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guir. Monteverde insistió siempre en que ni los habitantes de Carácas ni los de las provincias interiores querian reconocer là autoridad del capitan general, y que exigian, conforme á la capitulacion, que el mismo Monteverde continuára en el mando de Venezuela. En caso contrario, decia que eran de temerse nuevas convulsiones, que volverian á sumergir aquellos países en los mismos horrores, desolacion y estragos de que acababa de salir. Miyáres, viendo ser inútiles sus reclamaciones, envió á Monteverde la constitucion y demas órdenes de que era ejecutor dejando entónces á Puertocabello se dirigió á la ciudad de Coro á esperar la determinacion de la Regencia española. Los demas empleados que habian ido con Miyáres se quedaron para desempeñar sus destinos, como tambien los oidores o miembros de la real audiencia, que Monteverde mandó pasar á Valencia para que allí se instalára el tribunal.

Libre de este cuidado que amenazaba la existencia de su autoridad usurpada, Monteverde se dedicó á completar la sujecion de las provincias que aun se hallaban libres. Trató, pues, de enviar comisionados, que, segun lo estipulado, condujeran la capitulacion á Margarita, Barcelona y Cumaná. Obtuvieron este nombramiento el abogado doctor José María Ramírez y el Español don Joaquin García Jove, que partieron inmediatamente á desempeñar su encargo.

Cuando Monteverde ocupó á Carácas, y luego las demas provincias de Venezuela, se presentaba al gobierno español una hermosa perspectiva á su favor. Sus habitantes, consternados y anciosos por el descanso, deseaban permanecer quietos y libres de las discordias pasadas. Comparaban la época de la República con la anterior del gobierno de la madre patria, y habia muy pocos que no prefirieran esta en que gozaron de comodidades y de una profunda tranquilidad. Los mas ilustrados, que fueron cabezas de la revolucion, habian emigrado ó procuraban hacerlo para libertarse del yugo que se les imponia, el que les iba á ser insoportable. Solo se necesitaba, para consolidar el órden público, un jefe de buena fe y de prudencia, que olvidára é hiciera olvidar lo pasado, y amar al gobierno que la constitucion española habia dado á la Monarquía en ambos hemisferios. Mucho esperaban algunos de este Código, que se presentaba como la egida de la libertad, de la seguridad y de la propiedad de los Americanos.

Pero don Domingo Monteverde no era el hombre capaz de consolidar la tranquilidad que aparentemente acababa de renacer en Venezuela. Sus triunfos eran debidos, no á sus talentos, pues no los tenia, ni á la fuerza de su carácter, sino al terremoto y á los mismos pueblos cansados de la revolucion, que lo condujeron hasta Valencia allanándole todos los obstáculos. Posesionado de la capital, tomó por una debilidad inexcusable por consejeros y amigos íntimos á los Isleños de Canárias don Vicente y don Antonio Gómez hermanos, á los eclesiásticos doctores Juan Antonio Rójas Quéipo, Pedro Echezuría y Manuel Vicente Maya, á los clérigos Gamboa y Torréllas, á los frailes franciscanos Hernández y Márquez, y al capuchino Coronil. Estos hombres, aunque ministros del Señor y que debian serlo de paz y reconciliacion, solo respiraban venganza; unos por agravios que suponian haber recibido de los patriotas, y otros porque su corazon era perverso. Aquellos consejeros y algunos de segundo órden, aunque igualmente resentidos, dominaron á Monteverde, y le hicieron extraviar desde los primeros momentos de su mando usurpado. Á sus pérfidos consejos se debió el rompimiento de la capitulacion, la continuacion del encierro de Miranda, la prision del doctor Roscio, así como las demas que se ejecutaron en los primeros dias de agosto, y el que las víctimas fueran conducidas ignominiosamente á la Guáira, y encerradas en sus bóvedas insalubres. Mas no satisfechos los consejeros con estas providencias, trabajaron tanto sobre el ánimo del inexperto y débil Monteverde, figurando riesgos y conspiraciones contra el gobierno real, que aquel mandó formar listas de sospechosos, para que se les redujera á prision. Don Vicente Gómez y don Gabriel García fueron los que redactaron aquellas listas fatales, que debian esparcir en Venezuela el llanto y la desolacion, y ser acaso el origen de toda la sangre americana y española que por muchos años se iba á derramar en su desgraciado suelo. El interes, los resentimientos y la arbitrariedad presidieron á la formacion de semejantes listas, que fueron terminadas el 13 de agosto. Al dia siguiente se entregaron, sin firma ni formalidad alguna, á los encargados de reducir á prision á los sospechosos. Partidas de Canários los mas soeces y de Españoles europeos se esparcieron en Carácas por la noche y allanaron con estrépito las casas de los patriotas, insultándoles en sus personas, en las de sus mujeres y de sus

