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dia estuvieron preparadas las tropas, armas y municiones por el inspector general, coronel Juan Pablo Ayala, quien habia trabajado y continuó sus tareas con un zelo muy laudable. Así fué que el 30 por la tarde ya comenzaron á desfilar hácia los valles de Aragua tres divisiones de las mejores tropas que tenia la República. Componíanse de dos batallones de infantería de línea y siete de milicias regladas, diez piezas de artillería con sus correspondientes dotaciones, dos escuadrones de caballería, y algunas compañías sueltas de infantería y caballería. Ademas, un piquete de Franceses expelidos ó emigrados de su patria, que habian venido á buscar fortuna en la América del Sur lo mandaba el coronel Ducailá.

Miranda y su comitiva salieron de Carácas el 1o de mayo al amanecer y se adelantaron á las divisiones que marchaban. Alguna demora sufrieron estas á causa de fuertes detonaciones que se oyeron en la noche del 30, las que parecian de un combate; se creyó al principio que podian ser algun ataque de los realistas sobre la Guáira. En consecuencia Miranda se detuvo en las alturas de la Laja. Mas cercioróse en breve que en Carácas y la Guáira no habia novedad alguna, y continuó su marcha hácia Valencia. Se averiguó despues que las detonaciones provenian de un volcan de la isla de San Vicente.

Era de la mayor importancia defender á Valencia, por su posicion, por los recursos militares que contenia y para cubrir un flanco de la plaza de Puertocabello. Por tales consideraciones Miranda envió desde el camino un oficial por la posta, para que le diera informes sobre el estado de aquella ciudad, y dijese al gobernador Ustáriz que respondia con su cabeza de la defensa y conservacion de Valencia. Pero esta órden llegó tarde : desalentado Ustáriz por las deserciones y por la ninguna confianza que le merecian sus tropas, aterradas con los reveses que habian sufrido en la campaña, abandonó á Valencia el 30 de abril. El capitan Bartolomé Salom, cumpliendo las órdenes de su jefe, inutilizó cuanto no se pudo conducir del parque y municiones. Ustáriz se acampó en el estrecho de la Cabrera, donde le hallára la órden del generalísimo: esta le hizo la mas fuerte impresion segun era de suponerse.

Entre tanto Monteverde, llamado y como impelido por los pueblos, adelantaba sus marchas y mejoraba su posicion. En Şan Carlos se le unieron como auxiliares poderosos los doctores

Juan Antonio Rójas Quéipo, Vicente Maya y Juan Nepomuceno Quintana, don Francisco Hernández de la Joya y don Vicente Gómez, junto con el presbítero don Pedro Gamboa y el célebre fray Pedro Hernández, con otros varios realistas de nombres oscuros. Estos allanaron el camino á Monteverde, á fin de que le recibieran como á su libertador, y proclamáran de nuevo y juráran á Fernando VII: medida que aquellos apóstoles del despotismo presentaban como el único remedio para los males que afligian á Venezuela.

Los mismos sentimientos se difundieron en Valencia por las intrigas y seduccion de los partidarios realistas. Así fué que en el momento que se vieron libres de la guarnicion republicana, muchos de los Valencianos avisaron á Monteverde la evacuacion, y le instaron vivamente que sin tardanza alguna pasára á ocupar la ciudad. El jefe español se aprovechó luego al punto de los favores que le brindaba la fortuna y marchó sobre Valencia : hizo su entrada el 3 de mayo en medio de los vivas y aclamaciones de sus vecinos, que en gran parte habian sido opuestos al sistema de independencia.

