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ellos los enfermos; permaneciendo él en espera de su regreso para trasladarse con el resto de su gente á la misma isla, soñado puerto de descanso de sus continuadas é indecibles penalidades.

en breve

Conflicto grave habia de surgir para los que á su lado continuaban, algo aliviados ya con la esperanza de hallar pronto término á sus afanes.

Alentados los indios al ver su escaso número y reducido armamento, concertaron dar á todos muerte, y con tan dañado propósito, se ofrecieron á guiarlos en su camino, llevando las cargas, al mismo tiempo que los animaban con ofrecimiento de proporcionarles abundantes vituallas. Aceptaron los españoles sin des

confianza; mas á luego conocieron que habian caido en una celada. El número extraordinario de indios que de todas partes acudia con la esperanza de hallar botin fácil y seguro, la osadía de sus gritos de guerra, suceso extraño en ellos de ordinario tímidos é irresolutos, las condiciones de los lugares que les obligaban á recorrer, propios para una asechanza, fueron todos indicios suficientes que borraron la duda en el ánimo de los españoles, convencidos de la suerte que les tenian preparada. Ya prevista su intencion, discutieron acerca de las medidas que convendría prevenir para evitar el riesgo próximo; hubo pareceres varios; y consultado el capitan Ledesma por Juan de la Cosa, expuso su opinion en estos términos:

«Señor; lo que conviene hacerse, si >>quereis que nos salvemos, es pren>> der estos quatro caçiques, y atarlos, >> y dessotros gandules matemos los >> que pudiésemos, porque de otra >> manera somos perdidos; y quan >> más se tardase de hacer, en más peligro nos veremos, porque esta >> gente es mucha, y cada hora se au>> menta é vienen más».

Aceptado el dictámen fué inmediatamente puesto en práctica, verificando la brusca prision de los caciques, que produjo profundo pánico entre los indios, y su completa dispersion. Así conjurado el inminente peligro, pudieron continuar su marcha hasta la costa, no sin perder algunos hombres en la travesía, pues los indígenas asesinaban á cuantos

detenían el paso, vencidos por el padecimiento. Al fin tuvieron la fortuna de llegar al bergantin, que habia venido costeando, y en el cual todos, despues de poner en libertad á los caciques, pudieron pasar á la deseada isla Española.

Regresó en 1506 á la Península Juan de la Cosa, apénas repuesto de fatigas tan prolongadas, entregando al tesorero Matienzo 491.708 maravedises por el quinto que pertenecia al Rey en el producto de los rescates; y por cierto que Navarrete afirma que ésta fué la causa de la pension vitalicia de 50.000 maravedises señalada al piloto, aseveracion que encierra un error evidente, pues aquella merced tuvo lugar, como queda dicho, el año de 1504.

En este viaje, en el que tomó parte el conocido aventurero Luis Guerra, empezaron los indígenas á declararse abiertamente opuestos á las incursiones de los españoles, manifestando tambien las especiales condiciones de raza que habian de merecer se dijera, en años muy posteriores, que «<los indios nacen sin honra; viben sin berguenza; comen sin asco, y mueren sin miedo (1).»

(1) Inscripcion de lo que ha sido y es de presente la villa imperial de Potosí, en el Reino del Perú; sustancias y entidad de sus minas; 3 fruto que han producido á los católicos monary cas de España; y demás que se contiene en las ciento y quatro fojas de que se compone este quaderno; el qual ha escrito un fiel vasallo y criado de S. M., deseoso del maior acierto en su Real serbicio. M. S. 4.°

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