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mencos.

á las cosas de España, cualidad sin duda muy recomendable | alemanes, italiano con los italianos y flamenco con los flapara los españoles, era capital defecto para los flamencos; achaque de quien abarca bajo su dominacion reinos y Estados de hábitos y costumbres diferentes, sin genio para acomodarse á las de cada uno de ellos. Y tanto menos soportable se les hacia á los de Flandes el desdeñoso y desabrido trato que recibian de Felipe, cuanto que estaban acostumbrados á cierta preferencia con que los habia mirado siempre el emperador, como nacido y criado entre ellos, al genio expansivo de Cárlos, y á aquella política acomodaticia que la necesidad le habia enseñado, y con que procuraba hacerse aleman con los

Sin embargo, esta falta de simpatías entre el rey y sus súbditos de Flandes no habria sido por sí sola suficiente para producir los gravísimos disturbios que despues hubo que lamentar, si Felipe hubiera sido mas político con ellos, si los flamencos no se hubieran creido lastimados en la parte mas viva y mas sensible, que tal era para ellos la conservacion de sus antiguos privilegios y de su libertad. Pero aquellas diez y siete ricas, fértiles, industriosas y pobladísimas provincias, en que se contaban mas de trescientas cincuenta ciudades, la

mayor parte muradas, con innumerables castillos, gozaban desde muy antiguo de muy apreciables franquicias, y regíanse casi libremente en su gobierno interior, y sus valerosos naturales eran en esto tan celosos, que, como dice un apreciable historiador, «en defender la libertad se calientan mas de lo que basta, porque se precian de preferirla á todo lo demás, pasando tal vez por esta causa á tomarse mas licencia de la que permiten los fueros de la libertad (1).» Felipe II, menos atento de lo que debiera al carácter de aquellas gentes, frias en lo demás, pero en esto fogosas sobremanera, comenzó á cercenarles sus privilegios y quebrantarlos. La ereccion de catorce nuevos obispados, sobre los cuatro que en los Estados de Flandes habia antes solamente, fué recibida como una infraccion escandalosa de los privilegios brabantinos. Los abades, á quienes los obispos reemplazaban, vieron rebajada su antigua representacion y su influencia en el país. Los monjes se quejaban de verse privados del derecho y costumbre inmemorial de nombrar sus abades, y de sujetarse á superiores que no entendian de la disciplina regular. Los nobles se alarmaron al considerar el influjo que los obispos iban á ejercer en las córtes ó estados generales, como puestos por el rey y adictos al papa, y comprendieron cuánto iba á perder la antigua autoridad de la nobleza; y el pueblo vió con recelo el poder que se daba al brazo eclesiástico.

Otro motivo concitó todavía mas los ánimos de los flamencos, á saber, el empeño de Felipe II de establecer en los Países Bajos la Inquisicion de España, y la renovacion de los terribles edictos de Cárlos V contra los herejes. Detestaban los flamencos la Inquisicion, tanto ó mas que habian mostrado aborrecerla los de Nápoles. Y al odio con que ya miraban el adusto tribunal se agregaba la circunstancia de ser muchos los que temian sufrir sus rigores, porque con el trato y comunicacion y el contínuo roce que por el comercio y las guerras habian tenido y tenian con los alemanes, habian cundido y difundidose por los Países Bajos los errores de Lutero y de Zuinglio, y eran muchos los que se hallaban contaminados de herejía.

Fué otra de las causas del descontento de los flamencos la privanza de que gozaba con el rey el obispo de Arras, despues cardenal Granvela, y la poderosa intervencion é influjo que por expreso encargo y recomendacion de Felipe ejercia aquel en el consejo privado de la duquesa de Parma, gobernadora de aquellos Estados, señora por otra parte de grande ánimo y espíritu, prudente, hábil y piadosa en extremo (2). El valimiento de Granvela, á quien suponian como el oráculo del rey y la gobernadora, se hacia insoportable á los próceres flamencos, que le profesaban odio, mas o menos en razon ó fundado, y bastaba en los consejos que Granvela fuese de un dictámen, para que ellos disintieran y votaran lo contrario: y era lo peor para ellos y lo que mas les irritaba que el parecer de Granvela prevalecia siempre sobre los de todos.

