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reyezuelo Aben Humeya, que habia reunido ya otra vez cinco | dos. Sobre tres mil quinientos fueron los expulsados aquel dia. mil hombres, alentaba á los suyos y alzaba lugares con esperanza que les daba de un próximo socorro del Gran Turco. Hacia otro tanto Jerónimo el Malech. Levantáronse los de la sierra de Bentomiz, y no solo sostenian reencuentros diarios, sino que cercaban ya y combatian fortalezas cristianas. Aben Humeya acometia el campo del marqués de los Velez en Verja, y los de la sierra de Bentomiz se fortalecian en el terrible peñon de Frigiliana, al modo del de las Guájaras. El comendador de Castilla don Luis de Requesens, que viniendo de Italia con veinticuatro galeras cargadas de infantería, corrió una tormenta que le llevó al puerto de Palamós, arribó por fin á la playa de Velez, quiso tomar sobre sí la empresa de reducir el peñon de Frigiliana, y juntando su gente en Torrox, comenzó á subir con ella, con mas ímpetu y arrojo que suerte y ventura, por fragosos y ásperos recuestos, desnudos riscos y tajadas peñas, donde ni los piés hallaban en qué estribar ni las manos de qué asirse. De vencida iban ya los veteranos de Italia, cuando acudieron en su ayuda las compañías de Málaga y Velez, que trepando por aquellas lomas casi sin atajo ni vereda, llegaron á los reparos de los enemigos, y arrostrando la muerte que con piedras y saetas les repartian los bárbaros, se apoderaron heróicamente del peñon, y degollaron todos los moros que no habian podido huir, casi despeñándose por la sierra, que otra manera de escapar no tenian. Compróse esta victoria con la sangre de muchos centenares de cristianos, y de los mas intrépidos y valerosos capitanes.

Por otra parte Aben Humeya envió á levantar los lugares del rio Almanzora, y amenazaba á Almería. El castillo de Seron que cercaban los moros, tuvo que capitular y rendirse despues de inútiles esfuerzos que para socorrerle habian hecho los hermanos Enriquez y Diego de Mirones, y no obstante la capitulacion fueron pasados á cuchillo todos los cristianos mayores de doce años que en él habia, por órden de Aben Humeya, y cautivadas las mujeres. Así ardia y se sostenia otra vez la guerra por todos los ángulos de aquel reino, no siendo posible que nosotros demos cuenta, ni tampoco hay para qué, de los ataques, defensas, sorpresas y acometidas recíprocas, y reencuentros diarios de que nos informan los documentos y las historias particulares, todos los cuales costaban víctimas y pérdidas lastimosas á los de uno y otro campo.

La causa de haber llegado esta vez la lucha á tales términos que los cristianos eran ya los que iban llevando la peor parte, fueron sin duda las cuestiones del Consejo, las dilaciones que ocasionaba su viciosa organizacion, y la circunstancia no menos embarazosa de no poder obrar sin consultarlo antes con el rey y tener que aguardar su resolucion. De esta situacion inconveniente y anómala del Consejo de don Juan de Austria da una idea tan exacta como triste la siguiente lacónica y expresiva carta que en aquella sazon escribió don Diego Hurtado de Mendoza al príncipe de Eboli Ruy Gomez de Silva: Ilustrisimo señor (le decia): Verdad en Granada no pasa; el señor don Juan escucha; el duque bulle; el marqués discurre; Luis Quijada gruñe; Muñatones apaña; mi sobrino allá está, y acá no hace falta (1).