De esta manera los jefes y tropas realistas, aprovechándose del terror y fanatismo religioso de los habitantes de Venezuela, habian difundido los estragos de la guerra por una gran parte de la Confederacion, saqueando las poblaciones, exigiendo fuertes contribuciones y persiguiendo á los infelices patriotas, á quienes ponian presos para remitirlos á Coro, embargándoles tambien sus bienes. Las desgracias lamentables del terremoto y la miseria de los pueblos no arrancaron una lágrima ni excitaron la menor compasion á los agentes del gobierno español, que solo respiraban guerra y venganza contra los insurgentes. ¡Cuán diversa fué la conducta del vicealmirante inglés Laforey, comandante de las fuerzas marítimas de Su Majestad Británica en las islas de Barlovento! Él manifestó su dolor al gobierno de Venezuela con motivo de los estragos del terremoto, y envió á su disposicion la fragata Orfeo, para que dispusiera por algun tiempo de sus servicios en el estado triste en que se hallaba el país.

Solamente habia corrido una hora despues que dejamos á Monteverde ocupando á Valencia, cuando fué atacado por la columna de Ustáriz. Á este oficial pundonoroso no le quedó otro recurso, luego que recibió la órden ya mencionada de Miranda,

para que defendiese á todo trance á Valencia ó la tomára de nuevo. Ustáriz, en efecto, ocupó el Morro; pero sus tropas desalentadas fueron batidas por los realistas, sufriendo los patriotas alguna pérdida de hombres y armas. Los restos de la columna rechazada se retiraron al pueblo de Guácara. En breve llegó el generalísimo, principiando allí la organizacion del ejército. Formóse una columna de cazadores al mando de los tenientes coroneles Rafael Chatillon y Santiago Lemer. Se confirió la direccion de la caballería al coronel Mac-Gregor, Escoces de nacimiento, admitido al servicio, quien habia ido á Venezuela recomendado por el duque de Kent. Estos oficiales extranjeros inspiraban confianza en el ejército por su atrevimiento y decision. Como los realistas no hacian tentativa alguna sobre los republicanos, el generalísimo mandó avanzar hasta el pueblo de los Guáyos, una legua distante de Valencia, un destacamento de quinientos hombres, mandados por el teniente coronel Antonio Flórez (mayo 8). Atacado por los realistas, parecia el triunfo seguro por la calidad de las tropas republicanas; pero cuando ménos se pensaba, una infame traicion dió la victoria á los Españoles. El capitan de granaderos del primero de línea Pedro Ponce se pasó con toda su compañía á los enemigos. Este funesto acontecimiento tuvo las mas fatales consecuencias, porque una pérdida y traicion tan inesperada introdujo en el ejército republicano la mayor desconfianza, y quizas fué la causa primera del sistema defensivo que adoptó Miranda. Temiendo este que Monteverde avanzára sus tropas, á fin de aprovechar el triunfo que le habia proporcionado la traicion, hizo mover todo su ejército para oponerse á los realistas. Mas el jefe español regresó á Valencia, y el generalísimo se detuvo en el promedio de Guácara y los Guáyos.

Temeroso Miranda de que cundiera en sus tropas el espíritu de traicion, levantó su campo y retrocedió hasta Maracay, donde lo fijára. Esta marcha retrógrada de ningun modo agradó á algunos oficiales, que pensaban no ser prudente abandonar al enemigo el país intermedio.

Animados los realistas con la ventaja obtenida en los Guayos, hicieron una correría por la parte meridional del lago de Valencia. Entónces sorprendieron un destacamento patriota apostado en Güigue, y mataron á su comandante el teniente coronel Juan Domingo Monastérios. Mas bien pronto una columna diri

gida por el coronel Juan Paz del Castillo los hizo retirar á Valencia, la que guarneció sin oposicion alguna la estrechura de Guáica.

Dispuso entonces el generalísimo fortificar varios puntos, para cubrir las avenidas por donde los enemigos podian avanzar sobre su campo de Maracay y hácia los valles de Aragua. El brigadier de ingenieros Francisco Jacot fué comisionado para dirigir la construccion de las fortificaciones en el estrecho de la Cabrera por el norte del lago, y en Guáica y Magdaleno por el sur. Construyéronse estacadas y fosos con su correspondiente artillería y tropas que los defendieran. Ademas, tres lanchas cañoneras y otras pequeñas embarcaciones se apostaron en el lago, para mantener las comunicaciones libres, y conducir auxilios al punto que fuera atacado.

