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A fines de julio y principios de agosto volvieron algunas provincias á pronunciarse, á revolucionarse, si se quiere, á formar sus juntas de gobierno. Sobre estos movimientos ya hemos dicho nuestra opinion, no hay que repetirla ahora. Prescindiendo de la parte moral, (¿y en que acto humano puede hacerse esta abstraccion?) son hechos que los gananciosos cantan, que los perdidosos abominan; que los indiferentes por lo regular, juzgan por los resultados. Debemos indicar aquí, sin tener que declararlo en adelante, que entramos con tanto mas desembarazo en estos mo• vimientos, cuanto D. Agustin de Argüelles, personage principal que figura en nuestras páginas, no tomó jamás parte en ellos ni como actor, ni como aconsejador, bajo ningun predicamento. Era hombre mas de ideas y de principios, que de accion; mas de resistencia, que de ataque. A su resignacion estóica en sufrir los contratiempos que el desempeño de sus deberes le habia acarreado en tantas ocasiones, solo podia compararse la repugnancia con que miraba toda clase de movimientos violentos en política. A ser coetáneo de Caton, se hubiese asociado à su destino; no entrado á la parte con los Casios y los Brutos Asi no tenemos que tomar en este asunto su defensa, ni que hacer su apología.

Las provincias hicieron sus manifiestos, dieron sus proclamas, y esta vez fueron mas esplicitas que la vez pasada. Escribieron en su bandera el restablecimiento de la Constitucion de 1812, con las reformas en ella que pareciesen necesarias; ¡tan arraigada estaba la opinion de que habia algo ó mucho que enmendar en el Código de Cádiz! Todas ellas aclamaron á las Reinas Doña Isabel II y la Gobernadora, dirigiendo á esta última reverentes esposiciones, á fin de que se dignase acceder á sus deseos.

¡Nuevos conflictos! El gobierno carecia de fuerzas para sofocar el movimiento, á menos de sacarlas de los ejércitos de operaciones, y allí existia la misma diversidad de sentimientos que hemos indicado en una situacion análoga........ ¿Cuál iba á ser el desenlace de este drama? En 1835, al ministerio que entonces existia, sucedió uno nuevo que inspiró confianza y sosegó los ánimos. ¿Y ahora?..... la pluma nos lleva naturalmente á los

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acontecimientos lamentables de la Granja, no menos objetos de nuestra reprobacion hoy, que lo fueron entonces de abominacion para todos los hombres de algunos sentimientos.

Se quiso entonces y despues, echar este borron sobre las provincias pronunciadas: confundir un drama con su desenlace, en que estaban muy lejos de pensar sus promotores. Se dijo y se dice con énfasis la revolucion de la Granja, como si la perpetracion de aquel acto hubiese sido digna de este nombre. La revolucion estaba en otras partes, no en la Granja. Dejando, pues, á la historia entrar en sus pormenores, y llamar á su tribunal á quien le toque, sabido es que uno de sus primeros resultados fué un decreto publicando la Constitucion de 1812, con las reformas necesarias.

El decreto estaba concebido en términos sencillos. «Como Reina Gobernadora de España, decia, ordeno y mando que se publique la Constitucion política del año 1812, en el interin que reunida la nacion en Córtes, manifieste espresamente su voluntad, ó dé otra Constitucion conforme á las necesidades de la misma. En San Ildefonso á 13 de agosto de 1836.— Yo la Reina Gobernadora.»

Se cambió al mismo tiempo parcialmente el ministerio. Para presidente del consejo y secretaría de Estado se nombró á don José María Calatrava, ministro entonces del tribunal supremo de justicia; para Hacienda, á D. Joaquin Ferrer; para Gobernacion á D. Ramon Gil de la Cuadra.

Al dia siguiente se hicieron nuevos nombramientos; mas hasta el once de setiembre no estuvo definitivamente organizado el ministerio. A su cabeza, y en la secretaría de Estado, quedó D. José María Calatrava; en Hacienda, D. Juan Alvarez y Mendizabal; en Gracia y Justicia, D. José Landero Corchado; en Gobernacion, D. Joaquin Lopez; en Marina con la gobernacion de Ultramar y el ramo de comercio en general, D. Ramon Gil de la Cuadra. El general Rodil habia sido nombrado algunos dias antes ministro de la Guerra.

En 17 se repusieron en sus destinos á varias personas que habian sido separadas durante la anterior administracion.

Con la misma fecha se espidió el decreto relativo á la liber

tad de imprenta.

Otros decretos se dieron confiriendo mandos á personas que pasaban por afectas al nuevo órden de cosas. Citaremos entre ellas al general Espoz y Mina, nombrado inspector de la Guardia Nacional de todo el reino.

Las provincias se sosegaron al recibo del decreto del 15 de agosto. En todas partes se proclamó la Constitucion de 1812 con aplauso público, y desde entonces se fijó la espectacion general en las elecciones para las Córtes que estaban convocadas para el 24 de octubre de aquel año. Mil esposiciones se hicieron de adhesion á las dos Reinas.

Volvamos mientras tanto nuestros ojos á la guerra, que para adoptar la frase vulgar, se habia hecho hombre.

