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tuacion deplorable en que se encontraba la hacienda, debién | dentes, que los historiadores de aquel tiempo y que se halladose considerables sumas, sin haber un real en caja, ni medios de subvenir á los gastos ordinarios (1).

Dispuso pues el duque de Alba su partida, y salió de Bruselas para España (18 de diciembre, 1573), despues de haber gobernado á Flandes seis años, trayendo consigo á su hijo don Fadrique con cinco compañías de caballos, con los cuales se embarcó en Génova, dejando aquellos países en guerra, y á los hombres políticos haciendo los mas diversos cálculos y encontrados juicios sobre la conveniencia ó inconveniencia de su retirada á tal tiempo y en tales circunstancias. Al decir de un historiador no iban descaminados los que juzgaban que al modo que en Roma se dijo de Augusto César, «que ó no hubiera debido nacer, ó no debiera haber muerto,» así se podia decir del duque de Alba, «que ó no debiera haber ido nunca á Flandes, ó no debiera haberle dejado á aquel tiempo.» Ocasion tendremos nosotros de emitir nuestro juicio: los sucesos lo irán mostrando tambien, y solo apuntaremos al terminar este capítulo, que el gobierno de Requesens, tan diferente en carácter del duque de Alba, no podia menos de dar nueva fisonomía á la situacion de los Estados de Flandes.

CAPITULO XI

ron en ella nos han trasmitido, á los cuales nosotros no podemos seguir por no ser de nuestro objeto, en sus diarios lances y pormenores, bien que en ellos figuraran personajes y generales de gran cuenta, algunos de los cuales ganaron no poca reputacion y lauro, y fué el principio de sus grandes glorias militares.

Dejamos en el final del precitado capítulo al marqués de Mondejar en el Padul, dando principio á la campaña contra los rebeldes moriscos, con la gente que habia podido recoger en Granada, mas fuerte por el valor y la decision que por el número y la disciplina, que aquel era bien escaso para sujetar un pueblo insurrecto, y esta no era para elogiada, en especial la de la gente concejil, que iba movida del deseo y la esperanza del pillaje; así como se distinguian por su lucido y aun lujoso porte los aventureros y gente noble que por aficion á pelear acompañaban al capitan general de Granada. La estacion era la mas cruda del año (principio de enero, 1569), y mas en un país erizado de altos riscos y nevadas sierras. Y sin embargo, no se interrumpieron un punto, antes menudeaban maravillosamente los combates y los movimientos y operaciones de la guerra. Ya desde el Padul tuvo que rechazar un grueso peloton de moriscos mandados por Miguel de Granada el Jabá,

Los moriscos.-El marqués de Mondejar y el de los Velez que en una acometida nocturna habia sorprendido su vanguar

1569

Primeras operaciones de campaña del marqués de Mondejar.-Paso del puente de Tablate.-Atrevida resolucion de un fraile franciscano.Fuga de los moriscos.-Sitio y socorro de Orgiba.-Los cristianos en Pitres, Poqueira y Jubiles.-Gran degüello de mujeres moriscas. Diego Lopez Aben Aboo.-Discordia entre el rey Aben Humeya y sus parientes.—Tratos de paz.--Accion de Paterna.-El marqués de Mondejar en Andarax y Ujijar.-Su política con los rendidos.-Expedicion del de Mondejar á las Guájaras.-Conquista del Peñon.-Fuga y suplicio de el Zamar.-Crueldad del marqués con los vencidos.-Reduccion de los lugares de la Alpujarra.-El marqués de los Velez en la sierra de Filabres y en la de Gador.-Sus triunfos sobre los moriscos en Huécija y Filix.-Indisciplina de sus tropas.-Atrevida expedicion de don Francisco de Córdoba.-El marqués de los Velez en Ohanez.— Escenas trágicas.-Pacificacion de la Alpujarra.-Riesgo que corrió Aben Humeya de ser cogido.-Sálvase mañosamente.-Acusaciones é intrigas en Granada y en la corte contra el marqués de Mondejar.-Da el rey á don Juan de Austria la direccion de la guerra.-Don Juan de Austria en Granada.

dia en Durcal, y herido de un flechazo al capitan Lorenzo Dávila. Y aquí se comenzó á ver tambien el carácter religioso que se dió á esta guerra. Cuatro frailes de San Francisco y cuatro jesuitas pelearon en este reencuentro en favor de los cristianos. Uno de los primeros arengaba con un Crucifijo en la mano á los suyos, cuando una piedra lanzada por un moro vino á herirle fuertemente en el brazo dando en tierra con la

sagrada insignia, cosa que irritó tanto al capitan Gonzalo de Alcántara, que embravecido como una fiera, y no contento con haber arrancado la vida al perpetrador de aquel sacrilegio, arremetió furioso con su espada jurando degollar á cuantos descreidos se le pusieran por delante. Sin embargo, hubiéranlo pasado mal aquella noche los cristianos, si un ardid del marqués de Mondejar no hubiera ahuyentado á los audaces mo

riscos.