Habia tambien mucha parte de ambicion en los nobles. Orgullosos con haber tenido tan principal parte en los triunfos de Felipe II contra los franceses en San Quintin y en Gravelines, aquellos á quienes el rey á su partida no habia dejado el gobierno de alguna provincia ó ciudad, se mostraban altamente resentidos y quejosos, y los que los obtenian, aun no se consideraban debidamente remunerados. Entre estos era el principal Guillermo de Nassau, príncipe de Orange, el mas ilustre y el mas poderoso de aquellos magnates, general en jefe de todo el ejército en tiempo de Cárlos V, siempre muy favorecido y considerado del emperador, que le fiaba los cargos mas delicados y las embajadas mas importantes; el mismo Felipe le habia confiado el tratado de paz con Francia, y era hombre que gozaba de gran prestigio en el país. Y como

(1) Estrada, Guerras de Flandes, Década I, lib. I.

(2) Un dia la duquesa rasgó por su mano en pleno consejo el memorial de uno que habia ofrecido cierta suma por el destino que pretendia, y declaró que haria lo mismo en lo sucesivo con todos los que se valieran de semejantes medios. Estos y otros parecidos rasgos de justificacion captaban á la gobernadora el respeto y estimacion de nobles y pueblo.— Carta de Tomás Armenteros, secretario particular de la princesa, á Gonzalo Perez: Bruselas, 4 de octubre, 1559.-Archivo de Simancas, Estado, leg. núm. 518.

TOMO III

el de Orange habia aspirado á quedarse con el gobierno universal de Flandes, que se dió á la princesa Margarita, consideróse desairado, no obstante haberle sido conferido el mando de las mejores provincias, y desde luego se le vió dispuesto á acaudillar á los descontentos. Y en verdad que pocos jefes de revolucion podria haber mas temibles, porque además de su ventajosa posicion, era maravillosamente diestro en ganar voluntades y le favorecian mucho su genio y sus naturales dotes.

Dábase el pueblo por ofendido de la permanencia de las tropas españolas en Flandes mas tiempo de lo que habia ofrecido el rey. La prudente gobernadora, conociendo el disgusto popular y temiendo sus consecuencias, preparó el embarque de los españoles, á cuyo fin los envió al puerto de Flesinga en Zelanda. Mas al tiempo de verificarse la partida, llegaron cartas del rey mandando que suspendiese el embarque hasta nueva órden. Culpábase de esta determinacion á Granvela, que en sus cartas al rey le representaba la necesidad de tener allí las tropas para contener los conatos de sedicion del pueblo y de la nobleza. De todos modos la órden del rey ponia en un conflicto á la princesa gobernadora; pues por una parte era tal la indignacion y el encono de los zelandeses contra las tropas españolas, que no querian poner mano en las obras de los diques, diciendo en su desesperacion que consentian exponerse á que los tragaran á todos las olas del mar si no habian de verse libres del yugo de soldados extranjeros. Por otra parte la retirada de las tropas de Zelanda ofrecia no pequeñas dificultades y riesgos. Invernar todas juntas era una carga insoportable para la poblacion, cualquiera que fuese; dividirlas era exponerlas á los ultrajes de los pueblos; y á mayor abundamiento las provincias habian protestado, que no solo no darian un florin para el sostenimiento de los españoles, sino ni para la milicia misma del país, mientras no le evacuasen los extranjeros. Todo esto lo expuso la princesa Margarita al rey en términos tan enérgicos y fuertes, que Felipe se resolvió, aunque de mal grado, á dar órden para que los tercios de Flandes fuesen enviados á Nápoles y á Sicilia, donde vendria bien este socorro, ocupados los napolitanos en la empresa de los Gelbes. Salieron, pues, los españoles de Flandes en el rigor del invierno (de 1560 á 1561) con gran contento y regocijo de todos los flamencos (3).

Aquella alegría se conturbó no poco con la nueva que llegó de haber sido investido Granvela por el pontífice Pio IV con el capelo de cardenal. El rey le felicitó en carta de su puño (17 de marzo, 1561), manifestándole el júbilo que le habia causado «su merecida promocion,» y diciéndole al propio tiempo que habia pedido á S. S. le dispensara la asistencia al concilio de Trento (4). Pero estas singulares distinciones que Granvela recibia del pontífice y del rey de España no hacian sino enorgullecer mas al prelado y añadir quilates á la enemiga con que le miraban los próceres flamencos. Tanto, que los dos mas principales, el príncipe de Orange y el conde de Egmont, se decidieron á escribir al rey (25 julio, 1565), recordándole que cuando á su partida los dejó nombrados gobernadores de provincias y consejeros de Estado, les prometió que todos los negocios de importancia se resolverian en Consejo, en cuya confianza aceptaron: mas como quiera que despues habian visto que los negocios que se llevaban al Consejo eran los mas fútiles, y que los de grave interés se deliberaban sin su conocimiento por una ó dos solas personas; y como hubiesen oido á Granvela que todos los consejeros serian. igualmente responsables de los acontecimientos que pudieran sobrevenir, pedian á S. M. ó que se les admitiera la dimision. que de sus cargos hacian, ó que ordenara que en lo sucesivo todos los asuntos se trataran y resolvieran en pleno Consejo. De la gobernadora no se quejaban, antes se mostraban muy satisfechos de ella (5).

