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CAPÍTULO VI

EN QUE GUZMÁN DE ALFARACHE PROSIGUE LO QUE LE PASÓ
CON SU AMO EL COCINERO, HASTA SALIR DESPEDIDO
DÉL.

Mucho se debe agradecer al que por su trabajo sabe ganar; pero mucho más debe estimarse el que 5 sabe con su virtud conservar lo ganado. Mucho me forzaba la voluntad en agradar; aunque más me tiraba la mala costumbre de la vida pasada. Y así lo que hacía, como cosa contrahecha, eran las obras de la mona. Que la gloria falsamente alcanzada poco 10 permanece y presto pasa.

Fuí como la mancha de aceite, que si fresca no parece, brevemente se descubre y crece. Ya no se fiaban de mí; llamábanme, uno cedacillo nuevo, otro

99 cedacito nuevo, tres días en estaca: «Refrán que significa el aseo, tiento y cuidado con que en sus principios se suelen tratar las cosas, hasta que el tiempo hace que vayan perdiendo la estimación. También se aplica a las alabanzas y estimación que el mundo regularmente franquea a lo que brilla con el oropel de la novedad, que brevemente vienen a parar en desprecio y olvido. Assímismo se en

la gata de Venus; y se engañaban, que mi natural bueno era y en el mío ni lo aprendí ni lo supe; yo lo hice malo y lo dispuse mal. Enseñómelo la necesidad y el vicio: allí me afiné con los otros ministros 5 y sirvientes de casa.

Ladrones hay dichosos, que mueren de viejos; otros desdichados, que por el primer hurto los ahorcan. Lo de los otros era pecado venial y en mí

mortal. Fué muy bien, pues degeneré de quien era, 10 haciendo lo que no debía. Perdíme con las malas compañías, que son verdugos de la virtud, escalera de los vicios, vino que emborracha, humo que ahoga, hechizo que enhechiza, sol de Marzo, áspid sordo y voz de sirena. Cuando comencé a servir, pro15 curaba trabajar y dar gusto; después los malos amigos me perdieron dulcemente. La ociosidad ayudó gran parte y aun fué la causa de todos mis daños. Como al bien ocupado no hay virtud que le falte, al ocioso no hay vicio que no le acompañe.

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Es la ociosidad campo franco de perdición, arado

tiende del criado que al principio procura granjear la voluntad de su amo, sirviendo con mucha puntualidad y respeto; pero con el trato suele perder uno y otro» (Dicc. Aut.). Comp.: Estebanillo: «Acudía a todo con mucha puntualidad, y más los primeros dias, porque no se dijese por mí aquello de cedacito nuevo». (Rivad., XXXIII, 298 a),

I la gata de Venus: «Por gata muy hermosa, que la pidió un mozo hecha doncella, y estando en el tálamo corrió tras un ratón; denota que la natural inclinación nunca se deja» (L. MONTOTO, Personajes, personas y personillas, que corren por las tierras de ambas Castillas, II, 4CI).

con que se siembran malos pensamientos, semilla de cizaña, escardadera que entresaca las buenas costumbres, hoz que siega las buenas obras, trillo que trilla las honras, carro que acarrea maldades y silo en que se recogen todos los vicios.

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No puse los ojos en mí, sino en los otros. Parecióme lícito lo que ellos hacían, sin considerar que, por estar acreditados y envejecidos en hurtar, les estaba bien hacerlo, pues así habían de medrar y para eso sirven a buenos. Quise meterme en doce- 10 na, haciéndome como ellos, no siendo su igual, sino un pícaro desandrajado.

Pero, si disculpas valen y la que diere en esto se me admite, como tan libremente vía que todos llevaban este paso, parecióme la tierra de Jauja y que 15 también había de caminar por allí, creyendo-como dije ser obra de virtud; aunque después me desengañaron, que pensé bien y entendí mal. Porque la gracia desta bula sólo la concedió el uso a los hermanos mayores de la cofradía de ricos y pode- 20 rosos, a los privados, a los hinchados, a los arrogantes, a los regaladores que tienen lágrimas de cocodrilo, a los alacranes que no muerden con la boca y hieren con la cola, a los lisonjeros, que con dulces palabras acarician el cuerpo y con amargas 25 obras destruyen el alma.

Estos tales eran a quien todo le estaba bien, y en los como yo era maldad y bellaquería. Engañéme; con mi engaño me desenvolví de manera que desde

muy lejos me conocieran la enfermedad; aunque todo era niñería de poca estimación.

Suelen decir que el postrero que sabe las desgracias es el marido. De todas estas travesuras, por ma5 ravilla llegaban de mil una en los oídos de mi amo, o ya porque los agradaba, no querían ponerme mal y me echara de casa, o ya porque, aunque me lo reñían, viendo que todo el mundo era uno, de nada se admiraban.

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Mas por algunos descuidos míos y cosas que se traslucían, se escaldó mi amo algo comigo: andábame a las espuelas para cogerme.

Aconteció que lo llamaron para un banquete de un príncipe extranjero nuevamente venido a la Cor15 te. Mandóme ir con él, para trasponer el cebollino resultas de la cocina, según el uso y costumbre. Luego que en la posada entramos se nos hizo el en. trego. Mi amo comenzó a destrozar, dividir y romper con grandísima destreza, poniendo generosa 20 parte y de cada cosa lo que le pertenecía, conforme a su arancel, porque con otros cuidados no hubiese algún descuido y se mezclasen las acciones, siendo justo dar lo de César a César y aposesionarse cada cual en su hacienda.

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Después, al cerrar de la noche habíame mandado traer costales. Comenzólos a estivar de maestro y

15 trasponer el cebollino: transplantarlo; aquí significa «ocultar o trasladar lo hurtado».

poniéndomelos al hombro a tiempo y de manera que no pudiera ser visto, me hizo dar cuatro caminos, que ninguno me vagaba el resuello, según iba de cargado. Cada uno y todos parecían el arca de Noé, y no sé si en ella hubo de tantos individuos o 5 Dios después los crió. Ya que tuve acabada mi faena, mandóme aderezar la lumbre, calentar agua, pelar y perdigar, en que ocupé gran parte de la noche.

Al bueno de mi amo no se le cocía el pan, andaba con sobresalto, sin sosiego, cuidadoso que su mu- 10 jer estaba sola y no podría poner en orden tanta hacienda o que no sucediese algún torbellino. Y con este alboroto me dijo: «Guzmanillo, vete a casa, pon cobro en lo que llevaste, abre los ojos y mira por todo. Dí a tu señora que acá me quedo. Ten cuenta 15 con la casa y en amaneciendo ven aquí volando».

Hícelo así, doy a mi ama el recaudo, pido garabatos y sogas, púselas por unos corredores colgando al patio: allí ensarté los trofeos de la vitoria. Era gloria de ver la varia plumajería del capón, de la per- 20 diz, de la tórtola, de la gallina, del pavo, zorzales, pichones, codornices, pollos, palomas y gansos, que, sacando por entre todo las cabezas de los conejos, que parecían salir de los viveros, colgué a otra parte perniles de tocino, piezas de ternera, 25 venado, jabalí, carnero, lenguas, lechones y cabri

8 perdigar: «Poner sobre las brasas la perdiz u otra ave o vianda antes de assarla, para que se conserve algún tiempo sin dañarse». (Dicc. Aut.)

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