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Túnez, y así lo escribía á España. Mas en el campo imperial se levantó una fuerte oposición á este proyecto, fundada en no leves razones, cuales eran, el corto número de gente para tomar una ciudad populosa y vasta, defendida por cien mil ó más combatientes con que contaba Barbarroja; la escasez de caballería para pelear contra veinte mil árabes, diestros jinetes y con buenos caballos; los muchos soldados que se hallaban ya enfermos, y sobre todo el calor abrasador, y la falta de agua que los ahogaría en el camino. Pero Carlos, que tenía empeño en arrojar de allí á Barbarroja, y que había prometido el reino á Muley Hacen, convocó todos los caballeros y capitanes, les expuso con energía sus razones, les habló al alma, interesó su amor propio, y adhiriéndose á él el infante don Luis de Portugal y el duque de Alba, quedó resuelta la jornada á Túnez, si bien se difirió unos días.

Barbarroja, aun perdidas la Goleta y la flota, que eran sus dos grandes elementos de resistencia y de fuerza, resolvió también defender á todo trance su capital. Contaba con más de cien mil soldados, y si tenía muchos desafectos, procuraba ganarlos con dádivas ó aterrarlos con ejemplares de castigos crueles, y fiaba en que faltaría sustento á los cristianos, y principalmente el agua, y se morirían de sed. Apercibió su gente, velaba todas las noches, tomó todas las medidas para esperar á los cristianos, y para estar más libre de zozobra encerró los cautivos, que eran más de doce mil, en la alcazaba, y gracias que no los hizo quemar, como fué su primer impulso y pensamiento.

Determinada la partida del ejército imperial, dispuso el emperador que quedara en la Goleta Andrés Doria con algunas compañías italianas y españolas, con los enfermos, las mujeres, los mercaderes y gente de oficio; y dejándole las convenientes instrucciones, y armándose él de punta en blanco, después de recorrer todos los escuadrones, se puso en marcha la mañana del 20 de julio con los veinte mil hombres de todas armas que formaban el ejército expedicionario, cuyo orden quiso dirigir él mismo en persona, no obstante que llevaba generales tan entendidos como el marqués del Vasto, el príncipe de Salerno, Fernando de Alarcón, el duque de Alba, el marqués de Mondéjar y otros buenos caudillos. El rey Muley Hacen le sirvió mucho para informarle de la posición de la ciudad, de sus contornos, de las costumbres y manera de pelear de los tunecinos y alárabes.

La marcha fué tan penosa como muchos habían previsto. A falta de bestias de tiro, tenían los hombres que arrastrar á brazo la artillería por un suelo de movediza y menuda arena. Habían andado dos millas cuando llegándose Muley Hacen á Carlos V le dijo: Señor, los pies tenéis do nunca llegó ejército cristiano.-- Adelante los pornemos, le respondió el rey, placiendo á Dios (1). Aunque cada soldado llevaba sobre sí la provisión para tres ó cuatro días, y alguna agua en una pequeña bota, era tan recio el sol, y aquella tan escasa, y calentóse tanto en siete horas de marcha por aquellos abrasados arenales, que se morían de sed y rompían las filas desmandándose en busca de agua, teniendo el marqués del Vasto, y el empe

(1) Relación de lo que sucedió, etc. Biblioteca del Escorial, estante jj.-núm. 3.

rador mismo, que andar á cuchilladas con los soldados para ponerlos en orden. Algunos caían muertos y otros desmayados, como le aconteció al conde de la Coruña don Alonso de Mendoza, y había quien por beber se ahogaba en las cisternas. Así anduvieron las cinco millas desde la Goleta á Túnez, en cuyas inmediaciones encontraron á Barbarroja esperándolos con su numerosa morisma. Asustáronse muchos al ver tan espesa masa de enemigos, y como alguno lo manifestase así al marqués de Aguilar: << Mejor, contestó éste, así venceremos á más y será mayor el despojo: á más moros más ganancia.» Frase que desde entonces quedó en España como adagio popular.