(3) Cartas de Granvela á Gonzalo Perez, Bruselas 31 de octubre de 1560, y 24 de enero de 1561.-Archivo de Simancas, Estado, leg. 520. -Estrada, Guerras de Flandes, Década I, lib. III.

(4) Biblioteca de Besanzon, Papeles de Estado del cardenal Granve la.-Archivo de Simancas, Estado, legajo 520.

(5) Archivo de Simancas, Estado, leg. 521.-La carta estaba escrita

5

Contestóles el rey que agradecia su celo por el buen servicio | cribir, y eso de tarde en tarde, á la gobernadora y al cardenal, (29 de setiembre); que el conde de Horn, que á la sazon se hallaba en España y partiria pronto para Flandes, les llevaria la respuesta sobre el objeto de sus quejas; que entre tanto les recomendaba la buena administracion de sus provincias, que velaran por el mantenimiento de la religion y por el castigo de los herejes. En efecto, á poco tiempo volvió allá el conde de Horn, portador de la resolucion del rey (15 de octubre), escrita de su mano, prometiendo que los negocios se tratarian en lo sucesivo de otra manera y como ellos deseaban; añadiendo el secretario Eraso que nada harian que fuese tan agradable al rey como el celo que desplegaran tocante á la fe y á la religion. Pero llegó esta carta precisamente cuando el príncipe de Orange habia ido á celebrar sus bodas con una hija del difunto Mauricio de Sajonia, educada en la doctrina luterana, bien que protestando á la gobernadora que esto no le haria variar de religion ni dejar el catolicismo; y cuando Granvela se disponia á tomar posesion del arzobispado de Malinas, que tambien le habia sido conferido (1). Elementos todos que iban añadiendo leña al fuego de las rivalidades y de las discordias religiosas que no habian de tardar en estallar.

En este tiempo ardian ya en Francia las sangrientas guer ras y sucedian las terribles matanzas entre católicos y hugonotes, de que en otro capítulo hemos hablado. Y Felipe II, que habia dado auxilio de tropas á los católicos franceses, mandó tambien á la gobernadora de Flandes que enviara en socorro de los mismos toda la caballería flamenca. Opusiéronse á esto los nobles con tal energía y obstinacion, so pretexto de que si ellos favorecian á los católicos de Francia los protestantes alemanes volverian las armas contra sus propios Estados, que no habia manera de hacer salir la caballería de Flandes sin riesgo de un levantamiento. En tal conflicto la prudente Margarita discurrió un arbitrio para no dar ocasion á disturbios interiores y no dejar sin ejecucion la órden del rey, que fué recoger y enviar dinero á la reina de Francia, lo cual sabia que habia de agradarla tanto como los soldados, y de ello dió aviso á su hermano el monarca español (1562), esperando que le habrian de satisfacer las razones que la habian movido á obrar así.

Trabajábase en tanto en Flandes por poner cuantos entorpecimientos se podia á la provision de los nuevos obispados erigidos por el rey, á los cuales se consideraba como precursores de la Inquisicion, y como se atribuia todo al consejo y sugestiones de Granvela, léjos de irse templando el odio que contra él habia, era cada vez objeto de mayor encono: publicábanse pasquines y libelos, se esparcian calumnias, se hacia correr la voz de que queria la destruccion de Flandes, de que habia dicho al rey que mientras no hiciera cortar media docena ó mas de cabezas de los principales personajes, nunca llegaria á dominar el país, de que mantenia correspondencia con los Guisas de Francia, y de que existia una liga secreta de que él era el alma y el promovedor. De todo esto daba el cardenal amargas quejas al rey, protestando que la causa de aquella enemiga y de todos sus sinsabores no era otra que su empeño en sostener la autoridad real: que el verdadero motivo de la oposicion de los nobles á la creacion de los obispados, era que querian ellos manejarlo y mandarlo todo; que ellos eran los que se entendian con los herejes franceses y alemanes, en prueba de lo cual habian enviado á consultar con los de Paris al doctor Dumoulin, mas hereje que el mismo Lutero; ponderaba la mala disposicion de los ánimos; denunciaba las confederaciones y planes que se fraguaban, y en todas sus cartas insistia en la necesidad de que fuese allá el rey, como único remedio para reprimir las conjuraciones y acallar y sosegar los espíritus, pues de otro modo pronosticaba que ni la prudencia y esfuerzos de la princesa regente ni menos los suyos bastarian á evitar un rompimiento.

