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sion del rey vuestro hijo. Yo doy muchas gracias á Nuestro Señor por todo lo que á él le ha placido permitir, porque espero en su divina providencia que esto será camino para que en toda la cristiandad pongamos paz, y contra los infieles volvamos la guerra. Sed cierta, madama, que tal jornada como esta, no solo no seré en estorbarla, mas aun tomaré el trabajo de encaminarla, y allí emplearé mi hacienda y aventuraré mi persona. Sed tambien cierta, madama, que si paz universal vuestro hijo y yo hacemos, y tomamos las armas contra los enemigos, todas las cosas pasadas pondré en olvido, como si nunca enemistad entre nosotros hubiese pasado. Yo envio á Mr. Adrian á visitar á vuestro hijo sobre el infortunio que le ha sucedido, del cual si nos place por el bien universal que de su prisión esperamos, por otra parte nos ha pesado por el antiguo deudo que con él tenemos. Tambien lleva Mr. Adrian una instruccion asaz bien moderada, y no menos justificada, para que os la muestre á vos y al rey vuestro hijo. Y si deseais quitaros de trabajo, y sacar á él de cautiverio, ese es el verdadero camino. Debeis, pues, con brevedad platicar sobre esta nuestra instruccion, y tomar luego resolucion de lo que entendeis hacer, y respondernos, porque conforme á vuestra respuesta alargaremos su prision ó abreviaremos su libertad. Entretanto que esto se platica, he dado cargo al duque de Borbon, mi cuñado, y á mi virrey de Nápoles, para que al rey vuestro hijo se le haga buen tratamiento, y que continuamente os hagan saber de su salud y persona, como vos lo deseais y por vuestra carta lo pedís. Mucha esperanza tengo de que vos. madama, trabajareis de llegar todas estas cosas á buen fin, lo cual si así hiciéredes, me echareis en mucho cargo, y á vuestro hijo hareis gran provecho.»

Mas de los términos de aquella instrucción y de las largas consecuencias de la derrota y prisión de Francisco I en Pavía iremos dando cuenta en otros capítulos.

CAPÍTULO XI

PRISIÓN DE FRANCISCO I EN MADRID

De 1525 á 1526

Conducta de Carlos V después de la batalla de Pavía.- Estado del ejército imperial en Italia.-Recelos del papa y de los venecianos.-Firmeza de la reina regente de Francia: medidas para salvar el reino.-Sus tratos con Inglaterra, Venecia y la Santa Sede.-Condiciones que Carlos V exigía á Francisco I como precio de su libertad. Contestación de éste: mensajes.-Es traído á Madrid.— Desatenciones del emperador con el regio cautivo.-Peligrosa enfermedad de Francisco en la prisión.-Visítale Carlos.-Nuevo desvío.- Proyecto de fuga.- Abdicación de Francisco. Temores del emperador.-Célebre concordia de Madrid entre Carlos V y Francisco I para la libertad de éste.-Capítulos del tratado.-Protesta secreta de Francisco. - Pláticas amistosas entre los dos soberanos.-Sale el rey Francisco para Francia.-Casamiento del emperador.-Ceremonial que se observó en el rescate de Francisco I.-Dramática escena en el Bidasoa.-Entra en su reino, y vienen sus hijos en rehenes á España.-No cumple el rey de Francia lo pactado.—Anuncios de graves complicaciones

Si siempre es difícil obrar del modo más discreto, más conveniente y atinado después de una gran victoria ó de un gran golpe de fortuna, lo era mucho más para el emperador Carlos V después del glorioso y memorable triunfo de sus armas en Pavía. Un príncipe joven, de imaginación ardiente, ávido de gloria y no desnudo de ambición, que se veía el soberano más poderoso del mundo, halagado por la suerte, con una perspectiva risueña y brillante ante sus ojos, con sus banderas victoriosas en Italia, aprisionado el monarca que se había presentado como su rival más temible, y teniendo por aliados, más ó menos sinceros, á casi todos los príncipes y Estados de Europa, bien necesitaba de prudencia para no faltar á la moderación y templanza que al recibir la fausta nueva había por lo menos aparentado, para no dejarse fascinar con tanto brillo, para no malograr el fruto de tan próspero suceso, para utilizar el ascendiente que en el mundo le daba, y al propio tiempo para no abusar de la fortuna, para no hacerse sospechoso y no excitar los celos y la envidia de otros príncipes, y no convertir en adversarios á los que, ó con sinceridad, ó por necesidad, ó por política se le habían mostrado amigos.

