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impecables; pero lo que podemos afirmar, seguros de que no se nos desmienta, és que las lijere— zas y debilidades que en aquel tiempo hayan podido cometerse al tratar á los reos de delitos politicos, no son de modo alguno comparables con los atentados escandalosos que en la misma línea se han perpetrado en los años posteriores à la muerte de Fernando VII.

Aun admitiendo hasta cierto punto como fundada la acusacion que en tales términos se hace al gobierno restaurado en 1823, pudiéramos pregun tar si la conducta del partido liberal, generalmente hablando, era tan pacífica en aquel tiempo, que hubiese de causar grande estrañeza fuera tratado con algun rigor en circunstancias dadas por parte de las autoridades, à fin de lograr por este medio su escarmiento. Si recorremos las memorias de aquellos años, veremos repetirse á cada paso las tentativas de rebelion contra el gobierno establecido; tentativas cuya minuciosa esposicion nos detendria demasiado. Nadie ignora que los liberales emigrados en el estrangero, han acometido varios -puntos de nuestras costas y fronteras, tal vez con recursos no despreciables, á fin de reemplazar el - sistema político vigente, por el famoso código de Cádiz; y que si bien ninguna de estas invasiones hizo temer por la subsistencia del órden de cosas creado en 1823, sin embargo su frecuencia recla— maba la severa represion de los culpables, á fin

de que la opinion no pudiese estraviarse, especialmente en los paises de que procedian los rebeldes, creyendo que era una empresa bien meditada y conforme a los deseos del pais, lo que realmente no era mas que un proyecto descabellado y sin ninguna probabilidad de éxito favorable, por mas que España no contase entonces con el numerosísimo ejército que sostiene en la actualidad, espepecialmente despues de la retirada de las tropas francesas, que el rey Fernando hiciera llevar á efecto antes del plazo acordado por el gobierno respectivo.

Con este antecedente, con el antecedente ademas de que los emigrados eran tan poco patriotas, que no vacilaban en emplear cualesquiera medios aun los mas innobles, siempre que pudiesen conducir á rebajar el crédito del gobierno español á la sazon empeñado en las mas interesantes operaciones rentísticas; con todos estos datos, decimos, la conducta del gobierno Real hacia los adversarios de su sistema político ofrece ancho campo á los elogios; y la censura que quizá pueden merecer algunos actos de sus funcionarios hácia los hom bres del partido liberal, quedará oscurecida ant los harto mayores escesos, las harto mayores in justicias de que ha sido víctima el partido monár quico en la época presente bajo la dominacion de los que entonces se consideraban vencidos.

Los hechos en que se funda este juicio, reco→

necidos están aun por los escritores liberales. Hé aqui cómo se esplicaba uno de ellos juzgando la conducta del gobierno Real para con los de su partido, suponiendo á estos objeto de persecucion para las autoridades de aquella década: «Cuando la historia refiera estos sucesos, dirá que (los liberales), cuando súbditos fueron tan inquietos y rebeldes, como imprudentes é intolerantes habian sido cuando señores. Verdad es que los partidos vencidos no están tan obligados à la circunspeccion y á la tolerancia como los partidos vencedores.... pero la espiacion es una ley constante y universal de la historia, cuya gravedad vá progresivamente aumen— tándose en proporcion á los hechos sobre los cuales se verifica... La espiacion del individuo no se cumple siempre en la tierra; pero cuando son grandes masas de hombres las que pecan, no salen de este mundo sin espiarlo» (*).

Tiempo es ya de que nos acerquemos á los sucesos que fueron el origen de la lucha objeto principal de nuestros trabajos. Las cuartas nupcias de Fernando VII, y la alteracion del reglamento de

(*) Véase la citada Galería de españoles célebres biografia de D. F. T. Calomarde pág. 26.

Felipe V, á que se ha dado el nombre de ley sálica, merecen especial atencion, y van á ocuparnos desde luego, con otros hechos que han sido su inmediata consecuencia.

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nacion que D. Carlos ocupase el trono al morir su hermano, grande probabilidad de que asi se verificase; puesto que la vida del rey no podia por un órden regular prolongarse mucho, atendido su estado achacoso, y se juzgaba que Fernando no

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