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insigne guerrero, embajador, diplomático é historiador grave, haber cultivado las musas y dulcificado con ellas su trato en términos de podérsele colocar, no al nivel, pero al lado de los mayores poetas.

La poesía, como todas las artes, cuando han alcanzado cierto grado de perfeccion, encuentran, al cabo de mas o menos tiempo, un genio que les dé cierto pulimento y las revista de ciertas formas y galas de buen gusto, de ciertos adornos que sin alterar su esencia le dan nueva belleza y agrado, nueva entonacion, brillantez y colorido. El que hizo esta revolucion en la poesía castellana, sacándola de su amable sencillez y de su modesta y elegante claridad, fué el sevillano Fernando de Herrera, llamado el Divino, por el fuego de su imaginacion, por la grandeza y elevacion de sus pensamientos, por la brillantez y magnificencia de sus imágenes, por la elegancia de su estilo, por la cultura, sonoridad y armonía de su diccion. En este sentido el divino Herrera formó una escuela distinta de la de Boscan y Garcilaso, y con tal facilidad que levantó la poesía lírica castellana á la mayor altura. Unas veces vivo, arrebatador y audaz, otras sensible, melodioso y tierno, pero siempre noble, siempre elevado y siempre florido, nadie le ha podido aventajar en esa analogía entre las imágenes y las palabras que llamamos armonía imitativa. Su oda á don Juan de Austria, su himno á la batalla de Lepanto, su elegía á la muerte del rey don Sebastian, aunque de diferentes géneros entre sí, son todas sublimes, todas obras maestras que pueden y deben presentarse como modelos.

Pero como de la belleza de la exornacion puede fácilmente abusarse cuando no hay discrecion para emplearla con sobriedad, sucedió que despues fué llevada por algunos hasta la exageracion y la extravagancia, y se corrompió el buen gusto degenerando en un insoportable culteranismo, cuyo contagio no bastó á contener la musa del juicioso Rioja, una de las más preciosas joyas del Parnaso español. Pero esto pertenece ya á otra época.

Muchos otros escritores, siguiendo las huellas de Herrera, enriquecieron el Parnaso español con producciones de no escaso mérito, bien que no igualaran, porque esto era ya harto difícil, los otros ingenios que hemos citado. Merecen entre ellos especial mencion los dos hermanos Argensolas, Lupercio y Bartolomé, notables por su facilidad en uno de los géneros mas difíciles de versificacion, que es el de los tercetos encadenados, por su buen juicio, agudeza y gracia en los asuntos morales y satíricos. Francisco de Figueroa, que además de otras composiciones llenas de dulzura y fluidez, sacó en su égloga á Tirsi mas partido del que entonces podia esperarse del verso suelto castellano. Fernando de Acuña, que tradujo las Heroidas de Ovidio y los cuatro primeros libros del Orlando de Boyardo. Los portugueses Montemayor, Saa de Miranda y Melo, que ejercitaron con facilidad su pluma en la poesía castellana. Vicente Espinel, traductor de la epístola de Horacio ad Pisones, é inventor de la Décima, que de él tomó el nombre de Espinela. Juan de Arguijo, excelente imitador de Herrera, y hombre de una imaginacion tan florida como profunda, con otros muchos que seria largo enu

merar.

Pero es imposible, aun antes de pasar de la poesía lírica, dejar de mencionar al que sobresalió en todos los géneros, al hombre de la mas fecunda vena que han producido los siglos, al llamado con razon Fenix de los ingenios, al portento de imaginacion, Frey Lope Felix de Vega Carpio, conocido mas por Lope de Vega. Aunque le hallaremos en todos los géneros de poesía desde la composicion mas sencilla y breve hasta la complicada y difícil epopeya, como poeta lírico fué el que introdujo el lenguaje poético en la poesía popular, y la ennobleció; haciendo una especie de maridaje entre esta y la poesía erudita, ennobleciendo, digámoslo así, la una, y vulgarizando la otra.