hijos. En la misma noche fueron las víctimas conducidas á las pestilentes mazmorras de la Guáira, donde amanecieron cargadas de grillos y cadenas: allí se amontonaron los hombres en los calabozos, de tal suerte que hubo algunos donde solo cabian quince en que pusieron cuarenta. Corrompido el aire, los presos tenian que agitarlo de cualquier modo para poder respirar. Al mismo tiempo se circularon órdenes á todas las autoridades subalternas de la provincia, para prender y remitir á la Guáira y Puertocabello á los que se reputáran sospechosos; y como los tenientes justicias eran casi todos Isleños ó Españoles europeos, fueron dignos satélites del despotismo. Á los quince dias se contaban en los calabozos cerca de mil quinientas personas las mas distinguidas de los pueblos. De muchas no se sabía la causa de su prision, pues como se dieron las listas de sospechosos sin firma ni formalidad alguna, cada uno de los ejecutores Isleños ý Españoles añadia los individuos que se le antojaba, para vengar resentimientos ó por cualquier otro motivo.

Los bienes de los proscritos se embargaron y depositaron con el mismo desórden en personas de ninguna responsabilidad. En otras ocasiones se prescindió de las personas para saciar la codicia de algunos hambrientos que se titulaban fieles servidores de Fernando VII. Estos despojaban á los supuestos reos de su oro y plata, y de sus alhajas mas preciosas, que destinaban para su propio uso, aun en presencia de los mismos dueños. La conduccion á los calabozos se hacía en bestias de albarda, atados los patriotas de piés y manos, y de dia, para atraer sobre aquellos infelices la irrision y el escarnio, y para hacer mas amarga la suerte de sus familias. En las prisiones se encargó la custodia á los mismos Canários y Españoles, crueles verdugos que se complacian en atormentar á sus víctimas, entre los cuales se llevó la palma Servéris. Algunos de los proscritos murieron en los calabozos por lo malsano y corrompido del aire, contándose entre ellos al ingeniero don José Benis, al médico Gallégos, á don Lorenzo López Méndez y á otros varios.

Caracas miraba atónita una conducta tan pérfida como injusta y perjudicial á los intereses de la Monarquía española; pero nadie se atrevia á reclamarla, porque los lamentos de las familias desoladas se tenian como pruebas de la infidencia de aquellos que los proferian y de que conspiraban contra el rey. Para dar algun colorido á sus violencias, Monteverde y sus

satélites inventaron una conspiracion. En consecuencia se formó un sumario en que hacian de testigos Iturbe, Gómez y tres confidentes suyos. Aunque enemigos declarados de los patriotas, solo pudieron decir: « que estos tenian malas intenciones, y que no se podia confiar en ellos. » En consecuencia otra multitud de republicanos beneméritos fué arrastrada á las bóvedas y á las cárceles.