Rechazado el Jabá, y reforzado el marqués con las milicias de Ubeda, Baeza, Porcuna y otras villas (que á esta guerra concurrian, como en lo antiguo, los señores con sus vasallos, los concejos con sus pendones), sometiéronsele los moriscos de las Albuñuelas, temerosos de que descargara sobre ellos toda la furia de los cristianos. Abastecíale de mantenimientos desde Granada su hijo el conde de Tendilla, que dividiendo en siete partidos los lugares de la Vega, hacia que cada uno en un dia de la semana llevase diez mil panes de á dos libras al campo del marqués su padre; y todos los soldados y caballeros que de las ciudades de Andalucía iba reuniendo en Granada, los alojaba en las casas de los moriscos, obligando á estos á darles cama y comida, ahorrando así el gasto de alojamiento y manutencion al Estado, pero dando ocasion á los soldados

De índole completamente diversa y nada parecida á la guerra de Flandes era la de los moriscos insurrectos del reino de Granada, que al apuntar el año 1569, dejamos como anunciada al final de nuestro capítulo VIII. Producidas ambas por motivos semejantes, por no querer sujetarse, así flamencos como moriscos, al rigor con que Felipe II se empeñaba en establecer la unidad religiosa en todos sus dominios, y por sacudir el peso de los onerosos tributos con que los oprimia, el carácter de la rebelion y de las guerras de cada uno de estos dos pueblos tenia que ser de todo punto distinto, por la dife-á entregarse á los desmanes y excesos de la licencia y de la rente condicion de los naturales de cada país y por las circunstancias de localidad.

Habitando los moriscos la parte mas montañosa y áspera del reino de Granada, rústicos é inciviles los mas, divididos en grupos de pequeños pueblos llamados tahas, sin una ciudad ni plaza fuerte, sin ejército organizado, tan valientes y feroces como fanáticos por los ritos de su antiguo culto, irritados como los leones en sus cuevas con la opresion y los malos tratamientos de los cristianos, la guerra que estos hombres hicieran necesariamente habia de ser, como lo fué, una lucha de esfuerzos parciales, de asaltos y sorpresas, de rústicos é improvisados atrincheramientos, de acometidas y defensas heróicas y feroces, de incendio, de saqueo y de asesinato, guerra en fin de montaña, y lo que en nuestra vecina nacion llamarian de brigandage, como lo habia empezado á ser. Mas no por eso dejó de ser fecunda y variada en notables acci

(1) Cartas del duque de Alba al rey, de Bruselas, 2 de diciembre, y de don Luis de Requesens, 4 de diciembre, tambien de Bruselas. Archivo de Simancas, Estado, legajo 552.

codicia. No lograron los moriscos, por mas reclamaciones que
hicieron, libertarse de esta carga, pesándoles ya de no haberse
unido á Aben Farax la noche que entró en el Albaicin (2).
Así reforzado el de Mondejar, determinó pasar á la Alpujar-
ra, donde le esperaba el llamado por los moriscos rey de Gra-
nada y de Andalucía, Aben Humeya, con tres mil quinientos
hombres, armados de arcabuces, palos enastados, hondas y
ballestas con flechas envenenadas. Tenian los cristianos que
pasar el puente de Tablate, colocado sobre un profundísi-
mo barranco. Los enemigos habian cortado este puente, pero
habian atravesado de un lado á otro unos maderos viejos
con los cimientos socavados, de modo que no pudiendo sos-
tener mas del peso de un solo hombre, si cargaban mas so-
bre él cayeran despeñados al abismo. Confiaban los moros
en que no habria nadie tan temerario que se atreviera á inten-
tar el paso por el estrechísimo y mal seguro puente, mas no
contaban con el ánimo que infunde el espíritu religioso. Mien-

(2) Mendoza, Guerra de Granada, lib. I.—Mármol, Rebelion y castigo de los Moriscos, libro V, caps. 2 al 9.

á un mancebo moro, que vestido de mujer, acaso amante ó deudo, junto á aquella jóven estaba, y arrojándose al soldado y arrebatándole la espada le atravesó dos veces con ella, acometiendo despues á otros como quien desesperado buscaba la muerte. Alarmóse el campo, gritando que habia entre las mujeres moros disfrazados y armados; creció la confusion, acudió gente de los cuarteles, y en medio de la espantosa oscuridad de la noche todas aquellas infelices fueron cruelmente acuchilladas, librándose solo las que estaban en el templo, merced á la prisa que se dieron á cerrar la puerta. Duró la mortandad hasta el dia. El marqués mandó proceder contra los culpados, y aunque no era fácil averiguar quiénes fuesen, porque el delito no quedara impune fueron ahorcados tres de los que mas culpables aparecieron de las informaciones (2).

tras la artillería y arcabucería del marqués con nutrido fuego | sigo. La accion del imprudente y atrevido cristiano exasperó alejaba á los enemigos de la orilla opuesta, un fraile franciscano, Fr. Cristóbal de Molina, remangando el halda de su hábito, con una rodela echada á la espalda, su espada desnuda en la mano derecha, y en la siniestra un Crucifijo, invocando el nombre de Dios, se metió denodadamente por el puente, y cimbreándose los viejos maderos y deshaciéndose bajo sus piés los terrones que los cubrian, pasó del otro lado con indecible asombro de los enemigos. Picó el ejemplo del fraile á los soldados, y manteniendo la artillería á respetuosa distancia y en respeto á los moriscos, fuéronle pasando en bastante nú mero, no sin que algunos bajaran volteando á la profundidad del barranco, donde se hacian pedazos sus cuerpos. Aterrado Aben Humeya con tan insigne ejemplo de valor, retiróse á las breñas con su gente, no sin pérdida considerable. El marqués hizo rehabilitar el puente; dejó en su guarda la compañía del pendon de Porcuna; avanzó al collado de Lanjaron, y marchó á socorrer y libertar la guarnicion de Orgiba, que ya se hallaba en el último apuro y extremo, despues de haber sufrido en una torre todos los trabajos y todos los accidentes de un sitio formal.