En la poesía didáctica, ni se ejercitaron mucho, ni sobresalieron los ingenios españoles del siglo XVI. En este punto hay que confesar que no tuvimos ni un Horacio, ni un Vida, ni un Boileau. El Ejemplar poético de Juan de la Cueva, y Los inventores de las cosas del mismo, aunque tienen por objeto instruir, son obras incompletas y que carecen entera

mente de método. El Arte nuevo de hacer comedias de Lope de Vega es mas bien una apología de su sistema dramático que una obra didáctica, si bien no deja de dar en ella buenos consejos. El único que habria podido llamarse verdadero poema didáctico, si se hubiera acabado ó tuviéramos de él algo mas que preciosos fragmentos, es el Poema de la Pintura del cordobés Pablo de Céspedes, que á su gran reputacion como pintor, escultor y anticuario, hubiera añadido la de poeta sobresaliente, si hubiera concluido y limado su obra, pues los trozos que de ella se conocen son bellísimos, así por los conceptos como por el colorido y la armonía.

No fueron tampoco felices los ingenios del siglo XVI en las obras que pertenecen al género mas elevado y difícil de la poesía, á saber, la epopeya. Y esto es tanto más extraño, cuanto que apenas comenzaba á nacer la lengua castellana, habian compuesto ya siglos atrás los admirables aunque toscos poemas del Cid y del Conde Fernan Gonzalez. Y no porque en la época que examinamos dejaran de escribirse multitud de poemas, algunos de ellos sobre asuntos muy dignos de la musa épica. Pero el mérito de ellos estuvo ciertamente léjos de corresponder ni á la grandeza del argumento, ni á lo que debia esperarse del talento y de la imaginacion de sus autores. El mismo Lope de Vega, tan fecundo en poemas épicos como lo fué en toda clase de obras y composiciones poéticas, no acertó en ninguno de los muchos que compuso á elevarse á la altura ni acomodarse al artificio que exige la epopeya. Se admira en todos la lozanía de su imaginacion, su abundante vena, su prodigiosa facilidad en versificar, pero se ve tambien, ya el desaliño, hijo de la precipitacion con que escribia siempre, ya la falta de nervio, ya las metáforas viciosas y los juegos pueriles de palabras, ya la inverosimilitud ó la falta de arte en el enredo. Y esto no solamente en la Circe, en la Andrómeda, en la Dragontea, en la Hermosura de Angélica, y en otros poemas suyos, sino en la misma Jerusalen Conquistada, que es en el que puso mayor esmero, lo cual parece probar que Lope de Vega, en medio de su asombrosa fecundidad, no estaba dotado de genio épico.

Don Alonso de Ercilla, autor de La Araucana, no se propuso hacer un poema, sino escribir en verso los acontecimien tos que presenciaba y describir las batallas en que tomaba parte. Así no pudo ni pensó arreglar su obra á un plan épico ni á las condiciones de esta composicion, ni el asunto lo permitia tampoco: y sin embargo de haber sido mas historiador que poeta, describió con tal fuego las batallas, puso tan elecuentes y vigorosos discursos en boca de sus personajes, y en medio de los defectos de versificacion tiene tantas bellezas, que La Araucana es el poema del siglo XVI mas conocido entre los extranjeros, y el que goza de mas crédito entre nosotros mismos.

Balbuena, con muchas mas dotes poéticas que Ercilla, con mucha mas riqueza de imaginacion, mas elevacion de ideas, mas facilidad y soltura de diccion, dió en su Bernardo una muestra de sus felices disposiciones para la epopeya, y mostró, como dice uno de nuestros críticos, que jugaba con las dificultades del arte sin conocerlas, como un héroe se burla de los peligros; pero su obra es tan desigual, tan incorrecta y tan desarreglada, y está plagada de tan monstruosos defectos mezclados de incomparables bellezas, que se admiran las disposiciones del autor y sin embargo no se puede soportar su libro. Bellísimos trozos de poesía se encuentran tambien en la Cristiada, de Fr. Diego de Hojeda, en el Monserrate de Virués, en la Bética Conquistada de Juan de la Cueva, en las Lágrimas de Angélica de Luis Baraona de Soto: pero ni estos ni otros muchos que pudiéramos citar, prueban otra cosa que el ardor con que nuestros ingenios se esforzaron por alcanzar la corona épica, sin poder conseguirla, y que esta época tan fecunda en genios poéticos, no produjo ni un Taso, ni un Camoens

