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acalorada se creyó en el caso de vengar en las tropas reales la religion ultrajada, á tal punto que levantaron pendones negros en señal de tristeza, llevando en ellos pintada la imágen del Crucificado con inscripciones y alegorías alusivas á los sucesos y á la situacion de Cataluña.

No fueron mejor acogidas en Perpiñan las tropas que en medio de mil trabajos y peligros lograron pasar al Rosellon con objeto de emprender allí la segunda campaña contra los franceses. Negóse la ciudad á darles ni alojamientos ni cuarteles, alegando sus privilegios y fueros. Inútiles fueron, primero las razones y despues las amenazas del general marqués de Xeli y del gobernador del castillo don Martin de los Arcos. Obstinados los habitantes, cerráronles las puertas y se presentaron á resistirles en el caso de ser acometidos. Desesperada la tropa, asaltó la puerta llamada del Campo; los ciuda danos acudieron á las armas y se trabó una sangrienta pelea, que la oscuridad de la noche hizo mas horrible; el general mandó hacer fuego á la artillería del castillo, y en poco tiempo una tercera parte de la ciudad quedó derruida al fuego de la bala rasa y bajo el peso de multitud de bombas; los soldados penetraron en el pueblo, y entre otros desmanes saquearon mas de mil y quinientas casas. Intimidados los naturales acordaron implorar la clemencia del general, haciendo al obispo subir al castillo, vestido de pontifical, llevando la sagrada custodia en la mano, y acompañado de todo el clero. Salióle á recibir el general con sus oficiales, y oidas las razones del prelado prometióle usar de misericordia con el pueblo. Mas como quiera que los soldados, orgullosos de su triunfo y apoderados de la ciudad, sin tener en cuenta la palabra y el compromiso de su jefe, comenzaran por insultar, escarnecer y atropellar á los ciudadanos, llegando su provocacion hasta plantar horcas en las calles, sin permitirles siquiera el desahogo de la queja, muchos huyeron de la poblacion á la montaña con sus familias, abandonando sus casas, talleres, obradores, tiendas y campos, en términos que la tropa sintió muy pronto la falta de todo lo necesario para la vida. Dióse entonces á saquear las aldeas y casas de campo, y los habitantes tuvieron que huir con sus hijos y mujeres á los montes, andando muchos de ellos errantes por entre bosques y breñas. Con noticia de estos sucesos y de esta desolacion el duque de Cardona, restablecido algun tanto el sosiego en la capital del Principado, partió para Perpiñan acompañado de un diputado y de un conseller, resuelto á castigar severamente á los autores de tales excesos. De no llevar ánimo de proceder con blandura dió pruebas el de Cardona llevando á la cárcel de los malhechores á los coroneles Móles y Arce, con muchos otros oficiales, en tanto que tomaba los informes correspondientes. Sin embargo en el parte que dió al rey indicaba que con este acto de intimidacion y con un leve castigo creia que se iria restableciendo el respeto á la autoridad real y recobrándose el sosiego en aquellas perturbadas provincias. Pero esta indicacion, aunque fundada en los excesos que de las informaciones resultaban, no gustó á la corte ni menos al conde-duque de Olivares, que en su cólera contra los catalanes y en su deseo de venganza, creyendo por otra parte tenerlos ya humillados, no queria oir ni sufrir la idea de castigar á los que los oprimian; y así le escribió de órden del rey que no procediese contra los presos, y que no los castigara en manera alguna sin consultar á la junta que se mandó formar en Aragon para entender en estos negocios. Esta respuesta, que equivalia á una desaprobacion de la conducta del virey, apesadumbró tanto al de Cardona que apoderándose de él una calentura le llevó en pocos dias al sepulcro. Con su vida se acabó tambien el freno que contenia á los catalanes, y por todas partes se reprodujeron las inquietudes y los disturbios, causado todo por el orgullo de un ministro vengativo y desatentado.

De todo culpaban, y no sin razon, los catalanes al condeduque, que de tal manera dominaba al rey, que ni oia sino por sus oidos, ni veia sino por sus ojos, ni sabia sino lo que él queria que supiese. Una comision respetable de la ciudad de Barcelona y de los tres estamentos del Principado que se dirigió á Madrid á implorar la clemencia real, fué mandada detener por el ministro en Alcalá de Henares. Escribieron á

los otros ministros, al príncipe, á la reina, á cuantos podian hacer llegar sus clamores al monarca. Pretendíase de parte del rey, ó mas bien del conde-duque, que buscaran la intercesion del papa y de otros príncipes, y se exigia de ellos otras humillaciones, incompatibles con el carácter catalan. Por último, viendo los catalanes que no lograban hacer oir su voz por los medios que habian empleado, publicaron un escrito. titulado: Proclamacion católica (1), en que se expresaban los graves motivos de su resentimiento y de sus quejas, los agravios que habia recibido el Principado, y que habian dado ocasion á aquellos levantamientos y turbaciones, acusando al conde-duque y al protonotario de Aragon como los autores de su ruina, cargos que estos dos personajes se esforzaron por desvanecer, pero sin que lograran llevar á los ánimos el convencimiento.

