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las mismas fronteras; qué repugnancia á la ley escrita, instrumento de fusión; qué apego á la costumbre, órgano diferenciador! Cada Estado euskaro fué un mosaico, y esto no sólo en Nabarra, nacionalidad formada por la conquista, tierra donde coexistieron la raza indígena y las razas invasoras ó simplemente inmigrantes: romanos, germanos, árabes, judíos, provenzales y franceses; Nabarra, que en el mismo terreno que no da más de sí á la Monarquía española sino una provincia única, recortó cinco provincias minúsculas bajo el nombre de merindades; esto no sólo en Nabarra, digo, sino en los Estados más euskaramente homogéneos. ¡Cuántos siglos no necesitó Bizkaya para proveerse de un Parlamento común, para que las ramas benditas del roble de Gernika diesen sombra de paz á toda la tierra bizkaína!

¿Queréis, señores, rasgo más típico, señal más indudable de individualismo? No se os figura también que hay aquí algo de exceso, cierta desviación de un principio bueno que, haciéndonos recelosos del hermano, más fácilmente nos somete á la influencia extranjera? No os parece asimismo que sin renegar de nuestro pasado, ni pretender borrar las diferencias legítimas consagradas por el tiempo, ha sonado la hora de enaltecer continuamente, tanto en las esferas prácticas de la política, cuanto en las ideales. del arte, el concepto de la raza, mejor dicho, de la familia, de suerte que sobre las fronteras de las provincias y nacionalidades contingentes se enlacen y estrechen fraternalmente las manos de las tribus enskaras? No os parece que, después de tanto aliarnos y federarnos con los extraños, sería conveniente reconstituir un á modo de hogar común? Para ello basta escuchar los clamores de la sangre!

Si examináis, señores, un mapa de Nabarra, al

primer golpe de vista observaréis un hecho. Hacia las fronteras de Aragón y Castilla, en las llanuras regadas por los ríos caudales, allí donde las sucesivas invasiones arraigaron y la primitiva toponimia euskara quedó recubierta por una capa más ó menos espesa de nombres alienígenas, los cascos de población son pocos y densos. A medida que os aproximáis al macizo montañoso central y os internáis por las hondonadas del Pirineo, en pleno país euskaro de raza, aunque no siempre de lengua, se nota el fenómeno opuesto. El tamaño de los pueblos disminuye, y aumenta su número; la unidad municipal resulta de la federación de las aldehuelas, barrios más bien, que conviven dentro del mismo valle. El ayuntamiento de Esteríbar se compone de 31 lugares; el más caudaloso es Eugi, y no reúne 400 almas; alguno de ellos, Tirapegi, no obstante denominarse concejo, contaba el año 1892 menos habitantes que una casa, 6. El pueblo mayor del valle de Yerri, compuesto de 25 lugares, es Lezaun: suma 341 almas. Y así otros muchos. Si pasáis la divisoria marcada por la línea de Belate, aparecen las viviendas aisladas, que allí llaman bordas..

Este hecho entraña una gran significación. La morada natural del basko, cuando no contrarían su tendencia las circunstancias que le rodean, es el caserío, y á lo sumo, la aldea. El caserío, señores, ¡cuán hermoso es, cuánto debemos amarle los que amamos al pueblo euskaldun! Es la ostra que proteje y oculta á la perla euskara; reinan la paz de las églogas y la dulzura de los idilios; percibís el rumor de las arboledas y la suave fragancia de la leche recién ordeñada. Dentro de la humosa cocina se agrupa la familia ceñida, estable, robusta, hacendosa, escalonando estaturas y edades, calentando las yertas canas del bisabuelo con los bucles áureos de los nietos. En la poesía que la casa rústica, los

montes umbrosos, la niebla tendida y los mugientes establos exhalan, vibra una nota grave, voz de cierto sentimiento que todo lo ennoblece y dignifica, nunca oída ni aun sospechada por aquel hogar de Alfio que envidiaba Virgilio: el murmullo del rosario, el aleteo de la oración cristiana. De esta suerte, en soledad que al ruano causa tedio ó tristeza, el baserritar ejerce la soberanía del aislamiento, lejos de la enojosa vecindad de los hombres, cerca de la augusta vecindad de Dios.