Felipe II, en vez de adoptar uno de dos medios, ó de variar de sistema ó de obrar con mas energía, se contentaba con es

de mano del príncipe.-Además el de Egmont escribió otras en el propio sentido al secretario Eraso (15 de agosto).

(1) Carta del cardenal Granvela, de Bruselas, 10 de diciembre de 1561. -Archivo de Simancas, Estado, leg. 521,

asegurando que no habia motivo ni razon para calumniar así á Granvela, ni para aborrecerle de aquella manera y perseguirle; que no era cierto que él le hubiera aconsejado la ereccion de obispados ni el establecimiento de la Inquisicion, ni menos lo de cortar la media docena de cabezas, aunque quicá no seria malo hacello, añadia (2); que reconocia la conveniencia y aun la necesidad de ir en persona á los Países Bajos, pero que no le era posible por la falta absoluta de dinero, pues no podeis pensar, decia, hasta qué punto me hallo exhausto de numerario.» Y entre tanto el espíritu público iba empeorando en Flandes; crecia el odio contra Granvela; el de Orange y los suyos se correspondian con la reina de Inglaterra y se empeñaban en asistir á la Dieta alemana de Francfort contra la voluntad de la gobernadora; esta se negaba ya á convocar los estados generales de Flandes, cuya congregacion aquellos pedian; el cardenal rogaba por amor de Dios al rey que fuese, porque si el pueblo se sublevaba, todo era perdido; y el modo que tuvo Felipe de congraciar á la princesa regente que tanto sufria por sostener su autoridad, fué negarle el castillo de Plasencia, que le habia pedido devolviese á su marido el duque de Parma; negativa que llenó de afliccion á la duquesa, que la hizo verter muchas lágrimas, prorumpir en amarguísimas quejas contra el rey, y la puso á punto de hacer renuncia del gobierno, que hubiera sido una fatalidad, pero tambien una merecida leccion para el monarca (3).

La situacion de Flandes se iba haciendo crítica, y se acordó enviar á España al señor de Montigny para que informase al rey del estado alarmante del país, y de sus verdaderas causas. El mismo Felipe le instó á que se las manifestara con franqueza, y el magnate flamenco le señaló las tres principales, á saber: Primera: la ereccion de nuevos obispados sin consejo ni intervencion de los naturales del país. Segunda: el rumor de que se intentaba establecer en las provincias la Inquisicion á estilo de España. Tercera: el odio general con que era mirado el cardenal Granvela, no solamente por los nobles, sino por todo el pueblo, odio tan profundo, que era muy de temer produjera una sublevacion. El rey contestó á estos cargos diciendo: que el odio á Granvela era infundado é injusto, porque él no habia tenido parte alguna en las medidas de que los flamencos se quejaban; que la creacion de obispados no tenia mas objeto que proveer á las necesidades religiosas de las provincias, y que nunca habia entrado en su pensamiento establecer en Flandes la Inquisicion de España (diciembre, 1562). El efecto que produjo en los Países Bajos el conocimiento de estas respuestas, ya trasmitidas por el rey á la gobernadora y al cardenal, y publicadas por Montigny á su regreso, con ansia deseado, fué del todo contrario al que Felipe II se habia propuesto. Los ánimos se enconaron mas; las cosas fueron á peor; sin rebozo se fraguaban ya planes y confederaciones contra el cardenal y los llamados cardenalistas, por el príncipe de Orange, los condes de Egmont y de Horn, el marqués de Berghes y otros magnates y barones; hasta el mismo Montigny, calificando de abuso la pena de muerte por delitos en materia de religion, que se le mandaba aplicar á los turbulentos herejes de Valenciennes y de Tournay, se unia á los próceres conspiradores. Tal era ya la inquietud de la princesa y del cardenal, que aquella se empeñaba en resignar el gobierno, y este se proponia venirse á Madrid.

¿Qué medidas tomaba para conjurar tan inminente tormenta Felipe II? Instar á la duquesa de Parma á que continuara al frente del gobierno; decir á Granvela que no viniese, que allí podria hacerle mejor servicio, que se mantuviera firme, y no renunciara el arzobispado de Malinas; y aconsejar á la una y al otro que procuraran introducir la desunion y la discordia. El rey no creia ni podia persuadirse de que las cosas pudieran llegar al punto que allá temian, y de que diariamente le avisaban (4).

