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bajadores de Sicilia le pidieron con insistencia les concediese por rey á su nieto Don Fadrique. La condesa de Urgel, madre del conde, y su nuera la infanta Doña Isabel, conjurándole en nombre de Dios, le exigian declarase al conde, legítimo sucesor. El cronista Lorenzo de Vala asegura, que resistiéndose Don Martin, se arrojó á él la condesa, y golpeándole en el pecho, le gritaba, que sin razon y justicia, de que pronto daria cuenta á Dios, queria privar de la sucesion legítima á su hijo; hasta que acudiendo D. Guillen de Moncada y un conseller de Barcelona, arrancaron al moribundo monarca de manos de aque. lla furia.

La noticia de estos excesos y escándalos debieron propagarse fuera del monasterio, y sin duda para poner coto á ellos, la ciudad de Barcelona mandó una comision que oyese la úlțima voluntad del rey, si este pudiera aun expresarla. Los comisionados se presentaron en el convento, y el mismo dia 31 de Mayo en que murió Don Martin, formaron un acta, de la cual consta, que no pudiendo hacerles conocer su voluntad, ó no queriendo expresarla terminantemente, se vieron obligados á preguntarle: «si era su voluntad que la sucesion de los reinos y tierras despues de su muerte, recayese en aquel que por justicia tuviese á ello derecho:» y que el rey bien enterado de la pregunta, solo habia contestado «Hoc,» (4) es decir, Si;

(1) La segona queus placie de present manar á tots los dits regnes é terres vostres que per tots lurs poders é forces facen per tal forma é manera que la successio dels dits vostres regnes é terres apres obte vostre pervingue à aquell que per justicia deura pervenir con azo sia molt plasent á Deu é sobiranament profitós á toda la cosa pública é molt honorable é pertinent à vostra real dignitat. Et hiis dictis, dictus Ferrarius de Gualbes repetens verba per eum jam prolata dixit etiam hæc verba vel similia in effectu. Senyor, plauvos que la successio dels dits vostres regnes é terres apres obte vostre, pervingue à aquell que per justicia deura pervenir. Et dictus dominus rex tunc respondens dixit. Hoc.--La pregunta se repitió otras dos veces el dia que murió, y siempre contestó lo mismo.

y que repetida la pregunta por otras dos veces en diferentes horas, siempre contestó lo mismo; siendo las últimas diligencias que se hicieron para conocer la voluntad de Don Martin, quien falleció el mismo dia, sin darla á conocer de otro modo, y dejando la sucesion, pendiente de una declaracion de justicia.

Calcúlese el estado en que quedaria el reino, sin saberse quién habia de ocupar el trono; aspirando á él muchos, y algunos poderosos competidores; sin ejemplar alguno que sirviese de precedente ó norma para la conducta que se debia seguir; ardiendo en bandos y discordias Aragon, Valencia y aun Cataluña; declarándose toda la gente de movimiento en favor de unos ú otros competidores, y la masa tranquila de la nacion, juguete de las facciones, de los ambiciosos, y de los que con las armas en la mano agitaban, explotaban y saqueaban el país.

En Aragon seguian mas enconados que nunca los Lunas y Urreas, sin que se encontrase medio de arreglar las disensiones de estas dos poderosas familias. La muerte de Don Martin aumentó la saña de unos contra otros, porque los Lunas sostenian ardientemente la causa del conde de Urgel, y los Urreas la hostilizaban unidos á los Heredias, representados mas principalmente por el arzobispo de Zaragoza. Afortunadamente el rey Don Martin habia destituido poco antes de morir al conde de Urgel, de la gobernacion general del reino, y nombrado al que ya lo habia sido, D. Gil Ruiz de Lihori; privando así al conde, de la inmensa influencia que de otro modo le hubiera dado su cargo. Todas las esperanzas de los hombres amantes de su país, se fundaban en el gobernador, en el Justicią Jimenez Cerdan, en el arzobispo de Zaragoza y en el Papa Benedicto XIII, quienes aunque à la sazon con distintas tendencias, ocultaban cuidadosamente su aficion, y solo trataban de avenir á los Lunas y Urreas, ó al menos asentar treguas para convocar el Parlamento aragonés. Contribuyó mucho á sostener entre los estados del clero y universidades la idea de reunir Parlamento general de Aragon, la circunstancia de ha

ber logrado reunirse, despues de algunas dificultades, el Parlamento catalan en Barcelona; el cual mandó á Zaragoza una solemne embajada presidida por el arzobispo de Tarragona, para procurar conciliar los bandos, y que se despachase pronto el negocio de la sucesion.

Hay quien asegura, que con los esfuerzos de la embajada catalana y la presencia del Papa en Zaragoza, se consiguió atreguar los bandos de Lunas y Urreas, acreditándose de tal modo la idea de reunir parlamento, á pesar de la oposicion de algunos nobles, que al fin y con intervencion del célebre jurisconsulto Berenguer de Bardají, se convocó el aragonés para Calatayud, donde debia reunirse el 8 de Febrero de 1414. Decíase en la convocatoria, que presidirian el gobernador Lihori y el Justicia Cerdan; pero hubo que prorogar el plazo, para dar lugar á que entrasen juntos en Calatayud, D. Antonio de Luna y el Castellan de Amposta, íntimos amigos, quienes se recelaban y temian al arzobispo y procuradores de Zaragoza, que estaban ya dentro de la poblacion.