Socorrido el presidio de Orgiba, dirigióse á la taha de Porqueira, de la cual se apoderó, derrotados cuatro mil hombres de Aben Humeya en el paso de Alfajarali, bien que á costa de salir heridos de una pedrada su hijo don Francisco de Mendoza (1), y de dos saetas el capitan Alonso de Portocarrero. En Porqueira cautivó muchas mujeres y niños, los soldados hicieron gran presa de botin, y de allí se movió el marqués á Pitres de Ferreira, donde se dedicó á curar los heridos, en cuyo tiempo ocurrió un infortunio que le llenó de amargura. La compañía que dejó guardando el puente de Tablate fué asaltada y sorprendida por quinientos moriscos, muriendo parte de los cristianos degollados, parte quemados dentro de una iglesia en que buscaron asilo, y huyendo el resto á Granada. En cambio de este contratiempo presentáronsele al de Mondejar dos mensajeros de Fernando el Zaguer llamado Aben Jahuar, tio y general del rey Aben Humeya, ofreciendo entregársele con su gente, con tal que les diese seguro para sus personas. Despachó el marqués á los mensajeros con no mala respuesta, pero sin soltar prenda acerca del seguro, y levantando su campo tomó el camino de Jubiles en busca del grueso de los enemigos, con un temporal horroroso de nieves y aguas, por entre asperezas y cerros, hasta el punto que varios soldados se helaron aquella noche (17 de enero), y de los moros mismos que huian á lo alto de la sierra perecieron bastantes mujeres y niños de frio. Los rebeldes de Jubiles intentaron aplacar la ira de los cristianos dando suelta á multitud de mujeres que tenian cautivas, y cuyos maridos, padres y hermanos, habian sido á su presencia degollados. Conmovióse el marqués de Mondejar cuando se le presentaron aquellas infelices entre congojosas y alegres, con sus niños en brazos, descalzas y casi desnudas, sueltos los cabellos, y los rostros bañados en lágrimas, muchas de ellas doncellas y damas nobles criadas con regalo. El marqués las consoló y siguió adelante. Diez y ocho alguaciles de los principales de las Alpujarras le salieron con banderillas blancas en las manos en señal de paz, rogándole los tomase bajo su proteccion y amparo, é intercediese con S. M. para que los recibiese á merced y les perdonara los pasados yerros. Mandó desde luego el de Mondejar que no se les hiciese daño, mas la generosa conducta del general excitó grandes murmuraciones entre los suyos, que no llevaban con paciencia se tuviese consideracion con los rebeldes.

Ahuyentados Aben Humeya y los principales caudillos á la sierra, rindiéronse los del castillo de Jubiles, que serian unos trescientos, con mas de dos mil mujeres, las cuales ordenó el marqués se pusiesen á seguro en la iglesia. Mas como tuviesen que quedarse fuera mas de la mitad por no caber en el templo, sucedió que á media noche uno de los soldados cristianos que les hacian la guardia tomó del brazo á una de ellas, quiso sacarla de entre las otras violentamente y llevarla con

y

(1) Este don Francisco, hijo del marqués de Mondejar, fué almirante de Aragon, y despues de varias vicisitudes, se hizo clérigo, y llegó á ser obispo de Sigüenza.

Envió el marqués los enfermos y heridos, así como las mujeres rescatadas del cautiverio, á Granada, donde su presencia causó al propio tiempo general compasion y júbilo; y dió salvoconducto á los diez y ocho alcaides de las Alpujarras, cosa que desagradó sobremanera á los que querian llevar la guerra á sangre y fuego, motejando al de Mondejar de tolerante con los enemigos de la fe cristiana. De allí pasó á Cádiar y Ujijar, en cuyo camino se le presentó á rendirle obediencia Diego Lopez Aben Aboo, primo del rey Aben Humeya, y sobrino de Aben Jahuar. La division y la discordia habia entrado en la familia y parentela del rey de los moriscos: tanto, que como le dijesen á Aben Humeya que su suegro andaba en tratos con el marqués de Mondejar y conspiraba contra él, le llamó artificiosamente á su casa y le hizo asesinar; repudió á su mujer, y se encrudecieron los enconos entre los parientes del difunto. De estas disposiciones trató de aprovecharse el caudillo de los cristianos, y sin dejar de seguir su marcha á Paterna, donde supo haberse atrincherado Aben Humeya con seis mil hombres, hizo que le escribiera don Alonso de Granada Venegas excitándole á que abandonara el camino de perdicion que habia tomado, y á que se pusiera á merced del rey y se redujera á su obediencia, puesto que aun estaba á tiempo, asegurándole que el mismo marqués de Mondejar intercederia por él con S. M.

La respuesta de Aben Humeya fué de estar pronto por su parte á hacer la sumision, pero pedia tiempo para ver de reducir á los sublevados. Apurábale el de Mondejar para que lo abreviase, y continuaron los mensajes y las respuestas, caminando entre tanto poco a poco el general de los cristianos para que no se malograsen los tratos y negociaciones de paz. Acaso hubieran estas llegado á feliz remate, y de ello habia grandes esperanzas, si adelantándose el ala izquierda de los cristianos hasta la cuesta de Iniza, cerca ya de Paterna, no hubiera comenzado á escaramuzar con un escuadron de moros, poniéndole en huida. Súpolo Aben Humeya en ocasion que acababa de leer y aun tenia en la mano la última carta del marqués, y sospechando que todo era engaño, arrojó despechado la carta, y viendo á los cristianos subir la sierra y á los suyos huir, montó en su caballo y corrió tambien hácia la sierra, metiéndose tan de prisa por lo mas encrespado de las breñas, que solo cinco moros le pudieron seguir. Desbandóse con esto su gente en el mayor desórden, los cristianos acuchillaban cuantos podian alcanzar, y entrando luego en Paterna cautivaron la madre y hermanas de Aben Humeya, con multitud de mujeres moriscas y gran cantidad de víveres y objetos, y rescataron mas de ciento cincuenta cristianas que tenian cautivas (27 de enero, 1569). Todavía el marqués mandó al grueso de su gente hacer alto en un encinar aguardando á que Aben Humeya viniese á darse á partido, con lo cual dió ocasion á nuevas murmuraciones de los soldados, que ignorantes de los tratos que mediaban, quejábanse de que les habia quitado de las manos aquel dia la mas cumplida victoria. La jornada de Paterna fué la última en que se juntó tanta gente morisca á las órdenes de Aben Humeya (3).