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Hollada pérfida y cruelmente la capitulacion de San Mateo por las autoridades españolas, segun lo habian acostumbrado en la América; vejados y oprimidos los pueblos de Venezuela contra las terminantes disposiciones de los decretos de las Córtes, que concedian la mas completa amnistía á los disidentes que se sometieran á Fernando VII tan pronta y espontáneamente como lo habian hecho la mayor parte de los Venezolanos, temia Monteverde que la Regencia de Cádiz improbára sus procedimientos. Para evitar este golpe y obtener la capitanía general, envió á España de comisionados al fraile Hernández y al presbítero Gamboa. Recomendaba al primero á la Regencia para un obispado y al segundo para una canongía. El nuevo cabildo de Carácas dirigió tambien en clase de comisionados cerca de la Regencia á don Joaquin Argos y al presbítero Quintana.

Despues que Monteverde habia desconocido á su jefe Ceballos, gobernador y comandante de Coro, así como al capitan general de Venezuela don Fernando Miyáres, y alzádose con el mando civil y militar de la Costa-Firme, ninguno que tuviera la menor idea de un gobierno que amára el órden y la justicia podia imaginarse que la Regencia de Cádiz aprobase los procedimientos de aquel aventurero feliz. ¡ Sin embargo así sucedió! La Regencia, apénas tuvo noticias de la pacificacion de Venezuela (setiembre), que hizo capitan general y presidente de la audiencia á don Domingo Monteverde, desairando á Miyáres, á quien dejó solo como capitan general en Maracáibo. Pocos dias despues condecoró al nuevo capitan general con el título de jefe político de las provincias de Venezuela, conforme á la constitucion de Cádiz, cuya promulgacion le encargára. Así fué premiado por el alzamiento contra sus jefes, y pudo continuar tranquilamente la carrera de injusticias y de opresion que con tanto empeño habia comenzado.

Alguna esperanza concibieron los patriotas oprimidos con la instalacion de la real audiencia. Verificóse en Valencia el 3 de

TOMO II.

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octubre, pues Monteverde queria tener á este supremo tribunal un poco distante de Carácas, para obrar él con mas libertad. Esperaban todos los supuestos reos que gemian en malsanos é inmundos encierros, que la real audiencia aliviaria por lo ménos su desgraciada suerte. No se engañaron en los esfuerzos laudables que hiciera el tribunal para reprimir los desmanes del jefe superior político y de sus tenientes; sin embargo, por algun tiempo no consiguieron resultado alguno favorable, para contener la opresiva dictadura que se habia arrogado Monteverde.

Entre las medidas adoptadas por este, fué una la de enviar un número considerable de patriotas á España: ponderaba los peligros de su mansion en Venezuela y la amenaza contínua que hacian á la tranquilidad pública, á fin de que la Regencia, ofuscada con estos informes, creyese que habia sido muy prudente y aun indispensable la ruptura de la capitulacion. Para dar principio, remitió presos (octubre 9) al canónigo doctor José Cortés Madariaga, á don Juan Pablo Ayala, don Juan German Roscio y don Juan Paz del Castillo, Américanos, junto con los Españoles don Francisco Isnardi, don Manuel Ruiz, don José Míres y don Antonio Barona. El presidio de Ceuta les aguardaba por algunos años, lo mismo que á otros Americanos amigos de la Independencia de su patria (1). El anciano general Miranda no logró en aquellas circunstancias que se le enviára á España. De la Guáira se le trasladó á una bóveda del castillo de Puertocabello, donde sufrió por algunos meses los insultos de infames carceleros.

Hecha la remision de presos á España, Monteverde y sus satélites divulgaron la voz de que tendrian la misma suerte otra multitud de patriotas, cuyo número, segun ellos, montaria á tres mil ponderaban los suplicios en que perecerian, unos en Cádiz, y que otros irian á acabar tristemente sus dias en los presidios de África. Aunque Monteverde si deseaba remitir á España otros de los presos, y aunque estuvieron embargados y prontos los buques, carecia de dinero, de víveres y de los demas recursos necesarios. Mas los realistas usaron con destreza de estas noticias, á fin de alarmar á las familias de los republicanos, para que redimiesen á sus deudos con todo lo que les habia dejado la rapacidad de los Canários, de los Españoles y de sus

(1) Véase la nota 5a.

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