Llegó al fin la respuesta del rey á la consulta del Consejo, ordenando que los moriscos de Granada y sus barrios de la Alcazaba y el Albaicin, desde la edad de diez años á la de sesenta, fuesen sacados del reino y llevados á los pueblos limítrofes de Andalucía. En cumplimiento de esta real cédula, don Juan de Austria, con acuerdo del Consejo, mandó que todos los moriscos de la ciudad se recogieran desarmados en las parroquias (23 de junio, 1569). El aparato con que esto se hizo les infundió sospechas de que se trataba de degollarlos á todos, pero don Juan les dió palabra y seguro real de que no recibirian daño. Al dia siguiente fueron conducidos entre arcabuceros y encerrados en el hospital real, y desde allí se los sacó fuera del reino entregándolos por listas y bajo partida de registro á las justicias de los pueblos á que iban destina

(1) MS. de la Biblioteca de la Academia de la Historia, est. 1.o grada 3. A 52, folio 257.-Su sobrino era sin duda don Iñigo de Mendoza, hijo del marqués de Mondejar, el que habia venido á Madrid con la consulta de su padre al rey.

«Fué un miserable espectáculo, dice uno de los historiadores que presenciaron el caso y de los que tuvieron parte en su ejecucion, ver tantos hombres de todas edades, las cabezas bajas, las manos cruzadas y los rostros bañados de lágrimas, con semblante doloroso y triste, viendo que dejaban sus regaladas casas, sus familias, su patria, su naturaleza, sus haciendas y tanto bien como tenian, y aun no sabian cierto lo que se haria de sus cabezas (2).» La mitad murieron en los caminos, los unos de tristeza y fatiga, los otros robados y maltratados por sus mismos conductores. Con la ausencia de los moriscos quedaron destruidos los lujosos baños y los pintorescos cármenes que ellos cultivaban. Los soldados que se habian alojado en sus casas se dieron á robar con mas libertad so pretexto de faltarles el mantenimiento que antes tenian, y los capitanes no se atrevian á castigar los desórdenes por temor de que se les amotinaran ó desertaran los soldados. Los moriscos de la Vega huyeron á la montaña, llevando consigo su ropa, y dejando escondido lo que no podian llevar. Tales fueron los efectos inmediatos de la expulsion de los moriscos de Albaicin. Orgulloso Aben Humeya con haberse apoderado de los fuertes del rio Almanzora, atrevióse á enviar un mensajero á don Juan de Austria pidiendo la libertad de su padre y hermano que tenia presos en Granada, y ofreciendo dar por el rescate ochenta cautivos cristianos, y mas si fuere menester, aunque estuviesen en poder del Gran Turco. Leida la carta en Consejo, se acordó no responderle, sino hacer que le escribiese su padre informándole de que era bien tratado, y aconsejándole como padre que se apartase del mal camino que seguia. En peores manos todavía cayó otra carta que Aben Humeya dirigió al alcaide de Guéjar sobre el mismo asunto, puesto que faltándole el alcaide á la lealtad y al secreto, y haciéndole sospechoso á los moros, comenzaron los que de él estaban mas ofendidos á tratar cómo deshacerse de quien vociferaban ya que trabajaba en su daño.

A peticion del marqués de los Velez se reforzó su campo con la gente que de Italia habia traido el comendador mayor de Castilla; con lo cual, y con órden que recibió de que pasase á allanar la Alpujarra, desbarató á los moros que le salieron al camino, y prosiguiendo hasta Valor, donde se hallaba Aben Humeya, le derrotó tambien, animándose con esto no poco los cristianos (julio, 1569). En cambio llegó á poco tiempo á Aben Humeya (agosto) un socorro de moros argelinos que á instancias de Fernando el Habaquí le envió el virey Uluch Alí, al mando del turco Husseyn, con otros refuerzos de gente, armas y municiones que en unas fustas le vinieron de Tetuan. La victoria del marqués de los Velez fué mas murmurada y criticada que celebrada y aplaudida por los del Consejo, y en vez de ensalzarle le hacian cargos por lo poco que habia hecho con tanta gente como se le habia dado y por los muchos bastimentos que sin necesidad habia consumido. Quejábase él por su parte del marqués de Mondejar, del duque de Sessa y de Luis Quijada, diciendo que todos tres eran sus émulos y enemigos, añadiendo que por causa suya habian estado sus soldados expuestos á perecer de hambre, y que por su culpa le abandonaban cada dia. Estas nuevas disensiones movieron al rey á llamar á la corte al marqués de Mondejar (setiembre), con el fin ostensible de que le infor mara bien de todo; pero en realidad, segun se vió despues, con el de apartarle del campo de la guerra, puesto que le llevó consigo á Córdoba donde iba á celebrar córtes, y despues le nombró virey de Valencia, y mas adelante de Nápoles, y no volvió ya mas al reino de Granada el marqués (3).