Sin descansar sino una sola noche, y no obstante el rigor de

(2) Mendoza, Rebelion y castigo, lib. V, cap. 20.

(3) Mendoza, Guerra de Granada, lib. II.--Mármol, Rebelion, lib. V, capítulo 25.

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cristiana.

la estacion, partió el marqués al dia siguiente á la taha de | todavía á muchos, ya no pudo evitar que el barranco y ladeAndarax en busca de los dispersos y fugitivos. Siguiendo su ras quedaran sembrados de cadáveres y regados de sangre sistema de política, admitió y dió seguro á los que venian á sometérsele, dejándolos vivir en sus casas y lugares. Hizo mas, y es uno de los mas notables rasgos del carácter del de Mondejar, que fué entregar á tres alguaciles de la tierra mas de mil moriscas de las que llevaba cautivas, para que estos las diesen á sus padres, esposos ó hermanos, á condicion de volverlas cuando les fuesen pedidas; siendo lo mas singular del caso que mas adelante fueron otra vez entregadas conforme á la condicion impuesta, cosa, como dice bien un historiador de estos sucesos, desoida en los anales de las guerras civiles. Volvióse el marqués á Ujijar, donde permaneció cinco dias, preparando una expedicion á las Guájaras, tierra de Salobreña y Almuñecar, famosas por un fuerte peñon que está encima de Guájar el Alto, de donde los moros salian á saltear los caminos á la parte de Alhama, Guadix y Granada, matar los caminantes, incendiar los cortijos y robar los ganados.

La expedicion á las Guájaras era una necesidad política para el marqués de Mondejar, y en acometerla se interesaba su reputacion, puesto que no era bastante haber casi pacificado toda la Alpujarra en un solo mes de trabajosas y difíciles operaciones, haber sometido casi todas las tahas y reducido á la impotencia al rey Aben Humeya, para que sus enemigos los magistrados de Granada dejaran de motejarle de flojo y blando y contemporizador con los rebeldes, porque no los cautivaba ó degollaba á todos, y así lo representaban al rey, haciendo valer las correrías de los moros de las Guájaras para desvirtuar y aun para pregonar como falsos sus triunfos en la Alpujarra. Entendiólo el marqués, y enviando á Granada las cristianas cautivas y toda la gente inútil que le estaba embarazando, movióse de Ujijar (5 de febrero), y pasando por Orgiba y Velez de Benabdalla, acampó en las Guajaras, donde llegaron el conde de Santistéban y don Alonso Portocarrero con un refuerzo enviado por el conde de Tendilla.

El famoso peñon donde se habian fortificado todos los moriscos de aquella tierra está situado en la cumbre de una montaña redonda á la media legua de Guájar el Alto, cercado de una roca tajada, que deja solo una angosta y fragosa vereda que va la cuesta arriba mas de un cuarto de legua, y luego tuerce por entre otras peñas mas bajas (1). Contra el dictámen y con repugnancia del de Mondejar se empeñó una noche don Juan de Villaroel, ansioso de ganar gloria, en dar un asalto con poca gente á aquella agreste trinchera. El ejemplo de los que iban estimuló á otros muchos caballeros y soldados á seguirlos, los unos movidos por la codicia, los otros por hacer jactancia y alarde de valor, y los hubo que llegaron trepando hasta tocar los reparos del último fuerte. Pero unos y otros pagaron bien cara su temeridad. Cuarenta animosos moros, armados de piedras y chuzos, y excitados por Marcos el Zamar, salieron de su rústico baluarte, y arremetiendo á los cristianos que habian consumido imprudentemente sus municiones, comenzaron á degollar á los que estaban mas arriba, despeñando á otros que caian sobre los que estaban en la ladera y barranco, y haciendo una mortandad lastimosa. Fueron acuchillados los capitanes don Juan de Villaroel, don Luis Ponce, Agustin Venegas y el veedor Ronquillo: herido don Jerónimo de Padilla, hijo de Gutierre Gomez de Padilla, se salvó abrazándole apretadamente un esclavo cristiano, y echán dose los dos á rodar por una peña hasta dar en el arroyo, donde fueron socorridos, aunque ya en el estado mas desastroso. Cuando acudió el marqués de Mondejar, bien que salvó

(1) Hé aquí cómo describe Luis del Mármol esta natural y formidable fortaleza. «Este es un sitio fuerte en la cumbre de un monte redondo, exento y muy alto, cercado de todas partes de una peña tajada, y tiene una sola vereda angosta y muy fragosa, que va la cuesta arriba á dar á un peñoncete bajo; y de allí sube por una ladera yerta, hasta dar en unas peñas altas, cuya aspereza concede la entrada en un llano capaz de cuatro mil hombres, que no tiene otra subida á la parte de Levante. A la de Poniente, está una cordillera ó cuchillo de sierra, que procede de otra mayor, y hace una silla algo honda, por la cual con igual dificultad se sube á entrar en el llano por entre otras piedras, que no parece sino que fueron puestas á mano para defender la entrada, si humanos brazos fueran poderosos para hacerlo, etc.»-Rebelion y castigo, lib. V, cap. 29.

