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saco de los nuevos conquistadores. Venecia y el duque Sforza querían que marchara sobre Milán y destruyera á Antonio de Leiva, que con corto número de tropas se sostenía allí desde la salida de Borbón sólo á fuerza de maña y de habilidad. Pero Lautrec, que sabía el pensamiento secreto de Francisco, que no era el de reponer á Sforza en Milán, obró con arreglo á sus instrucciones, y dejando la Lombardía se dirigió sobre Roma como á libertar al papa (1).

No extrañaríamos, aunque no hemos visto documento que lo acreditase, que Carlos V tuviera alguna vez el pensamiento que los historiadores extranjeros le atribuyen de traer á España al papa Clemente, por el orgullo de tener cautivos bajo un mismo techo uno tras otro á los dos más importantes y elevados personajes de Europa y de su siglo. Si tal acaso imaginó, graves consideraciones políticas le movieron sin duda á no ponerlo por obra y á adoptar otro partido. Escaso siempre de recursos pecuniarios el emperador, porque las cortes de Castilla los otorgaban de mala gana para que los empleara en guerras extranjeras y las de Valladolid se los habían negado, prefirió negociar por dinero el rescate del pontífice, y Clemente, allanándose á todo, sucumbió hasta vender algunas dignidades eclesiásticas para pagar, á dar en rehenes sus mejores amigos y no hacer nunca la guerra al emperador; que á tal estado se veía reducido el jefe de la Iglesia por el funesto afán de mezclarse en la política del mundo como el príncipe más secular. Mas no inspirándole completa confianza las promesas de Carlos, é impaciente por verse libre de la prisión, después de siete meses de cautiverio, de acuerdo sin duda con alguno de sus guardadores, se fugó una noche del castillo de Sant-Angelo (9 de diciembre de 1527) disfrazado de mercader, y saliendo á pie por una puerta del jardín del Vaticano se fué á Orvieto al campo de la liga. Desde allí se apresuró á escribir á Lautrec, dándole gracias por su buena intención de restituirle la libertad; mas no queriendo romper ni con el emperador ni con la liga, instaba á los confederados á que sacaran sus tropas de los Estados de la Iglesia, esperando así obtener de Carlos que sacara las suyas de Roma, entregada ocho meses hacía á un permanente saqueo.

Mientras esto pasaba, embajadores de Francia y de Inglaterra habían venido á España á negociar con Carlos la libertad de los príncipes franceses. El emperador accedía ya á modificar el tratado de Madrid, recibiendo dos millones de escudos de oro por el rescate de los rehenes, con tal que Francisco retirara sus tropas de Italia, y le restituyera Génova y demás conquistas hechas por Lautrec. Envanecido el francés con los recientes triunfos de sus armas en Italia, rechazó altivamente la proposición del español, exigiendo por primera condición que le volviera sus dos hijos, y repusiera á Sforza en el ducado de Milán sin las restricciones que Carlos le ponía. El soberbio tono de Francisco encolerizó al emperador, y contestó indignado que no cedería un ápice de lo que acababa de ofrecer. Oída por los embajadores esta respuesta, y con arreglo á las instrucciones que de sus soberanos habían recibido, comparecieron un día en la corte

(1) Guicciardini, lib. XVIII.-Sismondi, 107.-Verchi, 87 y sigs.-Sandoval, libro XVIII.-Robertson, lib. V.-Leo y Botta, lib. XI, cap. IV.

