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ra con su presencia y ejemplo, que decidió la victoria, la cual no se logró sin la muerte del brioso hidalgo Valdivia, del intrépido Juan de Benavides, y de otros no menos esforzados capitanes.

Honró á Carlos, aun más que la victoria de aquel día, un rasgo de nobleza que merece mencionarse. Presentóse en el campo un moro pidiendo hablar en secreto al César. Admitido que fué, díjole que había un medio para que pudiera ganar la ciudad sin perder un soldado ni gastar un escudo. Preguntado por el emperador qué medio era éste, respondió el moro que el de asesinar á Barbarroja, lo cual se ofrecía él á ejecutar y lo haría muy fácilmente echándole un tósigo en el pan, puesto que él era el panadero del rey. «Deshonra sería de un príncipe, replicó indignado el emperador, valerse de la traición y de la ponzoña para vencer á un enemigo, aunque sea un aborrecido corsario como Barbarroja, á quien pienso vencer y castigar con el favor de Dios y con la ayuda de mis valientes soldados. » Y envió noramala al traidor africano (1).

Aquel mismo día se levantó repentinamente una horrible tormenta con tan furioso viento y tan deshechos aguaceros, que las tiendas y pabellones se desplomaban; las naves chocaban reciamente unas con otras; ni de la tierra se veía el mar, ni desde el mar se divisaba la tierra; los gritos y alaridos del campo se mezclaban con los estampidos de los truenos; todo era aturdimiento y confusión; ni sabían los cristianos si los acometían los moros ni por dónde; ni podía desplegarse bandera, ni dispararse arcabuz; ni los capitanes acertaban á mandar, ni los soldados veían á quien obedecer, y todos corrían desatentados y ciegos. Temiendo las consecuencias de tan general espanto, el príncipe Andrea Doria discurrió infundir aliento á su gente gritando por todas partes: La Goleta es ganada. Aunque no era verdad, la voz surtió el efecto que se había propuesto el gran marino, y cuando se serenó la tempestad se halló el ejército animado para resistir á los turcos que ya salían del fuerte.

Otro día (29 de junio) se vió aparecer sobre las ruinas de Cartago unos doscientos moros á caballo ondeando unas tocas blancas en señal de paz, diciendo á voces: Todos somos unos y de un señor. Era el rey de Túnez destronado por Barbarroja, Muley Hacen, con quien el emperador traía ya secretas inteligencias, y á quien había ofrecido restituirle su reino. Salieron á recibirle muy cortésmente el duque de Alba, el conde de Benavente y Fernando de Alarcón. Cincuenta pasos antes de llegar á la tienda del emperador, arrojó Muley Hacen al suelo su larga lanza de cuarenta palmos, soltaron los demás moros las suyas, apeáronse todos, llevaron en brazos á su rey, levantóse el emperador para recibirle, Muley le besó en el hombro, y con gran respeto le dijo: «Seas en buen hora, gran rey de los cristianos, venido á estos trabajos que has tomado: espero en Dios misericordioso tendrán su recompensa; y si la fortuna de todo me privase,

(1) En este tiempo vino de Túnez un moro, el cual decía que era panadero del Barbarroja, y ofrecióse de entosigalle, lo cual el emperador jamás quiso aceptar, porque no fuese traición el camino por do alcanzase la victoria.»-Relación de lo sucedió en la conquista de Ténez y la Goleta. Códice de Misceláneas de la Biblioteca del Escorial, estante ij.-núm. 3.

que

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TIENDA DE CAMPAÑA DEL EMPERADOR CARLOS V (MUSEO DE ARTILLERÍA DE MADRID)

mientras Hacen, siervo tuyo, viviese, ni faltará voluntad para servirte, ni conocimiento para agradecerte el cuidado que por él tomaste. Por la venida que has hecho te doy mil gracias, y por lo que aquí te detendrás te beso los pies, pues en tan gran obligación me has puesto, así como á mis descendientes, dándome ayuda contra Haradín Barbarroja, que me ha hecho tantos males cuantos bienes él y sus hermanos de mí recibieron, cuando mayor necesidad tenían y yo mayor prosperidad. No te maravilles, gran sultán, de esto que digo, ni de las quejas que con dolor te doy, porque en ley de bueno cabe hacer buenas obras á todos, y á ninguno zaherirlas... No tanto codicio volver á Túnez por cobrar mi patrimonio ni entrar en mi reino perdido, cuanto por tener con qué servirte.»>

Contestóle el emperador con mucha amabilidad, prometiendo que le libraría de los trabajos que Barbarroja pudiera darle, y encargó á todos los grandes y caballeros que le dieran el mejor tratamiento. Muley regaló á Carlos la hermosa y ligerísima yegua castaña que montaba, y se despidió para admirar luego el orden del ejército y campamento imperial, que para él era cosa nueva y sorprendente (1).

