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cuyo retemblor y zumbido abrieron grietas por donde se atropellaron lastimas y desdichas. Pero necesario es para narrar lo acaecido en el asunto volver atras y seguir en su viage al rey Fernando VII, á quien dejamos en Gerona con los infantes

Selen el rey y

Don Carlos y S. M. y AA. el 28 de marzo, yendo á Tarragona sin Goron. pasar por Barcelona; bien que asi en esta plaza como en las demas en que aun se conservaba guarnicion francesa, recibieron órden los gobernadores de no cometer hostilidad alguna al paso por ellas ó sus cercanias de Fernando VII, y de tributar á S. M. Tos honores y obsequios que eran debidos á su augusta persona.

Don Antonio. Salieron de esta ciudad los infantes de

De Tarragona trasladáronse el rey y los infantes á Llegan á TarReus, en donde permanecieron el 2 de abril, no indi- ragona y Reus. cando nada hasta ahora el rumbo cierto que en lo político tomaria S. M. Generales, autoridades y pueblos habíanse conformado con lo dispuesto por las córtes, y la familia real y sus consejeros tampoco se desviaban de ello, á lo menos en público. Verdad es que crecian los manejos y ofrecimientos reservados de descontentos y ambicioscs; pero sin difundirse por fuera, ni dar lugar mas que à leves rumores y sospechas. Agrandàronse estas aqui en Reus. Segun la ruta señalada por la regencia con arreglo al decreto de 2 de febrero, tenia el rey que continuar su viage siguiendo la costa del mediterráneo à Valencia, para de alli pasar á Madrid. Estábase en via de dar cumplimiento á esta providencia, cuando la diputacion provincial de Aragon, movida por sì ó por sugestion agena, dirigió á Don José de Palafox, que acompañaba al rey, una esposicion gratularoria pidiendo se dignase S. M. en su tránsito para la capital del reino honrar con su presencia á los zaragozanos, ansiosos de verle y contémplarle de cerca. Accedió Fernando á la súplica, ora que no quisiese este desairar á ciudad tan ilustre y tan merecedora de su particular atencion, ora que mirasen sus consejeros aquella coyuntura como muy propicia para comenzar á romper las trabas que los ligaban, molestas en sumo grado y depresivas á su entender de la magestad real.

ragoza.

Salió el rey de Reus el 3 y por Poblet encaminose Va el rey á Zaá Lérida. Iba ya solo con su hermano Don Carlos, habiéndose quedado en la primera villa el infante Don Antonio á causa de una indisposicion leve, y de estar resuelto á tomar en derechura el camino de Valencia.

esta ciudad.

Llegaron el rey y Don Cárlos á Zaragoza el 6 de Buen recibo on abril, tiempo de semana santa. Fueron recibidos alli ambos príncipes con indecible amor y entusiasmo, realzado uno y otro por el aparecimiento de Don José de Palafox, ídolo entonces muy reverenciado y querido de los habitadores. Mostrábase S. M. aqui todavia incierto sobre el partido á que se inclinaria en la parte

política; pudiendo solo colegirse de algunas palabras que vertió, que no desaprobaba del todo lo que se habia hecho durante su ausencia en punto á reformas. Sin embargo aguijon grande era para que procediese á su antojo la adhesion sin límites que manifestaban los pueblos hácia su persona, y las insinuaciones y consejos estraviados que le venian de varias partes, muy diligentes en esta oca'sion los enemigos de novedades no menos que los descontentos de cualquiera linage que con ellos se abanderizaban. Partió el rey de Zaragoza el 11 y llegó á Daroca aquel mismo dia.

Junta en Daroca.

Estrechando el tiempo, afanábanse los que venian con el rey porque se tomase una determinacion respecto de la conducta política que convenia se adoptase, celebrando al efecto una junta en la noche del 11, en la que se apareció el conde de Montijo. Fueron de dictámen todos los que alli concurrieron que no jurase el rey la constitucion, escepto solo Don José de Palafox, quien no pudiendo rebatir los argumentos de los de inas y apurado ya, llamó en su ayuda á los daques de Frias y de Osuna, que habian acudido á Zaragoza á cumplimentar al rey y le seguian en el viage. Juzgaba Palafox que su dictámen en la materia se árrimaria al suyo, y le daria gran peso por la elevada clase y riqueza de ambos duques y por su porte desde 1808; habiendo el de Frias, segun ya hemos dicho, no desamparado nunca los estandartes de la patria, y espuéstose mucho el de Osuna por haberse fugado de Bayona en aquel año; no queriendo autorizar con su firma los escándalos que á la sazon ocurrian á la misma ciudad. Reunidos pues uno y otro á las personas que se hallaban ya en junta, sentó el de San Carlos la cuestion de si convendria ó no que jurase el rey la constitucion. Opinó el mismo que no, mostrándose en especialidad muy contrario el conde del Montijo, abultando los riesgos y las dificultades que resultarian de la jura. Apartóse de este parecer Don José de Palafox y le apoyó el duque de Frias, bien que respetando este los derechos que compitiesen al rey para introducir ó efectuar en la constitucion las alteraciones convenientes ó necesarias. Anduvo indeciso el de Osuna, separándose todos de la junta sin convenirse en nada; pero acordes en que antes de resolver cosa alguna acerca de semejante cuestion, se congregarian de nuevo. A pesar de eso determinó el rey pocos instantes despues, siguiendo el consejo de San Carlos sugerido por el del Montijo, que sin tardanza y en derechura saldria este para Madrid, á fin de calar lo que tratasen alli los liberales, y de disponer los ánimos del pueblo á favor de las resoluciones del rey, cualesquiera que ellas fuesen, ó mas bien de pervertirios; en lo que era gran maestro aquel conde, muy ligado siempre con gente pendenciera y bulliciosa. Entrada en Te- Continuando S. M. el viage á Valencia entró en Teruel el 13, en cuya ciudad, muy afecta á la constitucion, esmeráronse los habitantes en poner entre los ornatos escogi