respues

del emperador (22 de enero, 1528), acompañados de dos reyes de armas, y en nombre de sus amos le declararon la guerra con todas las formalidades de costumbre (1). Respondió el emperador con dignidad y firmeza, pero con moderación y templanza, al heraldo del monarca inglés; menos templado con el de Francia, díjole palabras harto duras y fuertes para que se las trasmitiera á su amo, tratándole de infractor de la fe, sin perjuicio de contestarle por escrito en un papel «que no contendría sino verdades (2).» Trasmitida al rey de Francia esta respuesta, Francisco, sobrado orgulloso y más arrebatado que prudente, despachó al mismo heraldo con el famoso cartel de desafío á Carlos V, que tanto ruido hizo en Europa entonces y en la historia después, concebido en los siguientes términos: «Nos, Francisco, por la gracia de Dios rey de Francia, señor de Génova, etc. A vos. Carlos, por la misma gracia electo emperador de Romanos, rey de España: hacemos saber que, habiendo sido informados de que en las tas que habéis dado á nuestros embajadores enviados cerca de vos para el bien de la paz, nos habéis acusado, diciendo que tenéis nuestra fe, y que sobre ella, faltando á nuestra promesa, nos éramos idos de vuestras manos: para defender nuestra honra, que en tal caso sería contra verdad muy cargada, hemos querido enviaros este cartel, por el cual, aunque en ningún hombre guardado pueda hacer obligación de fe, y que esta ofensa nos sería harto suficiente para haceros entender, que si habéis querido ó queréis hacernos cargo, no sólo de nuestra fe y libertad, sino de haber hecho jamás cosa alguna que un gentil hombre que ame su honor no deba hacer, os decimos que habéis mentido por la gola, y que tantas cuantas veces lo dijerais, mentiréis, estando resueltos á defender nuestra honra hasta el último instante de nuestra vida. Por tanto, pues contra verdad nos habéis querido hacer cargo, de aquí adelante no nos escribáis más sino para asegurarnos el campo, y llevaros hemos las armas, protestando que si después de esta declaración decís ó escribís palabras que sean contra nuestra honra, la vergüenza de la dilación del combate será vuestra, pues que venidos á él, cesa toda escritura. Fecho en nuestra buena villa y ciudad de París á 28 de marzo de 1528 años.--FRANCISCO (3). »

(1) Tratados de paz. Ofrecimientos hechos por los embajadores á Carlos V y respuestas del emperador: 10, 15, 20 y 21 de setiembre en Palencia.-Instrucción dada al obispo de Tarbes embajador del rey de Francia cerca de Carlos V para la intimación de la guerra: 11 de noviembre en París. Proceso verbal de la intimación de la guerra hecha por Guiena, heraldo del rey de Francia, á Carlos V, el 22 de enero de 1528 en Burgos.-Granvelle, Papeles de Estado, pág. 310.-Sandoval inserta también las contestaciones y las réplicas que produjeron los célebres desafíos entre Francisco I y Carlos V, que son muchas y largas, lib. XVI.

(2) En las palabras del emperador, que textuales copia Sandoval, aunque fuertes y enérgicas, no hallamos los insultos que suponen los historiadores extranjeros haber producido los retos siguientes.

(3) «Nous François, par la grace de Dieu, roi de France, seigneur de Génes, etc. Á vous Charles, par la meme grace élu empereur des romains, et roi d'Espagne; savoir faisons que... si vous nous avez voulu charger, non pas de notre dite foi et delivrance seulement, mais que jamais nous ayons fait chose qu'un gentilhome aimant son honneur ne doive faire, nous disons que vous avez menti par la gorge et qu'autant de fois que le

Este cartel no llegó á manos del emperador hasta el 8 de junio, sin que se manifestase la causa de tal dilación (1). A él contestó que aceptaba darle el campo y asegurársele por todos los medios razonables, señalándole para el combate un sitio entre Fuenterrabía y Andaya; y añadía: «Y para concertar la elección de las armas, que pretendo yo pertenecerme á mí, y no á vos, y porque en la conclusión no haya longuerías ni dilaciones, podremos enviar gentiles hombres de entrambas partes al dicho lugar, con poder bastante para platicar y concertar así la igual seguridad del campo, como la elección de las armas, y el día del combate, y la resta que tocará á este efecto. Y si dentro de cuarenta días de la presentación de ésta no me respondéis, ni me avisáis de vuestra intención sobre esto, bien se podrá ver que la dilación del combate será vuestra, que os será imputado y ayuntado con la falta de no haber cumplido lo que prometisteis en Madrid..... etc. Hecho en Monzón en mi reino de Aragón á 28 días del mes de junio de 1528 años.-CHARLES (2).»