Ocurrencia fué de las mas desventuradas que ha podido concebir un gobierno nombrar virey de Cataluña en tal situacion en reemplazo del duque de Cardona á un prelado de la Iglesia, hombre docto, sí, templado y pacífico, pero anciano ya, y falto de resolucion y energía, excelente para llenar sus deberes apostólicos, pero inútil para un cargo civil tan difícil en aquel país y en aquellas circunstancias, que tal era el obispo de Barcelona don García Gil Manrique. El gobierno creia que el obispo con su autoridad templaria un poco la furia de los catalanes; los catalanes que querian la paz conocieron que era imposible que la restableciera un hombre falto de nervio por su edad y su carácter para castigar á los revoltosos, y los revoltosos comprendieron que no era hombre que pudiera irles á la mano; hiciéronse con esto mas audaces, pusiéronlo todo en confusion, apoderóse el terror de los jueces y magistrados, todo era violencia y no habia quien se atreviera á administrar justicia.

Admitidos al fin y recibidos en audiencia los comisionados representantes del Principado para quitarles este motivo de queja, expusieron y pidieron de palabra lo que tantas veces

(1) El escrito se titulaba: Proclamacion católica á la Majestad piadosa de Felipe el Grande, Rey de las Españas y Emperador de las Indias, hecha por los conselleres y Consejo de Ciento de la ciudad de Barcelona. Hablando en este documento de las causas de los desórdenes decian: «Todos convienen en que lo son el conde-duque y el protonotario de Vuestra Majestad don Jerónimo de Villanueva, que poco afectos á los catalanes, se han declarado contra el Principado, por ver que en todos los negocios han acudido á V. M. inmediatamente, sin sujetarse á su disposicion; y concibiéndose poco cortejados de los catalanes, por varias diligencias de trabajos y opresiones maquinadas, han procurado hacer evidencia de que ellos son los que mandan las dichas y las desdichas de los siempre están en que les serán mas sabrosos los trabajos, y mas dulce la vasallos de V. M. con el favor y puesto que tienen: pero los catalanes muerte por mano de V. M. que de las suyas las dichas y la vida; porque solo á V. M. han jurado los catalanes por señor y han prometido fideli

dad.....

la

» Mande V. M. (proseguian) volver á sus quicios y á su curso ordinario los consejos supremos, desterrando las juntas particulares, que como consultas de muchos médicos difieren las curas de los daños de la monarquía, y se estragan las mas convenientes resoluciones.....-Mande V. M. para bos y soldados que se hallaren culpados en los incendios, sacrilegios de paz y sosiego de Cataluña, que en primer lugar sean castigados los calas iglesias y sagrarios, donde estaba reservado el Santísimo Sacramento del altar, juntamente con sus cómplices, porque en primer lugar tenga Vuestra Majestad á Dios propicio, y queden satisfechas las quejas que católicamente forman la piedad y fe de los catalanes...-Mande V. M. que la guarnicion de los presidios se disponga en conformidad de lo que ordenan las constituciones, y que salgan los soldados del Principado; porque los que sobran á este intento no se ocupan sino en insolencias, enormiday sacrilegios; y es esto con tanto rigor, que son mas bien tratados los catalanes de Opol y Taltaull por los soldados franceses que los de Perpiñan y Rosellon por los de V. M...-Mande V. M. que las tropas que desde Aragon y Valencia amenazan á Cataluña á saco y pillaje, á fuego y á sangre, se retiren; porque con estas amenazas se desasosiegan los naturales...-Mande V. M. proveer las plazas de ministros vacantes, y las de aquellos que por aborrecidos del mal ejercicio que han tenido en la justicia han de suscitar las mismas quejas: y procure V. M. que se despache simos para la paz total de esta provincia, como á V. M. ha mucho tiemel breve de irregularidad para el lugarteniente de V. M.: medios eficacf

des

po que se representa y suplica. Y pues todo lo que se suplica á V. M. es lícito, útil, honesto y necesario al servicio de Dios y de V. M., debe ser concedido: porque en su dilacion podria quedar V. M. muy deservido y perjudicado.»>