ruel.

do's para el recibimiento del rey, muchos alegóricos al caso, que miró S. M. atentamente y aun aplaudió, amaestrado desde la niñez en la escuela del disimulo. Hasta aqui habia acompañado al rey en el viage el capitan general de Cataluña Don Francisco de Copons y Navia, cuya presencia contuvo bastante á los que intentaban guiar al rey por sendero errado y torcido. Volvió el Don Francisco á su puesto, y con su ausencia no quedó apenas nadie al lado de S. M. de influjo y peso que balancease los consejos desacertados de los que aprisionaban su voluntad ó le daban deplorable sesgo.

Junta en Se

gorbe.

El 15 llegaron Fernando y su hermano el infante á Segorbe y multiplicáronse alli las marañas y enredos, arreciando el teinporal declarado contra las córtes. Jantóse en aquella ciudad con su sobrino el infante Don Antonio, viniendo de Valencia, en donde habia entrado el 17 acompañado de Don Pedro Macanaz. Acudieron tambien á Segorbe el duque del Infantado y Don Pedro Gomez Labrador, procedentes de Madrid; quienes en union con Don José de Palafox y los duques de Frias, Osuna y San Carlos celebraron la noche del mismo 15 nuevo consejo, siempre sobre el consabido asunto de si juraria ó no el rey la constitucion. No asistió Don Juan Escoiquiz, que se habia adelantado á Valencia para avistarse con sus amigos, y sondear por su parte el . terreno y los ánimos. Prolongóse la reunion aquella noche hasta tarde , y ventilábase ya la cuestion, cuando se presentó como de sorpresa el infante Don Carlos. Frias y Palafox reprodujeron en la junta los dictámenes que dieron en Daroca. Tambien Osuna, pero mas flojamente, influido, segun se creia, por una dama de quien estaba muy apasionado, la cual, muy hosca entonces contra los liberales, amansó despues y cayó en opinion opuesta y muy exagerada. Dijo el duque del Infantado: «Aqui no hay mas que tres <«< caminos: jurar, no jurar ó jurar con restricciones. En cuanto á no jurar participo mucho de los temores del duque de Frias.....» dando á entender en lo demas que espresó, aunque no á las claras, que se ladeaba á la última de las tres indicaciones hechas. Se limitó Macanaz á insinuar que tenia ya manifestado su parecer al rey, lo mismo que al infante, sin determinar cual fuese. Ótro tanto repitió San Carlos, perdiendo los estribos al especificar la suya Don Pedro Gomez Ladrador, quien en tono alborotado y feroz votó « porque de ningun modo jurase el rey la constitucion, siendo ne<< cesario meter en un puño á los liberales...» con otras palabras harto descompuestas, y como de hombre poco cuerdo y muy apasionado. Disolvióse no obstante la junta actual como la anterior de Daroca, esto es, sin decidirse nada en ella, pero sí descubriéndose ya cual seria la resolucion final.

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Al inmediato 16 de abril pasó el rey á la ciudad de Valencia, adonde le habian precedido personas de

Entrada del rey

en Valeucia,

partidos opuestos y de diversa categoría. Por de pronto el cardenal arzobispo de Toledo Don Luis de Borbon, presidente de la regencia, acompañado de Don José Luyando, ministro interino de estado, y de algunas personas de la secretaría. Tambien Don Juan Perez Villamil y Don Miguel de Lardizabal, ambos muy resentidos contra las cortes y de grande influjo en las resoluciones que se tomaron en Valencia, si bien no tanto el último por la imposibilidad le redujo, durante algun tiempo, un vuelco que dió en el

á que camino.

