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Las tropas nacionales se movieron en marzo de 1857, desde diversos puntos, hácia las líneas de Irun, donde se creia que los enemigos habian concentrado su sistema de defensa. Salió de Bilbao el general conde de Luchana; el general Evans, de San Sebastian, y el general Sarsfield, de Pamplona. Mas los resultados no fueron felices por entonces; prueba clara de los grandes medios de accion de que los carlistas disponian. Contra la espectacion general, se volvieron los nuestros á sus puntos respectivos.

Poco despues se repitió la misma tentativa que produjo mas felices resultados. Se apoderaron nuestras tropas de Irun, despues de hechos de armas muy brillantes; mas los que pensaban que nuestros enemigos empeñarian en aquellos puntos una accion general, y que allí mismo se decidiria la cuestion de la guerra, manifestaron que no entendian su índole, ni pesaban bien los intereses de nuestros adversarios.

No podia caber en sus cabezas arriesgarlo todo en una accion, por perspectiva favorable que les presentase. Les interesaba demasiado prolongar la guerra, para esponerla á terminar en un momento desgraciado. Asi mientras se esperaba con una impaciencia general el resultado de la gran batalla que se iba á dar en las fronteras, se movia Don Cárlos á la cabeza de una famosa espedicion, animado de las mas halagüeñas esperanzas.

Era el único partido que le quedaba en aquellas circunstancias. En las provincias y en Navarra, no podian vivir; era preciso llevar la guerra á todas las de España. Si las espediciones del año 1856 habian producido muy pocos ó ningunos resultados, no era motivo para pensar que sucediese lo mismo con las que iba á dirigir D. Carlos en persona. Su destino era probablemente Cataluña y con ánimo siempre de aprovecharse de cualquiera coyuntura que les pudiese ofrecer su tránsito por Aragon; pues acaso seria tal, que le hiciese volver hacia Madrid, objeto final, como se vió despues, de sus deseos.

Mas en el alto Aragon habia muy pocas simpatías por Don Cárlos. Halló este príncipe allí los corazones mudos á su voz, y no fué dueño de mas pais que del que sus tropas ocupaban. En

tró en Huesca sin oposicion, quedando muy á retaguardia las tropas de la division de la Ribera que venian en su seguimiento. Se presentó luego otra division del ejército del centro al cargo del general Buerens: poco despucs, llegó el general Oráa que mandaba el ejército del centro, é iba á tomar el mando de todas las tropas que operaban en su territorio.

Con la reunion de tantas fuerzas, se pensaba que no podria D. Carlos verificar su pase á Cataluña, á menos de moverse con estraordinaria rapidéz; mas no solo sus marchas fueron muy pausadas, sino que se detuvo considerablemente en Huesca y en Barbastro.

se

A las inmediaciones de la primera de las dos ciudades, dió una accion que no produjo resultado alguno, en la cual perdimos entre otros bravos oficiales al general D. Miguel de Irribarren y el brigadier D. Diego Leon, que fueron sentidos por el ejército y el público, como su valor y servicios merecian.

La acción ocurrida poco despues junto á Barbastro, no produjo tampoco mas efecto. En ella perdimos al brigadier Conrad, gefe entonces de la legion francesa de Argel, conocido y muy estimado en España por su bizarría.

El público no muy contento con el pequeño resultado de estas dos acciones, contaba siempre con que el enemigo imposibilitado de pasar el Cinca, pereceria al fin á manos de nuestras tropas, ó tendria que hacer una retirada desastrosa á las provincias. Mas D. Cárlos pasó el Cinca, sin pérdidas considerables.

D. Carlos atravesó, pues, el alto Aragon, como un enemigo y nada mas; y solo por lo que gravitó sobre el pais, se conoció la presencia del que se abrogaba el título de Rey de España. No escitó mas simpatías que Guergué dos años antes: pudo convencerse por sus propios ojos del ningun prestigio que rodeaba su persona; de la repugnancia, del horror que causaba la sola idea, de que llegase á ser lo que por medios tan violentos pretendia. Desairadó tan completamente en Aragon D. Carlos, podia todavía lisongearse de mejor acogida en otras partes. Veamos de qué modo correspondieron los resultados á las

esperanzas.

de la capital, donde sin duda se le habia hecho creer que bastaba su presencia para que cayesen sus enemigos á sus plantas. Solo esta ilusion le hubiera hecho cometer la enorme falta militar de colocarse entre Madrid y los enemigos que dejaba á sus espaldas.

En su espedicion le acompañaban Cabrera, Forcadell, y todas las partidas carlistas que recorrian los territorios de Aragon y de Valencia. Era indispensable que se presentase con el aparato mas imponente de fuerzas, que posible fuese.

Con vuelo rápido se acercaba á la capital aquesta nube. Atravesó muy pronto la provincia de Cuenca: sin detenerse pasó el Tajo; inmediatamente fué invadida la provincia de Madrid sin encontrar obstáculos de clase alguna: á las once de la noche del 11 de setiembre, llegaron sus avanzadas á Vallecas.