Irritó en vez de hacer perder aliento al general de los cristianos este desastre, y resuelto un dia á acometer la terrible guarida de los moros, dió á cada capitan sus instrucciones, y combinados los movimientos y dando principio las compañías á subir con admirable decision aquellos recuestos pedregosos, descargando los cristianos sus arcabuces, contestando los moros, hombres y mujeres, con peñas y piedras que arrojaban desde su atrincheramiento, duró el combate todo el dia, y fué necesario que viniera á poner tregua la noche. Esperaba el marqués para volver á la pelea que asomara otra vez el alba, cuando fué avisado de que el Zamar, temeroso de perecer de hambre en aquel estrecho recinto, habia persuadido á los suyos y acordado con ellos abandonarle calladamente con toda la gente de guerra y las mujeres que tuvieran ánimo para seguirlos. Y en efecto, bajando por despeñaderos que parecian solo practicables para las cabras, habian ido deslizándose hácia las Albuñuelas, quedando solo los viejos y una parte de las mujeres con esperanza de salvar las vidas entregándose á la clemencia del vencedor. Receloso no obstante el marqués, aguardó á que luciera el dia, y cuando se cercioró de la verdad del suceso, ordenó á los suyos avanzar al fuerte, de que sin resistencia se apoderaron. El Zamar, errante por aquellas sierras con una hija suya en los hombros, doncella de trece años, cayó en poder de unos soldados cristianos (2). El marqués de Mondejar, tal vez por desvanecer la reputacion de blando con los rebeldes y de excesivamente generoso con los vencidos de que le acusaban en la corte y en Granada, obró en esta ocasion con un rigor extremado, contrario al parecer á su carácter, haciendo pasar á cuchillo con desapiadada crueldad á cuantos halló en el fuerte, sin consideracion á sexo ni edad, sin perdonar á ninguno, y sin dejarse ablandar ni por las lágrimas y lamentos de aquellos infelices, ni por los ruegos de sus mismos caballeros y capitanes (3).

Repartió el botin entre los soldados; hizo asolar el fuerte; envió á Motril los enfermos y heridos, que eran muchos; permaneció allí hasta el 14 de febrero; partió despues á visitar los presidios de Almuñecar, Motril y Salobreña, y dió la vuelta á Orgiba á proseguir la reduccion de los lugares de la Alpujarra. El mando y cargo que habia tenido don Juan de Villaroel le confirió á su hijo don Francisco de Mendoza.

Mas ya es tiempo de dar cuenta de lo que por otra parte habia ejecutado el marqués de los Velez, gran señor en el reino de Murcia, á quien el presidente de la chancillería de Granada, don Pedro de Deza, desafecto al marqués de Mondejar, habia excitado á que acudiese en socorro de las ciudades de Almería, Baza y Guadix, que los insurrectos moriscos amenazaban y tenian en peligro. Apresuróse en su virtud el de los Velez á convocar á sus amigos y vasallos, y congregando además las milicias de Lorca, Caravaca, Cehegin, Mula y otros lugares de aquella tierra, sin aguardar órden de S. M. y anhelando entrar armado en el reino de Granada, partió de su villa de Velez Blanco (4 de enero, 1569), y atravesando la sierra de Filabres con un temporal deshecho de vientos, hielos y nieves, fué á alojar á la villa de Tabernas, donde descansó hasta el 13, esperando órdenes del rey y las banderas que habian de llegar de Murcia. Ya antes el capitan don García de Villaroel, saliendo de Almería, habia hecho una atrevida sorpresa en encamisada á los moros de Benahadux, llevando á Almería la cabeza de su caudillo, y siete prisioneros que fueron ahorcados de las almenas de la ciudad. A esta empresa le habian acompañado el arcediano, el maestrescuela y otros varios prebendados de aquella iglesia, tomando así la guerra por aquella parte el mismo carácter religioso que hemos visto por la de Granada.

El movimiento del marqués de los Velez y su entrada en

(2) Llevado á Granada, le hizo ajusticiar el conde de Tendilla. (3) Mendoza, Guerra de Granada, lib. II.—Mármol, Rebelion y castigo de los Moriscos, lib. V, capítulos 29 á 32.-Ginés Perez de Hita, Guerras civiles de Granada.-Cabrera, Historia de Felipe II, lib. VIII, capítulos 19 á 24.

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fama, porque se apoderó de un fuertísimo peñon en que se abrigaban multitud de moros, en lo mas encumbrado y fragoso de la sierra, al modo del de las Guájaras, y donde los rebeldes no creian pudiera llegar planta cristiana. Y mientras don Francisco de Córdoba remataba esta difícil empresa, el marqués de los Velez desbarataba en Ohanez las cuadrillas que habian escapado de la espada del de Mondejar, huyendo los que quedaban á las cuevas que tenian en los riscos, donde eran tambien cazados y ahorcados. Muchas fueron las mujeres moriscas que en esta especie de ojeos murieron desastrosamente, ó acuchilladas por los soldados, ó despeñándose á los abismos abrazadas á sus criaturas, sucediendo escenas que la pluma se resiste á describir (2).

