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dejando siempre algunos artículos dudosos para emprenderla à su arbitrio con el pretexto de infracciones supuestas, como sucedió con el tratado de Nimega.

D. Juan de Austria es derribado por el mismo medio que quiere asegurar su fortuna. Medinaceli le sucede en el ministerio tan incapaz de salvar la patria como los que le han precedido, y por su falta de talento y poca habilidad aumenta los males de la nacion, y el Rey se vé precisado à exônerarle de su ministerio. La forma del gobierno se conserva la misma, y los consejos deliberan con toda libertad y procuran poner remedio à los males; pero sus esfuerzos son inútiles, el desorden continúa en todos los ramos de la administracion, y su ruina es inevitable. La nacion no es mas que un cadáver sin espíritu ni vida, y el oprobio y el desprecio de todas las demás. Luis que queria quitar las fuerzas à España insensiblemente para apoderarse despues con facilidad de su trono y arrojar de él para siempre à la casa de Austria, vuelve à tomar las armas, y por la tregua de Ratisbona se le cede d Luxembourg y algunas otras plazas. No conocia nuestra corte que quanto mas cedia mas se encendia su ambicion insaciable. La santidad de los tratados no es una barrera capaz de conté

ner à las potencias poderosas. La fórmula que se pone à la frente de ellos: Habrá paz perpetua entre las potencias contratantes, son palabras de pura ceremonia que no pueden engañar sino à los diplomáticos ignorantes, pues los posteriores contienen casi siempre estipulaciones que anulan las promesas mas solemnes y juradas que se habian hecho en los anteriores; y así en vez de ser los tratados bases de paz, lo son por el contrario de guerra, valiéndose los Príncipes poderosos, inquietos y violentos de este pretexto para empezar las hostilidades, y se sirven de las mismas cláusulas de paz para justificar su conducta y autorizar sus violencias. Los odios inveterados de las naciones fomentados por la ambicion de algu-. nos Príncipes, y sostenidos por su propia fuerza, se conservan mucho tiempo entre los pueblos confinantes, y no es posible sepultarlos en una paz perpetua.

La tranquilidad que goza un estado débil por medio de los tratados, no es sino una calma pasajera como el corto intervalo que hay entre dos tempestades horrorosas. Apenas se encontrará en la historia una nacion poderosa con fuerzas mayores que sus vecinos, que no tenga violentos deseos de engrandecerse à costa suya y de sujetarla à su imperio. Todos los gobiernos aspiran natural

mente à la tiranía por el vicio de nuestra naturaleza. La libertad rara vez deja de ser presa

de la fuerza. Ni las ciencias, ni las artes, ni la civilizacion de un estado, ni las buenas instituciones, ni la buena legislacion, harán jamás libres à los hombres, sino la virtud. Las pasiones se encienden por una bagatela. El particular en este caso hace esfuerzos para vengarse de otro particular; la nacion toma las armas contra otra nacion; y unos y otros trabajan con toda su industria y sus fuerzas para sujetarse.

La España experimenta estas verdades en el reynado infeliz de Cárlos. Este Príncipe de una complexion débil, y toda su vida enfermizo, tenia ménos vigor en su espíritu que en el cuerpo. Sus ideas eran tan limitadas que apenas conocia si no las cosas mas materiales que tenia entre manos, incapaz absolutamente de gobernar sus estados, y por falta de talentos dejó el reyno expuesto à la depredacion interior y exterior. Luis se servia de nuestra debilidad para extender su imperio y ́sujetar nuestros estados, y sus ministros y magistrados para oprimir à los Españoles con su autoridad. En ningun reynado se han hecho tantos tratados de paz como en el de Cárlos II, en ningun tiempo ha hecho la España mayores sacrificios, y en ninguno ha gozado de menos tranquilidad.

Carlos tenia un corazon bueno, afecto al pueblo, repugnancia à la opresion, y cada vez que se le hablaba de los abusos manifestaba deseos de que se corrigieran. Su madre le habia apartado del conocimiento de los negocios, y despues hicieron lo mismo los ministros para engañarlo mas fácilmente, y gobernar à su arbitrio como lo habian hecho con sus dos predecesores. ¿Qué habia de hacer este pobre Rey sin instruccion, sin práctica de los negocios, y con un talento tan limitado por buenos deseos que tuviera? Por sí gastaba poco, y con su economía hubiera podido remediar muchos males que causaban los excesivos impuestos; mas la escasez en que se hallaba siempre la tesorería excitaba una gran parte de la indignacion pública. Respetaba el dictámen de los Consejos, y les consultaba en todos los negocios. El pueblo tenia puesta su confianza y sus esperanzas en ellos, porque habia visto que muchas veces habian hecho representaciones muy enérgicas para corregir los abusos; y si no habian tenido todo el efecto que se deseaba, habia sido mas por causa de los ministros que de los mismos Soberanos. Aunque comunmente se acomodaban à los deseos de los ministros por ignorancia ò por timidez, habia en ellos hombres. de mucho carácter, y ardientes defensores de los derechos de la nacion; tenian instruccion y luces,

y conociendo el origen y la causa de los abusos proponian los medios mas eficaces para corregirlos. ¿Pero de qué servian las ideas de estos hombres generosos, que por su virtud y desinterés se habian grangeado la estimacion pública, sino se hacia caso de lo que decian? Conociendo que las fuentes de las riquezas de un Estado son el comercio, la industria, las artes y la agricultura, las quales están muertas sin la libertad, representaban con mucho vigor que se quitáran todas las trabas y se dejára al arbitrio de cada uno hacer sus especulaciones, y proponian reformas y economías que las disposiciones de una corte devoradora hacia imposibles. Todo nuevo ministro procuraba ver el estado de la hacienda pública; pero era solamente para ver la ruina en que iba à sumirse la nacion, no para remediar los males.

Habia pocos hombres que conocieran las llagas profundas de que estaba cubierto todo el cuerpo político; pero toda la Europa conocia que nuestro reyno estaba muy mal gobernado. Todas las provincias se resentian de este mal, y su dolor se aumentaba con la idea que se hacia general, que los males no tienen remedio, y que la mano de los hombres no puede llegar à curarlos. La nacion estaba empeñada en un golfo de deudas, y tanto, que los intereses absorvian el tercio de las rentas; y léjos

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