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terlas contra aquellos fuertes, y á las dos y media de la tarde, hora en que se marchaba al asalto, fueron abandonadas por los enemigos. Entonces principió un encarnizado combate con sus batallones, que en posicion protegian la defensa; mas se coronó el triunfo por las cargas brillantes que se dieron á la bayoneta.

Redujo el enemigo a cenizas el pueblo de Ramales, y al ser lanzado de los fuertes dejó tambien prendido el fuego, que tomó rápido incremento, cebándose en los repuestos de las municiones.

A la espugnacion de los fuertes de Ramales se siguió la del de Guardamino, situado en una eminencia, estribo de otras que ocupaba el ejército enemigo, atrincherado detras de parapetos. Con grandes esfuerzos, y solo despues de una lucha obstinada, se les pudo arrojar de tan fuertes posiciones; mas cuando superado este obstáculo, se procedió á la espugnacion del de Guardamino, ofició el general carlista al nuestro pidiéndole cesasen las hostilidades, ofreciendo dar la órden para que se entregase sin otra condicion que, considerados como prisioneros los individuos que le guarnecian, fuesen los primeros para el cange. En su consecuencia pasó el fuerte de Guardamino á manos de las tropas de la Reina.

Premió la Gobernadora este hecho brillante de armas concediendo el 1.o de junio al conde de Luchana la grandeza de España de primera clase con el título de duque de la Victoria, para él, sus hijos y descendientes, con escepcion de todo pago por esta merced. Con la misma fecha concedió la merced de titulo de Castilla la denominacion de Conde de Belascoain, para sí, sus hijos y descendientes al mariscal de campo D. Diego Leon, por haber combatido victoriosamente contra los enemigos, apoderándose de varios puntos fortificados que tenian sobre la línea del Arga.

El general en gefe se adelantó hasta Amurrio, y continuó su marcha en busca de los enemigos. En nada menos pensaba el general carlista que en aceptar una batalla. Probablemente maduraba ya entonces el solo plan de conducta que podia sa

carle del mal terreno en que se hallaba colocado. En su situacion crítica, como ya hemos dicho, le era indispensable ó sancionar sus actos haciendo callar á los del partido contrario con victorias decisivas y brillantes, ó verse cada dia mas el blanco de las invectivas y animosidad de los que en Estella habian recibido un golpe tan tremendo. No habiéndose verificado lo primero, tenia que realizarse lo segundo. Era imposible para un hombre solo hacer frente á un ejército enemigo tan superior en fuerzas, y á un partido político agriado con ofensas, encarnecido en hallar capítulos de acusacion que en tanta abundancia los hechos mismos le suministraban.

El duque de la Victoria, el pretendiente, los refugiados carlistas, todos los demas gefes del partido exaltado, eran demasiados enemigos para un hombre solo. Habia ya llegado la ocasion de que este tomase algun partido. Escogió el que le pareció mas seguro, echándose en brazos del enemigo, que sin duda consideraba como el mas racional y generoso. Seguro del apoyo y en inteligencia con los principales gefes de su parcialidad, entró con el duque de la Victoria en negociaciones, cuyos pormenores ignoramos, y que son inútiles á nuestro próposito, ateniéndonos á los resultados. En 31 de agosto de 1839, se celebró y ajustó, á presencia de las tropas formadas de ambos bandos, un convenio, en virtud del cual, el general Maroto en su nombre y el de sus gefes, oficiales y tropa de diez y seis batallones y medio, de tres escuadrones, y una batería de campaña, reconoció la Constitucion de 1837, el trono de Isabel II y la regencia de su madre. Tales fueron las palabras espresas de este documento memorable.

Asi el acontecimiento de mas bulto que produjo la guerra del Norte que llevaba seis años de existencia fué un convenio entre los mismos combatientes, cansados de lucha tan porfiada. Los carlistas renunciaron con este paso importantfsimo á sus principios, á su credo político, á su príncipe; mas era el único camino que se les abria, en su situacion crítica y desesperada. Y tan solo á esta luz puede y debe examinarse su conducta. El ejército carlista del Norte estaba dividido.

