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res fieles nos proponemos tratar, y renunciando á los demas artificios que suelen emplearse en semejantes casos por los que miran la verdad con desamor ó al menos con indiferencia.

DON CARLOS MARIA ISIDRO DE BORBON, hijo segundo de los reyes Carlos IV y María Luisa, nació en el sitio de Aranjuez muy avanzada la noche del 29 de marzo de 1788. Dos dias despues fue bautizado y se le condecoró con el toyson de oro y la gran cruz de Cárlos III. Su ilustre abuelo que llevaba este último nombre, en el escaso tiempo que sobrevivió al nacimiento del príncipe que nos ocupa, puesto que murió en el año mismo en que se habia verificado, le distinguió particularmente en su afecto, segun es fama, augurando bien del tierno y delicado infante. Fernando VII, á la sazon príncipe de Asturias, unióse tambien con su hermano menor, ya desde los primeros años, con un cariño íntimo y cordial, que no se desmintió despues en mil ocasiones, à pesar de las intrigas que en derredor de ambos se agitaban, suficientes para quebrantar aun los vínculos mas robustos y acendrados.

La educacion de D. Cárlos fue propia de su nacimiento, y tan distinguida como era posible. Hombres los mas notables por su literatura y sus virtudes, se encargaron de ilustrar el entendimiento del infante y de formar su corazon. Entre ellos aparecen el célebre P. Scio, prelado electo

que fue de Segovia, y D. Cristóbal Bencomo, despues arzobispo titular, quienes enseñaron al jóven príncipe los elementos de una sana filosofía, historia sagrada y profana, y bellas letras. Citase como su maestro de matemáticas el brigadier de ingenieros D. Pedro Giraldo; y en el arte militar lo fue D. Vicente Maturana. Vigilaban sobre sus estudios y sobre su educacion en general, el duque de la Roca y el marqués de Santa Cruz.

Satisfechos se hallaban estos hábiles profesores de la señalada aplicacion de su ilustre discípulo, á la cual eran consiguientes sus adelantos en todas las materias á que se dedicaba; pero harto mas hubieron de celebrar la indole que en él se descubria; y la honradez y religiosidad de que daba muestras tan lisongeras como precoces.

A la par que crecia en años y se desenvolvia en él la razon, su amor á la patria hacíale mirar con alto desagrado los escesivos obsequios, la deferencia servil que grandes y pequeños prestaban en la corte al valido Godoy, cuya privanza con sus augustos padres fué tan fatal á España, atrayendo sobre ella un cúmulo de infortunios en que por maravilla no hemos perecido como nacion independiente; simpatizando con el príncipe de Asturias en la aversion que le inspiraba aquel prodigio de la fortuna. A este propósito se refiere una anécdota que vamos á consignar transcribiéndola

de un autor contemporáneo. Hé aquí sus espresiones: «Cuando Godoy fué creado almirante, insul– tando á nuestra moribunda marina, reuniéronse en Palacio todos los músicos de Madrid para dar una serenata al agraciado. El príncipe de Asturias y su hermano, obligados á presenciar la fiesta, veian con adusto ceño aquel obsequio adulador, como un insulto que se les dirijia. En un arrebato de cólera, dirigió el de Asturias á su hermano en voz baja estas palabras llenas de profundo despecho: «Vé ahí cómo me usurpa un vasallo el amor de los >> pueblos; yo nada figuro en el Estado, y él lo >>puede todo.»-«No te asustes por eso, le replicó «D. Carlos: cuanto mas le dén, mas tendrás que »quitarle luego.»-No tardó mucho en llegar este caso; y los terribles sucesos de Aranjuez vinieron á realizar el profético luego de D. Cárlos. Este, como era de esperar, aplaudió el triunfo de su hermano: y al entrar con él en Madrid, recibió igualmente no pequeña parte del entusiasmo popular que tan altamente se pronunciaba á favor del nuevo Monarca.»

Las cláusulas en que el biógrafo, á quien aludimos, aplica el vaticinio de D. Cárlos á los sucesos que sobrevinieron poco despues, nos presentan

ya á este príncipe en cierta posicion política al lado de Fernando VII, sucesor de su padre en el trono mediante la abdicacion que hubo de hacer, obligado por los tristes acontecimientos que nadie

ignora, y cuyo recuerdo es tan amargo para los buenos españoles.

No gozó D. Cárlos por mucho tiempo de esta situacion; pues habiéndose verificado la renuncia de Carlos IV en 19 de marzo de 1808, apenas habian transcurrido 17 dias cuando ya el príncipe se vió en la precision de salir con la mayor premura de Madrid, impelido por las escitaciones de los que auxiliaban á Napoleon en el empeño de apoderarse de España. Con pretesto de una invasion en Portugal á que debia contribuir nuestrá nacion de consuno con la Francia, habíase introducido en la Península un ejército francés, cuyo aumento sucesivo y su permanencia en la misma, daban motivo á que los españoles concibiesen las mas desagradables sospechas. Murat, gefe de las tropas francesas que ocupaban á Madrid, anunció á Fernando la próxima venida del emperador á Bayona con intencion de entrar en España, suponiendo á este animado de los mejores deseos hácia el rey; y le persuadió que saliese, á lo menos hasta Búrgos, á recibir à Napoleon. He aquí el motivo del viaje de D. Cárlos, que precedió al de Fernando algunos dias.

Pasó, pues, el Infante à Bayona á cumplimentar á Bonaparte en nombre del rey, llegando á aquella plaza al mismo tiempo que su hermano á Vitoria. Desde luego penetró D. Cárlos las verdaderas intenciones del emperador, aunque disfraza

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das bajo el colorido de arreglos amistosos de recíproca conveniencia: y en tal estado tuvo el sentimiento de ver á Fernando entrar en Bayona, habiéndole comprometido á este peligroso paso sus desacertados consejeros, á pesar de lo que dictaban el propio decoro y de los antecedentes nada lisonjeros que ofrecia la condúcta de Napoleon, y á pesar tambien de la firme oposicion y material resistencia de los leales vitorianos á la continuacion de la marcha del rey.

Tambien pasaron á Bayona en fines del mismo abril los reyes padres, poniéndose en manos del conquistador.

No entra en nuestro plan el hacer una esposicion minuciosa de las escenas ocurridas en esta reunion de altos personages, que tan tristes recuerdos ofrece respecto de los príncipes españoles. Napoleon descubrió desde luego sus ambiciosas miras: Fernando no mostró el mayor carácter en tal ocasion; pero no asi D. Carlos. Porque al paso que el rey, en la junta celebrada en el castillo de Marrac, inducido particularmente por su preceptor el canónigo Escoiquiz, no se atrevia á oponerse al empeño de Napoleon, relativo á que renunciase sus derechos á la corona de España; su hermano, revistiéndose de la dignidad propia de su carácter y sin temer al fiero dominador, manifestaba serle preferible cualquiera desgracia á ver asi humillada su familia, y que no consentía por su parte

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