(2) Carta del rey á la duquesa de Parma, en Madrid, á 17 de julio de 1562.-Archivo de Simancas, Estado, legajo 525.

(3) Correspondencia de la gobernadora y de Granvela con Felipe II, setiembre y octubre de 1562.-Archivo de Simancas, Estado, legajos 521 y 522. nuestros lec

(4) Para evitar la multiplicacion de citas advertimos

No obstante los manejos empleados para dividir á los enemigos de Granvela, y que produjeron la desercion del conde de Aremberg y de algunos otros, los demás continuaron sus trabajos, resolviéndose, antes de apelar á otros extremos, á pedir al rey abiertamente la separacion de Granvela, como lo hicieron el de Orange y los de Egmont y Horn, en carta que le dirigieron á 11 de marzo (1563), en la cual, entre otras cosas, le decian: «Cuando los hombres principales y los mas prudentes consideran la administracion de Flandes, claramente afirman que en el cardenal Granvela consiste la ruina de todo el gobierno; por lo cual se sienten tan altamente traspasados los ánimos de los flamencos, y con tan firme persuasion, que será imposible arrancarla de ellos, mientras él viviese entre nosotros. Pedimos, pues, humildes, por aquella lealtad que siempre habeis experimentado en nosotros..... que os sirvais de poner en consideracion cuánto importa atender al comun dolor y quejas de los pueblos. Porque una y otra vez rogamos á V. M. sea servido de persuadirse á que jamás tendrán feliz suceso los negocios de las Provincias, si advierten los súbditos que el árbitro de ellos es un hombre á quien aborrecen... Este ha sido el motivo por que los mas de los señores y gobernadores de estos Estados, y de otros no pocos, han querido significaros estas cosas, para que se pueda obviar á tiempo la ruina que amenaza. Obviaréisla sin duda, señor, como esperamos; y ciertamente podrán mas con V. M. tantos méritos de vuestros flamencos y tantos ruegos por el bien público, que no la atencion á un particular, para que querais por solo él despreciar á tantos obedientísimos criados de V. M. Y mas cuando no solo no puede quejarse nadie de la prudencia de la gobernadora, pero aun os deberemos dar todos inmortales gracias por su gobierno.» Y concluian pidiendo que de todos modos los relevara de concurrir en adelante al consejo con el cardenal.

rápidamente la Zelanda y la parte de Luxemburgo colindante con Francia; que el príncipe de Orange, los condes de Egmont y de Horn, el marqués de Berghes, los condes de Mansfeld, de Meghem y el señor de Montigny, en varias audiencias que con ella habian tenido, habian tratado de justificar su retirada del Consejo de Estado; que el tesoro de Flandes estaba exhausto, y las cargas anuales excedian á las rentas en mas de seiscientos mil florines; que las plazas de las fronteras necesitaban ser reparadas y aumentadas; que le dijera cómo habia de conducirse en el caso que los señores disidentes se obstinaran en la congregacion de los estados generales; que habia apurado infructuosamente todos los medios para reconciliar á los magnates con Granvela; que el prelado era muy celoso por el servicio de Dios y del rey, pero que no dejaba de conocer que su permanencia en los Países Bajos á disgusto de los próceres ofrecia gravísimos inconvenientes, y podia producir hasta un alzamiento en el país (agosto, 1563). No comprendemos la dilacion del rey en contestar á tan alarmantes cartas. Hasta octubre no respondió á esta y á otras dos de la gobernadora, desde Monzon, donde celebraba córtes, y aun entonces se limitó á decirle que agradecia su celo y diligencia, que le causaba gran pesadumbre el estado de la religion en los Países Bajos, y que con Armenteros le responderia mas particularmente. Pero Armenteros no fué despachado á Flandes hasta el 23 de enero de 1564, y las instrucciones que el rey le dió se reducian á decir á la princesa : que queria que los herejes fueran castigados; que excusara cuanto le fuese posible la reunion de los estados generales, y en el caso de verse hostigada se remitiera á él; que debia trabajar por que el de Orange y demás nobles disidentes volvieran al Consejo de Estado; que en cuanto á Granvela, se reservaba deliberar, y le haria conocer su determinacion; que conocia los buenos efectos que su presencia podria producir en los Países Bajos, Tardó el rey tres meses en contestar á esta carta, al cabo de pero que eran tantos los negocios que tenia que arreglar en los cuales respondió (junio, 1563), que seria bueno que algu- España, que no sabia cuándo podria efectuar su viaje; que no de los tres viniera á España á explicarle de palabra los entre tanto le recomendaba la mayor solicitud por la relimotivos de sus quejas. Y pareciéndole el de Egmont el mas ágion, y que fuera entreteniendo las esperanzas de los señores propósito por su genio para poderle ganar con mercedes y ha- flamencos. lagos, le escribió particularmente á él mismo, invitándole á que viniese: porque el objeto del rey era introducir las sospechas y la discordia entre los de la liga y debilitarlos dividiéndolos. Pero el de Egmont se negó siempre bajo diferentes excusas á hacer el viaje á España para acusar á Granvela, penetrando acaso las intenciones del rey. En el propio sentido se conducian y explicaban los demás confederados, y en vez de venir á dar explicaciones al monarca, dejaban de asistir al senado con Granvela, y públicamente se congregaban y platicaban entre sí y se correspondian con los reformistas alemanes, ingleses y franceses, sin que la princesa gobernadora, con toda su prudencia y su política, lo pudiese remediar. Y sin embargo, exteriormente mostraban el mayor celo por la religion católica.