por escrito habian expuesto y pedido. El ministro les respondió, que el rey estaba dispuesto á recibirlos con la benignidad de un padre siempre que ellos dieran pruebas de arrepentimiento. Cuando esto decia el favorito, resuelto estaba ya á emplear la fuerza contra Cataluña y á llevar allá la guerra. Mas para cohonestar esta resolucion reunió una junta de ministros, consejeros y magistrados, de las que él acostumbraba, aparentemente en son de consulta, pero en realidad preparado todo de manera que no pudiera menos de acordarse lo que él tenia pensado. Así pudo comprenderse desde luego por un papel que hizo leer al protonotario, titulado: Justificacion real y descargo de la conciencia del rey. Así fué que aunque no faltó quien con razones de gran peso abogara por la templanza y contra el sistema de la guerra, como el conde de Oñate don Iñigo Velez de Guevara, hombre de muchas luces y experiencia (1), hallaron mas eco en la junta las palabras del cardenal don Gaspar de Borja, presidente del consejo de Aragon, no muy adecuadas por cierto á la mansedumbre que debia esperarse de su alta y sagrada dignidad, puesto que entre otras cosas decia: Así como el incendio no se puede apagar sino con mucha agua, el fuego de la infidelidad y de la rebelion no se puede extinguir sino con rios de sangre. El ministro apoyó el discurso del cardenal presidente, y la guerra quedó acordada en la junta, resolviéndose que debia partir allá el rey so pretexto de celebrar córtes generales á la corona de Aragon, pero llevando delante para hacerse obedecer un ejército numeroso, compuesto de todas las tropas y de todas las armas que habia diseminadas en todas las provincias de la península.

Tomado por la junta este peligroso acuerdo, tratóse del nombramiento de general en jefe, y desechados unos por inconvenientes personales, otros por envidia del conde-duque, recayó la eleccion en el marqués de los Velez don Pedro Fajardo, hombre de mejor deseo y de mas confianza en sí mismo que de aptitud y de experiencia para el caso. Diéronsele entre otros títulos, para que fuera mas condecorado, el de virey de Aragon, capitan general del ejército, y general del mar de Flandes. Se mandó que todas las galeras se acercaran á la costa de Cataluña, se señaló á Zaragoza por plaza de armas del ejército de tierra, y se hizo llamamiento á todas las tropas de Castilla, de Galicia, de Portugal, de Andalucía, de Aragon y de Mallorca.

Mas no habian estado entre tanto ociosos los catalanes. Viéndose amenazados de guerra, se prepararon á resistirla. Barcelona se proveyó de armas y municiones, y armó compañías á presencia del obispo virey, y la diputacion convocó á córtes á los prelados, grandes, magistrados y barones del Principado para tratar de los medios de defensa. Juntáronse pues, y se pasaron dias en pronunciar los acalorados discursos que en casos tales inspiran siempre la ira y la desesperacion. Con mucha dignidad y mesura, con gran elocuencia, y con copia de robustas razones habló en favor de la paz el obispo de Urgel. Mas como en tales asambleas es por lo comun mejor escuchado el que habla con mas calor y halaga mas las pasiones populares, hízoles mas sensacion el vehe

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(1) «Siendo la nacion catalana (decia entre otras cosas el de Oñate) de un genio airado y vengativo, temo los efectos de la ira, y que se precipite fácilmente en el abismo, haciendo derramar lágrimas de sangre á toda España... ¿Quién sabe si los catalanes amenazados con el castigo no se arrojarán á los piés del mayor émulo del rey? Yo creo que es mas fácil pasar de la sedicion á la rebeldía que de la tranquilidad á la sedicion: la mano diestra del jinete doma el caballo feroz y desbocado, no la aguda espuela que se le aplica... Llora Cataluña? decia mas adelante: no la desesperemos. ¿Gimen los catalanes? oigámoslos... Salga el rey de su corte: acuda á los que le llaman y le han menester: ponga su autoridad y su persona en medio de los que le aman y le temen, y luego le amarán todos sin dejar de temerle ninguno. Infórmese y castigue, consuele y reprenda. Buen ejemplo hallará en su augusto bisabuelo, cuando por moderar la inquietud de Flandes... pasó á los Países, y acompañado de su solo valor entró en Gante, amotinado y furioso, y lo redujo á obediencia sin otra fuerza que su vista. Salga S. M., vuelvo á decir, llegue á Aragon, pise Cataluña, muéstrese á sus vasallos, satisfágalos, mírelos y consuélelos, que mas acaban y mas felizmente triunfan los ojos del príncipe que los mas poderosos ejércitos.» Melo, Historia de los movimientos, separacion y guerra de Cataluña, libro II.