Presentó entonces Madrid un espectáculo verdaderamente grande. Todos los enemigos de D. Cárlos se penetraron del peligro comun, y obraron animados de los mas vivos sentimientos de concordia. Corrieron los milicianos á las armas; corrió la guarnicion, y cuantos se hallaban en disposicion de manejarlas. Hasta los mismos diputados á Córtes se armaron de fusiles, y se establecieron militarmente en el seno del Congreso. Rivalizaron las diferentes autoridades en celo y vigilancia, y cuantas medidas se habian adoptado para la defensa de la capital, en caso de que los enemigos se atreviesen á invadirla, tuvieron en ejecucion en el momento. Reinó un órden admirable: no se cometió violencia de ninguna especie. Los negocios en cuanto las circunstancias lo permitian, siguieron el curso acostumbrado; no se cerraron mas tiendas y talleres que los pertenecientes á los individuos, que no podian asistir á ellos, ó por tener las armas en la mano, ó estar empeñados en otras atenciones del servicio público. Enmudecieron del todo los amigos de D. Cárlos: en ningun rincon de los mas oscuros de la capital se vió, ni se oyó la menor demostracion, á favor suyo. Todo era buen ánimo y confianza. Para completar la escena, visitaron las dos reinas en carruage abierto todos los puestos militares, y fueron recibidas con acentos de entusiasmo.

Como las esperanzas del pretendiente se apoyaban en el pronunciamiento de sus amigos de la capital, palideció su estrella con un órden de cosas, para él inesperado. Errado el golpe, hubiese sido una absurda temeridad invadir á mano armada una vasta poblacion, que con tanta hostilidad se le mostraba. Se acercaban por otra parte los generales conde de Luchana, Oráa y Lorenzo. Hubiese sido para él una completa ruina esperarlos á pie firme. A media noche del 12 al 15 recibió el gobierno comunicacion del primero de estos gefes, de su aproximacion á Alcalá. La retirada para los carlistas era un paso del todo indispensable, y si la emprendió lentamente y como á pe sar suyo, su derrota en Aranzueque, dió á su movimiento todo el aire de una fuga.

Mientras tanto Zariátegui que se retiraba lentamente delante de la division de Castilla la Vieja, manifestó su voluntad de no abandonar tan pronto el campo. Despues de aceptar la accion de Sopelana, que no produjo resultados, se presentó delante de Aranda de Duero, Lerma y Burgo de Osma, de cuyos puntos se apoderó despues de muy corta resistencia. Poco despues, torció ála derecha y se dirigió á Valladolid, donde entró tambien sin hallar oposicion alguna. La mayor parte de las tropas con la Milicia Nacional y las autoridades, habian abandonado la ciudad á la aproximacion de los carlistas. Otras se encerraron en el fuerte, al que intimaron estos la rendicion sin fruto alguno.

No se concibe como Zariátegui, puesto que habia retrocedido en su marcha de retirada, se entretuvo en la toma de Valladolid, y no se dirigió con pasos forzados hácia Madrid para darse la mano eon D. Cárlos; mas sin duda no creyó su presencia necesaria, ó se imaginó que el pretendiente habia realizado su conquista. Esta esplica su permanencia tranquila en Valladolid, que sin duda consideraba ya como adquisicion definitiva. El general baron de Carondelet vino á disipar su ilusion, buscándole al pié de las mismas tapias de la ciudad, donde se travó una accion que obligó á los carlistas á abandonarla. De esta vez se supo sériamente su retirada, y pasó el Duero para combinarse con su Rey, que ya se hallaba en fuga.

TOMO AY.

15

Asi, el pretendiente, su sobrino, Zariátegui, Cabrera y los demas caudillos que se habian abalanzado á la capital, como á presa ya segura, se hallaban todos á fines de 1857 en completa retirada. Los facciosos que pertenecian al Bajo Aragon, toreieron á la derecha, perseguidos por el general Oráa, quien los alcanzó en Arcos de la Cantera, y los derrotó cogiéndoles mas de 800 prisioneros. El pretendiente y Zariátegui, se dirigieron hácia la provincia perseguidos por el conde de Luchana y el general Lorenzo. En varios encuentros, sobre todo, en la accion de Retuerta, llevaron siempre lo peor, y solo á la escasez de recursos que ofrecia el pais que transitaban, debieron el poder restituirse sin mas contratiempo á sus conocidas madrigueras.

Tal fué el fin de la campaña de 1837, y el desenlace del drama en que D. Cárlos quiso hacer papel tan distinguido. Pocas veces se han recibido lecciones mas duras, desengaños mas terribles. Las provincias interiores de España, no querian á D. Dárlos. Quedó desde entonces resuelto el gran problema que solo podia ser tal á los ojos de los ilusos, de los hombres de malas íntenciones.

Se vé por la rápida narracion de arriba, el legado triste que recibió el ministerio de 18 de agosto; con cuantas dificultades tuvo que luchar en el brevísimo período de su mando. A lo desagradable de su posicion, como depositarios del poder en aquellas circunstancias, se añadia la desfavorable ó por lo menos equívoca, que ocupaban en las Córtes. Aquella mayoría tan estrechamente unida á los ministros sus antecesores, no podia con solarse tan pronto de su pérdida, y la herida habia sido tanto mas profunda, cuanto las causas de su remocion, objeto de justa inquietud, de temores y de alarmas. Las personas de sus suces ores sobre todo en la mayor parte, no podian inspirarles desconfianzas: mas las pasiones no dejan siempre el juicio despejado, y las circunstancias no eran por otra parte á propósito para que el espíritu estuviese muy tranquilo. El ministerio del 18 de agosto fué desde los principios sufrido, no aceptado, y la mayoría no perdió ocasion de dejar traslucir sus verdaderos sentimienlos. La comision encargada de estender el mensaje decretado en

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