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tar sus rendimientos, y disminuir sus gastos; en regularizar la distribucion de los caudales públicos, y en introducir en todos los ramos aquellas economias que sean compatibles con el mejor servicio. Por último; no perderá de vista, á proporcion que mejoran las circunstancias, la recomendable atencion de la deuda nacional y extrangera, cuyos intereses por la urgencia y gravedad de las necesidades del tesoro, están desde el año pasado dolorosamente desatendidos. »

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Tal es en suma, señores, el estado de la nacion. Si no es tan próspero como mi corazon ardiente lo desea, fuerza es atribuirlo á los males que lleva consigo el azote de la guerra civil. Pero yo os aseguro que la pronta terminacion de esta, sera siempre el objeto preferente de mis afanes, y aquel á que mi gobierno aplicará su mayor celo y actividad......›

A nueva época en los asuntos públicos de España, daba principio la instalacion de aquellas Córtes. Habia influido por lo general en las elecciones el espíritu reaccionario, que con tanto ardor y tenacidad promovian los enemigos de la situacion creada un año antes; y cuantas acusaciones se habian lanzado contra las Córtes constituyentes, contra el gobierno que ellos sostenian, se pusieron en juego y reprodujeron hábilmente por los directores de aquel grande movimiento. La ley electoral dejaba demasiados individuos, demasiadas clases bajo la influencia inmediata de hombres poderoscs, de propietarios ricos; y si en algunas provincias habia medios de neutralizarlas, no sucedia lo mismo en otras donde las condiciones de elector, aunque con los mismos nombres, significaban cosas muy distintas. El gobierno de aquel tiempo, sin duda con la idea de respetar la voluntad de cuantos en la urna electoral ponian un voto, temó poca mano en el asunto, y se abstuvo tanto de emplear ninguna coaccion, que ni siquiera ejerció aquella influencia á todo poder, á toda autodad sin duda permitida. Se presentaron, pues, los progresistas en ambos cuerpos colegisladores en grande minoria. En el Senado tomaron asiento muchos de los que habian formado el Estamento de los Próceres. Tambien hicieron parte del alto cuerpo colegislador algunos que habian sido diputados, como

los Sres. Gonzalez (D. Antonio), Heros, Ferrer, Acuña, Gomez Becerra, Pita, Vadillo y otros de menor nota, que en las Córtes constituyentes se habian mostrado partidarios de las doctrinas del progreso.

Al Congreso de los diputados, volvieron entre los primeros adalides de este partido los señores Sancho, Olózaga, Lujan, Ma doz, Lopez, Caballero, Infante, Huelves, etc. Figuraban entre los antiguos moderados los Sres. Martinez de la Rosa, Conde de Toreno, Isturiz, Galiano, Mon, Olivan, Castro y Orozco. Otros varios campeones de la misma parcialidad comenzaron entonces la carrera parlamentaria que los hizo con el tiempo célebres, y entre los que se distiguian los Sres. Pacheco, Benavides, Arrazola, Bravo Murillo, Donoso Cortes, etc. Tambien pertenecieron á aquel Congreso los generales D. Ramon María Narvaez, y el que habia mandado el ejército del Norte, D. Luis Fernandez de Córdoba.

D. Agustin de Argüelles habia sido propuesto por la provincia de Madrid para senador, y elegido como tal por la corona; mas las elecciones fueron anuladas en ambos cuerpos colegisladores. En las segundas que se hicieron, fué elegido nuevamente diputado, mas se difirió la discusion de las actas, y hasta el mes de febrero del siguiente año, no tuvo entrada en el Congreso.

Cuantas ilusiones pudieron abrigar, tanto los principales autores de la Constitucion, como la generalidad de los bien intencionados de las últimas Córtes, de que se iba á entrar en una época de reconciliacion y de fusion de partidos, se disiparon como el humo desde las primeras sesiones del Congreso. En las mismas juntas preparatorias, se notó un calor y animacion que jamás se habian visto en semejantes circunstancias. La mayoría, espresion fiel del pensamiento político contrario al que habia influido en la revolucion de agosto, se mostró severa, con propension à pedir cuentas, y formular cargos contra los que en la ausencia del partido moderado, habian regido los destinos públicos. Se presentaban como hombres, que espelidos con violencia de lo que era suyo, volvian á su posesion en alas de un gran triunfo. Cosas al parecer insignificantes, eşcitaron disputas animadas:

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sobre la aprobacion ó desaprobacion de algunas actas, hubo muchas votaciones nominales. Las de Madrid fueron objeto de una viva discusion, y su desaprobacion se consideró como la victoria de un partido. Declaradas de este modo las hostilidades entre mayoría y minoría, la animosidad fué mútua, y el ataque tan apasionado como la defensa, La línea divisoria entre los partidos moderado y progresista, quedó trazada con mas rigorosa precision que nunca.

Esta animosidad que salta á los ojos de cualquiera que los pase por el diario de aquellas sesiones, la concibe fácilmente todo el que conozca un poco el corazon humano. Interesaba al amor propio del partido moderado hacer ver, que el año anterior se le habian arrancado con violencia las riendas del Estado, con grave detrimento de la causa pública; que el órden de cosas nacido de la revolucion de agosto, no podia menos de haber producido lamentables resultados; que habian empeorado los negocios de la guerra, crecido los apuros del erario, promovidose en varios puntos de la monarquía lamentables desórdenes, y sobre todo, puéstose en conflicto la misma dignidad del trono; que se habia abierto un camino á la licencia; que las Córtes constituyentes habian obrado sin tino y discrecion, consumando reformas que solo podian ser hijas de la calma de los tiempos. Semejante pensamiento no podia ser espresado en términos muy suaves. Natural era que hombres llamados á enmendar, á corregir las imprudencias, los estravios de sus antece. sores, hablasen en tono de maestros.