mente discurso que alentándolos á la guerra pronunció despues el canónigo de aquella misma iglesia don Pablo Claris, enemigo del obispo, ambicioso, turbulento, fanático por la libertad, y el mismo que antes habia sido preso por el conde de Santa Coloma y libertado despues por el pueblo (2). Todos pues se adhirieron con aplauso á la opinion del canónigo Claris, y se resolvió la resistencia armada. En su virtud se señalaron las plazas de armas, se hicieron alistamientos, se nombraron oficiales, se invocó el auxilio de los aragoneses como sus naturales hermanos, y lo que fué peor, y aun atendida su desesperacion no se podrá nunca disculpar, entablaron negociaciones para obtener la proteccion y el amparo del rey de Francia, que era lo que con mucha prevision habia pronosti cado en la junta de Madrid el conde de Oñate.

Grandemente le vino á Richelieu, que á la sazon se hallaba en Amiens, y no desaprovechó la buena ocasion que se le presentaba de vengarse del monarca español, segregándole una de las mas importantes provincias. Recibió con mucho agasajo al enviado de Cataluña, Francisco Vilaplana, y sin entrar en los pormenores y circunstancias de la manera como el astuto cardenal supo continuar estas negociaciones con el monarca francés y con los embajadores catalanes, y del modo como disculpaba que el soberano de una gran nacion se declarara protector de los rebeldes y sediciosos de otra, baste decir que dieron por resultado el ofrecimiento por parte del rey Cristianísimo, de dos mil caballos y seis mil infantes pa gados por la generalidad de Cataluña, con los oficiales y cabos que le pidiesen, mediante tres personas por cada uno de los tres brazos que Cataluña le daria en rehenes, y no pudiendo los catalanes hacer paces con su rey sin la intervencion y el consentimiento del de Francia.

De este estado de cosas ya no podian augurarse sino calamidades para España. El conde-duque de Olivares las hizo mayores, mostrándose tan desacertado en el uso y empleo de la fuerza como lo habia estado en el de la política. Dióse órden á todos los capitanes y gobernadores de las plazas para que estuviesen prontos á obrar. El marqués de los Velez escribió desde Zaragoza á la ciudad de Barcelona, manifestando su grande amor á los catalanes, y diciendo que su ejército iria solo á restablecer la paz y la justicia de que tenian privado al país los sediciosos, que no molestaria ni hostilizaria á los habitantes leales, ni castigaria sino á los rebeldes. La diputacion le contestó que estaba resuelta á no admitirle ni con ejército ni sin él. Mucho alentó sin embargo al de los Velez y á los castellanos la entrada de las tropas en Tortosa por industria y arte de don Luis de Monsuar, gobernador que habia sido de la plaza, y cuya recuperacion habia negociado con los naturales, entre los cuales tenia parientes y amigos. La posesion de esta plaza facilitaba el paso del Ebro al ejército del rey. Los sediciosos de ella fueron á los pocos dias condenados á muerte. Mas pronto sobrevinieron contratiempos que neutralizaron bien aquella ventaja.

Mandaba las armas en el Rosellon don Juan de Garay, hombre que habia llegado á aquel puesto pasando por todos los grados de la milicia, y por lo tanto gozaba la reputacion de activo y hábil en el arte de la guerra. El 23 de setiembre de 1640 salió Garay de Perpiñan con una buena division resuelto á castigar á los de Illa, que andaban en tratos con los franceses. Acompañábanle los obispos de Urgel y de Elna.

(2) Despues de consagrar la primera parte de su discurso á desacreditar al prelado y desvirtuar sus palabras, decia entre otras cosas el acalorado canónigo: « Decidme, si es verdad que en toda España son comunes las fatigas de este imperio, ¿cómo dudaremos que tambien sea comun el desplacer de todas sus provincias? Una debe ser la primera que se queje, y una la primitiva que rompa los lazos de la esclavitud: á esta seguirán las mas: ¡oh! no os excuseis vosotros de la gloria de comenzar primero. Vizcaya y Portugal ya os han hecho señas. Aragon, Valencia y Navarra bien es verdad que disimulan las voces, mas no los suspiros; lloran tácitamente su ruina, y ¿quién duda que cuando parece están mas humildes, están mas cerca de la desesperacion? Castilla, soberbia y miserable, no logra un pequeño triunfo sin largas opresiones: preguntad á sus moradores si viven envidiosos de la accion que tenemos á nuestra libertad y defensa... ¿ Dudais del amparo de Francia, siendo cosa indudable? Decid de qué parte considerais la duda, etc.» Melo, Historia de los movimientos, etc., lib. III.