Dos preguntas suponemos que haría en aquella ocasión todo el mundo. ¿En qué empleará el emperador sus tropas imperiales victoriosas en Pavía? ¿Qué hará del rey prisionero?-Una y otra eran difíciles de resolver, y uno y otro exigía gran pulso de parte del soberano vencedor.

En verdad el suceso de Pavía parecía poner á la Europa entera en riesgo de ser presa del afortunado príncipe cuyo poder ninguno otro era capaz por sí solo de contrarrestar. Los Estados de Italia de tal modo se sobresaltaron é intimidaron, que el mismo pontífice Clemente VII, á pesar de su anterior conducta, amenazado por el virrey Lannoy, se allanó á pagarle ciento veinte mil ducados por ciertas ventajas que en recompensa

debía recibir. El duque de Ferrara satisfizo cincuenta mil, so pretexto de gastos de guerra. Lo mismo hicieron otras repúblicas y señorías; y hasta Venecia ofreció ochenta mil ducados de oro. Francia sin rey, sin tesoro, sin tropas y sin generales, aparecía en peligro de una ruina inminente, y se consideraba casi prisionera como su rey. La consternación era general. Todo, pues. parecía presentarse favorable al emperador y halagar el pensamiento de dominación universal, si en su mente hubiera entrado.

Mas bajo esta apariencia lisonjera se ocultaba mucho de adverso. Las rentas positivas del que tantos dominios poseía eran muy cortas, y el ejército imperial de Italia ascendía á poco más de veinte mil soldados. De ellos, los alemanes que tan briosamente habían defendido á Pavía, orgullosos y altivos con su victoria y sus servicios, siempre codiciosos de pagas, y prontos á indisciplinarse cuando no se les satisfacían con regularidad, á duras penas se acallaron mientras duró el dinero que Lannoy sacó al papa y á los otros príncipes. Después, temeroso siempre de que volvierar á amotinarse, el mismo virrey tuvo por bien licenciar los cuerpos alema nes é italianos. Apenas, pues, quedaban fuerzas imperiales en Italia. Por otra parte. recelosos tiempo hacía el papa y los venecianos del engrandecimiento desmedido del emperador, y considerándose los más expuestos á sufrir los efectos de su ilimitado poder, comenzaron á pensar seriamente en los medios de atajar sus progresos y de restablecer el equilibrio que formaba la base de su seguridad. El mismo Enrique VIII de Inglaterra conoció que había dado demasiado apoyo al emperador, y empezó á discurrir que la superioridad de Carlos podría ser más peligrosa ó más fatal á Inglaterra que la de los mismos reyes de Francia sus vecinos; y el cardenal Wolsey, que ni olvidaba ni perdonaba haber sido burlado dos veces por el emperador, no perdía ocasión de apoyar é inculcar estas ideas á su

monarca.