Mas felices para los poemas ligeros y festivos, Lope de Vega nos dió la Gatomaquia, y Villaviciosa la Mosquea, dos producciones llenas de ingenio, de gracia y de naturalidad, que deleitan y recrean el ánimo, y demuestran las peregrinas facultades poéticas de que estaban dotados sus autores. En la poesía sagrada, moral y sentimental, se hallan nota

bles composiciones de San Juan de la Cruz, de Santa Teresa, de Fr. Pedro Malon de Chaide, de Fr. José de Sigüenza, que parafraseó muchos salmos, y del mismo Lope de Vega, con quien tropezamos en todos los géneros. Pero entre todos sobresalió Fr. Luis de Leon, cuya alma tierna y afectuosa, dice con razon uno de nuestros modernos escritores, parecia nacida expresamente para esta especie de composiciones. «Siempre que pulsa la lira para objetos sagrados, añade, un dulce éxtasis le eleva á los campos de la contemplacion, y prorum pe en exclamaciones que salen del fondo de su alma: ó bien pinta la mansion celeste, describiéndola con expresiones místicas, que unidas á la suavidad de la versificacion producen un encanto inexplicable, no pareciendo sino que se escucha la dulce armonía de los ángeles.» Merecen citarse entre estas sus odas á La Ascension del Señor y á la l'ida del cielo. Sabido es que su Traduccion y comento de los Cantares de Salo mon en lengua castellana, hecha con solo el fin de complacer á un amigo suyo que no sabia latin, dió ocasion á sus émulos para acusarle al tribunal de la Inquisicion por sospechoso en la fe, como infractor de los edictos en que se prohibia publicar los libros sagrados en lengua vulgar; que estuvo cinco años preso en las cárceles inquisitoriales, sufriendo con cristiana y ejemplar constancia los trabajos y padecimientos consiguientes, y que despues de absuelto tuvo por bastante desahogo decir aquella celebrada décima, que empieza:

Aquí la envidia y mentira
me tuvieron encerrado...

La poesía dramática y la representacion escénica, que comenzaron á cultivar y formar Torres Naharro y Lope de Rueda, siguieron tambien el impulso que les dieron estos dos genios. Juan de Timoneda, que recogió y publicó las obras de su amigo Lope, escribió él mismo trece ó catorce composiciones dramáticas, entre las cuales habia comedias, pasos, farsas, entremeses, tragicomedias y autos sacramentales, todo para representarse, como todavía entonces se acostumbraba, al aire libre, y en las cuales habia diálogos muy vivos y animados. Dos actores de la compañía ambulante de Lope de Rueda, Alonso de la Vega y Cisneros, fueron tambien autores como él. Mas quien dió ya nuevo impulso y fisonomía al teatro fué el sevillano Juan de la Cueva, que compuso ya comedias divididas en cuatro actos ó jornadas, y en variedad de metros; unas sobre asuntos históricos de España, como Los siete Infantes de Lara, Bernardo del Carpio, y El cerco de Zamora, otras fundadas en la historia antigua, como Ayar, Virginia y Mucio Scévola, y otras sobre argumentos de pura invencion, como El infamador y El viejo enamorado.

vantes y Lope de Vega (1). Aunque en las treinta ó cuarenta comedias que escribió Cervantes, segun dice él mismo, y de las cuales se han conservado pocas, no correspondió como poeta dramático á lo que se podia esperar de su gran talento, hizo provechosos esfuerzos por levantar y mejorar el teatro; y si en sus obras dramáticas no hay todavía el arte escénico que constituye el mérito de estas producciones, se ve en todas ellas el donaire, la agudeza y la lozanía propias de su ingenio. En la titulada Los tratos de Argel, en que se propu so presentar un cuadro de los trabajos y miserias que padecian los cautivos cristianos, se presentó á sí propio en el esclavo Saavedra. Su Numancia, aunque adolece de falta de intriga y enredo, tiene originalidad, y hay en ella cuadros y escenas interesantes y bellísimas. La Confusa, de la cual decia él ser una de las mejores de su género, parece haber sido en efecto de las que alcanzaron mas boga. Pero sabido es que no fueron las obras poéticas las que dieron mas gloria á Cervantes.