Defendiéronse los paisanos de la villa con tal heroismo, que á pesar de no estar defendida sino por unas tapias y una torre vieja que fueron destruidas á los primeros cañonazos, fueron rechazados los soldados de Garay al asaltarla con pérdida de doscientos hombres y siete capitanes. Hizo venir Garay mas artillería de Perpiñan y puso el sitio en toda forma. Al segundo asalto anduvieron nuestros soldados tan flojos que por mas que Garay los alentaba marchando delante con una pica, tuvo que ordenar la retirada. Acercóse en esto un cuerpo de franceses mandado por el mariscal de Shomberg y por M. d'Espenan (29 de setiembre), y consiguieron además hacer entrar en la villa doscientos catalanes. Con este refuerzo ya no se atrevieron los nuestros á atacarlos, lo cual llenó de orgullo á los catalanes, proclamando que si un jefe como Garay habia sido vencido por meros paisanos en una villa tan mal fortificada, bien podian ya batirse sin miedo con las tropas mas aguerridas del rey; Garay se limitó á guarnecer de artillería las plazas, á lo cual se debió que no se perdieran de pronto.

Los ministros del rey, que ni acertaban á ser fuertes, ni

sabian la manera de ser templados, discurrieron varios medios, en la ocasion mas inoportuna, estando reciente la declaracion de guerra, para traer á concierto á los catalanes. Valiéronse primero del nuncio de Su Santidad para que viera de exhortar á los eclesiásticos que en el confesonario, en el púlpito y en las conversaciones no cesaban de excitar á los revoltosos animándolos á la defensa de sus fueros. El nuncio, vencidos no pocos reparos y dificultades, se decidió á escribir al clero, á llamar al canónigo Claris, y á llegarse hasta Lérida; pero enviáronle á decir que no pasara de aquella ciudad, y que de allí podia remitir las cartas. Este desaire fué el término bochornoso que tuvo aquella mediacion, y que vino á justificar la repugnancia con que habia procedido el legado del papa. No fué mas feliz el conde-duque en la propuesta que despues hizo á la diputacion de Barcelona, ofreciendo á nombre del rey que sacaria las tropas de la provincia, con tal que consintiera en dejarle fabricar dos fortalezas, una en Monjuich y otra en la casa de la Inquisicion. Los barceloneses, que comprendian demasiado que esto equivalia á sujetar la ciudad

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á su dominacion, le dieron por toda respuesta una áspera negativa. Otro arbitrio que discurrió luego el conde-duque, que fué enviar á Barcelona á don Pedro de Aragon, marqués de Povar, hijo segundo del de Cardona, so pretexto de asistir á las córtes, pero con la mision secreta de negociar una transaccion, tuvo todavía peor éxito. Comenzaron los catalanes á mirar al marqués con recelo, á observarle despues como sospechoso, y concluyeron por encerrarle en una prision, so color de librarle de la furia del pueblo.

Trabajaba por su parte el marqués de los Velez en Zaragoza, ya por separar la causa de Aragon de la de Cataluña, porque temia que los aragoneses entraran tambien en la tentacion de reclamar sus fueros, en cuyo caso la causa del rey era perdida, ya para que ellos mismos sirvieran de medianeros para con los catalanes. Y esto lo consiguió, enviando la ciudad uno de sus principales caballeros á Barcelona, el cual fué muy bien recibido y entró en amistosas conferencias y tratos con los catalanes, no obstante hallarse estos resentidos de haberles faltado Aragon á la ayuda y socorro que le habian demandado. Mas como quiera que aquellos pusieran por condicion precisa para cualquier acomodamiento que el rey mandara cesar la guerra del Rosellon y sacara las tropas del Principado, volvióse don Antonio Francés, que era el comisionado, á Zaragoza, con el convencimiento de que no habia mas medio de reduccion que la fuerza.

Dióse pues órden al de los Velez para que dividiendo el ejército en tres cuerpos penetrara en Cataluña, con el uno por el llano de Urgel, con el otro por Tortosa, que allanando los lugares del campo de Tarragona se acercara á Barcelona, y que el tercero, que era el mas escogido y le habia de mandar en persona el mismo rey, se quedara en la frontera para entrar y acudir cuando y donde conviniese; y se mandó al mismo tiempo á Garay que con la tropa del Rosellon se pusiera en marcha á Barcelona para atacar en combinacion la ciudad. Proponia Garay, como mas práctico, que atravesara el ejército la Cataluña hasta el Rosellon con el objeto de impedir el socorro de Francia, y este plan hubiera sido el mas acertado, pero no se siguió, y se ordenó á Garay que embarcándose con la gente que pudiese viniera á unirse con el ejército que marchaba hácia Tarragona.