(2) Mármol Carvajal, Rebelion, lib. IV, c. 27. «Y porque no se alborotase la ciudad, dice este mismo autor, y matasen los moriscos que venian por las calles, mandó á don Francisco de Solís y á mí que nos fuésemos á poner en las puertas de la ciudad y no dejásemos entrar á nadie dentro.»

(3) Marqués de Mondejar, primo, nuestro capitan general del reino de Granada: porque queremos tener relacion del estado en que al presente están las cosas dese reino, y lo que converná proveer para el remedio dellas, os encargamos que en recibiendo esta os pongais en camino, y vengais luego á esta nuestra corte para informarnos de lo que está dicho, como persona que tiene tanta noticia dellas; que en ello, y en que lo ha

La verdadera razon de esto para nosotros, era que así los del Consejo de Granada como el rey mismo estaban por mas rigor con los moriscos que el que habia entrado siempre en el sistema del marqués de Mondejar, y le miraban por tanto como un obstáculo. Hácennos juzgar así las provisiones que en el mes siguiente expidió la majestad de Felipe II (octubre), mandando en la una que se acabaran de sacar los moriscos que habian quedado en Granada, y ordenando en la otra que se publicase la guerra á sangre y fuego. Todo esto se pregonó por bando general (19 de octubre, 1569) en Granada y en toda Andalucía.

Pero á este tiempo ocurrió en el campo de los moriscos una novedad de la mayor importancia. Indicamos ya que desde las cartas de Aben Humeya á don Juan de Austria y al alcaide de Guéjar andaban los enemigos resentidos de aquel proyectando y meditando su muerte. Contaban principalmente entre ellos un vecino de Albacete de Ujijar nombrado Diego Alguacil, que no perdonaba á Aben Humeya el haberse llevado y traer consigo una prima suya, viuda, con quien aquel vivia amancebado. La misma jóven morisca, que en secreto seguia comunicándose con el Diego Alguacil, fué el instrumento de una traicion que este urdió, y en que logró hacer entrar á Diego Lopez Aben Aboo y al caudillo de los turcos Husseyn, fingiendo una carta de Aben Humeya en que suplantó su firma su mismo secretario Diego de Arcos. Cuando todo estuvo preparado y dispuesto, y hallándose Aben Humeya en Laujar, sorprendiéronle una noche en la casa en que se albergaba, y menos feliz que cuando trató de sorprenderle el marqués de Mondejar, cayó en manos de Aben Aboo y de Diego Alguacil. En vano el rey de los moriscos se esforzó por justificar que la carta que le presentaron y sobre que aquellos fundaban su prision no era suya sino fingida. Su muerte estaba resuelta, y aquella misma noche poco antes de amanecer le echaron un cordel á la garganta, y le estrangularon tirando Aben Aboo de una punta y Diego Alguacil de la otra. Así acabó el desventurado Fernando de Valor, Aben Humeya, titulado rey de Granada y de Andalucía (1). Dióse el mando de la guerra y el gobierno del reino á Diego Lopez Aben Aboo por tres meses hasta que le confirmara el título el virey de Argel. Cuando le llegaron los despachos de este, se intituló Muley Abdallah Aben Aboo, rey de los Andaluces, y puso en su estandarte un lema que decia: No pude desear mas ni contentarme con menos. Nombró el nuevo rey general de los rios de Almería, Alboladuey y Almanzora, de las sierras de Baza y Filabres y marquesado de Cenete á Jerónimo el Malech, y puso las tierras de Sierra Nevada, Velez, la Alpujarra y Vega de Granada á cargo del alcaide de Guéjar, el Xoaybi, despachando al turco Husseyn con presentes para Argel y Constantinopla, pidiendo socorros de gente, armas y municiones.