un reino en que no ejercia mando, fué mirado como una in- | la sierra de Inox (febrero) fué muy notable y le dió gran trusion, y como orígen de una funesta rivalidad entre los dos generales, si bien el presidente Deza y los partidarios del sistema de rigor y de exterminio ensalzaban al de los Velez como hombre que no habia de admitir partidos de los herejes ni contentarse con reducirlos como el de Mondejar, y en este sentido informaban al rey y al Consejo. Así fué que el monarca, sin considerar el inconveniente de la coexistencia de dos capitanes generales en una misma provincia, ni el agravio que de ello habia de recibir el marqués de Mondejar, envió sus despachos al de los Velez mandándole acudir á la parte de Almería. Con esto alzó su campo y dirigióse á Huécija, donde muchedumbre de moros acaudillados por Fernando el Gorri se habian hecho fuertes, soltando las aguas de las acequias para empantanar los campos y atravesando maderos y árboles en las veredas y caminos para impedir el paso de la caballería. Llevaba el marqués cinco mil infantes y trescientos caballos, y le acompañaban su hermano don Juan Fajar do, sus hijos don Diego y don Luis, y otros parientes. Don Juan iba de maestre de campo y don Diego guiaba la caballería. A pesar de los estorbos que embarazaban el camino, de los reductos que defendian la poblacion y de la resistencia porfiada de el Gorri, todo cedió al ímpetu de los soldados del marqués, y los moros fueron desalojados, huyendo unos á Andarax con el Gorri á incorporarse con Aben Humeya, otros con Aben Meknum por la sierra de Gádor á Filix, donde pronto se reunieron otra vez tres ó cuatro mil hombres. Pero la gente del marqués, que de todo tenia menos de subordinada, y cuyo móvil y afan era la presa y el botin, luego que se vió con despojos y esclavas desbandóse por aquellos cerros á gozar del fruto de sus rapiñas.

Tal era el estado de la guerra cuando volvió el marqués de Mondejar victorioso de las Guájaras á acabar de reducir la Alpujarra. La acogida que hacia á los que venian á sometérsele le atrajo la sumision de todos los lugares y de los desventurados que vagaban aun por las breñas con sus mujeres y sus hijos, medio muertos todos de frio y de hambre, quedando solamente como unos quinientos de aquellos feroces monfis ó bandoleros que habian comenzado la guerra y aun no que rian rendirse. Pero de todos modos andaban ya cuadrillas sueltas de diez y doce soldados cristianos por casi todo el país, en verdad haciendo ellos mas daño, que con temor ya de recibirle. Hasta aquellas mil moriscas cautivas que el de Mondejar habia dejado como en depósito en las casas de sus maridos ó padres fueron entregadas á una órden suya: ¡tal era ya el temor y la sumision de aquella gente! Por cierto que enviadas á Granada, unas murieron en cautiverio, y otras fueron vendidas en pública almoneda por cuenta de S. M. (3). La guerra pues podia darse por concluida, y si se cometian excesos era por parte de los soldados cristianos, que se desbandaban en cuadrillas á correr y saquear la tierra, y mataban á los descuidados moros, y les arrebataban sus mujeres é hijos, y les quemaban ó robaban las haciendas, como sucedió en el lugar de Laroles.

Verdad es que aquel incentivo llevaba cada dia nuevas bandadas de gente á las banderas del marqués, y en reemplazo de aquellos desertores se halló en pocos dias con cerca de ocho mil combatientes, con los cuales se decidió á internarse con un intensísimo frio en la sierra de Gádor en busca de los refugiados en Filix. Habíase adelantado por su cuenta el capitan de Almería don García de Villaroel por la codicia de anticiparse al saqueo, pero vió defraudadas sus esperanzas con la actitud imponente en que encontró á los moros. Así como el corregidor de Guadix, Pedrarias Dávila, en una salida á la tierra de Zenete hizo una presa de mas de dos mil mujeres y niños y mil acémilas cargadas de ropa. El creerse todo el mundo con derecho á apropiarse todo lo que á los mo-los y apoderarse de sus personas, en cuya empresa tenia un riscos pudiera coger, era el cebo que atraia á muchos á una guerra en que, como dice cándidamente uno de los historiadores que en ella iban, «todos robábamos (1).» La accion de Filix fué una de las mas sangrientas de esta campaña, porque los moros pelearon desesperadamente, y hasta las mujeres acometian con armas y piedras, y cuando mas no podian, arrojaban puñados de lodo á los ojos de los cristianos. Pero tuvieron que sucumbir al número y murieron en tres encuentros millares de moros, entre ellos los capitanes Futey y el Tezi, sobre todo multitud de ancianos, mujeres y niños (fin de enero, 1569). Los soldados del marqués de los Velez hicieron despues de la victoria de Filix lo mismo que habian hecho despues del triunfo de Huécija, desertarse cargados de botin. Una vez que intentó el marqués castigar un soldado de la compañía de Lorca, amotinóse toda la compañía, diciendo al general que tuviera entendido que si castigaba á su paisano Palomares (que así se llamaba el soldado), habia tres mil hombres dispuestos á morir con él ó por él.

Las noticias que se recibian eran de que venian turcos en auxilio de los moriscos españoles, y de que Aben Humeya habia despachado á su hermano á pedir socorros á Berbería y Argel. Entre otras disposiciones que el rey tomó con este motivo fué una mandar á Gil de Andrada que se acercase con sus galeras á la playa de Almería para abastecerla de municiones vituallas, y enviar á aquella ciudad á don Francisco de Córy doba para que prosiguiese la guerra por aquella parte, con órden al marqués de los Velez para que suministrase parte de su gente. La expedicion que hizo don Francisco de Córdoba á (1) Ginés Perez de Hita.