Con trabajo y paulatinamente se fué formando el Parlamento, que desde un principio correspondia con el de Barcelona; pero cuando se creia que empezaria á funcionar libremente y de acuerdo con Valencia y Cataluña, surgió un conflicto que fué causa bastante para su disolucion. Habíase acordado por mayoría, el nombramiento de una comision de nueve personas que se entendiesen con Valencia y Cataluña, para celebrar Parlamento general de los dos reinos y principado, con objeto de tratar el importante punto de sucesion. Resistíase esta idea á los partidarios del conde de Urgel, que no solo desaprobaban el nombramiento de la comision de los nueve, sino que tampoco eran de su gusto las personas que la componian, y manifestaron tal terquedad el obispo de Tarazona y demás amigos del conde, que fué imposible la continuacion del Parlamento y necesaria su disolucion. No dejó de sostener sin embargo en él pública y oficialmente D. Antonio de Luna, la candidatura del conde de Urgel, pidiendo se le

declarase desde luego rey; pero el arzobispo de Zaragoza se opuso tenazmente, desbarató los proyectos del rico-hombre, y defendió los derechos del infante Don Luis de Calabria. Antes de separarse y de acuerdo con los embajadores de Cataluña y Valencia, se convino que cada reino tuviese su Parlamento aislado, reuniéndose en sitios próximos unos á otros; desechándose por completo la idea de Parlamento general de las diferentes fracciones del reino de Aragon, y quedando por consecuencia triunfante sobre este punto la opinion de los partidarios del conde de Urgel, que huian de Parlamento general, creyendo mas provechoso á su causa, la reunion de parlamentos parciales de cada reino y principado.

Mas pronto desapareció esta pequeña ventaja de los valedores del conde, porque despues de la disolucion del Parlamento de Calatayud, aconteció un hecho de tal gravedad, que no dudamos fué la causa principal que quitó la corona al de Urgel, y la puso en las sienes del infante de Castilla. D. Annio de Luna y varios de sus compañeros y servidores, proyectaron deshacerse del arzobispo de Zaragoza, enemigo intran sigente del conde de Urgel. Al efecto, citó muy cortesmente D. Antonio al arzobispo, suplicándole que al trasladarse desde Calatayud á Zaragoza y al pasar por la Almunia de Doña Godina, saliese al camino donde queria hablarle, para tratar asuntos muy importantes relativos al ajuste de las diferencias y provecho de la causa pública. Creyó el incauto prelado en la buena fe de caballero tan arriscado; acudió á la cita, y despues de los primeros muy corteses saludos del de Luna y sus acompañantes, apartó este al arzobispo del camino, y cuando ya le tuvo algo distante, propuso al prelado la verdadera cuestion. ¿Ha de ser ó no rey el conde de Urgel? A esta pregunta de D. Antonio, contestó el arzobispo con energía sí, pero un tanto ligeramente: «No lo será mientras yo viva.» Montó el caballero en cólera y repuso: «Pues será rey el conde, preso ó muerto que vos seais:» «muerto bien podrá ser, pero no preso,>> esclamó intrépidamente el arzobispo, y volvió las riendas á su

mula para unirse á los familiares y séquito que le acompañaban. En el acto le acometió el rico-hombre; le abofeteó desde su caballo, le asestó una cuchillada en la cabeza, con la que le derribó de la cabalgadura, y acudiendo los demás acompañantes de Luna, le acabaron de matar á lanzadas y cuchilladas, le degollaron y cortaron una mano. Fueron además asesinados con el arzobispo, su familiar Pedro Diez Garlon y Tomás de Alonso Liñan, caballeros de Calatayud: perdió un brazo Pedro Fernandez de Felices: quedó herido el capellan Juan Bonet, y preso Jaime Cerdan, hijo del Justicia, que desarmados, acompañaban al arzobispo.

Tan escandaloso atentado, verificado el 1.o de Junio de 1414, atemorizó por el pronto á todos los enemigos del conde de Urgel: fué señal de la terrible persecucion que los Lunas emprendieron contra los Heredias, Urreas y demás que sospechaban enemigos del conde, obligándolos a pasarse con los Cerdanes al bando de Don Fernando el de Antequera, abandonando à D. Luis de Calabria. Causó pues el atentado, profundo daño a la causa del de Urgel, porque nadie le vió desaprobar la conducta del de Luna, alargándole por el contrario cada vez mas su confianza, y dando visiblemente á conocer, que el asesinato del arzobispo y sus gentes, si no pactado, tolerado, consentido y aprobado fué por el conde.

Puede presumirse hasta dónde llegaria la audacia y malvada intrepidez de D. Antonio de Luna, por el modo con que daba cuenta del acontecimiento al Parlamento de Barcelona, en carta desde Alcañiz de 6 de Junio de 1411. Aseguraba que él y los suyos se vieron obligados à dar muerte al arzobispo, ly por haberles acometido este y su gente en el camino de la Almunia; lo que no debia extrañarse en un hombre de tan mala y deshonesta vida, como la del arzobispo: que el prelado tenia gran número de gente armada, para asesinar á don Antonio y los suyos: que estos se habian defendido, y en la defensa habia muerto el arzobispo, no sin recibir don Antonio una herida en el cuello. Confirmaba últimamente la

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