chena, Tahalí, Jergal, Cantoria, Galera y otros, y acaudillaban ya masas de cinco y diez mil hombres (octubre, noviembre y diciembre, 1569). De haber tomado tanto cuerpo la guerra tenia mucha culpa la dilacion en las resoluciones del Consejo de Granada, y el haber de esperar la aprobacion de S. M. Quiso ya don Juan de Austria salir de aquella inaccion en que le tenia el rey hacia ocho meses, tan opuesta á su grande ánimo y á su genio belicoso, y representó enérgicamente á S. M. cuán flojamente se hacia la guerra, el peligro de que se propagase la rebelion á los reinos de Valencia y Murcia, y su deseo de salir de Granada y de acabar la guerra en persona. Movido de sus razones el rey su hermano, ordenó que se formasen dos ejércitos, uno á la parte del rio Almanzora, al mando de don Juan de Austria, que reemplazaria allí al marqués de los Velez, otro con destino á la Alpujarra, á cargo del duque de Sessa. Hiciéronse grandes provisiones, se recogieron bastimentos, se encargó á las ciudades que rehicieran sus compañías, y se mandó al comendador mayor de Castilla que trajera artillería y municiones de Cartagena. Con la noticia de que don Juan de Austria iba á salir á campaña acudieron muchos caballeros y particulares que hasta entonces no se habian movido, y la nueva del nombramiento de don Juan llenó de regocijo y de esperanzas á toda la gente de guerra.

Antes de emprender el jóven príncipe la campaña, y á fin de no dejar á la espalda y cerca de la ciudad enemigos que pudieran incomodarle, acordó arrojarlos de la madriguera que tenian en Guéjar, pueblo grande situado en el seno de una sierra fragosa de donde nacen las principales fuentes del Genil. Salió pues don Juan de Granada, ejecutó felizmente esta difícil operacion, y echados los moros de aquella ladronera (2), dejando la conveniente guarnicion para la seguridad de Granada y su vega, partió otra vez el jóven guerrero (29 de diciembre) la via de Guadix y Baza, en cuyo último punto le esperaba el comendador Requesens con la artillería de Cartagena. Prosiguió á Huéscar, donde se le presentó el marqués de los Velez á quien iba á reemplazar. En medio de la cortesanía con que el marqués se acercó á saludarle y besarle la mano, no podia disimular el sentimiento de verse sustituido como poco á propósito para dar cabo á aquella empresa. Así que, despues de informar brevemente á don Juan de Austria del estado de la guerra por aquella parte, sin apearse del caballo se despidió de todos y se retiró lleno de resentimiento y de pena á su villa de Velez el Blanco.

Acrecentado el campo de don Juan hasta doce mil hombres, procedió á cercar el fuerte de Galera que tenian los enemigos, y que el marqués de los Velez en mucho tiempo no habia sido poderoso á rendir. Colocó pues baterías, hizo minas, dió repetidos asaltos, y ejecutó todas las operaciones que suele necesitar el asedio formal de una plaza fuerte. Los moros, y aun las moras y los muchachos, la defendieron con una tenacidad

Continuaba la guerra con Aben Aboo, el Malech y el Xoaybi lo mismo que antes con Aben Humeya, dando harto que ha-heróica y bárbara. En algunos asaltos murió mucha gente cer al duque de Sessa y al marqués de los Velez, al uno por la Alpujarra, al otro por el rio Almanzora, cercando fortalezas y defendiéndolas, sin que de las disensiones de los moriscos y del cambio de rey supieran sacar ventaja alguna los cristianos: antes bien aquellos poseian los fuertes de Seron, Tíjola, Pur- |

