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Las sugestiones de los Caraffas al monarca francés no habian | sido infructuosas, y movido aquel soberano de su antigua rivalidad á la casa de Austria y del aliciente de la particion concertada de su codiciado reino de Nápoles, envió á Italia en auxilio del pontífice al duque de Guisa con un ejército de veinte mil hombres de sus mejores tropas. Grande ánimo cobró el anciano Paulo IV al saber que un general de la reputacion y fama del de Guisa marchaba sobre Turin, franqueaba denodadamente los Alpes en la aspereza y rigor del invierno (enero y febrero, 1557), se apoderaba de pasos y plazas mal guarnecidas por los españoles, y avanzaba confiadamente á Roma, mientras los españoles se concentraban para defender las fronteras de Nápoles. Y cuando llegó á Roma hízole el pontífice un recibimiento triunfal, que hubiera cuadrado mejor á quien hubiera terminado felizmente una campaña que á quien iba á comenzarla y no podia responder de su buen éxito.

Y así fué que no tardaron en bajar de punto las magníficas ilusiones de los aliados contra el rey de España; porque ni el de Guisa halló el calor que esperaba en los duques de Ferrara y de Florencia, ni las fuerzas pontificias correspondian á lo pactado, ni menos á lo que Caraffa habia prometido, comenzando aquel á conocer lo poco que podia esperar de débiles aliados; ni el pontífice y los suyos vieron en las primeras operaciones del francés lo que la fama de su valor y la celebridad de su pericia los habia hecho aguardar. Llevó el de Guisa su ejército á Civitella del Tronto, ciudad de alguna consideracion en la frontera de Nápoles, y puso sitio á la plaza (24 de abril, 1557). Por esta vez no dió resultado ese primer ímpetu tan temido de los franceses. Defendiéronse los sitiados con vigor, y acudiendo luego del Abruzzo el duque de Alba con su gente, obligó al de Guisa á levantar el sitio al cabo de tres semanas, y á retirarse sin fruto y sin gloria (mayo, 1557). Siguióle en su retirada el general español, escaramuzando siempre y molestándole sus tropas. Al pasar el francés el rio Tronto, muchos capitanes napolitanos y españoles excitaban al de Alba á que batiese en forma al enemigo: negóse á ello con mucha prudencia el español, y mas prudente anduvo todavía cuando el de Guisa, pasado el rio, y elegidas posiciones, le brindaba á batalla. Eludiéndola con mucha habilidad, y sin necesidad de arriesgar su gente, dejaba que las enfermedades fueran diezmando el ejército francés, que el de Guisa se que jara al pontífice y reconviniera al cardenal Caraffa por el papel indigno de su nombre que le obligaban á hacer con sus miserables recursos despues de tan pomposas ofertas, y entre tanto los españoles no cesaban de hacer correrías al territorio pontificio, de tomar los lugares flacos ó descuidados, y de poner en continua alarma al jefe de la Iglesia.

El resultado de esta campaña, tan arrogantemente emprendida por los aliados, fué que el de Guisa, desengañado de las pomposas ofertas del pontífice y los Caraffas, exigia á estos que las cumplieran so pena de abandonarlos, y pedia á su corte, ó que le enviara refuerzos ó que le mandara retirarse; y el papa, con todo su odio á Felipe II, al ver el ningun progreso del ejército auxiliar francés, hubiera de buena gana pedido la paz si los Caraffas sus sobrinos no hubieran impedido á los cardenales proponerle los medios convenientes para alcanzarla (1).

Mientras en Italia marchaba así la guerra con ninguna ventaja para el pontífice y con ningun crédito para el de Guisa, el rey don Felipe en Flandes, tan pronto como vió el rompi miento de la guerra por parte de los franceses, habíase propuesto hacerla por la suya con todo vigor, y mostrar á los ojos de Europa que quien habia heredado los señoríos de su padre en vida sabria ser un digno sucesor de Cárlos V. Al efecto, con la actividad de un jóven que desea acreditarse, envió sus capitanes á Hungría, Alemania y España á levantar cuerpos de infantería y caballería, sin perjuicio del llamamiento general á las armas de sus súbditos flamencos. Despachó tambien á Ruy Gomez de Silva á España con plenos poderes para que sacase dinero y recursos á toda costa; y no

(1) Pallavic., Hist., lib. XIII.-Cabrera, Hist. de Felipe II, libro III, capítulos 4 á 13.-Leti, Vida de Felipe II, Part. prim. lib. XI.