Este y todos los demás escritores dramáticos anteriores y contemporáneos quedaron eclipsados desde el momento que apareció el que él llama monstruo de la naturaleza, el gran Lope de Vega, de quien dice que «se alzó con la monarquía cómica, avasalló y puso debajo de su jurisdiccion á todos los farsantes, llenó el mundo de comedias, propias, felices y bien. razonadas; y tantas, que pasan de diez mil pliegos los que tiene escritos, y todas (que es una de las mayores cosas que pueden decirse) las ha visto representar, ú oido decir por lo menos que se han representado; y si algunos (que hay muchos) han querido entrar á la parte y gloria de sus trabajos, todos juntos no llegan en lo que han escrito á la mitad de lo que él solo, etc.» Y en efecto, bien podia llamar monstruo de la naturaleza al genio portentoso que produjo mas de mil ochocientas comedias, que sepamos, con cuatrocientos autos sacramentales, fuera de innumerables poemas y composiciones épicas, didácticas y burlescas (2). No se sabe que haya existido en parte alguna un hombre de tan asombrosa fecundidad literaria.

Compréndese bien la precipitacion con que este hombre singular (que pasó además una parte de su vida en las campañas como soldado, y como tal fué en la malograda expedicion de la Armada Invencible) compondria la mayor parte de sus obras. El mismo dijo, hablando de sus comedias:

Y mas de ciento en horas veinticuatro
Pasaron de las musas al teatro.

Así es que casi todas se resienten de esta precipitacion, como que muchas veces componia en una mañana una pieza dramática que habia de representarse á la noche; y casi siempre se ponia á trabajar sin plan sobre un pensamiento que le inspiraba su feliz y fecundísima imaginacion, y sobre él iba añadiendo escenas á escenas, segun en el momento le ocurrian. En todas estas obras improvisadas se ve la rica fantasía de Lope, y se admira su inagotable vena. Pero al propio tiempo se nota, como no podia menos de suceder, que corre sin saberse dónde marcha, y con muchas escenas admirablemente buenas hizo muchas comedias malas. Con sobra de talento y de inventiva, por falta de detenimiento y de suje cion no elevó el teatro á la perfeccion que hubiera debido y podido.

El valenciano Cristóbal de Virués produjo algunos dramas extravagantes, como la Casandra y la Marcela; algunos atroces, como Atila furioso, en que mueren cincuenta personas y perece abrasada una tripulacion entera, y alguno bastante arreglado, como Elisa Dido, en que se guardan las unidades, acaso sin intencion y sin advertirlo, y en que se revela el talento práctico del autor del Monserrate. Por el mismo tiempo aparecieron las que su autor el gallego Jerónimo Bermudez llamó con cierta jactancia primeras tragedias españolas, á saber Nise lastimosa, y Nise laureada, fundadas ambas en la historia de doña Inés de Castro, cuyo nombre trasformó por Y sin embargo, de tal manera mejoró el arte dramático esanagrama en el de Nise. Pero mas ruido que todas estas hi-pañol, depurándole, ya de las groseras farsas, ya de las repugcieron tres tragedias del aragonés Lupercio de Argensola, nantes monstruosidades en que le habian envuelto sus antetituladas Isabela, Filis y Alejandra, pues al decir de Cervan- cesores, y dando decencia y decoro á las escenas y al lenguaje, tes, «alegraron y sorprendieron á cuantos las oyeron, así del y maridando la poesía popular y la erudita, y revistiéndolas vulgo como de los escogidos,» y eso que estaban llenas de de formas mas cultas y de caractéres mas tiernos, mas intehorrores, pues no solamente morian ó eran asesinados casi todos los personajes á los ojos del espectador, sino que pasaban á su vista las escenas mas repugnantes.

Por fin el arte y la poesía dramática española, que llevaba por decirlo así siglos de infancia, y la representacion escénica reducida á ejecutarse al aire libre, con pobrísimos trajes y aparato, por compañías ambulantes, salen de su rudeza y grosería en el reinado de Felipe II. y llegan á una época nueva de brillantez que les abren los privilegiados genios de Cer

(1) En 1568 el gobierno mandó que ninguna compañía cómica pudiese representar sino en el local designado por dos cofradías, la Sagrada Pasion y la Soledad, á las cuales habian aquellas de pagar cierta suma, y mas adelante, en 1585, se agregó á aquellas corporaciones el Hospital General.-Pellicer, Orígen de la comedia en España.