Desde que se le habia cerrado el paso al interior de la Península, se habian disminuido sus recursos. La posesion de Navarra y provincias Vascongadas no les proporcionaba la de las demas de España. Con los acontecimientos trágicos de Estella, quedó mas encendido que nunca el fuego que destrozaba á los carlistas. Declarado el pretendiente enemigo del general en gefe, no quedaba á este mas alternativa que acabar con el primero ó ser víctima de los que eran con preferencia objeto de su predileccion y simpatías. Las dos parcialidades tocaban al borde del abismo; la de Maroto abrió los ojos antes de ser precipitada. La victoria sobre nuestras tropas les era ya imposible: todo el mundo vió con cuanta felicidad habian estas comenzado la campaña. Vencieron en Ramales y en Guardamino: entraron en Orduña sin ninguna resistencia: se situaron en Amurrio; continuaron avanzando su línea; se posesionaron del fuerte de Urquiola, dejando á Bilbao á retaguardia de su izquierda: marcharon á Durango, que les abrió sus puertas; plantaron en seguida su bandera en Oñate, en la capital de D. Cárlos, donde se hallaba el simulacro de su corte. ¿Pudo Maroto impedir estos progresos? ¿Tenia medios de hacer frente à tantos enemigos? El mismo respondió á esta pregunta, en su alocucion á las tropas de su mando. No tenia vestuario, ni calzado, ni dinero, ni raciones, con la queja ademas de la ilegalidad, del despilfarro con que se distribuian y administraban los fondos del ejército. Para manifestar los apuros en que se hallaba, usó una espresion vulgar, mas significativa. Dijo que sus tropas no eran camaleones para vivir de aire. No hay duda de que esperimentaban grandes privaciones, y que si se hallaban aun con medios de prolongar los horrores de la guerra, no era esta la conducta que les inferia la prudencia. Como militares no podian hacer nada, perdida su causa en las provincias mismas, se hallaba hundida para siempre en las demas de España. Abandonaron, una mala bandera, dejaron el servicio de un príncipe de quien se hallaban disgustados, que á los ojos del buen sentido, ya no podia ofrecer ninguna garantía de un gobierno regular y justo. He aquí lo que esplica este convenio que sacaba á los carlistas de un apuro, y que

les ofrecia una situacion, con el reconocimiento que se hizo de los empleos y condecoraciones que habian obtenido de D. Cárlos.

Las tropas de Navarra no accedieron al convenio: habiéndose omitido en él el nombre de D. Cárlos, quedaba su causa enteramente abandonada....... ¿Qué habian de hacer sus partidarios con un ejército disminuido de diez mil hombres por lo menos? & Cómo podian hacer resistencia á tantas fuerzas reunidas? El partido que restaba al pretendiente, no era un problema para nadie. Inmediatamente que nuestras tropas se movieron hácia la alta Navarra donde se hallaba el resto de las suyas, tomó la direccion de la frontera: al llegar nuestras avanzadas á Urdax, la pasó apresuradamente sin equipage, dejándose su espada. En toda Navarra, como en las provincias Vascongadas, quedaron reconocidos el trono de Isabel II y la Constitucion de 1837.

Así terminó la guerra civil en los paises que fueron su cuna, su grande y principal teatro. Un convenio puso fin á la contienda, cuyo desenlace de otro modo no parecia fácil á los que observaban, y estudiaban hasta cierto punto aquella guerra. Una pugna entre los mismos carlistas, preparó este arreglo, úni co puerto de salvacion para los que se habian puesto en rebeldía contra el pretendiente. ¿Qué diremos de este príncipe obcecado que sin pensarlo, ni quererlo tal vez, habia atizado esta discordia? ¿Qué de sus partidarios, á quienes no ocurria la idea de que siendo ya tan pocos, corrian divididos á su ruina? Varias veces hemos insinuado que la presentacion de D. Cárlos en el teatro de la guerra, habia mas dañado que favorecido la causa porque sus partidarios combatían. Nada hay mas embarazoso para un ejército, para el general que le dirige, que la presencia de un rey, que no es ni capitan, ni soldado; que por esta circunstancia cede á consejos agenos, tal vez de los celosos ó rivales del que manda. Al lado de un cuartel general, no podia menos de ser funesta la existencia de una corte como la del preten diente, donde no solo hormigueaban las personas, pretendientes asimismos todos, pues todos vivian de esperanzas y se hallaban revestidos de cargos nominales, sino las intrigas como de quienes se disputaban la suprema direccion de los negocios, y aspi

raban á una gran parte del botin, cuando llegase á repartirse. Era una ventaja para el partido carlista en general, la idea de que su príncipe se hallase dentro de España á la cabeza del ejército; era un gran mal, el que de cerca se le viese y observase. Su peregrinacion por Aragon, Cataluña y las Castillas, no pudo darle ningun prestigio personal; y este prestigio es el todo, tratándose de gefes de partido. Ni su espada peleaba, ni su cabeza dirigia, ni su voz infundia aliento, ni su presencia mis-* ma encendia la menor chispa de entusiasmo. ¿Qué nuevos proselitos podia hacer el carlismo, representado en la persona de

D. Cárlos?

La guerra quedaba todavia en el Bajo Aragon y en Cataluña. Pacificadas las provincias del Norte, tomó el duque de la Victoria la direccion de aquel pais, y comenzó muy pronto sus operaciones, en que nos ocuparemos mas adelante, volviendo por ahora nuestros ojos á las nuevas Córtes que en 1.o de junio aquel año habian sido convocadas para el 1.° de setiembre.

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