gais con toda la brevedad, nos ternemos por muy servido. Dada en Madrid á 3 de setiembre de 1569.»-Mendoza, Guerra de Granada, lib. III. — Mármol, Rebelion, lib. VII, c. 6.-Hablando de las mutuas quejas de los dos marqueses, el de los Velez y el de Mondejar, dice don Diego de Mendoza, que era voto en la materia: «Yo no ví el proceder del uno ni del otro; pero á mi opinion, ambos fueron culpados, sin haber hecho errores

en su oficio y fuera dél, con poca causa, y esa comun en algunos otros ge

nerales de mayores ejércitos.>>

(1) Dice Mendoza, y lo mismo indica Mármol Carvajal, que declaró al tiempo de morir haber sido siempre su intencion vivir en la ley cristiana, y que en ella muriera si no le sobrecogiera la muerte; que solo habia aceptado el reino por vengarse de las injurias que á él y su padre habian hecho los jueces del rey don Felipe; que quedaba vengado de amigos y enemigos; que pues él habia cumplido su voluntad, cumpliesen ellos la suya; y que en cuanto á la eleccion de Aben Aboo, iba contento, pues sabia que pronto habia de tener el mismo fin que él. Esto último se verificó, como adelante veremos. Y si lo primero fué cierto, gran cargo resulta de sus palabras contra la imprudente conducta de los que pusieron á los moriscos en tal desesperacion.

principal del campo cristiano, y asusta la larga nómina de capitanes y alféreces muertos y heridos que nos trasmitieron los testigos de vista. «Yo hundiré á Galera, exclamó un dia don Juan de Austria irritado con el espectáculo de tantas víctimas, y la asolaré y sembraré toda de sal; y por el filo de la espada pasarán chicos y grandes, cuantos están dentro, en castigo de su pertinacia y en venganza de la sangre que han derramado.>> Estas palabras, pronunciadas con fuego, volvieron el ánimo á los soldados: él hizo jugar á un tiempo todas las piezas de batir; mandó volar las minas, que arrojaron al aire casas y peñascos, y conmovieron todo el cerro sobre que se asentaba la poblacion y el castillo; ordenó el asalto general, y penetrando los soldados por las calles como bravos leones, con órden que llevaban de don Juan de no perdonar á nadie la vida, fueron ganándolas palmo á palmo y sembrándolas de cadáveres. Los que se habian recogido á la última placeta del castillo fueron todos acuchillados: dos mil cuatrocientos hombres de pelea fueron pasados á cuchillo aquel dia (10 de febrero, 1570), ade

(2) «En la casa donde posaba el alcaide Xoaybi hallé yo (dice el historiador Mármol que iba en la expedicion) muchos papeles, y entre ellos la carta que Aben Humeya le habia escrito, mandándole que no alzase mas alcarías hasta que se lo mandase.» Rebelion, lib. VII, cap. 27.

más de cuatrocientas mujeres y niños. Don Juan cumplió su amenaza: la villa fué asolada y sembrada de sal: el que recibió la órden de ejecutar este cruel castigo fué el mismo historiador que nos lo cuenta (1). La nueva de este triunfo alcanzó al rey camino de Córdoba, donde iba á celebrar córtes.