Pasaron todavía los cristianos grandes fatigas y penalidades en los días siguientes. Los ardientes calores del suelo africano en la rigurosa estación del mes de julio, la sed abrasadora, la falta de agua y de alimentos sanos, los trabajos de las obras de ataque, las escaramuzas y rebatos diarios, el continuo cañoneo de una y otra parte, las enfermedades que desarrollaban, todo hacía desear que se pusiera término á aquella situación lo más brevemente posible, y el emperador así lo procuró disponiendo un ataque general por mar y tierra á aquella fortaleza formidable. La noche antes de la batalla (13 de julio) la pasó visitando en persona, acompañado como siempre de su cuñado el infante de Portugal, todos los reparos y bastiones, baterías y trincheras, animando con alegre semblante á capitanes y soldados, recordándoles sus antiguas victorias y principalmente el haber espantado con sólo su nombre en Hungría y hecho retirar á quinientos mil turcos, y prometiendo recompensar largamente á cada uno según lo que en aquella jornada mereciese, con lo cual todos ardían en deseos de que llegara la hora del combate.

Las fuerzas así de tierra como de mar se habían dividido en tres tercios y puesto en la colocación conveniente para el ataque simultáneo. El príncipe Andrés Doria, general de la armada, mandaba las galeras que habían de batir la torre de la Goleta, el muro nuevo y el bastión de la marina. Ayudabale con las galeras del papa, con las de Rodas, Malta y Por

(1) Consérvanse en nuestros archivos varias cartas que el emperador escribió á la emperatriz y á algunos grandes y señores de España, entre ellos al virrey de Navarra. con quien se comunicaba siempre que podía, fechadas: «De nuestro campo sobre la Goleta de Túnez, á 30 de junio del año de 1535.-Yo el rey.- Cobos, Comendador mayor.» En ellas da cuenta de lo que le había acaecido desde su salida de Barcelona hasta aquella fecha. Nuestros antiguos historiadores insertan algunas de ellas. Otras hay inéditas, que la naturaleza de nuestra obra no nos permite detenernos á copiar.-El inglés Robertson dedica sólo unas breves páginas á la relación del importante sitio y conquista de la Goleta y de Túnez, y omite todos los incidentes. Sandoval, por el contrario, trata este suceso con tanta prolijidad, que le consagra multitud de páginas en folio.

tugal, el caballero romano conde de Anguilara. Capitaneaba las galeras de Nápoles don García de Toledo marqués de Villafranca. Don Álvaro de Bazán era el jefe de la flota española. El ejército de tierra estaba igualmente partido en tres tercios: Santiago, San Jorge y San Martín eran los nombres de la vanguardia, del centro y de la retaguardia. Había en el campo de los españoles veinte piezas de batir, con una culebrina de más de veinte pies de largo: los italianos tenían en su cuartel diez y seis piezas. Al romper el alba (14 de julio) el emperador oyó misa y comulgó con los de su corte. Al ser de día se dió la señal y comenzó el estruendo de la artillería de los cristianos, y á contestar los moros y turcos con la suya desde la Goleta. El cañoneo duró unas seis horas: el humo quitaba la vista, los estampidos ensordecían, el agua hervía debajo de las naves, y parecía que retemblaba la tierra y que se rompía y desgajaba el cielo. Comunicáronse los dos generales de tierra y de mar, el marqués del Vasto y el príncipe Doria; y el emperador tan pronto estaba en las baterías como cogía un arcabuz para disparar á los alárabes y moros de la parte de los olivares. Brava y heroica era la resistencia de los mahometanos. Al fin se desplomó la torre de la Goleta con su barbacana aplanando á los artilleros turcos, y desportillados los lienzos y bastiones por varias partes, se ordenó el asalto general. A los disparos que hacían todavía los turcos, se detuvieron y arremolinaron los italianos y españoles, y al verlo el emperador: ¡Oh mis soldados! exclamó á gritos: ¡aquí mis leones de España! Y encendidos en coraje arremetieron á porfía sin acordarse ya nadie de la muerte. Parece que los primeros que entraron en la Goleta fueron los soldados Miguel de Salas y Andrés Toro, ambos toledanos: de la gente de las galeras fué el primero don Álvaro de Bazán, y de los caballeros el príncipe de Salerno.

Muertos y ahuyentados los turcos y moros, hízose general la entrada. de los imperiales en la Goleta. Halláronse sobre cuatrocientas piezas de artillería, algunas muy gruesas y con flores de lis é inscripciones que denotaban haber sido llevadas de Francia. Se cogió gran cantidad de municiones y armas, y un número de flechas increible; se apresaron en el canal cuarenta y dos galeras, entre ellas la capitana que Barbarroja había traído de Constantinopla, con más otras cuarenta y cuatro galeotas, fustas y bergantines, y otras pequeñas naves hasta ochenta y seis de varias formas. El mismo día entró el emperador en la Goleta con el infante de Portugal su cuñado, y con el rey Muley Hacen, á quien dijo con risueño semblante: Esta será la puerta por donde entraréis en vuestro reino. Muley Hacen bajó los ojos, le dió las gracias, y dijo rogaba á Dios le diese cumplida victoria. Aquel mismo día escribió Carlos á la emperatriz, y á los grandes y virreyes de España noticiándoles su glorioso triunfo (1).

El pensamiento del emperador era marchar aquella misma noche sobre

(1) Sandoval cita varios hechos de armas heroicos, y particulares rasgos de valor que ocurrieron en el sitio y toma de la Goleta, de esos que siempre acontecen en tan largos y serios combates. - De las cartas del emperador sólo cita las que dirigía al marqués de Cañete, virrey de Navarra, las cuales pudo sin duda conocer más fácilmente, y se le franquearían del archivo de aquel reino, como obispo de Pamplona que era.

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