Inspiraba poca confianza en la corte el marqués de los Ve

lez para una empresa de tanta importancia, y deseando reemplazarle con otro general de mas talento y experiencia, cada cual proponia el que era de su particular aficion, designando unos al de los Balbases, otros al de Monterrey, otros al almirante de Castilla; y entre tanto pasábase el tiempo sin hacer nada, y dábanse al de los Velez las órdenes mas diversas y contradictorias, poniéndole en no poca confusion y conflicto, sin atinar con lo que habia de hacer, ni saber cómo habia de acertar. Por otra parte los aragoneses iban de mala gana á la guerra, y menos dispuestos á hostilizar que á favorecer en secreto á los catalanes. Los soldados se iban desertando, y el ejército se halló menguado en una tercera parte. A su ejem plo los quintos de Castilla se volvian tambien á sus casas: atribuíase á la falta de vigilancia de los jefes, y fué preciso enviar á Alcañiz al marqués de Torrecusa Cárlos Caracciolo, para que castigara á los desertores con todo el rigor de la ordenanza militar y viese de contener por todos los medios la desercion.

Habian tomado los catalanes ya sus disposiciones para resistir á los ejércitos del rey, hecho levas, formado tercios, nombrado cabos, y enviado comisionados especiales, entre ellos el conseller en Cap, para tomar algunos puntos, y principalmente el Coll de Portús y el Coll de Balaguer, con objeto de impedir por una parte la union de las tropas del Rosellon con las de Castilla, de interceptar por otra la marcha de los castellanos.

El marqués de los Velez salió de Zaragoza el 8 de octubre, dirigiéndose á Alcañiz, donde recibió el nombramiento de virey y capitan general de Cataluña, reemplazándole en Aragon el duque de Nochera. Fué menester prorogar las córtes convocadas para aquella ciudad, porque el rey no pensaba todavía ir á celebrarlas, ó por mejor decir, las habia convocado con el fin de entretener los ánimos de los valencianos y aragoneses; y cuando se vió que estos mostraban ya alguna impaciencia por su tardanza, se tomaron ciertas disposiciones para aparentar la proximidad de la ida del monarca, pero que revelaban por su lentitud poca ó ninguna resolucion de cumplirlo. El marqués, pasada revista general á las tropas, puso en movimiento el ejército, enviando cada tercio á su respectivo destino, y él se encaminó con el mas grueso á Tortosa. Los catalanes, que estaban en gran número del otro lado del Ebro con

ánimo al parecer de disputarle el paso del rio, comenzaron á provocar á los soldados con injurias y con denuestos soeces á su rey y á su gobierno. Irritada con esto la soldadesca, una parte de ella pasó el rio sin que pudieran impedirlo los oficiales, entró en los pueblos, robó é incendió casas, mató y degolló gentes, hasta que acudieron los oficiales y les hicieron volver á sus puestos. A los pocos dias entró el virey marqués de los Velez en Tortosa con gran pompa y aparato, acompañado de lo mas lucido de todo el ejército.

Habia el de los Velez de prestar en Tortosa el juramento acostumbrado de guardar los fueros y privilegios del país, sin cuya formalidad no podian los vireyes, segun las leyes del Principado, ejercer su autoridad. Aunque se llamó por edictos á todos los procuradores y síndicos de las villas y ciudades, solo asistieron por temor los de los lugares inmediatos, y ante estos, y ante el baile general y el magistrado de la ciudad prestó el marqués su juramento en manos del obispo de Urgel. Entráronle luego escrúpulos sobre la contradiccion que habia entre lo que habia jurado y la mision que llevaba. Pero sacóle su confesor del embarazo, diciéndole que bien podia jurar guardar á los catalanes sus privilegios, entendiéndose mientras fuesen obedientes á su soberano; que si ellos no cumplian esta condicion quedaba libre del juramento, con lo cual se tranquilizó la conciencia del marqués. Mas los catalanes no dejaron de proclamar que aquel acto era nulo: y considerándole la diputacion como un insulto y una nueva violacion de sus fueros, declaró que los que obedecieran al virey serian mirados como extranjeros y enemigos, incapaces de todo cargo y empleo en guerra y en paz. Y para persuadir al pueblo de que su causa era la de Dios, mandó hacer rogativas públicas y procesiones solemnes en todo el Principado, en desagravio, decia, de los insultos hechos á la religion y al Señor Sacramentado por los ministros y soldados del rey de Castilla. Llegó ya el caso de hacer su oficio las armas, y comenzó la guerra por una salida del gobernador de Tortosa, don Fernando Tejada, que dió por fruto arrojar á los catalanes de las inmediaciones de Cherta, apoderarse de esta villa, sita en un hermoso terreno en la ribera del Ebro, saquearla los soldados, y entregar la mayor parte de ella á las llamas.