contento con esto, pasó él mismo en persona á Inglaterra con propósito de decidir á la reina María su esposa á ayudarle en la guerra con Francia. Fué en esto tan mañoso y afortunado Felipe, y conservaba tanto ascendiente con la reina, que no obstante las prevenciones del pueblo inglés contra él, y el opuesto dictámen del consejo privado de la reina á comprometerse en una guerra con Francia, á los tres meses de su permanencia en aquel reino volvió á Bruselas (fin de junio, 1557) con la satisfaccion de contar con un cuerpo de ocho mil auxiliares ingleses, que mandado por el conde de Pembroke se habia de incorporar al suyo de los Países Bajos. A su regreso á Flandes activó con el mayor calor los preparativos de la guerra, y nombró general en jefe del ejército á Filiberto Manuel, duque de Saboya, que tan ventajosamente se habia distinguido por su inteligencia y valor en las últimas campañas del emperador su padre.

A propuesta y persuasion de los capitanes españoles, y oido sobre ello el consejo, y muy especialmente el parecer del virey de Sicilia don Fernando de Gonzaga, cuya opinion, por su mucha experiencia en las guerras con franceses, era siempre muy respetada y atendida, se determinó poner sitio á San Quintin, plaza muy fuerte y considerable, fronteriza de Francia y los Países Bajos, la cual se hallaba un tanto desguarnecida por creérsela casi inexpugnable, y de tanta importancia que entre ella y Paris habia muy pocas ciudades fortificadas. Mas para encubrir este plan al enemigo y llamar su atencion hácia otra parte, se acordó abrir la campaña por el lado de Marienburg, ciudad de Flandes que poseian los franceses, y á la cual se dirigió el de Saboya con el ejército desde Bruselas (15 de julio, 1557). La maniobra surtió todo el buen efecto que con ella se proponia y buscaba el general de Felipe II. Toda Francia se movió á socorrer la plaza de Marienburg amenazada y sitiada por los españoles. Figuraba el de Saboya no poder impedir que entraran en ella refuerzos, y cuando vió que habia conseguido llamar allí la atencion y las fuerzas de Enrique II de Francia, á los ocho dias de sitio levantó de repente el campo, y torciendo á la derecha avanzó á marchas forzadas hasta ponerse delante de San Quintin, dejando á todos sorprendidos con evolucion tan inesperada. Al dia siguiente cayó en poder de los capitanes españoles Julian Romero y el maestre de campo Navarrete, los mismos que habian aconsejado el sitio de San Quintin, el burgo ó arrabal, que constaba de unas cien casas y estaba defendido por fosos y bastiones (2). Desapercibida como se hallaba la plaza y con poca guarnicion, se hubiera tomado en pocos dias á pesar de su natural fortaleza, si el almirante de Francia Coligny, al verla en tan inminente riesgo, no hubiera tomado la valerosa resolucion de lanzarse atrevidamente dentro de ella, bien que perdiendo la mayor parte de su gente, para dar aliento á sus escasos defensores.

El rey Felipe II que habia salido de Bruselas el 28 de julio, andaba alternativamente entre Valenciennes y Cambray, dando calor á las cosas de la guerra, y disponiendo la incorporacion de la division inglesa mandada por Pembroke al ejército del duque de Saboya. Por su parte el almirante Coligny, conociendo todo el riesgo en que se hallaba la ciudad, instaba y apremiaba al condestable Montmorency su tio á que acudiera con su ejército en socorro de los sitiados de San Quintin. Hízolo así el condestable de Francia avanzando desde La-Fere con diez y ocho mil hombres y diez piezas de artillería, y llevando consigo una gran parte de la nobleza francesa. Adelantóse Andelot, hermano del almirante Coligny, con mas intrepidez que prudencia, y aunque él logró penetrar en la plaza con unos quinientos de los mas esforzados, pereció la mayor parte de su division, y comprometió el resto del ejército, introduciendo la confusion en sus filas. Aprovechando aquella oportunidad el jóven duque de Saboya con la pericia y presencia de ánimo de un gran capitan, destacó toda su caballeríá á las órdenes del conde de Egmont, mientras él seguia detrás

(2) La relacion de esta notable campaña la tomamos principalmente de un códice MS. de la Biblioteca del Escorial, señalado ij.-V-3, escrito indudablemente por uno que presenció los sucesos: insertóse esta relacion en el tomo XI de la Coleccion de documentos inéditos.

al alcance con la infantería, y de tal manera acosaron á los franceses en su retirada, que rompiéndoles y desbaratándolos y sembrando por el campo el estrago y la muerte, ganaron una de las victorias mas completas que se leen en los anales de las batallas. Quedaron prisioneros el condestable Montmorency y su hijo menor, los duques de Montpensier y de Longueville, el mariscal de Saint-André, el príncipe de Mantua, y hasta otros trescientos caballeros de distincion, con cinco mil soldados tudescos: murieron sobre cuatro mil franceses, quedó en poder de los vencedores toda la artillería, á excepcion de dos piezas, con cincuenta banderas, veinte de franceses y treinta de tudescos. La pérdida del ejército del rey de España no pasó de ochenta hombres. Fué esta memorable victoria el 10 de agosto de 1557, dia de San Lorenzo (1).