Frente ya uno de otro, Carlos V y Barbarroja, cada cual ordenó sus haces y arengó á los suyos. Fiado Barbarroja en la superioridad numérica de su gente, y en el cansancio, la fatiga y la sed de los imperiales, dió el primero la señal de acometer, y arrojáronse sus moros con descompasados gritos sobre los cristianos; mas á pesar de su fuerza numérica, de la ventaja de sus posiciones, y del arrojo y esfuerzo del antiguo jefe de piratas, todo se estrelló contra la disciplina, la serenidad, el valor y los certeros tiros de las regladas tropas del imperio, dirigidas por tan expertos y entendidos capitanes; y después de algunas horas de recio y general combate, volvieron los mahometanos las espaldas al enemigo y los rostros hacia Túnez, arrastrando en su fuga al mismo Barbarroja, y quedando los cristianos en el campo, donde se hartaban en las cisternas y pozos de agua y de sangre, todo revuelto La confusión y el espanto se difundieron por la ciudad, y muchos la desampararon despavoridos. Barbarroja había vuelto decidido á defenderla, pero un suceso en que él no había pensado le puso en la desesperación, y dió al traste con sus planes. Los cristianos cautivos encerrados en las mazmorras de la alcazaba, aquellos á quienes había tenido tentación de hacer degollar, y cuyo acto de barbarie suspendió por habérselo afeado el judío Sinán, durante la ausencia de Barbarroja habían logrado ganar á dos guardas del fuerte, que eran españoles renegados, se hicieron dueños de las llaves, rompieron las cadenas, arrollaron la guardia turca, se apoderaron de la artillería, y la volvieron contra sus propios verdugos. Cuando lo supo Barbarroja, maldijo al hebreo que le había quitado del pensamiento degollar y quemar los cautivos, decayó de ánimo viendo la alcazaba perdida, desfallecieron también la mayor parte de los suyos, y lleno de rabia y de melancolía, huyó de Túnez con los que quisieron seguirle camino de Bona.

Entretanto el victorioso emperador marchaba con su ejército hacia la ciudad con grandes precauciones por temor de alguna emboscada. En esto divisaron una bandera blanca en la torre de la alcazaba. El emperador, que ignoraba el suceso de los cautivos cristianos, no sabía á qué atribuir aquella señal; mas no tardó en ser informado de todo lo ocurrido por algunos moros del arrabal que se adelantaron á ofrecérsele de rodillas, besándole los pies y proclamando Imperio. Acercóse entonces á la población, y encontróse con comisionados de la ciudad que salían á hacerle entrega de las llaves, y al ver á su antiguo rey Muley Hacen, mostraron ó verdadera ó fingida alegría con lengua, gestos y ademanes exagerados según su estilo. Bien hubiera querido Muley Hacen evitar el saqueo de la

ciudad, y así se lo suplicó al emperador, hasta ofrecerle quinientas doblas con tal que en las dos primeras horas lo impidiese. ¿Pero podían ni el César ni los capitanes tener enfrenada la soldadesca una vez dentro en la ciudad? Así fué que no hubo medio de contener la matanza y el pillaje, en que se cebaron los soldados grandemente, siendo una de las cosas que sintió más Muley Hacen el destrozo de la magnífica librería, cuyas encuadernaciones é iluminaciones en oro y azul valían una suma inmensa.

Hizo, pues, Carlos V su entrada en Túnez el miércoles 21 de julio de 1535 (1). Hallaron allí muchas armas de las que los españoles habían perdido en la desastrosa jornada de los Gelbes, juntamente con el rico arnés dorado que fué del desgraciado don García de Toledo. Hiciéronse sobre diez y ocho mil esclavos, que se vendían á los más ínfimos precios. En cambio recobraron su libertad los doce ó diez y seis mil cautivos cristianos que allí tenía Barbarroja, muchos de ellos desde el tiempo de sus piraterías. Despachó el emperador pliegos á todas las naciones de la cristiandad participándoles su triunfo, y envió á España con cartas para la emperatriz al caballero portugués Jorge de Melo. Permaneció algunos días en Túnez para tratar con Muley Hacen las condiciones con que había de entregarle su antiguo reino, que fueron las siguientes:

1. Muley Hacen se obligaba á dar libertad á todos los cautivos cristianos que existiesen en su reino, y á no consentir que nunca ni por nadie fuesen maltratados.

2. Ni él ni sus sucesores cautivarían jamás, ni consentirían cautivar cristianos de ninguno de los dominios del emperador, ni de los de su hermano don Fernando.

El rey de Túnez permitiría en su reino iglesias cristianas, sin que se estorbara la celebración de los oficios y culto católico.

4.

No consentiría vivir en sus tierras ningún moro de los nuevamente convertidos en Valencia y Granada.

5. Cedía Muley Hacen al emperador y reyes de España las ciudades de Bona, Biserta y otras fuerzas marítimas que Barbarroja tenía usurpadas al reino de Túnez.

6. Dejaba á Carlos y sus sucesores la posesión de la Goleta con dos millas de terreno en circunferencia, con la sola condición de que permi tieran á los vecinos de Cartago sacar agua de los pozos de la torre llamada del Agua.

7.a Libre trato y circulación por todo el reino á los cristianos que guarneciesen la Goleta.

