Imágenes de páginas
PDF
EPUB

hallaban ya todas las bandas carlistas en los parages de su ordinaria residencia.

Se pasó casi todo el invierno de 1837 á 38, sin movimientos importantes de una y otra parte. Permanecieron encerrados en Navarra y las provincias Vascongadas, D. Cárlos y los suyos. Ocupaban las montañas del Bajo Aragon y de Valencia, los facciosos que hacian habitualmente la guerra en dicho territorio. Continuaba Cantavieja siendo el centro de su dominacion, y el depósito de un botin inmenso. Poco despues se apoderaron de la plaza de Morella, de mucha mas importancia bajo todos títulos, que la primera. En la Mancha y provincia de Toledo se encrudecia la guerra de partidas, y se aumentaban las bandas sueltas de facciosos hasta el infinito. Se interrumpieron casi del todo las comunicaciones entre Madrid y las Andalucías, y no se pudo transitar de una parte á otra, sino al abrigo de convoyes numerosos. La formacion de un ejército de reserva en aquellos puntos, produjo por el pronto, y aun despues, muy buenos resultados.

Muy pocos dieron los movimientos de los ejércitos del norte y del centro, en el invierno de 1857 al 38. Las grandes operaciones se aguardaban para la primavera, como habia sucedido en los años anteriores.

Comenzó la campaña de 1858 con un acontecimiento inesperado, que pudo causar una gran calamidad é influir funestamente en nuestra causa: queremos hablar de la sorpresa verificada en Zaragoza la madrugada del 5 de marzo, por dos mil carlistas á las órdenes de Cabañero. Ninguna noticia se tenia en la ciudad de que se aproximaban tan terribles hues pédes. Fué tan completa la sorpresa, que se entraron sin ser sentidos. por las puertas, y sin oposicion alguna penetraron por las principales calles de la poblacion, mientras los vecinos se hallaban. sepultados en el sueño. Mas á la alarma que dió la guardia del principal corrieron á ella los milicianos nacionales, sola guarnicion que habia en la plaza, y aunque formados desordenadamente en un principio, envistieron á los enemigos, cuando ya estos contaban la victoria apellidando á Cárlos V. En el Coso,

en la plaza del Mercado y otras calles, se trabaron combates obstinados, como entre quienes defendian su hogar, y los que de conquistarle, aguardaban tantas glorias y despojos. Sorpren-. didos á su vez los carlistas con tal denodada resistencia, comenzaron á ceder terreno; arredrados á la vista de la poblacion entera que tomaba parte contra ellos, la abandonaron despavoridos, dejando 200 muertos y 700 prisioneros.

Resonó en España este hecho de armas distinguido, al que el gran nombre de Zaragoza daba mas realce. En el Congreso de diputados se dió á los valientes de aquella ciudad un voto solemne; y con la escepcion de un solo diputado, unánime, en accion de gracias. El gobierno por su parte, mandó que la ciudad de Zaragoza añadiese desde entonces á sus gloriosos títulos el de siempre heróica, y entre otras gracias, concedió el uso de la corbata de la órden militar de San Fernando á las banderas y estandartes de la Milicia Nacional.

Acabamos de ver un pueblo combatiendo valerosamente por su hogar: volvamos los ojos á otro que por aquellos mismos dias, en la imposibilidad de defenderle, le abandona en masa por no doblar su cerviz al enemigo. La pequeña poblacion de Gandesa, situada en un llano en el corregimiento de Tortosa, se componia de gente decidida, sin ninguna escepcion, por la causa de Isabel II. Blanco de las iras de sus enemigos, habia visto varias veces desolar su territorio, robar sus ganados y sido víctima de sus estorsiones. Aunque sin defensa, ni mas brazos que los de sus vecinos, habia sufrido sitios estrechos en que hubiese sucumbido, á no llegar socorros oportunos. Era grande y singular el espectáculo que aquel pueblo presentaba. En su seno se hallaban refugiados muchos habitantes de pueblos inmediatos, que habrian sido presa de la rapacidad de los facciosos, y muchos de ellos entregados á las llamas. Forasteros y vecinos, todos formaban un cuerpo unido y compacto, consagrado á la defensa de unas débiles murallas levantadas apresuradamente, incapaces de resistir al ataque de la artillería. Grandes, pequeños, milicianos, hombres pacíficos, todos habian dejado su taller, y se dedicaban á la defensa de los hogares mútuos.

Todos aprendieron á trabajar en la ereccion de aquellas tapias, manejar un arma de fuego, salir al campo cuando los enemigos se acercaban. Las mugeres patrullaban, cubrian los puestos cuando era menester, y eran las primeras en correr á los peligros. ¡Inútiles esfuerzos! Cuanto mas crecia el encarnizamiento de los enemigos, tanto mas disminuian sus recursos. Llegó Gandesa á sufrir todo género de apuros, la falta de las cosas mas precisas, hasta el hambre. El ejército del centro no podia desprenderse en todas ocasiones de una fuerza protectora que los librase del conflicto de un sitio, y el de Cataluña se hallaba en semejantes circunstancias. No quedaba al pueblo de Gandesa mas alternativa que la de perecer, ó abandonar por el tiempo que aquella situacion durase, sus hogares.