Juzgó ya necesario la princesa Margarita despachar á su mismo secretario Tomás Armenteros, con instrucciones de lo que habia de informar, proponer y pedir al rey sobre el estado alarmante de Flandes. Decíale que la herejía se propagaba en la Baja Flandes por las relaciones de esta provincia con Inglaterra y Normandía; que la secta de Calvino inficionaba

tores, que escribimos los sucesos de Flandes teniendo á la vista una inmensa correspondencia oficial y privada, casi diaria, entre todos los personajes, así flamencos como españoles, incluso el rey y los secretarios de los gobiernos de allá y de acá, que figuraron en aquellos ruidosos acontecimientos. La correspondencia es copiosísima, y sobremanera abundantes los documentos auténticos que poseemos. Además de los muchos que por nosotros mismos hemos examinado en el archivo de Simancas, y de los tomos de documentos que se publicaron en Amsterdam en 1729 para ilustrar la historia de las Guerras de Flandes del padre Estrada, Mr. Gachard, archivero general de Bélgica, y miembro de la Academia Real de la Historia, ha dado á luz en 1848 y 1851 dos gruesos volúmenes en cuarto mayor de 650 páginas cada uno, con una reseña de cerca de 1,500 documentos relativos á los negocios de los Países Bajos, copiados por él de nuestro archivo de Simancas, donde por comision de su gobierno ha permanecido por espacio de cuatro á cinco años. Todo esto tenemos á la vista para la noticia que vamos dando de aquellos acontecimientos.

Mas en este intermedio no habia dejado el rey de consultar al duque de Alba sobre el partido que convendria adoptar. «Siempre que veo cartas de esos tres señores de Flandes, le contestaba el de Alba, me ahoga la cólera en términos, que si no me esforzara por reprimirla, creo que mi opinion pare ceria á V. M. la de un hombre frenético.» Decíale que lo mas justo seria el castigo, pero no siendo posible por el momento, convenia sembrar entre ellos la cizaña y dividirlos; mostrar enojo contra aquellos que no merecian una pena muy fuerte; y en cuanto á los que merecian que se les cortara la cabeza, seria bueno disimular hasta que se pudiera hacerlo; que Granvela deberia salir secretamente y como fugado de Flandes, irse á Borgoña, y de allí escribir á los Países Bajos que habia abandonado á Flandes por ponerse en seguro, porque allí peligraba su vida (1).

Al fin salió Granvela de Flandes á Borgoña (marzo, 1564), con gran júbilo de los nobles, que desde luego comenzaron á asistir al Consejo de Estado, y con no poco contentamiento del pueblo, del cual solia decir el cardenal con sarcástico ludibrio: ese protervo animal llamado pueblo (2). Y salió en buena ocasion, porque los pasquines que contra él diariamente aparecian mostraban hasta qué punto habia provocado ya la irritacion popular. El conde de Egmont le decia con franca lealtad á la duquesa de Parma que si Granvela volvia á Flandes, como desde el principio se comenzó á susurrar, peligraba de seguro su vida, y el rey se ponia en manifiesto riesgo de perder los Países Bajos. Una librea que los señores flamencos acordaron en este tiempo adoptar unánimemente, á estilo é imitacion de las que usaban los señores de Alemania, pero en cuyas anchas mangas habia unas cabezas humanas bordadas á aguja, y unos

(1) Correspondencia de Felipe II y el duque de Alba.-Archivo de Simancas, Estado, legajo 143.