Mas no por eso dejó de experimentar pronto el de Austria los azares de la guerra. A los pocos dias, y despues de marchar por entre nieves, pantanos y barrizales, dispuso desde Baza hacer un reconocimiento á la fortaleza de Seron. Los soldados imprudentes penetraron antes de tiempo en la villa, y entretenidos y ciegos en saquear las casas y en cautivar mujeres, dieron lugar á que bajaran de aquellos cerros en socorro de los del castillo hasta seis mil moros acaudillados por el Malech, el Habaquí y otros de sus mejores capitanes. En el aturdimiento y desórden que se apoderó de los cristianos, fueron acuchillados mas de seiscientos, aparte de los que murieron quemados en las casas y en las iglesias, no siendo parte á remediarlo los mas animosos caudillos ni los esfuerzos del mismo don Juan de Austria. Allí fué herido en un muslo el capitan don Lope de Figueroa; una bala de escopeta le entró en el brazo á Luis Quijada que andaba recogiendo la gente, y otra dió en la celada de don Juan de Austria, que por ser aquella fuerte preservó la vida del valeroso jóven (19 de febrero, 1570). En Canilles, donde se retiraron, murió de la herida el noble caballero Luis Quijada, el antiguo confidente y mayordomo del emperador Cárlos V, el ayo y como el segundo padre de don Juan de Austria; y concíbese bien la gran pesadumbre que el príncipe tendria con la muerte del que le habia criado y acompañado desde la niñez. Despachóse correo á las ciudades de Ubeda, Baeza y Jaen, para que dos mil infantes de Castilla que habian de pasar por allí fuesen al campo de don Juan, y se escribió al duque de Sessa que enviara cuanta gente pudiese, y entrara cuanto antes en la Alpujarra para llamar y entretener por allí la atencion de los moriscos. Rehecho el campo de don Juan, volvió de nuevo y con mas ánimo sobre Seron, ansioso de vengar la pasada derrota. Esta vez, viéndole los enemigos ir tan en órden, no tuvieron valor para esperarle, y ellos mismos incendiaron la poblacion y el castillo, subiéndose á la sierra, donde en número de siete mil hombres sostuvieron algunas refriegas con los escuadrones de Tello de Aguilar y de don García de Manrique. Dejado algun presidio en Seron, pasó don Juan de Austria á combatir á Tíjola, de donde salieron los enemigos de noche y á las calladas huyendo á los montes por las cañadas y desfiladeros. Solo se hallaron unas cuatrocientas mujeres y niños, y se ganó bas tante despojo del que los moros habian guardado allí como en lugar fuerte (marzo, 1570). Destruida y asolada tambien aquella villa, vióse, con sorpresa de los que ignoraban el secreto, que las fortalezas de Purchena, Cantoria, Tahalí y otras que tenian los moriscos se iban encontrando abandonadas, y ocupábanlas sin dificultad los cristianos y dejaban en ellas guarniciones (abril).

Decimos el secreto, porque le habia en verdad, aunque no para don Juan y sus principales capitanes, en esta extraña conducta de los moros, antes tan pertinaces en la defensa de sus plazas. Y era que con motivo de haber sido en otro tiempo amigo el capitan Francisco de Molina de Fernando el Habaquí que acaudillaba los moros de aquellas tierras, obtenida la vénia de don Juan de Austria, habia escrito aquel al general moro diciéndole que holgaria mucho se viesen para tratar algunas cosas convenientes é interesantes á los dos campos. Comprendió el moro, que no era torpe de entendimiento, el significado de la misiva, accedió á lo de las vistas, que concertaron con las debidas precauciones por ambas partes, y se vieron y comieron juntos. Mientras comian y bebian los turcos de la escolta de Habaquí, tuvo ocasion el Molina de hablarle aparte, y recordándole su antiguo afecto y amistad le manifestó que el objeto de haber dado aquel paso era aconse jarle á fuer de antiguo amigo que volviera al servicio del rey y procurara la reduccion de los suyos, puesto que era una

(1) Don Juan de Austria me mandó á mí que hiciese recoger el trigo y cebada que tenian allí los moros, y que la villa fuese asolada y sembrada de sal.»— Mármol, Rebelion y castigo, libro VIII, cap. 5.

temeridad resistir á un monarca tan poderoso, y que el le prometia y aseguraba que seria bien recibido y tratado por S. M. así como los que con él se pusiesen llanamente en sus manos: que para llegar á este término deberia aconsejar á los moros dejaran las fortalezas del rio Almanzora como insostenibles y se recogiesen á la Alpujarra, donde despues podria mejor persuadirles la reduccion. Respondió el Habaquí, á quien no habia desagradado la propuesta, que en cuanto á las fortalezas él obraria de modo que S. M. entendiese el servicio que le hacia, y en cuanto á lo demás se veria con Aben Aboo y sus amigos y deudos, y avisaria lo que se determinara. El moro habia cumplido su palabra en la primera parte, y este era el secreto de hallar los cristianos las fortalezas abandonadas.

