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Los primeros hacian guerra á un principio: los últimos, en rigor, á un ministerio. Vencido el Regente, lograban aquellos su primer objeto; m's los últimos, que no querian á D. Cárlos, ni querian el anatema de setiembre, ni querian la república, se esponian á coadyuvar á la caida del gefe del Estado, á cuya conservacion decian que aspiraban.

Los primeros iban á ganar mucho, venciendo; á perder poco en la hipótesis contraria, pues se quedaban con el mismo gobierno que tenian; mas los progresistas se esponian á perder muchísimo, cualquiera que fuese el resultado de la lucha.

Los primeros obraban lógicamente, buscando y adquiriendo por medio de la coalicion las fuerzas que necesitaban; los últimos con poca discrecion, dando fuerzas á los demas, contra si mismos. La alianza por parte de aquellos era natural; por la de los progresistas, casi absurda.

Si los que se decian amigos del Regente, pero enemigos de los ministros, obraban con sinceridad, se condujeron del modo mas contrario á las ideas simples que sujiere la prudencia. Por objetos de órden secundario, tal vez por motivos puramente personales, espusieron á su pais á fatales convulsiones, para quedar despues sujetos á lo que no estaba en sus principios ni eu sus convicciones.

Se nos dirá que estas alianzas entre las diversas fracciones de una oposicion, están formadas por sí mismas. Es muy cierto; mas hay mucha distancia de la coincidencia forzosa de unos mismos votos en el Parlamento por parte de todos los que hacen la guerra al ministerio; hay mucha distancia, decimos, de esta alianza tácita á la espresa, que se ajusta, dándose, ofreciéndose recursos mútuos, comunicándose sus fuerzas. Que era una alianza espresa de esta última clase, se sabia por lo que propalaban ellos mismos, por la declaracion de los periódicos, por la guerra que casi todos ellos, olvidando sus agravios mútuos, hacian al gobierno; por sus esfuerzos combinados para alzar el estandarte del pronunciamiento en las provincias.

Declarada y desarrollada de un modo público y solemne tan formidable liga, no habia gobierno posible encerrado en los lí

mites estrechos de las leyes. No era dable, á hombre ni á gobierno alguno, dentro de este círculo, conjurar una tempestad tan desecha de pasiones encontradas, dirigidas todas á la destruccion de lo que entonces existia. Asi estalló esta tempestad, sin que á ningun hombre previsor cogiese de sorpresa.

Si se quiere una prueba material de la heterogeneidad de las miras y principios de las diversas parcialidades coligadas, no hay mas que recurrir á los programas de las mismas juntas. A tres pueden reducirse. Dijeron unas; Constitucion de 1837, trono de Isabel Il, independencia nacional y union de todos los españoles. Otras: Constitucion de 1837, trono de Isabel II, Regencia del duque de la Victoria con el ministerio Lopez. En una ó dos partes se dijo: Constitucion de 1837 y mayoría de la Reina. Los republicanos no alzaron su bandera.

El primero de estos programas, nada hablaba de Regencia; mas como con una Reina menor no hay gobierno, se olvidó lo mas esencial, pues sin gobierno, no hay estados. Bien se echaba de ver que eliminaba al duque de la Victoria, sin nombrarle. Mas ¿quién le sustituia? ¿Cómo y cuando?

El que proclamaba por Regente al duque de la Victoria con el ministerio Lopez, fué á los principios casi el general, pues los progresistas se lanzaron los primeros al combate. Nada prueba de un modo mas claro, que las ideas de esta fraccion coligada, no eran al principio de descartarse del Regente. Sin embargo, desapareció muy pronto este programa. Sin duda despues de formadas las juntas y desarrollados los pronunciamientos, se encontró en minoría el partido progresista, y se tuvo por conveniente aplazar cuestiones importantes para cuando ya vencido el enemigo comun, se tratase de ver por cual de los aliados quedaria la victoria.

El programa que declaraba mayor á la Reina, envolvia un pensamiento fijo. Quedaba de este modo constituido el gobierno, sin que fuese necesaria una Regencia; mas como tuvo lugar solo en muy pocos puntos, se puede considerar el primero de los tres, como el definitivo.

¿Y qué significaba este programa? ¡ Constitucion de 1837!

No estaba infringida. ¡Trono de Isabel II! ¿Quién no le acataba? ¡Independencia nacional! Era el pensamiento de todos. Asi el de este programa, no estaba en lo que decia, sino en lo que callaba.

Los pronunciamientos de 1836 y 1840, fueron rápidos y como instantáneos. Comenzó el primero á principios de agosto, y á los quince dias habia ya jurado la Reina Gobernadora la Constitucion de 1812. En 20 de setiembre de 1840, se habian adherido todas las provincias al pronunciamiento del 1.° de aquel mes, sin ninguna oposicion, ni por el pueblo ni por el ejército, Los de 1843 comenzaron á últimos de mayo, trascurriendo mas de dos meses antes que estuviesen concluidos.

En los dos primeros, se conservaron las juntas compactas y homogéneas, como al principio de su formacion, al paso que en las de los últimos, hubo eliminaciones, composiciones, recomposiciones, siendo no pocas las que ofrecieron síntomas de discordias intestinas.

En los primeros, cada provincia se movió por impulso propio, bastando el ejemplo de unas, para que otras le imitasen. En los últimos, hubo compulsiones de órden mas material y positivo, intimaciones, amenazas y hasta la presencia de la fuerza armada, para que se pronunciasen ciertos pueblos.