El general Elio.

con el cardenal

Pero quien mas que todos imprimió impulso y determinado rumbo á los negocios, fue el capitan general de Valencia Don Francisco Javier Elío, desafecto á las reformas y agraviado por lo que de él se dijo en las córtes y en los diarios, despues de la segunda accion de Castalla. Habíale tambien desazonado entonces un acontecimiento ocurrido en aquellos dias. Fue pues que al llegar á Valencia el infante Don Antonio, pasando aquel á cumplimentar á S. A., pidióle el santo por inadvertencia ó de propósito para mostrar su aversion á las disposiciones de las córtes, Lo que sucedió estando alli presente el cardenal arzobispo de Borbon. Pero apenas habia Elío soltado semejante palabra, de Borbon. cuando el prelado, teuido por hombre manso y sin hiel, alteróse en estremo à increpóle de ignorancia en el cumplimiento de su obligacion, debiendo saber que á él solo cono presidente de la regencia tenia que dirigirse para pedir el santo. Quedaron todos atónitos de arranque tan inesperado en el cardenal, que no se aplacó sino á ruegos del mismo infante. Callóse Elio aguardó á que llegase el rey para despicarse y tomar venganza. Sale Elio á rect- En efecto al aproximarse S. M. le salió al encuentro aquel general, pronunció un discurso en el que no solo vertió amargas quejas en nombre de los ejércitos, sino que tambien suplicó al rey empuñase el baston de general que lleveba, euya señal de mando (decia Elío) adquiriria con eso valor y forta

bir al rey.

leza nneva.

Lo mismo el

y

A poco encontróse tambien S. M. con el cardenal cardenal. arzobispo cerca de Puzol, é imbuido ya malamente contra la persona de este, recibióle çon ceño ofreciéndole la mano para que se la besase. Hay quien dice tardó el cardenal en ceder á semejante insinuacion, creyendo se lo prohibia el decreto de las córtes, y que Feruando le mandó claramente entonces que obedeciese y que le besase la mano; hay quien asienta por el contrario no haberse opuesto S. Ema. á los deseos del rey, no viendo en aquel acto sino una muestra de puro respeto conforme al uso. De todas maneras cosas eran estas que descubrian sobradamente lo gaba ya.

que ama-.

Entró por fin el rey en Valencia el 16, y al dia siguiente pasó á la crtedral á dar gracias al Todopoderoso por los beneficios que

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le dispensaba, presentándole aquella tarde el general Elío la oficialidad del ejército que mandaba, á la cual preguntó estando delante de S. M: «¿Juran VV. sostener al rey en la plenitud de sus « derechos? »> Respondieron todos: «Sí juramos. »> Y con eso empezó Fernando á ejercer en Valencia la soberanía sin miramiento alguno á lo que las córtes habian resuelto; envalentonándose los adversarios de las reformas, y desbocándose del todo un papel subversivo que se publicaba en aquella ciudad bajo el título de Lucindo, ó Fernandino, obra de un tal Don Justo Pastor Perez, empleado en rentas decimales.

Representacion de los diputados llamados

sas.

per

Tenian íntimo enlace con semejantes pasos y suce. sos otras tramas que se urdian en Madrid á fin de empeñar á muchos diputados á que pudiesen ellos mismos la destrucción de las córtes. Húbolos que tal osaron, principalmente de los que anduvieron mezclados en las marañas de Córdoba con el del Abisbal, y en las de Madrid, cuando quisieron algunos mudar de súbito la regencia del reino. Hacia cabeza Don Bernardo Mozo Rozales, ya mencionado, quien acordó con otros compañeros suyos elevar á S. M. una representacion enderezada al deseado intento. Llevaba esta la fecha de 12 de abril, y era una reseña de todo lo ocurrido en España desde 1808,

como tambien un elogio de* «la monarquía abso- (*Ap. n 22.) « luta.... obra (decíase en su contesto) de la razon y de la inteligencia.... subordinada á la ley divina.... acabando no obstante por pedirse en ella, « se procediese á celebrar córtes con la solem«nidad y en la forma que se celebraron las antiguas. >> Contradiccion manifiesta, pero comun á los que se estravian, y procuran encubrir sus yerros bajo apariencias falaces. Llevaba la representacion por principal mira alentar al rey á no dar sa asenso ni aprobacion á la nueva ley constitucional, ni tampoco á las otras reformas planteadas en su ausencia. Llamaron en el público á esta representacion la de los persas por comenzar del modo siguiente; «Era costumbre en los antiguos persas.... » cláusula que pareció pedantesca y risible como fuera de su lugar, y propio el nombre de un pueblo que los antiguos teniau por bárbaro para ser aplicado á los autores de un papel que recordaba tales actos, y sostenia ideas rancias opuestas á las que reinaban en el siglo actual.

Fueron pocos los diputados que firmaron en un principio esta representacion, creciendo el número hasta el de 69, al derribarse la constitucion; unos por temor , por ambicion otros y bastantes por irse al bilo de la corriente del dia. Tacharon los desapasionados de muy culpables á los autores y primeros firmantes, pues como cólegas faltaron á los miramientos que debian á los otros diputados, y como hombres públicos á sus mas sagradas obligaciones, no forzándolos nadie á permanecer en el asiento que ocupaban, ni á dar con su presencia y voto, aunque fuese negativo,

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