(2) Carta de Granvela al rey, Bruselas 25 de febrero, 1564.-Archivo de Simancas, Estado, legajo 526.-Papeles del cardenal Granvela en la Biblioteca de Besanzon.

capirotes como los que llevaban los fátuos y juglares, dieron ocasion á mil interpretaciones siniestras; en los capirotes creian ver representado el capelo del cardenal, y en las cabezas veian simbolizadas las de los llamados cardenalistas; todo lo cual exaltaba los ánimos del pueblo, y cualquiera que fuese la version, era de naturaleza de hacer recelar próximos disturbios (1).

Cuando tal agitacion reinaba en los ánimos, cuando se cuestionaba entre el rey, el duque de Alba y la gobernadora, si traer al cardenal Granvela de Besanzon á España ó llevarle á Roma, la princesa regente, cumpliendo con los repetidos en cargos, órdenes y recomendaciones de su hermano Felipe, comenzó á perseguir y castigar á los herejes de Flandes, á encerrarlos en calabozos, y á llevarlos á los patíbulos. Nobles y pueblo se alteraron y conmovieron con esto; proclamaban públicamente y á voz en grito que era intolerable crueldad castigar los hombres por asuntos de conciencia, y no siendo culpables de rebelion ni de tumulto, y protestaban y juraban que, ó no se habian de ejecutar los edictos inquisitoriales, ó habian de verse en los Países Bajos cosas mas terribles que en Francia, y de ello comenzaron á dar algunas muestras. Un tal Cristóbal Fabricio habia sido llevado á la hoguera en Amberes por hereje, y en el momento de aplicar el verdugo el fuego á aquel desgraciado, una lluvia de piedras lanzadas por la gente del pueblo cayó repentinamente sobre el ejecutor y los testigos del suplicio; el verdugo remató con el puñal á su víctima para acelerar la operacion y huir del peligro, y el alboroto se reprodujo con furor al siguiente dia. En Bruges el senado mismo de la ciudad arrancaba de las manos de los alguaciles otro hereje condenado por el inquisidor, y encarcela ba á los ministriles, y se quejaba á la gobernadora contra el representante del Santo Oficio. Escenas semejantes acontecian en otros pueblos. Fluctuaba el ánimo de la princesa entre los inconvenientes y peligros del rigor inquisitorial, y los apremiantes mandamientos del rey, ordenándole el castigo de los herejes, que él mismo designaba desde España, individualizando sus nombres, sus oficios y las señas de sus viviendas (2).

Agregóse á esto el empeño de Felipe II de hacer recibir en Flandes y guardar y cumplir como ley del Estado los decretos del concilio de Trento, á la manera que lo habia hecho en España y otros dominios de su corona. De aquí surgieron nuevas y mas graves dificultades y complicaciones en los Países Bajos, harto conmovidos ya. La mayoría de los nobles resistió fuertemente esta medida, fundándose en que varios de los capítulos y disposiciones del concilio eran contrarios á los privilegios de algunas provincias y ciudades, y negábanse á recibirle, por lo menos mientras aquellos capítulos no se exceptuasen ó suprimiesen. Insistia el rey en que se aceptara sin restriccio nes ni limitaciones, pues no podia sufrir ni tolerar que habiendo sido recibido en España en todas sus partes, se le pusieran embarazos y se exigieran condiciones en ninguno de sus seño ríos, con menoscabo de su autoridad y con tan funesto ejem plo para la vecina Francia, donde tampoco era recibido. La princesa Margarita encontraba apoyo en el consejo privado para la ejecucion de la voluntad del monarca español, pero oponíale tenaz resistencia el senado ó consejo general (de se tiembre á diciembre de 1564).

En este nuevo conflicto túvose por conveniente, y aun necesario, enviar á España al conde de Egmont para que expusiese y representase al rey la verdadera situacion del país, sus necesidades y sus peligros, y le hablase al propio tiempo de

(1) Diró á V. M. (decia la princesa Margarita en sus cartas al rey) che se il cardinale ritorna qui, ridurrá le cose in peggior termine che fossero mai, secondo quello che molto apertamente mi hanno significato sempre la maggior parte di questi signori, i quali di nuovo mi dicono chiaramente che se il cardinale torna qui, senza fallo alcuno vi sará assassinato, senza che nessun di loro sia parte per poterlo rimediare, come hanno fatto per il passato di che veramente risultaria la perdita della religione in questi paesi, e per conseguenza qualche grande emozione... Archivo de Simancas, Estado, legajo 545.