El sistema defensivo adoptado por el generalísimo dejó á Monteverde en absoluta libertad para dirigir sus movimientos adonde le placiera ó tuviera por conveniente, lo que era una gran ventaja. Esto perjudicaba sobre manera á la causa de los republicanos. Así fué que en el ejército principió á manifestarse el descontento contra Miranda, cuyo sistema se criticaba con acrimonia, pues no se le veía dar pasos ni providencias para hacer ilusorios los proyectos del enemigo.

Uno de los que daba mas cuidado por el momento era la invasion de los Llanos. Á fin de no dejarlos indefensos, el coronel Juan Paz del Castillo marchó con una columna en la direccion de Camatagua, junto con el ciudadano Antonio Nicolas Briceño. Por el lado de Ocumare y los Pilónes siguió el coronel Juan Escalona, á quien acompañaba el doctor Francisco Javier Yáñes. El disgusto que el generalísimo observaba en muchos que nunca habian aprobado su eleccion, y la creencia que tenia de que ejerciendo mas amplias facultades desempeñaria mejor el alto destino que se le habia conferido, le hizo concebir la idea de convocar una junta, compuesta de comisionados del poder ejecutivo general, del de la provincia de Carácas y de la legislatura provincial de la misma. Túvose, en efecto, la reunion el 18 de mayo en la Trinidad, hacienda del marques de Casa-Leon : su resultado fué investir á Miranda con todas las facultades de un dictador, quedando por consiguiente anulados los demas poderes públicos. Miranda retuvo á su lado como consejeros á los ciudadanos Francisco Espejo y Juan German Roscio,

Fueron resultado inmediato de las facultades conferidas en aquella junta dos medidas trascendentales. Publicóse la ley marcial (mayo 20), y segun sus disposiciones debian tomar las armas todos los ciudadanos en estado de llevarlas, exceptuando solamente los ordenados in sacris y unos pocos empleados civiles. Por otro decreto de aquellos mismos dias Miranda llamó al servicio de las armas á los esclavos, ofreciendo la libertad á los que se enroláran en las filas republicanas y sirvieran diez años: se prometió en el decreto indemnizar á sus amos en mejores circunstancias para la República. Esta providencia del dictador era seguro que produciria mayores males que bienes, porque indisponia contra el nuevo gobierno á todos los dueños de esclavos y á los ricos propietarios, privando al mismo tiempo á la agricultura de sus brazos mas robustos. Dió tambien el ejemplo de llamar los esclavos á las armas, de cuyo arbitrio se usaria bien pronto contra los republicanos.

Semejantes disposiciones de Miranda dieron mas fuerza al partido que contra él habia entre los patriotas, que le censuraban algunos actos arbitrarios, inevitables bajo de una dictadura militar y en momentos peligrosos. Muchos de los republicanos tampoco aprobaban el sistema defensivo adoptado por Miranda. Creían que con cerca de cuatro mil hombres que habia conseguido reunir, debiera obrar con otra decision contra las fuerzas inferiores que Monteverde tenia en Valencia.

La fortuna favorecia á este, pues su segundo el coronel Antoñánzas habia triunfado en su expedicion á los Llanos de Oriente. En 20 de mayo ocupó y saqueó la villa importante de Calabozo, despues de un recio combate en que perecieron todos los que se le oponian. Uniósele allí el célebre Español don José Tomas Bóves, y en su compañía marchó sobre San Juan de los Mórros fueron degollados sus defensores, los ancianos, las mujeres y los niños con circunstancias las mas horrendas: se asegura que allí estaba tambien don Antonio Suasola. Entregaron en seguida á saco la poblacion, lo mismo que la cercana villa de Cura. Antoñánzas, Bóves y Suasola se llevan, pues, la palma fatal de haber sido los primeros Españoles que hicieron en Venezuela la guerra á muerte, que despues hizo gemir tanto á la humanidad y fué causa de retaliaciones formidables.

Influyó en los progresos de Antoñánzas la defeccion del comandante Gróira, irritado contra el generalísimo por algunas

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