(2) Los escritos conocidos forman 133,000 páginas, y 21 millones de versos. Se calcula que habiendo vivido 70 años, corresponde á ocho páginas cada dia lo que escribió, casi todo en verso.

resantes y mas verosímiles, que abrió una nueva era á la representacion escénica en España, y puede decirse que inventó el verdadero drama español, que al poco tiempo habia de ser la admiracion y el modelo de todos los teatros de Europa. Lope cultivó todos los géneros, é hizo comedias de las que se llamaron de capa y espada, de costumbres pastoriles, heróicas, mitológicas, filosóficas, tragedias y autos sacramentales ó dramas sagrados.

Lope de Vega «avasalló, como dice un escritor moderno, de tal suerte el teatro, que durante muchos años no se vió en los carteles otro nombre que el suyo, y hasta llegó el pueblo á llamar de Lope todo lo que en cualquier género era singular y sobresaliente. Las gentes le seguian en las calles; los extranjeros le buscaban como un objeto extraordinario; los monarcas paraban su atencion á contemplarle, y le admitian á su presencia para colmarle de honores; hasta los pontífices quisieron premiar tan grande ingenio, y Urbano VII le condecoró con el hábito de San Juan, y le confirió el grado de doctor en teología, enviándole el título con una carta muy lisonjera escrita de su propio puño. Jamás hubo escritor que recogiese con tal abundancia los laureles (1).»

Pasando ya de las producciones poéticas á las obras y escritos en prosa, y comenzando por las de imaginacion y de recreo, que son las que tienen mas analogía con las anteriores, por esos libros de entretenimiento y esas historias ficticias que nosotros llamamos novelas, tambien hallamos á los ingenios españoles cultivando este ramo de la literatura, que ya entonces tuvo y en los modernos tiempos ha llegado á tener aun mas influencia en las costumbres públicas.

Es cosa notable y extraña que despues de haberse ejercitado los talentos españoles y mostrado acaso mas fecundidad y mas lozanía que los de otras partes en las novelas caballerescas ó libros de caballería, que tan en boga estuvieron durante algunos siglos, pasaran, cuando estos empezaron á decaer, á cultivar otro género en nada parecido á los romances caballerescos, á saber, el de las novelas pastoriles. Al fin las aventuras de los Amadises, de los Palmerines y de los Belianises, en medio de sus monstruosas inverosimilitudes y de sus maravillosas extravagancias, mantenian el espíritu guerrero y pundonoroso, y las ideas del amor, de la galantería y de la religiosidad de una época. Pero las novelas pastoriles, sobre no ser ni mas verosímiles ni mas regulares en su forma, no inspiraban ningun sentimiento grande y generoso, ni siquiera representaban las verdaderas costumbres del siglo, limitándose á cansados y empalagosos amoríos, expresados en un lenguaje que no era el que hablaban los humildes personajes que en ellas figuran. De este género fueron El siglo de oro de Balbuena, la Diana de Montemayor, la Arcadia de Lope de Vega, la Galatea de Cervantes, y otras muchas que podríamos citar.

Siguieron á estas las novelas picarescas ó festivas, de que habia dado una muestra feliz, en medio de su carácter severo, don Diego Hurtado de Mendoza, con su Lazarillo de Tormes. En esta clase merecen especial mencion Las Aventuras del escudero Marcos de Obregon, de Vicente Espinel, la Vida y hechos del pícaro Guzman de Alfarache, de Mateo Aleman, y otras que salieron mas adelante, como El Diablo Cojuelo, de Luis Velez de Guevara, y La vida del gran Tacaño, de Quevedo. El interés de estos libros estaba en la mayor ó menor gracia y chiste del estilo, y en la mas ó menos exacta pintura de las costumbres de la sociedad. Mas como los héroes de estas eran siempre gente de la ínfima y mas abyecta clase, como criados, pilluelos, caballeros de industria y aventureros de mala especie, que hacian gala de sus vicios y travesuras y solian ir á parar á presidio, los cuadros de sus costumbres suelen ser repugnantes, y parecen como una parodia de mal género de los sentimientos exageradamente galantes de los héroes ideales de la caballería.

Otra cosa fueron las Novelas ejemplares de Cervantes, cuyo título les dió porque decia que no habia ninguna entre ellas de que no pudiera sacarse un ejemplo provechoso. Y en efecto, de tal modo se propuso su autor dar en ellas ejemplos

(1) Capmany.

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morales, al mismo tiempo que deleitar y entretener, que él mismo dijo que se cortaria la mano antes que dar sus novelas al público, si las creyera capaces de inspirar á alguno un pensamiento criminal. Su estilo y su tono es el que corresponde á la pintura de la vida real, ni demasiado alto, ni demasiado humilde.