Faltaba solamente al marqués de Mondejar para su completo triunfo prender al reyezuelo de los moriscos Aben Humeya, y á su tio Aben Jahuar. Y como tuviese aviso por uno de sus espías de que despues de andar de dia ó errantes por la sierra de Berchules ó escondidos en cuevas, solian recogerse de noche en casa de Aben Aboo, preparó la manera de sorprenderdoble interés, el de desembarazarse de dos enemigos que acaso un dia podrian volver á serle molestos, y el de acallar las hablillas de que sabia estaba siendo objeto entre sus enemigos de la corte y de Granada. Los encargados de la ejecucion de esta empresa, que fueron los capitanes Alvaro Flores y Gaspar Maldonado, acordaron dividirse para ir cada uno con su gente á uno de los dos lugares en que habia sospecha que pudieran albergarse. Maldonado, que se encaminó á Medina, lugar asentado en la falda de Sierra Nevada, fué el que anduvo mas certero, pues se hallaban en efecto en casa de Aben Aboo, y hubiera sido completa la sorpresa sin la imprudencia de un soldado que cerca ya de la casa disparó su arcabuz. Alarmados con esto los que en ella estaban, la mayor parte durmiendo, Aben Jahuar el Zaguer y algunos otros tuvieron tiempo para arrojarse por una ventana que caia á la sierra y ganar la montaña, aunque maltratados de la caida. Aben Humeya, que era de los que dormian, aun estaba dentro cuando los

(2) Mendoza, Mármol y Perez de Hita refieren muchos casos y lastimosas tragedias que el lector, vista la naturaleza de esta guerra, se puede fácilmente figurar.

(3) Consultó Felipe II al Consejo Real y á la Audiencia de Granada si los presos en esta guerra habian de ser esclavos. Hubo letrados y teólogos que opinaron por la negativa, pero prevaleció el dictámen mas rigoroso, resolviéndose que podian y debian serlo, con arreglo á la decision de un antiguo concilio toledano contra los judíos. El rey se adhirió á este dictámen, y sobre ello expidió pragmática, con la diferencia de eximir de la esclavitud á los varones menores de diez años, y á las hembras que no llegasen á once, los cuales se darian en administracion, para criarlos y doctrinarlos en las cosas de la fe.-Pragmáticas de Felipe II.-Mármol, Rebelion, lib. V, cap. 32.

cristianos trabajaban ya por forzar ó derribar la puerta. Ocur- | comendador mayor de Castilla, embajador entonces en Roma, rióle en aquel apuro abrirla disimuladamente él mismo que- y teniente de capitan general del mar de don Juan de Austria, dándose escondido detrás: los soldados entraron en tropel en para que con las galeras de Italia y los tercios de Nápoles los aposentos, y aprovechando aquellos momentos de confu- viniese á España, y juntándose con don Sancho de Leiva desion logró fugarse dejando á todos burlados. Dióse á Aben fendiese la costa de las naves que pudieran venir de Berbería; Aboo un género de tormento horroroso para que declarara otra al marqués de Mondejar, para que dejando en la Alpudónde se escondia Aben Humeya: el morisco lo sufrió con un jarra dos mil trescientos hombres á cargo de don Francisco de valor bárbaro sin querer revelar nada, y allí fué dejado como Córdoba, ó de don Juan de Mendoza, ó de don Antonio de por muerto, volviéndose los cristianos despues de robada su Luna, viniese á Granada á asistir en el consejo á don Juan de casa, y trayendo consigo presos diez y siete moros, que el Austria su hermano, ó bien permaneciese en Orgiba y aguardamarqués de Mondejar hizo poner en libertad por ser de los se las órdenes que le enviara don Juan. Optó el marqués por que gozaban de seguro (1). el primero de los medios propuestos, pareciéndole mas ventajoso y mas digno, y dejando la gente de guerra á don Juan de Mendoza se vino á Granada. Ordenó igualmente el rey al marqués de los Velez, que estando á lo que le mandase don Juan de Austria, enviase luego á Granada relacion del estado en que se hallasen las cosas de la parte oriental de aquel reino donde él estaba, para proveer lo conveniente.

Mientras de esta manera se habia conducido el marqués de Mondejar, subyugando en escasos dos meses de rigurosísimo inviermo un país montañoso alzado en masa y poblado de gente feroz; mientras él, sin darse un dia de reposo, y empleando alternativamente la espada y la política, iba dando cima á una guerra que habia emprendido con escasos recursos y con poca gente, y esta la mayor parte concejil, mal pagada y peor disciplinada, de esa que, como dice un escritor contemporáneo, «tenia el robo por sueldo y la codicia por superior (2),» á excepcion de los caballeros particulares que militaban á su costa, mientras él vencia con las armas á los armados, y admitia á merced á los que se le sujetaban y rendian, estaba siendo objeto de calumnias y blanco de intrigas con que sus enemigos no cesaban de indisponerle y malquistarle con el rey. El presidente y la chancillería de Granada, el corregidor y ayuntamiento que desde las competencias de jurisdiccion le habian mirado siempre con enemigos ojos, frecuentemente enviaban al monarca emisarios que representaban al marqués como hombre tibio en el castigar aquella gente malvada, y fácil en recibir á partido á los que se le entregaban y sometian; hacíanle un delito de no acabar á hierro y fuego con aquellos traidores á Dios y al rey; acusábanle de permitir mucho á sus oficiales, de no poner cobro en el quinto y hacienda del soberano, de no dar parte de los sucesos al presidente, audiencia y corregidor, é imputábanle á este tenor otras faltas, al propio tiempo que recomendaban y ensalzaban al marqués de los Velez, engrandeciendo su valor y su consejo, y sobre todo su rigor con los descreidos moriscos enemigos de la fe. Noticioso de estas cosas el de Mondejar, habia enviado á la corte, ya á don Diego de Mendoza, ya á don Alonso de Granada Venegas, para que informasen al rey de los progresos de la campaña, de los buenos efectos de su política, de cómo el quinto era depositado en manos de los oficiales reales, de que así como el presidente y oidores de la chancillería no le comunicaban á él los secretos de sus acuerdos, tampoco tenia él para qué comunicar con ellos los de la guerra de que no entendian, y por último, de que sometido el país, como ya le tenia, á la voluntad del rey quedaba la aplicacion del castigo; y no pudiendo los vencidos oponer ya resistencia, S. M. podia, ó acabarlos, ó arrojarlos del reino, ó internarlos y derramarlos por los pueblos de Castilla.