De todas estas disposiciones supo aprovecharse bien la madre de Francisco I, que en lugar de abatirse y entregarse á la tristeza por la prisión. de su hijo, no pensó sino en salvar el reino, ya que tanto en otras ocasiones le había perjudicado, y lo hizo obrando con la energía y la habilidad de un gran político. Ella se fué inmediatamente á Lyón, á fin de reunir y rehacer más pronto los restos del destrozado ejército de Italia: envió á Andrés Doria con una flota á buscar al duque de Albania que se hallaba en Civitavecchia, con cuyo auxilio pudo volver á Francia con su hueste poco disminuida: halagó á Enrique VIII, reconociéndose y haciendo que los parlamentos se reconociesen también deudores de dos millones de coronas de oro á la Inglaterra á nombre del rey prisionero; y ganó á Venecia y al papa, que reclutaron reservada y silenciosamente hasta diez mil suizos. Todo lo cual se manejaba con tal disimulo, que el papa estaba al mismo tiempo celebrando un pacto simulado con el emperador, y el rey de Inglaterra le enviaba embajadores á Madrid, dándole el parabién por la prosperidad de sus armas: si bien, invocando anteriores conciertos le requería que pusiese en su poder y á su disposición la persona del rey Francisco, y le hacía otras semejantes demandas y proposiciones á que le constaba no había de acceder, todo para tener un pretexto honroso de ligarse con la Francia. De este modo el emperador en los momentos de mayor prosperi

dad se veía abandonado de sus antiguos aliados, y todos estudiaban cómo engañarle.

Por lo que hace al rey prisionero, no extrañamos que el emperador vacilara en la conducta que debía observar con él, puesto que el consejo mismo á quien consultó se dividió también en tres diversos pareceres. Ciertamente lo más caballeroso y lo más galante hubiera sido adoptar el dictamen del obispo de Osma, confesor de Su Majestad Imperial, que proponía se pusiese inmediatamente en libertad al cautivo monarca, sin otra condición que la de que no volviera á hacer la guerra; pero dudamos que si era lo más noble, hubiera sido también lo más seguro, atendido el carácter del rey Francisco. Prevaleció, pues, el dictamen del duque de Alba, que sin oponerse á la libertad del prisionero, quería que antes de otorgársela se sacaran de su situación las condiciones más ventajosas posibles. Adhirióse á este consejo el emperador, y en su virtud despachó á Mr. de Croy, conde de Roeux, con la carta que transcribimos en el anterior capítulo para la reina madre de Francia, con el encargo de visitar al rey cautivo, y con la instrucción de las condiciones con que podría alcanzar su libertad. Las principales condiciones que se le imponían, y también las más duras, eran: la restitución del ducado de Borgoña al emperador, con todas sus tierras, condados y señoríos, en los términos que le había poseído el duque Carlos: la devolución de la parte de Artois que los reyes de Francia habían tomado á los predecesores del emperador: la cesión del Borbonés, la Provenza y el Delfinado al duque de Borbón, cuyos estados había de poseer éste con el título de rey: que diese al de Inglaterra la parte del territorio francés que decía corresponderle: que renunciara á to las sus pretensiones sobre Nápoles, Milán y demás Estados de Italia (28 de marzo, 1525). Condiciones eran en verdad sobradamente fuertes, y equivalían á exigirle la mutilación y desmembramiento de la Francia, despojándola de sus mejores provincias

Indignóse el prisionero al escuchar tales proposiciones. «Decid á vuestro amo, le dijo con voz firme al mensajero, que prefiero morir á comprar mi libertad á tal precio..... Si el emperador quiere recurrir á tratos, es menester que emplee otro lenguaje (1).» Sin embargo, pasada esta primera impresión, todavía el rey Francisco y la reina Luisa su madre dirigieron á Carlos cartas de mensaje, contestando en varios capítulos á las proposiciones del emperador. En ellos accedían á renunciar para siempre toda acción ó derecho que pudiera tener al reino de Nápoles, al ducado de Milán, al señorío de Génova, á las tierras de Flandes y condado de Artois; á restituir al duque de Borbón sus estados y á pagar sus pensiones, y aun darle en matrimonio su hija; á costear la mitad del ejército y de la armada, si el emperador quisiese pasar á Italia. ó á hacer la guerra á los infieles, y aun á acompañarle en persona. Pero negábase á la devolución de la Borgoña y á la cesión de las provincias de Francia, y proponía ciertos enlaces de familia para seguridad de una paz perpetua. Produjo esto contestaciones y réplicas, siendo siempre el principal punto de desavenencia

(1) «Dites à votre maitre, que j'aimeroys mieux mourir que ce faire... Si l'Empereur veut venir à traictés, il fault qu'il parle autre langage.»

y como la manzana de la discordia lo concerniente al ducado de Borgoña (1).

