. No teníamos casa y todas eran nuestras: que o portal de cardenal, em- 10 bajador o señor no podía faltar. Y corriendo todo turbio, de los pórticos de las iglesias nadie nos podía echar. Y no teniendo propriedad, lo poseíamos todo. También había quien tenía torreoncillos viejos, edificios ar[r]uinados, aposentillos de poca sus- 15 tancia, donde nos recogíamos. Que ni todos andábamos ventureros ni todos teníamos pucheros. Mas yo, que era muchacho, donde me hallaba la noche me entregaba al siguiente día. Y así, aunque los llevaba malos, la juventud resistía, teniéndolos por 20 muy buenos.

CAPITULO IV

EN QUE GUZMÁN DE ALFARACHE CUENTA LO QUE LE SUCEDIÓ CON UN CABALLERO Y LAS LIBERTADES DE LOS POBRES

Una verdadera señal de nuestra predestinación es la compasión del prójimo. Porque tener dolor del mal ajeno como si fuese proprio, es acto de 5 caridad que cubre los pecados, y en ella siempre habita Dios. Todas las cosas con ella viven y sin ella mueren. Que ni el don de profecía ni conocimiento de misterios ni ciencia de Dios ni toda la fe, faltando caridad, es nada. El amar a mi prójimo 10 como me amo a mí, es entre todos el mayor sacrificio, por ser hecho en el templo de Dios vivo. Y sin duda es de gran merecimiento recebir uno tanto pesar de que su hermano se pierda, como placer de que el mismo se salve.

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Es la caridad fin de los preceptos. El que fuere caritativo, el Señor será con él misericordioso en el día de su justicia. Y como por nosotros nada merezcamos y ella sea don del cielo, es necesario pedir con lágrimas que se nos conceda y hacer 20

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