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"sus fidelísimos nabarros se miraban, prácticamente, despojados de las libertades que el Rey les había jurado". Murió Fernando VII, y la inmensa mayoría del país, viendo en D. Carlos el representante de las ideas tradicionales, se puso de su parte; el derecho foral, no obstante, estaba á favor de doña Isabel II, y esta infeliz señora fué proclamada Reina de Nabarra, bajo el nombre de Isabel I, por la Diputación del Reino, compuesta, en su mayoría, de realistas. Zumalacárregui, en un bando terrible que echaba por tierra todos los principios de la Constitución política y civil del Reino, fulminó contra los diputados pena de muerte y de confiscación de bienes. Y esa augusta corporación, última representante de la legitimidad foral, desdeñada de los liberales unitarios y odiosa á los realistas carlinos, hubo de ceder el puesto, bien pronto, á una Diputación revolucionaria.

La Diputación legítima había solicitado, inútilmente, de los primeros ministros de la Reina gobernadora, la reunión de las Cortes como medio. de pacificar el país y zanjar, legalmente, el litigio dinástico. Pero los liberales, que se escudaban con los fueros en cuanto á la sucesión de D. Fernando VII atañía, en los demás puntos prescindían de ellos; y aun los peores eran los liberales nabarros, como lo demostró el Ayuntamiento de Pamplona procediendo, contra las órdenes expresas de la Diputación, al nombramiento de procuradores que disponía el flamante código constitucional del señor Martínez de la Rosa.

Mientras duró la guerra civil lucharon en Nabarra los representantes de las ideas nuevas y de las ideas viejas. Decían los carlistas que el restablecimiento de los fueros vendría como consecuencia de la ruina del sistema liberal, pero obraban cual si los fueros no existiesen. Los liberales, á su vez, total

mente se olvidaban de ellos: es más, el año 1837, habiendo manifestado los poderes centrales deseos de procurar la terminación de la guerra mediante la reintegración foral, la Diputación provincial de Nabarra pidió á las Cortes generales ¡bochornosa é ignominiosa petición! que no se restableciesen los fueros. Junto á esta tendencia, propia de los liberales exaltados ó progresistas, se había ido elaborando otra tendencia, moderadamente fuerista, que anhelaba una reintegración parcial de ellos, y esta tendencia triunfó á raíz del convenio de Bergara, siendo fruto de ella la famosa ley paccionada de 18 de Agosto de 1841. En virtud de esta ley, Nabarra, á trueque del servicio militar de quintas, con facultad de cubrirlo por hombres ó dinero, á su arbitrio; de la abolición de la autoridad vicerregia y de sus Cortes privativas y tribunales de justicia; de la admisión de las leyes de enjuiciar y organización judicial y de los códigos civiles que se elaborasen tomando en cuenta las instituciones de los países forales, obtuvo ventajas positivas: una plena autonomía provincial y municipal, la exención del papel sellado, el pago de una contribución fija é invariable, el mantenimiento de una audiencia territorial y de una capitanía general en Pamplona, el goce y disfrute de los montes y pastos comunes de las sierras de Andía y Urbasa y de las Bardenas, amén de otros beneficios de menor cuenta. Nabarra, por su parte, ha cumplido con exceso todas las obligaciones que le impuso la ley del 41: no así el Estado español que ha barrenado y desconocido cuantas veces le convino sus artículos, haciendo buena la insigne mala fe de los cartagineses. A la sombra adormecedora de esta ley funesta, que halaga ciertos prosaicos sentimientos de bienestar material, vivió tranquila Nabarra durante muchos años, resbalando pausadamente por el plano inclinado de la

asimilación: con todo, hubo dos ocasiones en que flameó el fuego oculto por el montón de cenizas; la una, cuando el Ministerio Narváez quiso imponer la guardia rural; la otra, cuando el señor Montero Ríos suprimió la Audiencia de Pamplona. De las orillas del Ebro al alto Pirineo prendió un grito de alarma; y esos Gobiernos, tan arrogantes con los débiles y descuidados, retrocedieron diciendo: “el indómito pueblo baskón que ya creíamos muerto, está dormido: no lo dispertemos“.

