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de

F. C.

de Es

Años trono. Y así que se acercó à Zaragoza saliéron mu-| Era chísimas gentes à recibirle, y entró con las mayo-paña. res aclamaciones de alegría y de gozo, haciendo resonar las calles con las voces de viva el Rey y el Señor D. Juan, que gane siempre la victoria. contra sus enemigos, y desgraciado del Jesuita que le persigue. Le echáron flores, y le daban las mayores y mas vivas demostraciones de alegría.

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1669

La relacion fiel de este suceso irritó à la ReyIna contra los Aragoneses porque habian despreciado sus órdenes y al P. Nithard, y porque el pueblo se habia explicado de un modo tan injurioso contra él. Una gran parte de los habitantes de Madrid celebráron la generosidad de aquéllos, y otros desaprobáron su conducta temiendo que el Príncipe confiando en la proteccion de una nacion que sostiene con teson sus resoluciones causase algun alboroto en la corte. D. Juan traía de escolta doscientos caballos, trescientos infantes, y muchas otras personas armadas de sus criados y amigos, todos resueltos à defenderle hasta perder la vida. El Papa Clemente IX que estaba enterado de los alborotos que habia en España por causa del confesor, escribió à su Nuncio le persuadiese que se retirase voluntariamente ántes que se le obligase por fuerza y quizás con gran daño suyo.

Los Regidores de Madrid se juntáron quando supiéron que venia armado para deliberar lo que debia hacerse y precaver los males que amenazaban; y despues de muchas reflexiones enviáron quatro personas de su cuerpo al Presidente de Castilla, los quales en nombre de la Villa le hiciéron presente los males que podia causar la venida del Príncipe con tropas en el tiempo en que la corte no tenia fuerzas. El pueblo estaba insolente, y tan dispuesto à la rebelion, que aunque D. Juan tuviera las mejores intenciones se podian temer justamente grandes males. El Presidente en vista de esta representacion pasó à palacio y se jjuntó el consejo, y se resolvió enviarle un correo con órden de despedir su escolta. Esto le obligó à apresurar su marcha, y despues de dos dias lo despachó con el recibo de la carta sin ninguna respuesta. La tardanza de aquél, y haber llagado

Años sin ninguna contestacion, aumentó los temores de Era la corte.

de F.C.

de Es paña.

Algunos Grandes ofreciéron à la Reyna por el Presidente del consejo sus servicios. Se juntó caballería, y se diéron órdenes para armarse y prepararse para la defensa como si hubieran de sostener un sitio. Se mandó al Marqués de Peñalba que reuniese los oficiales reformados con todos los que se presentasen, y que saliese à declarar al Príncipe la órden de su Magestad de despedir la tropa y gente armada que llevaba. El Marqués no contento con la órden que le habia dado la Reyna de palabra, quiso que se le diera por escrito para estar mas autorizado; mas la Secretaría rehusó despacharla dando por motivo que la Reyna no podia resolver nada sin el consejo de Gobierno al qual no habia dado cuenta de esta novedad. Irritada con esta resistencia envió à decir al Secretario que pensase sériamente en lo que hacia, pues la dificultad que ponia en las presentes circunstancias podia tener muy malas consecuencias. El Cardenal de Aragon, el Conde de Peñaranda y el Vicecanciller fuéron à verla y la representaron que el Secretario tenia razon, y diéron una reprension al Presidente de Castilla por haber aconsejado à S. M. que diera una órden con tan poca formalidad en materia de gobierno, que podia poner en confusion el estado y privar al Rey del trono, lo que el consejo no podia mirar con indiferencia.

Se revocó la disposicion de tomar las armas. La Reyna viendo que por la fuerza no podia hacerle obedecer à D. Juan se sirvió de la dulzura y de la persuasion para que dejase las armas escribiéndole por D. Diego Velasco, que era su amigo, una carta llena de política, de atencion, y de modo. El 23 de Febrero llegó à Guadalajara, y el dia siguiente pasó à Torrejon de Ardoz que dista tres leguas de Madrid. Aquí puso su gente en órden de batalla y respondió à la carta con la misina atencion, pero insistiendo siempre en que el P. Nithard saliera del reyno, que despues de eso sería el mas obediente de todos los súbditos. De modo que se creía generalmente que lestando tan irritado el Príncipe contra él, el par-]

de

de Es

Años tido mejor para salvarse de su indignacion era Era echarle à su pais, pero no se podia reducir à la Reyna à que tomase este partido.

7. C.

El confesor conociendo el peligro en que estaba redobló sus instancias para conseguir la licencia, pero no respondiéndole la Regenta sino con lágrimas y suspiros, se resolvió à exponer su vidaj por no disgustarla. El Nuncio pasó à Torrejon à entregar al Príncipe una carta del Papa, por la qual le exhortaba que respetára y se sometiera à la Reyna pues era muy justo siendo su Soberana. Al mismo tiempo le pidió que se detuviera quatro dias mientras se daban órdenes para satisfacer sus agravios. D. Juan le respondió que la primera satisfaccion era que el P. Nithard saliera de la corte dentro de dos dias. Con esta respuesta volvió al consejo à media noche quando el pueblo estaba por las calles lleno de temor y de indignacion. El Duque del Infantado y el Marqués de Eliche viendo que se tardaba la resolucion del consejo para hacerle salir, dixéron en alta voz que la cosa era tan urgente y tan precisa, que si no se determinaba pronto ellos mismos irían à sacarlo de su casa.