(2) Documentos del Archivo de Simancas, legajos 525 y 526.-Estrada, Guerras de Flandes, Década I, lib. IV.—Bentivoglio, Guerra de Flandes, lib. II.

otro suceso que estaba aumentando la alarma de los flamencos, á saber, la entrevista y las pláticas que celebraban entonces las reinas de Francia y de España en Bayona, de que antes dimos cuenta, y sobre las cuales corrian en Flandes las conjeturas y rumores mas siniestros. Esta vez aceptó el de Egmont con gusto su embajada á Madrid con la esperanza de alcanzar medros en sus personales intereses. Recibió Felipe II con mucha complacencia (marzo, 1565) al ilustre capitan á quien debió algunos años antes el glorioso triunfo de Gravelines. Oidas sus explicaciones verbales, é informado de las instrucciones que el de Egmont traia de la princesa, reunió Felipe II una junta de teólogos y doctores para consultarles sobre el punto de la religion y de la libertad de conciencia que con empeño pedian las ciudades de Flandes. Respondiéronle, despues de una madura reflexion, los teólogos consultores, que atendido el estado de aquellas provincias y los males que de provocar una rebelion podian seguirse á la Iglesia universal, creian que podia muy bien S. M. sin ofensa de Dios dejarles el libre culto, sin cargo alguno para su real conciencia. Entonces el rey, separándose del dictámen de sus asesores, protestó y juró que preferiria perder mil vidas que tuviese á permitir se quebrantara en un punto la unidad religiosa y que le llamaran señor de quienes tanto ofendian á Dios. Y á poco tiempo despachó al de Egmont (abril, 1565) con las cartas de respues ta á la princesa gobernadora (3).

Partió, pues, el conde flamenco de Madrid con las instrucciones, muy complacido y contento por las mercedes personales que recibió de su soberano y cuya esperanza le habia hecho la embajada tan agradable, llevando al propio tiempo á la princesa regente su hijo Alejandro, príncipe de Parma, criado en la corte de España, y casado ya con la princesa María de Portugal, hija de Eduardo y nieta del rey don Manuel, causando gran contentamiento y placer á Margarita de Austria, que despues de tantos años volvia á abrazar con la ternura de madre á su hijo (4).

Mas sucedió que á poco de haber regresado Egmont con los despachos del rey, escritos en sentido bastante templado, y cuando en su virtud parecia que los ánimos comenzaban á aplacarse algun tanto, se recibieron otros expedidos en Valladolid, de todo punto contrarios á los que llevara el conde mensajero, mandando á la princesa que no aflojara en manera alguna en la pesquisa y castigo de los anabaptistas y otros herejes, que restableciera en todo su vigor los edictos imperiales, que publicara el concilio sin restricciones, que reorga nizara el Consejo de Estado, que hiciera á los nobles abolir y desterrar la nueva librea, con otras prevenciones no menos rigurosas ni menos opuestas á las que un mes antes habia dado. Encendiéronse con esto y se irritaron mas los espíritus; creció la indignacion del pueblo; los nobles tomaron una actitud mas siniestra y hostil y se confederaban mas abiertamente; el mismo conde de Egmont se quejaba amargamente del compromiso en que el rey le habia puesto, en detrimento de su buen nombre, con medidas tan contrarias á las instrucciones que le dió por escrito y á las ofertas que verbalmente le habia hecho, y amenazaba retirarse del servicio de su soberano. La gobernadora, que por una parte, en obediencia á las órdenes de Felipe, publicaba el concilio, restablecia los edictos, y empleaba fuertes medidas contra los protestantes, por otra no dejaba de arbitrar medios para templar la efervescencia popular, escribia frecuentemente al rey pintándole lo alarmante y peligroso de la situacion si no aminoraba sus rigores, inclinábale á ello, y le excitaba vivamente á que pasase allá para que viese por sí mismo el estado del pueblo y los inconvenientes y riesgos de su sistema de intolerancia. Mas todos sus esfuerzos se estrellaban contra la insistencia y la dureza del rey, que no cesaba de repetirle que castigara y procediera contra los herejes, sin remision, sin consideracion á clases ni

(3) Instruccion de las cosas que vos, príncipe de Grave, conde de Egmont, mi primo y de mi Consejo de Estado, habeis de decir en mi nombre á la duquesa de Parma, mi hermana.-Archivo de Simancas, Estado, legajo 527.

(4) Este Alejandro es el que veremos mas adelante rigiendo y gobernando los Estados de Flandes.

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