Cruzáronse además varios manifiestos y mensajes haciéndose mutuas inculpaciones, y lanzándose recíprocos vituperios. Carlos por su parte despachó al rey de armas BORGOÑA á Fuenterrabía para asegurar el campo y arreglar las circunstancias del duelo (julio): el mismo BORGOÑA iba encargado de llegar hasta París y presentar el cartel del emperador al rey Francisco. Pero fueron tantos los pretextos de que se valieron para entorpecer su embajada así el gobernador de Bayona como el mismo soberano francés, que con mucho trabajo y gran dilación logró BORGONA el salvoconducto para pasar á París No menores dificultades y embarazos experimentó para poderse presentar al rey, que disimulaba poco andar huyendo y esquivando aquella entrevista. Admitido al fin el rey de armas español á la presencia del monarca con todo el ceremonial de costumbre, el rey-caballero no consintió en manera alguna que le fuera leído el cartel del emperador. Con desabridas palabras atajaba siempre al enviado en cuanto éste empezaba á hablar, y mostrando un enojo injustificado, so color de que debía presentarle antes el seguro del campo que el cartel, concluyó por despedirle con aspereza diciendo, que no le hablara de cosa alguna, pues no quería entenderse con él para nada, sino con su amo. Instó BORGOÑA en que por lo menos le diera un testimonio escrito de lo que le había pasado en el desempeño de su embajada, y como no pudiera conseguir que le certificaran la verdad, deliberó volverse á España á dar cuenta al emperador

direz, vous mentirez. Pourquoy... etc.» Granvelle, Papeles de Estado, t I.-Du Bellay, Memorias.-Sandoval trae la traducción castellana.

En los MS. de la Biblioteca nacional, tomo de Varios, G, 53, se halla una relación del desafío, en que se da cuenta de este cartel, añadiendo que le leyó en alta voz el secretario Juan Alemán.

(1) Hago saber á vos, Francisco, por la gracia de Dios, rey de Francia (le decía Carlos en respuesta), que á ocho días de este mes de junio, por Guiena, vuestro rey de armas, recibí vuestro cartel, hecho á 28 de marzo, el cual de más lejos que de París aquí pudiera ser venido más presto...>>

(2) Puede verse todo el documento en Sandoval, Hist. de Carlos V, lib. XV.— Véase cuán sin razón dice un historiador francés que Carlos estaba decidido á no batirse: Charles, fort decidé à ne pas se battre...

su amo de todo lo ocurrido, lo cual hizo, no sólo de palabra sino por escrito, en un manifiesto que publicó en Madrid (7 de octubre). En estas gestiones habían trascurrido los meses de julio, agosto y setiembre (1).

Oída la relación del rey de armas, y vista la conducta evasiva del monarca francés, tan poco correspondiente á su arrogante reto, consultó Carlos V al consejo de Castilla sobre lo que debería hacer. Informado de todo aquel grave tribunal, respondió después de muy madura deliberación, que puesto que su majestad imperial había cumplido y satisfecho al desafio propuesto por el rey de Francia, como al honor y estado de su imperial y real persona correspondía, y como caballero y gentil hombre hijodalgo era obligado, y que el rey de Francia no había hecho ni cumplido lo que debía, no queriendo oir al rey de armas, por donde clara y abiertamente se veía que rehusaba el campo y el combate, el emperador no era obligado á hacer ni mandar otro acto, ni protestación, ni diligencia, ni demostración alguna en este caso, como con persona que no quiso oir ni leer lo que era obligado, y debía saber; y atendido á que la denegación del rey de Francia había dado fin á este asunto, no le restaba otra cosa que hacerlo saber al reino y al ejército, y á quien S. M. le pareciese, para que todos se enterasen de la verdad de lo que había pasado. En conformidad á este dictamen, el emperador hizo una manifestación pública al reino de todo lo ocurrido, y así terminó felizmente el ruidoso desafío que había llamado la atención de toda Europa, y que pareció caso más propio de dos héroes de romance que de los dos más poderosos soberanos de su siglo (2).