Aun me parece, señores, que este rasgo excede en valor significativo al del fraccionamiento político señalado para comprobar el carácter individualista del genio euskaro. Y cuánto, pero cuánto dice! Porque vivir solo, cuadra á los fuertes y valientes. El águila, el león, son animales solitarios. Quien vive solo, lleva dentro de sí el telar y los hilos que tejen la urdimbre de la propia ventura; revela que esa ventura proviene de una suma de emociones internas, y no de una yuxtaposición mecánica de sensaciones. ¿Creéis que Beethoven cuando componía la Heroica se acordaba de las tertulias? Cuanto más vacío está el hombre, más necesita llenarse de exterioridades. Los gomosos, los snobs, los..... no sé cómo se llaman, encierran dentro de sí una sima insaciable: la frivolidad. Y por frívolos corren tras de la diversión eterna, sin hallar otra cosa sino el eterno hastío. La riqueza interior no depende de la cantidad, sino de la calidad del contenido; dos ó tres ideas ó sentimientos bastan, como se tengan de veras. El amor á Dios, el amor á la familia, el amor al terruño que nutre, amasado con el santo sudor del trabajo. Este es el inventario de nuestros labradores: un reflejo de lo infinito sobre un montoncito de polvo. Contad ahora, señores, las cabezas de ganado en el aprisco, las gallinas en el corral, los cerdos en la pocilga, los manzanos en el huerto, las

hierbas del prado, los granos de trigo de la era; contad las ropas, los ajuares, los aperos, los muebles; llenad con todo ello, ¿cuánto? media cuartilla de papel? y exclamad en seguida: ¡qué grandes son esos hombres que con tan poco se contentan!

Echeko-jauna "señor de casa,,, es decir, "señor que procede, ó "proviene,, de esta determinada casa, la cual se equipara á la cepa ó raíz de donde arranca ese tronco principal que es el jefe de la familia. Esta sencilla frase que, no obstante su democrática extensión, retiene cierto saborcillo ceremonioso y solemne, así como de título de nobleza, aunque relativo al orden puramente familiar, es sumamente interesante porque nos suministra un concepto sociológico, ó una noción sociológica del pueblo euskaldun. Notad, señores, que no marca la mera relación de propiedad, encomendada al sufijo en, sino la de indigenato ó extracción ko, el mismo que se usa para significar que un individuo es natural de este pueblo ó de aquella comarca. De hecho, ni el echeko-jaun es siempre dueño ó propietario de la casa que habita, ni aunque lo sea, es siempre oriúndo de ella; de hecho, á menudo resulta, etimológicamente hablando, inadecuado ese apelativo al sujeto que le ostenta. Pero, ideológicamente, la adecuación es perfecta. Porque lo dominante y privativo de la noción es que el hombre, la familia y la casa constituyen una unidad. El ko marca un vínculo de naturaleza, es decir, perpetuo; el en marcaría un vínculo jurídico, es decir, caedizo. El individuo es centro de un doble círculo moral y material de diferente radio: la familia y la casa. Y es "señor, jaun, dentro del círculo, es decir, cabeza de un organismo, aunque elemental, perfecto en su género; dilatación, mejor dicho, trascendentalización del elemento central único. De esta suerte, el individualismo euskaro, tan vigoroso y acentuado,

ni de cerca ni de lejos se parece al atomismo moderno.

Hablemos ahora, señores, de la casa. Materialmente es unas cuantas carretadas de piedra ó ladrillo, pero moralmente..... á mis labios asoma la palabra mundo! Y cómo no? Para quien vive solitario, entre breñas, la casa es el mundo; y aun para el que vive entre hombres, es un mundo también. Constituye los amores del basko. Del nombre de la casa toma el apellido; apellido y nombre no impuestos por la fantasía, sino por la naturaleza. Los apellidos euskaros, de sobra lo sabéis, generalmente son topográficos. En ellos se desposan la tierra y el hombre. Las cuatro humildes paredes, desnudas para los ojos de la indiferencia, realmente están colgadas de los tapices que la tradición familiar ha ido tejiendo y dibujando con estambres que fueron fibras de la vida. Al cabo de tanto asociar la idea de familia y la de casa, ésta viene á ser el símbolo tangible de aquélla, no en un momento actual de su existencia, sino en el desarrollo inmenso de las generaciones. La organización nobiliaria de la sociedad contribuyó á realzar la importancia de la casa convirtiéndola en testimonio de hidalguía mediante el concepto de casa solar. Cubriéronse las fachadas de heráldicos escudos y en los solares radicaron los privilegios personales, las exenciones tributarias y las funciones políticas: el derecho de asiento en las Cortes de Nabarra, por ejemplo.

Los protocolos de los escribanos y los legajos de los archivos encierran á miles curiosísimas y varias pruebas del culto á la casa entre los euskaldunas, cuya perpetua conservación procuraron siempre, obedeciendo á ese instinto de la inmortalidad que es uno de los fundamentales de nuestra naturaleza. Atestigüe, en nombre de todos, el hecho, D.a Guillermina de Atondo, abuela paterna de San

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