Las Cortes constituyentes, habian hecho, es verdad, una Constitucion templada, haciendo desaparecer los borrones que afeaban la democrática de Cádiz; mas ni aun por eso se mitigó el rigor de sus opositores. Vosotros habeis hecho la Constitu cion, les decian, sobre nuestras bases y principios; de vosotros son las palabras; de nosotros, las ideas y doctrinas. Nada podia ser mas inexacto ni sofistico. No habia en efec to nada de comun entre el Estatuto Real, aunque fuese revisado, y la Constitucion de 1837, que arrancaba de principios totalmente opuestos. Estraño era en verdad, que los que hasta

entonces, y sucesivamente despues, habian atacado el principio de la soberanía nacional como erróneo y sumamente peligroso, reconocicsen como suyas, doctrinas que le proclamaban del modo mas esplícito. El procinio de la Constitucion de 1837 era una de sus partes integrantes; sin él, hubiese sido la obra un cuerpo acéfalo. ¿Cómo se podian conciliar dos cosas tan contradictorias, profesar al mismo tiempo doctrinas que se escluyen mútuamente 2 Solo lo concibe el que sabe hasta qué estremos lleva al hombre el espíritu de controversia y de disputa.

La discusion del dictámen de la comision encargada de la contestacion al discurso de la corona, puso en gran relieve el espíritu de animosidad, encendido entre los dos bandos del Congreso. Fué entonces cuando resonaron las tres palabras de paz, órden y justicia, que hicieron tanto ruido, que se repitieron con tanto énfasis, y producido la misma sensacion, como si fuesen nuevas en el mundo. ¡ Paz, órden y justicia! Y se creyó hacer con estas tres palabras un programa, como si un programa obligado fuese digno del nombre de programa. Es programa obli· gado la profesion de una doctrina no disputable, no controvertible de que nadie duda, y cuya contraria seria considerada como una especie de blasfemia. Todos hacen profesion de anar la virtud, de ser justos, de ser francos, de complacerse en el bienestar de sus amigos, de interesarse en la felicidad de sus conciudadanos. ¿Se sufriria à les que se espresasen en términos contrarios? ¿Seria bien recibido un ministerio que viniese á decir á la tribuna, no queremos la paz; somos enemigos del órden; protegeremos la injusticia? La simple emision de estas palabras tan famosas, no era ni podia ser un programa de gobierno; lo hubiese sido tal vez, si se hubiesen formulado los medios mas propios para conseguir la paz que entonces hacia tanta falta; para que se conservasc el órden, para que se guardase el debido respeto a la justicia; mas se habló en términos gencrales, sin descender á pormenor alguno. Elogios de la paz, declamaciones contra la anarquía, anatemas contra la injusticia, no podian pasar de lugares comunes que estan en los lábios de cualquiera.

Mas aquellas palabras se dijeron y se repitieron entonces

cion estrangera, se echó en cara á los otros desear y querer la intervencion, no precisamente para acabar la guerra civil, sino para refrenar las aspiraciones de los liberales. Tal es la lógica de los partidos. Esta cooperacion ó intervencion, era por otra parte una quimera. No bastaba que la desease un partido, si no convenia á la política de Luis Felipe, y este no podia obrar aunque quisiera sin el consentimiento de las demas potencias, sobre todo, de la Inglaterra. Las ilusiones se disiparon pronto: con el cambio de política en España, con el cambio de manos en el timon de los negocios, no hubo semejante fuerte cooperacion ó intervencion, que venia á ser la misma cosa; y si las negociaciones diplomáticas podian ofrecer motivos de incredulidad ó duda, la lectura de las sesiones de las cámaras francesas de aquel tiempo, vino á dar el mas completo desengaño. Las especies, pues, de intervencion armada, no podian producir otro fruto que apagar el entusiasmo nacional, halagar la indolencia de los que á la ilusion de socorros estrangeros se entregaban, encender nuevos resentimientos, y provocar las desconfianzas de los que en dicho socorro no creian, ó le miraban con sospecha. ¿Y en qué tiempo se suscitaban con mas viveza estas cuestiones? Pre. cisamente cuando los asuntos de la guerra presentaban el semblante mas risucño; cuando las espediciones de los carlistas fuera de sus provincias, se habian disipado como el humo; cuando rechazadas de Madrid, de Valladolid, de Segovia, habian desde mediados de octubre pasado unos el Ebro, y retiradose los otros á sus madrigueras de Cantavieja, y montañas que en todos los sentidos la rodean.

Hemos entrado en todas estas consideraciones, para hacer ver el estado de los ánimos, tanto dentro como fuera del Congreso; que aquella época que parecia debia ser de amistad y buena inteligencia, se inauguró al contrario, con nuevas animosidades y resentimientos. El proyecto de contestacion que dió lugar á estos debates, estaba sin embargo concebido en los términos mas circunspectos. Pero sobre algunos pasages se hicieron reparos, y sobre otros se pidieron esplicaciones; y el terreno se hallaba sembrado con demasiada pólvora, para que no produjese con

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