II

Pero los excesos antimonárquicos, antisociales y antirreligiosos de la Revolución de Septiembre 'se encargaron de dispertarlo. Presenta de peculiar este período, que el número de los atentados antifueristas, relativamente, fué pequeño, y en todo caso incapaz de producir un movimiento armado. Exaltáronse el fervor católico, la convicción monárquica y el espíritu tradicionalista, pero el amor á los Fueros mantúvose en los límites de moderada temperatura, por más que en el cúmulo de bienandanzas y fortunas que muchos fantaseaban había de traer consigo la pretensa monarquía tradicional y española, algún vago sentimiento y confusa esperanza de completa restauración foral palpitasen. Fué el alzamiento carlista del Norte una reacción de carácter eminentemente nacional, provocada por la política revolucionaria; algo semejante á las arcadas de un estómago que ha ingerido substancias venenosas y pugna por expelerlas. Corrían los mozos nabarros á alistarse en las filas de D. Carlos, porque en aquel país existe la costumbre inconsciente de ser carlista, como se heredan los rasgos de la fisonomía y los hábitos familiares; aquellos mozos se batían,

en su opinión, por restaurar la Religión de España, por entronizar al Rey legítimo de España, por defender los fundamentos del orden moral y social de España; no procuraban el bien de Nabarra, sino en cuanto forma parte de la totalidad española. Nunca hubo en nación alguna alzamiento menos egoísta ni de fines más generales: como que pecaba gravemente por quijotesco desprendimiento y sacrificaba el bienestar propio en aras del bienestar ajeno. Y aquí, señores, ocurrió un suceso que pinta y califica á la política ultraibérica: esos partidos centralizadores que se pasan la vida predicando contra supuestos exclusivismos regionales, los que hacen consistir el patriotismo en desnaturalizarse de todos los rasgos típicos y propios, desnaturalización á que denominan pomposamente hacerse cada día más españoles, los que denigran con el mote de política de campanario á las aspiraciones regionalistas, nos castigaron durísimamente porque en un momento de generosa alucinación nos olvidamos de que somos baskos y nabarros, para acordarnos exclusivamente de que éramos españoles. Y es que el patriotismo en manos de los partidos al uso, es la maza que pulveriza á la patria.

A la terminación de la segunda guerra civil fundóse en Madrid, bajo el patrocinio de las Diputaciones forales, el periódico La Paz, dirigido por el elocuentísimo y malogrado orador bizkaíno D. Miguel Loredo. En las listas de colaboradores del periódico figuraban la mayor parte de los escritores, publicistas y patricios basko-nabarros, y un grupo de jóvenes que, con ocasión de las consecuencias de la guerra, comenzábamos á manejar la pluma. La política de La Paz comprendía dos fundamentales dogmas: defensa jurídica de los derechos del país basko-nabarro, y demostración de que estas instituciones eran democráticas y libres, poniendo de resalto

el absurdo de que partidos que se jactaban de haber vencido al absolutismo las aboliesen. Más tarde, cuando se pensó en su restauración, añadióse el dogma de la unión basko-nabarra, ó sea, acción común y combinada de las cuatro provincias euskaras y sacrificio de las ideas políticas individuales que desunen, en obsequio á la idea foral que harmoniza las voluntades. Multas y procesos que acibararon la vida de Loredo y agravaron sus padecimientos físicos cayeron sobre La Paz, blanco predilecto de la servil suspicacia de los fiscales de imprenta canovistas. Pupliqué yo en ese periódico un trabajillo titulado El euskara, en el cual ponderaba las excelencias del idioma basko, que poco antes había comenzado á estudiar, y la importancia de la literatura como factor de la conciencia nacional de los pueblos; dediquélo á un muy querido amigo cuyas conversaciones, en parte, me lo habían sugerido, á D. Juan Iturralde y Suit, hombre de singulares y múltiples dotes artísticas, poeta aunque escribe en prosa, publicista, erudito, arqueólogo, pintor y di- bujante que realiza cuanto quiere en tan diversos ramos, aunque, por desgracia, suele querer pocas veces; que á una inteligencia clarísima, añade exquisita rectitud moral, bondadosísimo corazón y pío amor á Nabarra. Fué bien acogido el trabajillo por la prensa regional, y el Sr. Iturralde, á quien se encuentra siempre abriendo camino á todas las aspiraciones levantadas en el país basko-nabarro, ideó la formación de la ASOCIACIÓN EUSKARA de Naba- · RRA. Trece personas congregadas en su casa, á su ruego, fundamos esta benemérita sociedad que, según sus estatutos, se proponía el cultivo de la literatura, el conocimiento de la historia, la conservación de las tradiciones y el fomento de los intereses morales y materiales del país basko-nabarro. Para mejor conseguir sus fines, tuvo órgano en la pren

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