La nueva de este gran triunfo llenó simultáneamente de terror y espanto á los habitantes de Paris, que ya se figuraban ver al enemigo á las puertas de la capital, y de satisfaccion y júbilo al rey don Felipe que se hallaba en Cambray. Al dia siguiente partió para incorporarse á su ejército, y el 13 de agosto se asentó el pabellon real en un valle á la vista de San Quintin. Dícese que el duque de Saboya manifestó al rey ser de dictámen de que se levantara el sitio y se marchara rápidamente sobre Paris, fundado en que no habia fuerzas que pudieran oponerse á su marcha, y tal vez á la ocupacion de la consternada capital, y que Felipe, ó menos resuelto ó mas prudente, no juzgó oportuno aventurar un paso que pudiera comprometerle, atendidos los inmensos recursos de que aun podia disponer la Francia, y prefirió la ventaja menos brillante pero mas segura de apoderarse de la plaza que tenia delante. Adoptada esta resolucion por los caudillos del ejército, hizo el rey intimar la rendicion al almirante Coligny y á los moradores de la ciudad, bajo la palabra de dejarlos ir libres y aun de hacerles merced. Y como la respuesta del almirante de Francia fuese tan enérgica como era de esperar de su acreditada entereza y valor, comenzóse al dia siguiente (14 de agosto) á batir la plaza con todo género de armas y proyectiles. La defensa que hizo Coligny fué digna de su reputacion militar, y ella acabó de colocarle en el número de los mayores y mas famosos generales de su siglo. Pero érale imposible resistir á los reiterados ataques de un ejército de cincuenta mil hombres, entre españoles, ingleses, alemanes y flamencos, bien provistos de todo, y alentados con una tan brillante y reciente victoria. Al fin, rota por unas partes la muralla y minada por otras, dióse el asalto general, y fué entrada y tomada la ciudad (27 de agosto, 1557), con gran mortandad de hombres, niños y mujeres, en que se cebaron cruelmente los soldados, y cayendo prisioneros el almirante Coligny, su hermano Andelot, y otro hijo del condestable de Francia (2).

(1) Hereus, Anal. Brabant. II.-Herrera en la General, pág. 291.— Cabrera, Hist. de Felipe II, lib. IV.-Leti, Vita, parte prima, lib. XII.Estrada, Guerras de Flandes, Decad. I, lib. I.-Robertson, Hist. de Cárlos V, libro XII.-MS de la Biblioteca del Escorial, ij.-V-3.

En la relacion MS. del Escorial, se nombran los siguientes personajes prisioneros ó muertos.

El condestable de Francia. El duque de Montpensier.

El duque de Longueville.

El mariscal de Saint-André.

El Rhingrave.

El príncipe de Mantua.

La Roche du Mayne.

Rochefort.

El vizconde Tournay.

El baron Curtou.

Mr. de Enghien (muerto).

El conde de Ville (muerto).

Un soldado de caballería llamado Sedano, natural de Abia, tierra del marqués de Aguilar, fué el que prendió al condestable, y á quien este entregó el estoque; pero la fe, como entonces se decia, no se la dió sino al capitan Valenzuela, y se repartió entre los dos el premio de la captura. Diez mil ducados era lo que se daba por la prision de un general.

(2) El que prendió al almirante fué un soldado de Toro, llamado Francisco Diaz: aquel fué puesto por órden del rey bajo la custodia del maestre de campo Cáceres. Andelot pudo fugarse, no sin sospecha de soborno por parte de los españoles que le guardaban.