Corrió don Fernando la tierra, dispersándose con frecuencia sus tropas para robar, dejó en Cherta quinientos walones de guarnicion, y volvióse á Tortosa. Los walones fueron un dia sorprendidos en la villa por una compañía de miqueletes, mas luego que aquellos se repusieron trabóse una reñida pelea en que perecieron muchos catalanes. Esto y una expedicion de don Diego Guardiola con el regimiento de la Mancha y algunas otras compañías, con cuya fuerza entró sin resistencia en Tivenys, unido á un edicto de perdon que publicó el marqués de los Velez para los que voluntariamente abandonaran la rebelion y se sometieran al rey, redujo á la obediencia los pueblos de la comarca de Tortosa, sin que sirviera á los catalanes ofrecer á su vez indulto á los que se desertaran de las banderas reales, y se retiraran á su país, ó quisieran servir á la república.

Componíase el ejército del marqués de veintitres mil infantes, castellanos y aragoneses, con algunos regimientos irlandeses, portugueses, italianos y walones: de tres mil caballos, mandados por don Alvaro de Quiñones, el duque de San Jorge y Filangieri; de veinticuatro piezas de artillería, con doscientos cincuenta oficiales del arma, ochocientos carros y dos mil mulas de tiro. Con este ejército se puso en marcha el 7 de diciembre, camino real del Coll. Ocupaban los catalanes á Perelló, pequeño lugar, pero en posicion muy fuerte á la mitad del camino. La gente era colecticia y no acostumbrada todavía á las armas, y así cuando vieron alojarse tanta tropa en derredor del pueblo cayeron de ánimo muchos; la resistencia fué de solo un dia; al siguiente hizo su entrada el marqués en Perelló, quemaron los soldados algunas casas, quedó guarneciendo el pueblo don Pedro de la Barreda con alguna gente, y el ejército continuó su marcha hacia el Coll de Bala guer, por un camino falto de aguas, y en que solo se encontraba tal cual laguna casi enjuta, y algunos charcos encenagados. En ellos apagaban los soldados la sed: no faltó quien propusiera envenenar aquellos lagos, pensamiento que senti

mos le ocurriera á ningun español, cuanto mas al conde de Zaballá, gobernador de las armas catalanas en aquella frontera, que lo propuso al que mandaba en el Coll (1). Tenian los catalanes su confianza en la defensa del Coll, no solo por su natural fortaleza, como situado entre montes, valles y precipicios, sino tambien por las cavas, reductos y trincheras que habian hecho defendidas con alguna artillería. Creíanse pues allí inexpugnables, y figurábanse que no habia fuerzas bastantes para desalojarlos de aquellas asperezas. Mas luego que vieron una parte del ejército real trepar denodadamente por las alturas, y cuando sintieron los certeros tiros de la artillería de Torrecusa, y ponerse luego en movimiento toda la vanguardia, bisoños como eran todavía los paisanos que formaban aquella guarnicion, apenas hicieron media hora de fuego con sus cañones, arrojaron las armas, y huyeron aban donando las fortificaciones, que ocupó la tropa castellana, á quien vinieron bien los víveres y municiones que en ellas habia. Acometidos despues los catalanes en sus cuarteles, refugiáronse á los montes, desde los cuales hacian fuego y arrojaban proyectiles á los castellanos. Tomado el Coll, avanzó el de los Velez con el grueso del ejército á reunirse con la vanguardia, y ordenó á Torrecusa que bajase al campo de Tarragona. Hízolo así, y apoderóse del Hospitalet, donde habia estado alojado el conde de Zaballá, entre cuyos papeles halló noticias sumamente útiles acerca de las disposiciones de los enemigos, y por ellos supo tambien que la diputacion no estaba segura de la fidelidad de Tarragona, porque habia en la ciudad muchas personas afectas á la causa del rey.

Barcelona, con noticia de lo acaecido en el Coll y en el Hospitalet, túvose por perdida si pronto no recibia socorros de Francia, y así despachó correos á Mr. d'Espenan rogándole no dilatase un momento su venida. Así lo cumplió el general francés, poniéndose inmediatamente en movimiento con tres regimientos de infantería y mil caballos. Recibióle la ciudad con júbilo, alentáronse sus moradores, y de la gente de los gremios y cofradías se formó un tercio que se llamó de Santa Eulalia, y cuyo mando se dió al tercer conceller Pedro Juan Rosell. Pasó Espenan desde allí á Tarragona, de donde habian huido los naturales, atemorizados con las derrotas del Coll y del Hospitalet: sin embargo, encerróse allí el general francés con su tropa y con algunas milicias del país que precipitadamente pudieron recogerse.