Mientras estas negociaciones corrían, el virrey de Nápoles, Carlos de Lannoy. procuró persuadir hábilmente á Francisco que le sería más ventajoso entenderse personalmente con el emperador, venirse á Madrid, presentarse á él, y dándole esta prueba de confianza sacaría mejor partido y obtendría más suaves condiciones. Francisco, á cuyo carácter se acomodaban bien estos golpes caballerescos, se dejó fácilmente alucinar de las bellas palabras del virrey, y accedió á ello.

Sin comunicarlo al emperador y sin revelar sus intenciones ni á Borbón ni á Pescara, preparó Lannoy una flota en Marsella; las naves las suministraba el mismo rey de Francia, y las tropas de la escolta habían de ser españolas (2). So pretexto de trasladar á Francisco á Nápoles para mayor seguridad, fingió Lannoy llevarle por mar hacia Génova; más luego mandó á los pilotos virar hacia España, y á los pocos días arribó la escuadrilla al puerto de Rosas en Cataluña (8 de junio). Sorprendió agradablemente á Carlos la nueva de que su ilustre prisionero se hallaba en territorio español, y perdonando que se hubiese hecho sin su mandato á true que de lisonjear su amor propio, dándole en espectáculo á una nación orgullosa, ordenó que se le condujera á Madrid. En Barcelona, en Valencia, en Guadalajara, en Alcalá, en todas las poblaciones del tránsito, fué agasajado y festejado el ilustre prisionero. Venían con él el virrey Lannoy y el encargado de su custodia don Fernando de Alarcón, y llegado que hubo á Madrid, se le aposentó en la torre de la casa llamada de los Lujanes, siempre bajo la vigilancia del mismo Alarcón (3).

(1) Colección de documentos relativos á la cautividad de Francisco I, hecha de orden del rey Luis Felipe de Francia. Núm. 59. Instrucciones de Carlos V á sus embajadores para tratar del rescate y libertad del rey de Francia con los de Madama la regente.-Núm. 66. Carta de Francisco I al emperador Carlos V (abril, 1525.) – Núm. 67. Respuestas del rey á los artículos propuestos por el emperador para tratar de su libertad, y comunicados por H. de Moncada. - Núm. 69. Los artículos de un tratado de Paz propuestos por el rey estando prisionero en Pizzighetone, y llevados al emperador por M. de Rieux. - Núm. 71. Primera instrucción á M. D'Embrun para tratar de la libertad de Francisco I.

De alguno de estos documentos manifiesta haber tenido noticia el obispo Sandoval: Robertson sin duda no los conoció.

(2) Concierto celebrado entre el virrey de Nápoles y el mariscal de Montmorency para trasportar á España al rey y la escolta española en galeras francesas (6 de junio, 1525). Colección de documentos relativos á la cautividad de Francisco I, núm. 88.

(3) Tres distintos lugares sirvieron sucesivamente de prisión á Francisco I en Madrid. Primeramente se le puso en la torre de la citada casa de los Lujanes, que está frente á la del ayuntamiento, ó sea la llamada de la Villa, cuya torre había sido en otro tiempo uno de los fuertes de la muralla que ceñía la antigua población. Allí estuvo hasta que se le preparó una habitación en el palacio del Arco, que hoy no existe: y últimamente se le trasladó á una torre del antiguo Alcázar, que ocupaba una parte del terreno en que se erigió después el magnífico palacio de nuestros reyes. - Informe dado por Mr. de Lussy, arquitecto, que residió mucho tiempo en Madrid, á Mr. Rey, autor de un volumen sobre la cautividad de Francisco I. - Quintana, Grandezas de Madrid, capítulo xxx, pág. 336.

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