Durante la reyerta de los dos monarcas, el general francés Lautrec, libre ya el pontífice, y aprovechando la inacción del ejército imperial en Roma, determinó marchar sobre Nápoles decidido á arrancar al emperador aquel reino. Esto obligó al príncipe de Orange, que había vuelto á ponerse á la cabeza del ejército imperial. á hacer salir las tropas de Roma, si bien reducidas á la mitad, habiendo perecido la otra mitad en diez meses de inacción, víctima de la peste y de sus propios desarreglos. Los imperiales al mando del príncipe de Orange y del marqués del Vasto, franquearon los Apeninos á fin de cortar á los franceses el camino de Nápoles. En vano intentó Lautrec darles batalla ofreciéndosela varias veces; los

(1) Entre otros documentos relativos á este ruidoso suceso, se han conservado, además de los carteles y respuestas de ambos soberanos, las cartas al rey de armas Borgoña, del gobernador de Bayona Sanbonet, las contestaciones de éste, la carta del rey de Francia al gobernador de Bayona, el salvoconducto firmado por Bayarte, y el manifiesto del rey de armas contando la historia de lo acaecido en su misión.

(2) Es muy extraño que los historiadores extranjeros en general y más los franceses, y aun el mismo inglés Robertson, pasen tan de largo por un acontecimiento que tanto ruido hizo, dedicándole sólo cuatro líneas, sin indicar siquiera las muchas contestaciones y réplicas, manifiestos, cartas, intimaciones y formalidades que mediaron y dejando como en duda en cuál de los dos soberanos consistió no realizarse el duelo. En esta parte el obispo Sandoval no cзcaseó ciertamente los documentos ni las noticias relativas á este caso, que llenan largas páginas en folio del lib. XVI de su Historia del emperador Carlos V. y Granvelle suministra también multitud de piezas curiosas sobre este asunto en sus Papeles de Estado.

jefes imperiales la esquivaron con mucha prudencia, y con no menos habilidad lograron replegarse á la capital de aquel reino. Detúvose Lautrec á conquistar algunas plazas menos importantes, y esta detención salvó á Nápoles. Cuando se presentó delante de esta ciudad, reforzado con las bandas negras de Florencia (abril, 1528), ya el príncipe de Orange y el marqués del Vasto habían tenido tiempo para fortificarse, y Lautrec en lugar de un asalto tuvo por prudente limitarse á un bloqueo.

Ocurrió, no obstante, al mes de bloqueada la ciudad, un contratiempo que puso á Nápoles á dos dedos de perderse. El virrey Moncada, sucesor de Lannoy, y el marqués del Vasto atacaron con sus naves la armada genovesa que guardaba la entrada del puerto, mandada por un sobrino

Dos Sicilias

N

JUANA Y CARLOS I

del almirante Doria. La tentativa fué tan desgraciada que las galeras imperiales fueron batidas y destrozadas, muerto el virrey Moncada, y prisionero el marqués del Vasto con muchos oficiales distinguidos (28 de mayo), los cuales fueron enviados por Felipino Doria á su tío el almirante como trofeos de su triunfo. La armada veneciana que arribó luego hubiera podido poner en el mayor conflicto á Nápoles, si los venecianos, celosos del poder de la Francia, no hubieran pensado más en recobrar para sí el dominio marítimo del Adriático, que en conquistar á Nápoles para los franceses. Por otra parte Enrique de Inglaterra, en vez de ayudar á los aliados guerreando en los Países Bajos, según había prometido, ajustaba una tregua de ocho meses con la gobernadora de Flandes; y el mismo Francisco I, más dado á malgastar en sus personales placeres que cuidadoso de enviar subsidios al ejército de Italia, tenía á Lautrec sin recursos ni mantenimientos, en ocasión en que las enfermedades de la estación calurosa diezmaban sus soldados en aquel país tan fatal á los franceses.

Vino á tal tiempo á acabar de hacer comprometida y crítica la situación de Lautrec, y á causar una profunda herida al poder de la Francia, la defección del famoso almirante genovés Andrés Doria, el más excelente y aventajado marino que en aquel tiempo se conocía, dejando el servicio de Francisco y pasando al del emperador. Esta defección, no menos funesta á la Francia y á su rey que la del condestable Borbón, fué motivada por las causas siguientes. Génova, aunque puesta bajo el protectorado de la Francia, quería conservar sus antiguas franquicias y libertades; y Doria, hombre de carácter independiente y altivo como buen republicano, abogaba por la libertad de su patria, y hacíalo con la independencia y la franqueza de quien tenía más de marino que de cortesano; cosa que disgustaba

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