Vacilaba el rey sobre el partido que deberia tomar en vista de tan opuestos informes y consejos que le daban, y de tantos chismes como zumbaban en torno á sus oidos por parte de los del Consejo Real, de la chancillería y autoridades de Granada, de los caballeros y magnates de Andalucía, y de los amigos del marqués de Mondejar. Esforzábase don Alonso de Granada en persuadir al soberano á que fuese en persona á visitar y acabar de reducir aquel reino, como lo habian hecho con fruto los Reyes Católicos, seguro de que con su presencia se allanaria todo. Pero contradecíanle el cardenal Espinosa con los mas del Consejo, y juntamente fueron de parecer que el rey don Felipe enviase á Granada á don Juan de Austria su hermano bastardo, jóven de grandes esperanzas, para que asistido de un consejo de guerra que se formaria en aquella ciudad proveyese á las cosas del reino, bien que sin poder determinar nada sin consultarlo antes al Consejo supremo. Resolvióse el rey por este partido, y en un mismo dia (17 de marzo) expidió dos provisiones, una á don Luis de Requesens,

(1) Mármol, lib. V, cap. 34.-Mendoza, Guerras, lib. II. (2) Don Diego de Mendoza.

TOMO III

El Consejo de don Juan de Austria se habia de componer del duque de Sessa, nieto del Gran Capitan, del marqués de Mondejar, Luis Quijada, presidente de Indias, el presidente de la audiencia de Granada don Pedro de Deza y el arzobispo. El mando militar del reino de Granada se habia de dividir entre el marqués de los Velez y el de Mondejar, quedando á cargo del primero los partidos de Almería, Baza, Guadix, rio Almanzora y sierra de Filabres, al del segundo el resto del reino.

Mas en tanto que estas medidas se preparaban, desoido el marqués de Mondejar, porque su consejo no era el del rigor, ni su opinion la de los ministros del rey, ni acaso la del mo. narca mismo, y desaprovechada aquella ocasion para haber hecho de los moriscos rendidos lo que mas se hubiera creido convenir, dióse lugar á que estallara una nueva insurreccion, que habia de costar aun mas sangre que la primera, provocada por las correrías, incendios, robos y asesinatos que los soldados hacian en cuadrillas, so pretexto de encontrar moros armados y en actitud de guerra, no siendo ya bastante á tenerlos á raya el marqués, desautorizado por aquellas medidas y reducido á la inaccion. Los moros, que de aquella manera provocados se alzaban, recurrieron de nuevo á su rey Aben Humeya, ofreciendo esta vez no rendirse hasta morir, y él los alentaba con la esperanza de próximos auxilios del Gran Turco, que su hermano Abdallah habia ido á solicitar (3). Corrió en esto la voz en Granada de que Aben Humeya trataba con los moros del Albaicin de que se alzasen, y á una señal suya él acudiria á la ciudad, en cuya conspiracion, verdadera ó supuesta, se decia entraban los moriscos presos en la cárcel de chancillería, que eran mas de ciento, de los mas ricos y acomodados de la poblacion, aunque gente inhábil para la guerra, entre ellos don Antonio y don Francisco Valor, padre y hermano de Aben Humeya. Denunciado este proyecto al presidente Deza, como asimismo que se veian fogatas á la parte de Sierra Nevada, dió órden para que se pusiese en armas la guarnicion, se repartieron tambien armas entre los cristianos presos; el atalaya de la torre de la Vela, acaso prevenido, tocó á altas horas de la noche (17 de marzo) la campana de rebato; á esta señal los cristianos armados de la cárcel acometieron á los moriscos, los cuales se defendian valerosamente en sus calabozos; alborotóse la ciudad; entraron los soldados en la cárcel, y comenzaron á degollar los moriscos presos; vendian estos infelices caras sus vidas arrojando á sus matadores piedras y ladrillos que arrancaban de las paredes, vasos, sillas,

(3) En efecto, hallábase Abdallah en Constantinopla gestionando en este sentido cerca del Gran Señor, diciendo que habia sesenta mil moros armados en el reino de Granada, sin contar los de Valencia, Aragon y Castilla, los cuales todos se alzarian en cuanto él llegara y le harian señor del reino. Mohammet por rivalidad con Mustafá protegia los intentos del morisco español, tratando de persuadir al sultan Selim que debia emprender la guerra de España en ayuda de los oprimidos moros, con preferencia á la expedicion á Chipre que meditaba y le aconsejaba su rival Mustafá. Pero Selim se decidió por lo último, como luego habremos de ver, y despachó al embajador granadino con cartas para el virey de Argel UluchAli, el cual se contentó con enviar algunos turcos á España á sueldo de Aben Humeya.

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