En la Relacion manuscrita del Escorial, hecha por un testigo de vista,

Al siguiente dia hizo su entrada Felipe II en la destruida ciudad; ordenó que cesara el incendio puesto por los soldados, para que no acabara el fuego de devorarla; limpiar las calles y los templos de los cadáveres y de los caballos muertos y de las inmundicias que infestaban su recinto, hacer un recuento ante su secretario Eraso de todos los franceses prisioneros para enviarlos á diferentes lugares fuertes; y dedicóse el resto de aquel mes y el siguiente á reparar las fortificaciones de la ciudad que su mismo ejército habia destruido, para lo cual, entre otras medidas, mandó cortar todo el arbolado de su fértil campiña. Despachó algunos generales con sus divisiones para que se apoderaran de otras villas y fortalezas del país. El conde de Aremberg, flamenco, batió con treinta y cinco. piezas y tomó el fuerte de Chatelet, y el duque de Saboya rindió y se hizo dueño de la ciudad y fortaleza de Ham, y de multitud de caballeros franceses que dentro de ella habia (setiembre, 1557). Felipe II, aun despues de conquistada y fortificada San Quintin, no creyó prudente internarse mas en el corazon de la Francia, porque sabia las enérgicas y vigorosas medidas que para la defensa de su reino habia tomado el rey Enrique II en el tiempo que el monarca español habia invertido en el ataque y rendicion de aquella ciudad. Y así, dejando encomendada la guarda y defensa de San Quintin al aleman conde de Abresfem con cuatro mil hombres y con algunos capitanes y compañías españolas, dió la vuelta á Bruselas (12 de octubre), donde habia mandado juntar los estados de Flandes (3).

se hace una descripcion horrible de las crueldades y excesos que cometieron los vencedores. «Murió (dice) mucha gente de los enemigos, y hubo algunos que despues de muertos y desnudos en carnes, los hombres en el suelo los abrian por los estómagos, y aun yo ví uno que le sacaron las tripas por el estómago. En las casas que entraban alemanes ó ingleses no dejaban hombre á vida, ni mujer, ni niño. Hallóse de cuenta que mataron dentro en la villa, y de los que se descolgaron por la muralla al tiempo del asalto, setecientos y diez franceses, todos hombres de guerra, sin las mujeres que murieron y mochachos. Por nuestra parte murieron en el asalto hasta cincuenta hombres por la parte de Navarrete, y por la de Julian hasta cien hombres, con los ingleses que mataron. Saquearon todo el lugar, y dentro en las casas y bodegas mataron mucha gente que se habia escondido en ellas, á todos los que no eran de rescate. Duró el saco hasta otro dia en la noche á 28 deste. El saco fué grande, como era tierra de mercancía, y no hubo soldado que no ganase, y muchos á mil ducados y á dos mil, y algunos á mas de á doce mil. Cavaron las bodegas y las caballerizas, y hallaron enterrado grandes cosas de vestido y seda, y cosas de oro y plata, en muy grandes cantidades. Puso S. M. gran cuidado y diligencia en que se salvasen las mujeres, y ansí mandó recoger las que se podian salvar, á la iglesia mayor, que es bien grande. Dióse tan buena maña en esto, que se salvaron mas de tres mil mujeres; unas las metian en la iglesia como estaba ordenado, otras las llevaban á las tiendas del duque de Saboya; pero primero que las llevasen á la una y á la otra parte, las desnudaban en camisa, y las buscaban si tenian dineros; y si alguna saya ó ropa buena tenian, se la quitaban; y porque dijesen dónde tenian los dineros, las daban cuchilladas por la cara y cabeza, y á muchas cortaron los brazos, y hoy 28 de agosto en la tarde y por la mañana se sacaron todas estas mujeres que se pudieron salvar, y por mandado de S. M. se llevaron delante las tiendas del obispo de Arras (Granvela), y á un lado de las tiendas de S. M... Las monjas recogió el conde de Feria y el duque de Saboya en sus tiendas, que en esto hubo mucho cuidado, y de que no fuesen deshonradas... porque á quedar en sus monesterios la noche que se entró la tierra, los tudescos las matáran..... Los alemanes, sin podello resistir S. M, pegaron fuego al lugar, que era la mayor lástima del mundo... Aunque S. M. envió gastadores que atajasen el fuego no bastó, y ansí mandó sacar de la iglesia el Santísimo Sacramento y el cuerpo de San Quintin, y ansí se trujo á las tiendas de S. M. Quemáronse muchas iglesias y muy buenas, y la tercera parte del lugar, y empezó el fuego por la plaza mayor, que era lo mejor del lugar. Como los españoles aun andaban saqueando y otras naciones, se quemaron en las casas gran cantidad de personas...»-No queremos copiar mas, porque estremece la continuacion de tan horroroso cuadro.

(3) En la Relacion citada, hecha por un testigo de vista, se encuentra la siguiente curiosa nómina de los señores y caballeros, especialmente españoles, que sirvieron al rey Felipe II en esta guerra.

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