Mas la obra de ingenio que ensalzó la reputacion de Miguel de Cervantes á una altura á que ni nadie hasta entonces habia llegado, ni nadie ha logrado llegar despues; la que le dió una fama que léjos de menguar ha ido creciendo con el tiempo; la que le ha dado esa popularidad universal dentro y fuera de su patria; la que le inmortalizó en España y en todo el orbe, y ha hecho envidiar á las naciones extrañas la gloria del país que tuvo la fortuna de producir tan asombroso genio, fué, ya se sabe, El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, de cuya obra nada podríamos decir nosotros en este breve resú men que no fuese descolorido y pálido despues de tanto como en elogio de ella se ha dicho; y la misma notoriedad de su mérito, confesado y encarecido por propios y extraños, y el ser tan conocida de todos los hombres y de todas las clases, desde el mas erudito hasta el mas rudo y plebeyo, nos dispensa de detenernos ni á encomiarla mas ni á analizar sus infinitas bellezas y encantos. Diremos solamente que Cervantes acertó á hacer un libro para los hombres de todas las clases, de todas las edades, de todos los países y de todos los tiempos.

No abundó este reinado en escritores políticos, y si alguno podemos citar, como el célebre secretario de Felipe II Antonio Perez, fué porque la persecucion y el despecho movieron su pluma y le impulsaron á escribir fuera de su patria en defensa propia y en queja de los padecimientos y agravios que habia recibido de su rey. Sus Relaciones y sus Comentarios, en que trata de sus favores, de su caida, de su proceso, de sus prisiones y fuga, aunque cargados á veces de una erudicion afectada, están escritos con energía y con viveza. En sus cartas se ve mas elegancia, mas gallardía, mas naturalidad y franqueza, y aunque no carecen de defectos, son un buen modelo del género epistolar. Este escritor político alcanza á don Francisco de Quevedo, que pertenece ya á otro reinado. Antonio Perez no lo hubiera sido sin la persecucion que le obligó á expatriarse.

Mas progresos hizo en este reinado la literatura histórica. Las historias particulares de reinados, sucesos, ciudades é instituciones abundaron ya en número, y apareció la general de España, elevada á una altura de que no ha pasado en siglos enteros. Excusado es buscar en unas y otras ni gran crítica ni mucha filosofía, ni se podia esperar ni pedir á sus autores en las circunstancias en que escribieron. Harto hicieron en revestirlas de la forma histórica, y en exornarlas con las galas del lenguaje, que en algunas es limpio, correcto y puro, en otras hasta ameno y florido, si bien en muchas es todavía indigesto y pesado, y en las mas se ve el gusto dominante por las arengas pomposas, por las largas y minuciosas descripciones de sitios y de batallas, y por una minuciosidad fatigosa que tenia que darles una extension desmedida é insoportable. Como los mas de los historiadores de este tiempo eran ó eclesiásticos ó militares, resiéntense sus obras, ó de un ascetismo místico, ó de una pasion preferente á las cosas de la guerra, y las guerras solian ser tambien el asunto predilecto y en que empleaban con mas gusto sus plumas.

Tales fueron por ejemplo la Historia de la Rebelion y Castigo de los Moriscos, de Mármol; como lo habia sido La Guerra de Granada, de don Diego Hurtado de Mendoza; el Comentario de la guerra de Alemania hecha por Cárlos I, de don Luis de Avila y Zúñiga; Las guerras de los Estados Bajos, de don Cárlos Coloma, marqués del Espinar; los Comentarios de las Guerras de Flandes, de don Bernardino de Mendoza; la Historia de las Guerras Civiles de Granada, de Diego Perez de Hita, y otras por este órden, de mas ó menos mérito, escritas por los mismos que habian ejercido mando en dichas guerras ó recibido heridas como soldados, asaltando plazas ó combatiendo en los campos de batalla.

Así como estos guerreros historiadores, dejándose llevar de su afición á las descripciones de los combates y de los azares de la guerra, se eternizaban sin advertirlo en las relaciones de

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COPIAS DE AUTÓGRAFOS DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA Y LUIS DE GONGORA (CONSERVANSE EN LA BIBLIOTECA NACIONAL DE MADRID)

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