A últimos de febrero salió una espedicion á las órdenes del general D. Santos San Miguel, con objeto de proteger la salida de tanto desgraciado. Al dia siguiente de su llegada se vió á todo un pueblo arrancarse de sus casas, llevando consigo cuantos objetos podian transportar, con los pocos medios que tenian á su alcance. Hombres, mujeres, viejos, niños, todos se agruparon en derrador de la columna protectora: ¡cscena mas fácil de concebir, que de consignar fielmente en un escrito! El comboy se trasladó lentamente, mas sin confusion, á tierra amiga: el 3 de marzo fué atacado cerca de Batea por 5 batallones de Cabrera; mas habiendo sido este repelido con notable pérdida, llegó el 4 á Fabara en Aragon, libre ya de todo riesgo.

Tambien se oyó en el Congreso de los diputados el nombre de Gandesa. En la sesion del 15 de marzode 1838, se leyó en su seno y fué tomado unánimemente en consideracion un proyecto de ley presentado por algunos individuos, reducido á tres artículos: 1.° que cuando lo permitiesen las atenciones del Erario, se reedificase la ciudad de Gandesa á nombre y costa de la nacion, debiendo llevar de alli en adelante el título de inmortal. 2.° Que en su plaza pública, se erigiese una columna ó pirámide con esta inscripcion: Gandesa reedificada por la patria agradecida. 3. Que sus milicianos nacionales, y cuantos ciudadanos la habian defendido y conservasen sus armas, fuesen con

siderados como movilizados durante aquella lucha, y pagados como tales.

Los carlistas se apresuraron este año á presentar sus fuerzas en campaña; mas fueron sus espediciones insignificantes, comparadas con las de 1837. Por la parte del alto Aragon invadió Tarragual con cuatro batallones; por la de Castilla, se presentó el conde de Negri con una espedicion de 6000 hombres. Nos ocuparemos por ahora de este último. Molestado por el general Latre, perseguido y acosado por el general Iriarte, pudo recorrer mucho pais; tan fácil de conseguir para quien no trata mas que de marchar, sin aguardar al enemigo. Tambien entró en Segovia, mas no le fué posible apoderarse del Alcazar. Valladolid, de que trató de posesionarse en su retirada, no le abrió sus puertas como á Zariátegui. El capitan general Baron de Carondelet à la cabeza de la Milicia Nacional, de algunas partidas sueltas, de 800 quintos que acababan de tomar las armas, respondió á las intimaciones del gefe carlista como correspondia á su honor, y le hizo pagar cara su osadia. Obligado Negri á desistir de su empresa á dejar un campo; donde ya no podia conseguir triunfo alguno, derrotado varias veces por el general Iriarte en su retirada, pereció al fin toda su division á manos de las tropas del conde de Luchana; quienes se cubrieron de gloria en esta ocasion tan memorable. Se salvó Negri, mas se volvió solo y sin tropas, á las provincias de donde habia salido.

El 7 de mayo se votó en el Congreso de los diputados un voto de gracias á los generales Latre é Iriarte por su comportamiento. El dia siguiente se hizo este estensivo al conde de Luchana, quien en premio de sus servicios fué ascendido con esta ocasion al rango de capitan general de ejército.

No fué mas dichoso Tarragual en la provincia de Huesca. Perseguido por el coronel Coba, al frente de tres ó cuatro batallones, fué derrotado completamente en Angués, y obligado con sus restos á evacuar el alto Aragon, buscando asilo en sus guaridas de Navarra.

D. Basilio que habia precedido á los dos desde algun tiempo en la carrera recorrió la provincia de Soria, parte de Aragon

TOMO IV.

19

las provincias de Cuenca, Albacete, Toledo y la Mancha, fué completamente derrotado por el general Pardiñas junto á Bejar. Tambien tuvo este gefe el honor de recibir un voto de gracias por parte del Congreso.

Aragon seguia desprovisto de tropas suficientes, como habia sucedido en tantas ocasiones. En los puntos confinantes con Cataluña y Valencia, se luchaba á duras penas y casi siempre con fuerzas desiguales. Los carlistas se habian apoderado de Morella, de San Mateo, de Benicarló, y casi se habian ya posesionado de Lucena, cuando una hábil maniobra del general Oráa les hizo abandonar la presa, que ya contaban como suya. Tambien perdimos por entonces á Calanda, y llegó á temerse mucho por los importantes puntos de Alcañiz y Caspe.

Siguió en el curso de aquel año con diversas vicisitudes la guerra fatal que nos aniquilaba, y que se podia dividir en permanente y pasagera. Merecian este nombre las escursiones de los carlistas que no tenian arraigo en el pais, ni poseian plazas ó puntos de depósito que sirviesen de base á sus operaciones. Tal era la que se hacia en la Mancha, Estremadura, en la provincia de Cuenca, en algunas de Aragon y Cataluña.

Podiáse llamar guerra permanente, la que se encendió desde un principio en Navarra, provincias vascongadas, parte de Aragon, de Cataluña, de Valencia, donde contaban con las simpatías del pais, con puntos fuertes, puertos de comercio, depósitos de toda especie, fábricas de armas, municiones, en fin un establecimiento militar mas ó menos incompleto. Se puede decir que los paises donde se hacia la guerra de un modo pasagero, eran completamente nuestros: y los de la guerra permanente, enteramente suyos.

Pretender que para acabar de una vez con estos dos géneros de guerra teniamos bastante fuerza, fué siempre un delirio: así opinabamos entonces; asi lo hemos indicado en varias partes de este escrito. El público se impacientaba, y hasta se indignaba y desesperaba con la prolongacion de la contienda; se mostraban los periódicos órganos de estos sentimientos, mientras en las Córtes tenian eso en no pocas ocasiones. Mas por mucho

« AnteriorContinuar »