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España. Ninguno, á lo menos de gran nota, habia tenido la felicidad de figurar constantemente en los ejércitos de operaciones desde el principio hasta el fin de la guerra civil, es decir, del negocio mas vital, en que estaba empeñado el presente y porve nir de la nacion entera. No habia comenzado, es verdad, de general en gefe; mas ya brigadier y con mandos de importancia, pronto figuró su nombre en los partes militares. Desde entonces fué creciendo en cargos, en ascensos, en rango, en condecoraciones de toda especie, hasta verse á la cabeza de casi todos los ejércitos de España. Vencedor de todos sus enemigos, pacificador del pais, se hallaba en el apogeo de su gloria militar, entre todas las que halagan la ambicion del hombre y acata la generalidad, la mas deslumbradora.

¿A qué partido político pertenecia el duque de la Victoria? Pregunta singular, tratándose de un hombre que se hallaba á la cabeza de un ejército de operaciones, que daba órdenes, que tenia que valerse de los servicios, del valor, de la capacidad de hombres de todos los partidos. Hubiese sido en él insigne falta presentarse como afiliado en alguno, anunciar indirectamente proteccion y favor á unos, pocas simpatías hácia otros; dar motivo á quejas, á que se atribuyese á semejanza ó diferencia de color, lo que era meramente de justicia. Si la política debe alejarse de las filas de los combatientes, con mayor razon, del gefe que los manda. En el ejército se hablaba y trataba por otra parte, muy poco de política. Progresistas y moderados, todos eran compañeros de armas, cumplian igualmente con su deber, y arrostraban las penalidades de la guerra sin ninguna diferencia.

A apropiarse la persona de un hombre de la importancia del duque de la Victoria, aspiraban naturalmente ambos partidos. Los dos tenian pretension de que militaba en sus banderas: los moderados, por sus vínculos, al menos de oficio, con un gobierno á que estaban ellos mismos tan unidos; los segundos, por la misma reserva que observaba en el particular, y algunas manifestaciones, aunque indirectas, de que no eran de su aprobacion todos los actos que emanaban del gobierno.

Concluida ya la guerra civil, pacificado el pais, pudo el ge

neral en gefe salir de su reserva, manifestar mas francamente su opinion sobre el rumbo político que entonces se seguia. Los militares tienen una patria como los demas, y el mismo interés en que sea regida por buenas leyes é instituciones que influyan en el bienestar de todos. Pronto fué público en España que el duque de la Victoria no aprobaba la ley de ayuntamientos, y habia aconsejado que no se sancionase; noticia que llenó á los progresistas de alborozo, creyendo que ya no se daria un golpe tan tremendo. Mas estaba destinada la ley de ayuntamientos á representar un papel sobresaliente en el teatro político de España.

La ley despachada por los dos cuerpos colegisladores, llegó á Barcelona á mediados de aquel mes de julio. Si en algun pueblo de España se podia decir que era impopular aquesta ley, ninguno escedia en esto á la capital de Cataluña, tan célebre por sus movimientos y agitaciones de otras épocas. Fué esta ley desde un principio objeto de sus antipatías: la llegada de la cor. te no disminuyó la viveza de espresion de dichos sentimientos. La noticia de que habia sido remitida de Madrid, dió creces á la efervescencia de la espectacion: se tocaba ya á una crisis.

La negativa á la sancion, parecia la especie mas probable: con ansia se aguardaba el momento de que se anunciase al público. Mas estaba ya demasiado empeñado el amor propio del ministerio y del partido que le apadrinaba ó protegia; se habia avanzado demasiado para retroceder sin mancha en la bandera. Se dió el último paso que restaba; se cerraron los ojos; se firmó la sancion contra el consejo del general en gefe, sin haber contado con él en el momento crítico.

El duque de la Victoria hizo renuncia de sus cargos, que despues de dos dias de vacilacion y algunas esplicaciones que mediaron de palabra, le fué por último admitida.

Cundió al momento la noticia de esta exoneracion en aquella ciudad ya agitada y conmovida: tardó muy poco en traducirse el disgusto en un movimiento sério que alteró el órden público, y paralizó la accion de las autoridades. Los ministros que no contaban con esta manifestacion, se vieron sin medios de aquietar los ánimos, y no queriendo arrostrar á todo trance el ódio

público, de que eran blanco, cedieron á la tempestad é hicieron renuncia de sus cargos. Con la admision de esta renuncia, se calmó el alboroto popular, que si se mostró con caractéres de violencia, no produjo sangre.

Nombró la Reina Gobernadora presidente del nuevo consejo de ministros, con la cartera de Gracia y Justicia, á D. Antonio Gonzalez, diputado á Córtes: ministro e la Gobernacion á don Vicente Sancho; de Hacienda, á D. José Ferraz; de Estado á D. Mauricio Carlos de Onis; de Guerra al general D. Valentin Ferraz; de Marina, al general D. Francisco Armero.