Puesto el negocio de la reduccion en este camino, y autorizado don Juan de Austria por el rey para que admitiese á los que llanamente y sin condiciones se presentaran, publicó un bando cuyos principales capítulos eran los siguientes:-Todos los moriscos, hombres y mujeres, de cualquier calidad y condicion que fuesen, que en el término de veinte dias pusieran sus personas en manos de S. M. ó de don Juan de Austria, tendrian merced de la vida, y se mandaria oir en justicia á los que probaran las violencias y opresiones que los habian provocado á levantarse:-Todos los de quince á cincuenta años que en dicho plazo se rindiesen, y trajeren además una escopeta ó ballesta, harian libres á dos de sus parientes mas allegados: Los que quisieran reducirse, podian acudir al campo de don Juan de Austria ó del duque de Sessa en los lugares que mas cerca estuviesen:-Para ser conocidos desde lejos, llevarian cosida á la manga izquierda del vestido una cruz grande de paño ó lienzo de color:-Los que en dicho plazo no se redujesen, sufririan el rigor de la muerte sin piedad ni misericordia. De este bando se circularon traslados por todo el reino (2).

Las negociaciones que produjeron este edicto no habian sido aisladas; al contrario, eran continuacion de las que se habian entablado del campo del duque de Sessa, lo cual nos conduce á dar razon de lo que este habia hecho por la parte de la Alpujarra.

Menos activo y diligente el duque de Sessa que don Juan de Austria, habia tardado en salir de Granada cerca de dos meses (21 de febrero de 1570), y detenidose en el Padul mas de lo que conviniera, á fin de engrosar su ejército y reunir las mas provisiones que pudiese. Por su parte el nuevo rey de los moriscos Muley Abdallah Aben Aboo habia escrito al mufti de Constantinopla y al secretario del rey de Argel, representándoles la triste situacion en que se veian los desgraciados musulmanes de su reino, acometidos por dos fuertes ejércitos cristianos, y reclamaba de ellos con urgencia los auxilios que habian ofrecido á sus hermanos de España. La reclamacion de Aben Aboo, como las anteriores de Aben Humeya, no produjo sino buenas palabras así del turco como del argelino (3). La guerra por la parte de la Alpujarra y por la costa y la ajarquía de Málaga no se hacia con el vigor que por el rio Almanzora, por donde andaba don Juan de Austria. Y bien fuese por convencimiento, bien, como algun autor indica, porque se trataba ya de la liga de los príncipes cristianos contra el Gran Turco y se deseaba terminar la guerra de los moriscos para poner á don Juan de Austria al frente de la armada de la confederacion, ello es que se recurrió al sistema de reduccion que tanto se habia criticado en el marqués de Mondejar.

(2) Mármol inserta una copia del bando, el cual se conserva original en el Archivo de Simancas, Estado, leg. núm. 152.

(3) Algunas de estas cartas fueron á parar á manos de don Juan de Austria, que las hizo traducir. Su estilo conservaba todo el tinte y las formas orientales. La de Aben Aboo al de Constantinopla comenzaba: «Loores á Dios del siervo de Dios, que confia en él y se sustenta mediante su esfuerzo y poderío. El que guerrea en servicio de Dios, el gobernador de los creyentes, ensalzador de la ley, abatidor de los herejes descreidos y aniquilador de los ejércitos que ponen competencia con Dios, que es Muley Abdallah Aben Aboo, ensálcele Dios con ensalzamiento honroso, y hágale señor de notorio estado y señorío. Al que sustenta el alzamiento de Andalucía, á quien Dios ayude y haga victorioso... á nuestro amigo y especial querido nuestro, el señor grande, honrado, generoso, magnífico, adelantado, justo, limosnero y temeroso de Dios... etc.»>

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