Antes de decir algo de sus operaciones, debemos indicar que el movimiento de las provincias del año 36, no mejoró en nada la condicion de los carlistas, ni desorganizó en ningun sentido nuestro ejército. En el de operaciones del Norte sucedió lo mismo que en el año anterior de 1835. Juraron aquellas tropas la Constitucion sin sacudimientos, sin haber sobrevenido mas cambio que el del general en gefe, cuyo cargo recayó en el general Espartero ya de gran reputacion entonces. Lo mismo sucedió en el bajo Aragon, donde se habia organizado el ejército del centro. Publicada la Constitucion en Zaragoza, é imitado este ejemplo en todas las provincias y pueblos de Aragon, fué una de las primeras atenciones de la junta de gobierno y del general que allí mandaba (el que escribe estos renglones), asegurar el órden y la disciplina del ejército. Se dirigieron, pues, á su general en gefe invitaciones con el objeto de evitar disidencias y conflictos. Los cuerpos estaban deseosos de seguir el impulso del pais; la primera division de aquel ejército juró la Constitucion; los demas cuerpos siguieron este ejemplo, y á escepcion del general en gefe, del gefe de Estado mayor y algunos pocos mas que se separaron voluntariamente, sin que nadie les obligase á ello, quedó aquel ejército intacto sobre el mismo pié en que se hallaba antes de verificarse el movimiento.

A mediados del año 36 se hallaba el ejército del Norte reducido á la simple defensiva, sin salir de los límites que hemos ya indicado. En mayo del mismo atacaron los carlistas las líneas de San Sebastian, y fueron rechazados con gran pérdida. En el del centro, se luchaba con mil apuros y dificultades, falto de hombres, de dinero y recursos. En Cataluña sucedia lo mismo, sobre poco masó menos. Mientras tanto se movian los carlistas en mayor ó menor número, en una gran parte de las demas provincias. Por do quiera se presentaba la lid, á los ojos de un mediano observador, poco menos que como interminable. Las razones las dejamos consignadas en mas de un pasage de este escrito. Se hallaba el juego, para valernos de una espresion vulgar, reducido á tablas. Era para nosotros la duracion de la guerra un mal incalculable, y para ellos hasta cierto punto un bien; mas encerrados con lo que podian llamar su grueso ejército en sus montañas, circunscritos á los límites naturales que se habian trazado, necesitaban estender la guerra, probar fortuna en el interior de la Península; alentar las guerrillas que se movian con irregularidad sin ser dueñas de terreno alguno: promover insurrecciones en masa; embarazar y hacer imposible el gobierno establecido; y sobre todo, proporcionarse recursos que les iban ya faltando. Sus amigos políticos en paises estranjeros no podian menos de incitarlos á que tomasen un aspecto mas imponente que hasta entonces, á que se presentasen en todas partes con carácter de agresores, á conquistar en fin una corona que estaba lejos de Navarra y las provincias Vascongadas.

Poco mas de mediado el año de 1836, se hicieron pues varias espediciones, sobresaliendo en todas la de Gomez, cuyo nombre, no dejará de ser hasta cierto punto famoso en nuestra historia. Ninguno de los caudillos de D. Cárlos acometió empresa mas osada, recorrió mas paises, escitó mas alarma, puso en movimiento mas tropas, y mas en prensa la estrategia del gobierno y nuestros generales. El itinerario de Gomez es curioso. Comenzó sus correrías por el norte de España; penetró sin oposicion por Asturias y Galicia, perseguido por el general Espartero; pa

só desde este pais al de Leon; volvió á Castilla; atravesó el Duero y el Tajo, y se estableció en Utiel, provincia de Cuenca, á dos leguas de Requena. Habiendo intentado apoderarse de este punto, fué repelido por su poblacion, decidida por la causa de Isabel II.

Se hallaba Gomez á la sazon con un número considerable de prisioneros que habia cogido en Asturias y en Galicia, en la accion de Motilla y varios mas encuentros. Todos los envió desde Utiel á Cantavieja, custodiados por tropas de Cabrera. Aumentó este gefe con algunas de infantería, y lo mejor de su caballería, las filas del primer caudillo, quien segun voz y fama, tenia ya á sus órdenes diez mil soldados. Despues de haberse rehecho y organizado en Utiel, se movió hasta Albacete; torció de aqui hacia la Mancha, y fué alcanzado y vencido tres días despues por el general Alaix en Villarrobledo. Fué esta accion muy importante; testigos oculares nos informaron en aquellos mismos dias de lo inopinadamente que habian caido nuestras tropas sobre las contrarias, del terror que en ellos habian infundido, de los muchos muertos y mas prisioneros aun que habian cogido, pintándola, en fin, como una victoria decisiva. Cuando pasaba Gomez por completamente derrotado, y se trataba de acabar con sus restos fugitivos, se le vió situarse en Almaden, penetrar por Andalucía, sentar sus reales en Córdoba, donde recogió contribuciones, alistó soldados y caballos, y se rehizo al parecer de sus pérdidas. Salido de Córdoba, visitó otras varias ricas poblaciones del pais, y aquel caudillo carlista, que salido de las montañas de Navarra habia recorrido el litoral del mar Cantábrico, se vió ahora en las playas de Algeciras. Perseguido siempre y nunca derrotado, torció su camino hacia Estremadura, se volvió á internar en Andalucía, y fué derrotado en Majaceite por el general Narvaez. El público concibió otra vez la idea de la completa destruccion de este caudillo, cuando se presentó en la Mancha y verificó su entrada en Valdepeñas. Desde entonces, pensó al parecer sériamente en retirarse; se dirigió al Norte; volvió á pasar el Tajo y el Duero, y avanzando siempre, se recogió al pais de donde habia hecho su salida.

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