Los movimientos de esta nueva revolucion ó guerra civil, fueron varios. No nos empeñaremos en sus pormenores, sujetos hoy al fallo de la historia. El pronunciamiento comenzó en Málaga á últimos de mayo: se propagó á Granada: estalló casi al mismo tiempo en Valencia, en Barcelona, en la provincia de Burgos, en la de Alava y paises comarcanos. Poco á poco se fué estendiendo á todas las provincias; siendo de notar que el movimiento no se comunicaba precisamente de una á otra, sino que la chispa se encendia dejando varios puntos en el medio, Asi las provincias de Córdoba y Sevilla tan próximas á la de Granada, no se pronunciaron hasta un mes despues que esta última.

Fueron, como ya hemos anunciado antes, los progresistas de la coalicion, los primeros que levantaron la bandera; y los milicianos nacionales de los pueblos insurrectos, los que dieron el

TOMO IV.

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primer impulso. ¿Qué espíritu los animaba? ¿Con qué intencion se pronunciaron contra el gobierno establecido? ¿Aspiraban al derribo de la Constitucion? ¿Querian la caida del Regente? No: ya lo hemos dicho. Obraban seducidos y engañados. Se les habia dicho que peligraba la libertad bajo los ministerios anteriores; que no se respetaban las fórmulas parlamentarias, que se habia cenculcado el principio del pronunciamiento de setiembre. Creian, pues, servir los intereses de la libertad, los que verdaderamente se mostraron fatales instrumentos de un órden de cosas muy diverso.

Tras de los progresistas fueron los moderados, fueron todos los que aspiraban, no á la caida del gobierno del Regente, sino á la del Regente mismo. Progresistas, moderados, carlistas, republicanos, todos mezclaron indistintamente sus aspiraciones y deseos. De aquí el carácter equívoco del pronunciamiento: de aqui la diferencia de programas; de aqui las diferentes eliminaciones y cambios que se hacian en el personal de algunas juntas. Los generales que estaban emigrados con motivo de los sucesos de octubre volvieron todos á la Península y tomaron parte en los pronunciamientos, donde por su clase militar debian de hacer un papel muy importante; asi poco a poco fueron absorbiendo como en su persona, todo el valor político de estos movimientos. Conforme iba en descenso el elemento progresista, subian en influencia, en importancia, los que le eran contrarios y hasta incompatibles.

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¿Qué hacia mientras tanto el gobierno del Regente? La provincia y sobre todo el pueblo de Madrid, no habia manifestado síntomas de seguir el ejemplo de los pronunciamientos. Testigos oculares de la marcha de la administracion, y con medios de juzgar por sí mismos del estado verdadero de las cosas, no podian haber influido en sus habitantes los engaños, las calumnias con que se habia fascinado á los de las provincias. Al contrario, parecia aumentarse la adhesion al gobierno del Regente, en proporeion que este lazo se destruia en otros puntos. Las manifestaciones en esta parte de las autoridades civiles, de la diputacion provincial, del ayuntamiento, de la Milicia Nacional, fueron las mas

esplícitas y positivas. No fueron estas manifestaciones puramente de adhesion á los intereses personales de un nombre, y sí á los principios constitucionales que representaba.

El gobierno tomó varias medidas. Organizó algunos cuerpos de ejército que puso á las órdenes de dos generales, que pasaban por inteligentes y esperimentados. Dió manifiestos, espidió proclamas: mas nada cra suficiente para apagar un incendio, que daba indicios de estenderse por todos los ángulos de España. Muchas personas se le conservaron fieles; muchas tambien le abandonaron: unas por espíritu de traicion ó veleidad: otras por miedo, creyendo infalible su caida, y que sobre él se iba tal vez á desplomar la Europa entera.

Los ministros y el Regente mismo creyeron inevitable otra salida como en el año 41 y 42, y tal vez con mas motivo. El 21 de junio fué el dia señalado para esta espedicion, que debia ser la última. El que no presenció el espectáculo que ofreció Madrid en aquella tarde memorable, no puede concebir á donde llega el entusiasmo patriótico de un pueblo que se decide á seguir la suerte de un caudillo. De gentió inmenso se llenó el Prado, donde estaba formada la Milicia Nacional; las calles inmediatas, sobre todo la de Alcalá, que el Regente habitaba. Las avenidas de su casa, el jardin que le servia de entrada, el vestículo, las escaleras, todas las habitaciones, hasta el mismo cuarto del gefe del Estado, llegaban las olas de la muchedumbre. Por medio de ella, rompiéndolas con trabajo, aturdido con gritos de aplauso, de vivas frenéticos, salió de su casa el duque de la Victoria y inontó á caballo, rodeado de aquella inmensidad que le siguió hasta el Prado. Puede sentirse, mas no retratarse con fidelidad las escenas de aquella revista, que fué la última. Habló á los nacionales, besó algunas banderas, abrazó á algunos gefes con lágrimas, y en medio de esta embriaguez universal partió rápi damente con su comitiva. Al dia siguiente llegó á Albacete, donde se situó por entonces para arreglar sus planes ulteriores.

En Madrid quedaba muy poca guarnicion. La fuerza principal con que contaba el gobierno eran de los cuerpos de su Milicia Nacional, que unidos á las autoridades militares, al ayunta

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