El pueblo amotinado pedia à gritos que se le hiciera salir para librar à la corte del saqueo, pues no era justo exponerla à estas violencias por un jesuita extrangero que no tenia mas mérito que el de agradar à la Reyna. Viendo que el desórden se aumentaba, el consejo se juntó pronto para poner remedio à los males que amenazaban, y considerando que si las tropas de D. Juan entraban los amigos serian confundidos con los enemigos, y que no se trataba sino de un sugeto que el pueblo aborrecia y le llenaba de maldiciones, tomáron inmediatamente la resolucion que saliera, enviando à la Reyna el decreto por D. Blasco de Loyola para que lo firmase. La órden decia que el P. Nithard saliera de Madrid dentro de tres horas, y la firmó sin hablar palabra ni derramar una lágrima; pero para que no pareciera que salia forzado, hizo extender el siguiente decreto en términos honoríficos para salvar su reputacion.

"Juan Everardo Nithard, de la compañíaj

paña.

de

F.

de España.

Años de Jesus, mi confesor, del consejo de Estado, è Eru
C.Inquisidor general, me ha suplicado le permi-
ta retirarse de estos reynos; y aunque me hallo
"con toda la satisfaccion debidą à su virtud y
otras buenas prendas que concurren en su per-
sona, atendiendo à sus instancias, y por otras
"justas razones, he venido en concederle la li-
cencia que pide para poder ir à la parte que le
"pareciere. Y deseando sea con la decencia y de-
»coro que es justo, y solicitan su grado y parti-
"culares méritos, he resuelto se le dé título de
Embajador extraordinario en Alemania ò Roma,
donde eligiere y le fuere mas conveniente, con
retencion de todos sus puestos y de lo que goza
por ellos. En Madrid à 25 de Febrero de 1669.
"To la Reyna."

El Cardenal de Aragon y el Conde de Peña-
randa le lleváron la noticia de su salida que el
consejo se habia visto en la precision de dar
para aplacar el pueblo, impedir al Príncipe que
entrase con fuerza armada en la corte, y salvar-
le à él mismo la vida. Los superiores de los jesui-
tas, no dudando que esta escena tumultuosa ha-
bia de tener un fin trágico si se obstinaba en no
salir de la corte, fuéron à su casa para hacerle sa-
ber el peligro en que estaba, y que no podia li-
brarse de él sino abandonándolo todo. El Almi-
rante de Castilla que quiso verle ántes de partir
le habló con aquella libertad que le daba su dig-
nidad y su nacimiento, y le dixo que él mismo
se habia atraido esta desgracia y que à nadie
debia echar la culpa. El confesor, que no estaba
acostumbrado à oir reconvenciones, le respondió
algo enfadado que aquellas cosas no se decian àj
un Inquisidor General delante de otros. Este de-
¡creto que le precipitaba de un lugar tan alto, aba-
tió su espíritu causando en él una turbacion que
no sabia qué hacerse ni qué decir. Sentia en ex-
tremo de haber de partir tan pronto, y sin ver ni
despedirse de la Reyna su bien hechora. El Car-
denal de Aragon que le estimaba particularmen-
te lloraba su desgracia, considerando en su per-
sona la inconstancia de las cosas humanas. En
fin los dos comisionados del consejo le ofreciéron
dinero para su viage, mas agradeciendo sus ge-l

Años nerosas ofertas les respondió que habia venido à

de

3. c. España pobre religioso, y que saldria de la mis

ma manera.

El 26 de Febrero por la tarde salió acompañado del Cardenal y de los oficiales de la Inquisicion y se fué à Fuencarral. Quando le vió pasar el pueblo le insultó diciendo mil injurias y maldiciones, y hubo algunos que le echáron piedras.Tan furioso estaba contra él, que si la presencia del Cardenal no les hubiera contenido le hubieran hecho pedazos; mas él lo sufrió todo con mucha tranquilidad y sin hablar palabra. El 28 emprendió su viage por Vizcaya acompañado de su secretario que era un jesuita, y de quatro criados. D. Juan no contento con la salida del P. Nithard, pidió que se removiese de sus empleos al Presidente de Castilla D. García de Avellaneda y al Marqués de Aytona; que se le permitiese entrar en la corte para besar la mano al Rey; que se aliviase al pueblo; y que se proveyesen los destinos que dejaba el confesor en personas de literatura y probidad. La Reyna y el consejo no contestáron à estas cartas sino en términos generales diciéndole al mismo tiempo que despidiese la tropa. Este Príncipe ambicioso que no respiraba sino vanidad y orgullo, respondió con mucha fiereza al Cardenal de Aragon y al Nuncio que le escribiéron aconsejándole que obedeciese, que no despediria la tropa hasta saber que el confesor estaba fuera de España, pues mientras exîstiese en el reyno no podia estar libre de sus artificios.

La necesidad le obligó à volverse à Guadalajara pues no podia mantenerse en Torrejon, y se temia alguna sorpresa por lo mismo que el negocio se trataba con tanta lentitud. El pueblo de Madrid irritado con las amenazas que habia hecho de entregarlo al saco le habia perdido la aficion, y no podia contar sino con algunos amigos ocultos que estaban resentidos del gobierno, y pensaban hacer fortuna con su proteccion. Para poner fin à todas estas contestaciones el consejoj envió à Guadalajara al Cardenal para tratar de palabra la reconciliacion proponiéndole las condiciones siguientes: que será restablecido en el gobierno de los Paises-Baxos sin embargo que re

Era

de España.

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