La noticia de las primeras ocurrencias de Barcelona, habia hecho en Madrid sensacion estraordinaria. Los partidos se agitaron, mas sin manifestaciones públicas, que comprometiesen la tranquilidad ni inspirasen sérias inquietudes. Cuando se supo el desenlace final, es decir, el nombramiento del nuevo ministerio, dió muestras la masa de la poblacion de su alegría al ver inaugurada una nueva época que aseguraba el triunfo de las doctrinas progresistas; mas no se alteró con este motivo el órden público.

En cuanto á las Córtes, inmediatamente que fueron leidos en ambos cuerpos colegisladores los decretos relativos à la nueva organizacion del gabinete, suspendieron los presidentes sus sesiones..

Los nuevos ministros que se hallaban en Madrid, salieron inmediatamente, á escepcion del Sr. Sancho, que no admitió el encargo, y se presentaron en Barcelona donde fueron muy bien recibidos por la Reina Gobernadora. El Sr. Gonzalez manifestó entonces, que honrado como estaba con la confianza de S. M. no podia corresponder dignamente á ella, sin que á su aceptacion precediese la de las bases ó principios que se proponia seguir en su administracion, ó sea lo que se llama el programa de gobierno. La Reina convino en que los ministros no aceptasen, hasta que presentase el futuro presidente del consejo este documento.

Las principales bases del programa del Sr. Gonzalez, es decir, las que mas afectaban aquella situacion eran la disolucion de las Córtes, y que no se aplicase la ley de ayuntamientos,

CAPITULO LXI.

Pronunciamiento de setiembre.-En Madrid.-En las provincias.-Esposiciones de las juntas á la Reina Gobernadora.-Abdica esta la Regencia.-Se ausenta de España.-Regencia provisional.-Viene á Madrid con la Reina y la infanta.-Estado de la opinion pública.-Disolucion de las Córtes.-Convocacion de otras sin innovacion alguna.-Varios decretos de la Regencia provisional. .

La mina que estaba tan cargada, voló al fin. Entramos en lo

que se llama el pronunciamiento de setiembre, y cuyo nombre adoptaremos por no escribir el de revolucion, que parece y es sin duda mas impropio. En todo caso seremos breves, contentandonos con lo mas substancial é importante de los hechos.

Llegó á Madrid el 1.° de setiembre el nombramiento del nuevo ministerio. La agitacion que la noticia produjo en los ánimos fué tal, y tan pronunciado el descontento, que el ayuntamiento creyó de su deber reunirse en el instante para ocurrir á cuantos lances pudiese producir aquel conflicto. Sin duda. participaban sus individuos, todos progresistas, de la misma irritacion que el público; mas no fué medida hostil, y sí de mera precaucion, la que adoptaron como por instinto para evitar la confusion y los desórdenes. El movimiento popular crecia, los milicianos nacionales corrieron á las armas. Hasta entonces no se habia dado ningun grito de insurreccion, de pronunciamien

to. El gefe político salió á la calle y su presencia, en vez de refrenar, inflamó de nuevo los ánimos de la muchedumbre. Algunos llegaron hasta apoderarse de su persona, y este acto de violencia, que parecia cerrar el camino toda conciliacion, fué como la señal de guerra abierta. El pronunciamiento se hizo entonces, y la voz fué unánime en las filas de la Milicia Nacional y en todo el pueblo. Dos batallones de infantería que al principio trataron de oponerse al movimiento, se dejaron arrastrar del impulso general y tomaron parte con los insurrectos. El capitan general trató de cumplir con su deber, saliendo á la calle con ánimo esforzado para reprimirlos; mas no tenia medios de accion contra las masas, animadas todas de un mismo sentimiento. Despues de trabajar en vano, esponiendo su perso na, como cumplia á un valiente militar, tuvo que ceder al torrente, y seguido de su estado mayor y algunas pocas tropas, se trasladó al Retiro aquella misma tarde. Mientras tanto se organizaba el movimiento insurreccional, declarándose el ayuntamiento á su cabeza. Se creó una junta de gobierno, se nombraron autoridades militares y civiles, sin confusion, sin alboroto. El pueblo celebró el nuevo órden de cosas con canciones patrióticas, músicas é iluminaciones.

Tal es el bosquejo de las ocurrencias de la capital en 1.o de setiembre. Todo fué político, sin mezcla de pasiones de otra clase. Ningun suceso ni atrocidad mancharon aquel dia. Los hombres del partido opuesto se mantuvieron tranquilos en sus casas, sin que nadie les molestase en ellas, ni se hiciesen pesquisas de ningun género. No se oyeron gritos de venganzas. No corrió mas sangre que la de unos pocos individuos, en el conflic to que hubo entre las tropas de! ejército y las tropas nacionales. Se cerraron las puertas de la capital, precaucion prudente y hasta indispensable en aquellas circunstancias. No se interrumpió el curso de los negocios: las tiendas permanecieron constantemente abiertas: el órden fué admirable. Es la verdad exacta de los hechos.

¿Qué significaba aquel movimiento? ¿Qué se queria? ¿A qué se aspiraba? Algunos trozos de esposicion que hizo á la Reina

TOMO IV.

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