Dirigióse el marqués de los Velez á atacar á Cambrils, pequeña villa en la costa del mar, defendida solo por unas viejas murallas, donde le dijeron haberse recogido los catalanes con objeto de estorbar la marcha del ejército real, por lo menos hasta dar tiempo á la diputacion para hacer sus levas y poner en estado de defensa las demás ciudades. La que hicieron los de Cambrils, aunque gente colecticia, sin jefes ni plan, sin regularidad y sin órden, fué admirable, y dió que hacer á todo el ejército, que se vió en el mayor apuro por falta de provisiones. En uno de los ataques fué herido el marqués de los Velez, y tuviéronle todos por muerto al verle caer en tierra con su caballo. Pero reanimáronse pronto cuando le vieron levantarse y montar otro caballo con semblante sereno. Hubo muchos combates, y mediaron muchos tratos y negociaciones con los de la villa como si fuese una plaza fuerte, y al fin se rindió por capitulacion, si bien como gente poco práctica en estas formalidades, ni hicieron escritura ni otra ceremonia alguna, sino prometer de palabra que se entregarian al marqués de los Velez, esperando que los trataria con clemencia y con benignidad.

Al salir de la villa los vencidos sucedió una horrorosa tra

gedia. Abusando los soldados de su posicion, se empeñaban en desbalijar aquellos infelices. Sufríanlo unos, resistíanlo de la manera que podian otros. Uno de ellos, al querer un soldado arrebatarle la capa gascona que llevaba encima, dió una cuchillada al atrevido robador; sacaron las espadas los compañeros de este para castigar al catalan: al ver aquella actitud de la tropa huyeron los demás despavoridos; dióse el grito de ¡traicion y á este grito sucedió el desórden mas espantoso,

(1) Melo, Historia de los movimientos, separacion y guerra de Cataluña, lib. IV.

PENDON DE SANTA EULALIA

El antiguo Pendon de Santa Eulalia, cuya parte principal se conserva rodeada de un marco dorado en el Archivo de la Casa de la ciudad de Barcelona, consiste hoy en un trozo de damasco que debió ser carmesí, sobre el cual está pintada al óleo la imágen de la gloriosa vírgen y mártir, de cuerpo entero, empuñando con la mano derecha la palma, símbolo de su heroicidad, y un libro: alrededor de la Santa hay una orla de adorno en forma de arabesco; al pié del aspa en que fué martirizada se distingue claramente la cruz de la Catedral, y debajo de la imágen parte del lema de guerra: Veni, vidi, vici. Las dimensiones de este cuadro son ocho palmos de largo por cuatro de ancho.

Este pendon fué sustituido por la Bandera grande, así llamada, de la ciudad que se sacaba en las procesiones del Corpus, llevándola un hombre á caballo y yendo sostenida además por otros dos, y servia tambien en las mismas circunstancias que el pendon.

La primera vez que se hace mencion del Pendon de Santa Eulalia es en 1588, en que se sacó con motivo del ruidoso suceso á que dió lugar la ciudad de Tortosa oponiéndose á que pasase por ella el Conceller en cap de Barcelona Galceran de Novel; hasta dicha época habíase designado siempre con el nombre de Bandera de la ciudad.

Las causas por que se sacaba y enarbolaba, así dicha bandera como posteriormente el pendon de Santa Eulalia, eran en primer lugar para oponerse á la invasion de los enemigos de Cataluña, ora fuese dentro de los límites de su condado, ora amenazasen invadir el territorio. En segundo lugar se enarbolaba para perseguir á los enemigos de pau y treva, para castigar algun delito atroz, tomar á fuerza de armas la satisfaccion que se negaba á la ciudad por agravios recibidos, hacer represalias con los pertinaces, y por último, siempre y cuando un particular cometia algun desacato contra la ciudad de Barcelona ó contra algun ciudadano de ella.

Tan luego como el veguer publicaba por la ciudad el privilegio Princeps namque, otorgado por D. Pedro el Ceremonioso, y el cual consistia en una autorizacion para hacer un llamamiento al país siempre que se presentase algun enemigo, reuníase el somaten al toque de la campana de la iglesia de San Jaime, y al grito de via fos ó via fora!' armábanse los ciudadanos y acudian solícitos á donde fuesen necesarios sus servicios. El pendon de Santa Eulalia se sacaba y se colocaba en la ventana principal de la Casa de la Ciudad, hasta que cesaba el peligro.

La última vez que se sacó fué en 1714, poco antes del fin de la guerra de sucesion, en la que tan activa parte tomó Cataluña en favor del archiduque Cárlos de Austria.

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