8. El rey de Túnez pagaría para el sostenimiento de la fortaleza doce mil ducados de oro anuales.

9. Todos los súbditos del emperador podrían comerciar libremente en el reino, teniendo un juez imperial para sus causas.

10.

Muley Hacen y sus sucesores pagarían al rey de España y los

(1) Sandoval ha tenido la curiosidad de observar la rara coincidencia, que el 16 de junio en que desembarcó el emperador en Africa, fué miércoles, que el 14 de julio, en que tomó la Goleta, fué miércoles también, y el 21, en que hizo su entrada en Túnez, fué igualmente miércoles.

suyos, todos los años perpetuamente el dia 25 de julio en reconocimiento de vasallaje, seis buenos caballos moriscos y doce halcones, bajo las penas que de no cumplirlo se establecieron.

11. Mutua y perpetua amistad entre el emperador y sus sucesores y el rey de Túnez y los suyos, y libre negociación y comercio entre sus vasallos.

12. El de Túnez no recogería, antes se obligaba á echar de sus reinos todos los corsarios y piratas que anduviesen por el mar y fuesen enemigos del César (1).

Bajo estas condiciones, que firmaron los dos monarcas, con sus correspondientes testigos, y que se escribieron en español y en arábigo, dió Carlos posesión de su antiguo reino á Muley Hacen, que subiendo otra vez al trono por entre torrentes de sangre no podía prometerse ser mejor quisto que antes de sus vasallos, por más que el emperador le dijera al despedirse estas nobles palabras: «Yo gané este reino derramando la sangre de los míos; tú le has de conservar ganando el corazón de los tuyos: no olvides los beneficios que has recibido, y trabaja por olvidar las injurias que te han hecho.»>

En persecución de Barbarroja había enviado Carlos á Adán Centurión con algunas galeras, el cual se volvió sin atreverse á llegar á Bona. Avergonzóse Andrés Doria de aquella cobardía, y marchó él mismo con cuarenta galeras; mas cuando llegó á las aguas de Bona, ya Barbarroja se había fugado; tomó la ciudad y el castillo, y regresó dejando en él á Alvar Gómez con una compañía de españoles. De buena gana hubiera ido el emperador en seguimiento del famoso corsario hasta arrojarle también de Argel, pero hubo de desistir ante las consideraciones que le expusieron. Logrado, pues, el objeto de su expedición, despidió las flotas de Portugal y Castilla, y dejando por alcaide y gobernador de la Goleta á don Bernardino de Mendoza con mil veteranos españoles, dióse á la vela con el resto de las naves la vía de Italia, arribó á Trápani, ciudad de Sicilia (20 de agosto), y de allí á Monreal y Palermo, donde fué recibido con las demostraciones más solemnes de público regocijo.

De tal modo el resultado de esta ruidosa expedición hizo subir de punto la fama de Carlos V, que su gloria, como dice un entendido historiador, «eclipsó la de todos los soberanos de Europa, pues mientras los demás príncipes no pensaban sino en sí mismos y en sus particulares intereses, Carlos se mostró digno de ocupar el primer puesto entre los reyes de la cristiandad toda vez que aparecía cifrar todo su pensamiento en defender el honor del nombre cristiano, y en asegurar el sosiego y la prosperidad de Europa.»>

(1) Dumont, Corps. Diplomat. t. II.-Sandoval, Hist. del Emperador, lib. XXII.

CAPÍTULO XX

EL EMPERADOR EN FRANCIA.-NUEVAS GUERRAS CON FRANCISCO I

De 1529 á 1538

Comportamiento de Francisco después de la paz de Cambray.-Busca enemigos al emperador.-Desatentada política del francés.-Suplicio horrible de herejes: irrita á los príncipes reformistas á quienes había halagado.-Marcha contra Milán.-Despoja al duque de Saboya.-Acógese éste á la protección del emperador.—Pretende el francés suceder al duque Sforza en el Milanesado.-Solemnísima declaración de guerra hecha á Francisco I por el emperador en Roma, en plena asamblea del papa, cardenales y embajadores: reto arrogante.-Entrada del emperador con grande ejér cito en Francia: imprudente confianza de Carlos.-Atinadas medidas de Francisco para la defensa de su reino.-Comprometida situación del ejército imperial.—Retirada deshonrosa.-Muerte del famoso capitán Antonio de Leiva.-Vuelve Carlos V á España.-Guerras de franceses é imperiales en Flandes y Lombardía.—Intervención de dos reinas en favor de la paz.-Treguas.-Alianza de Francisco I con el sultán de Turquía contra el emperador.-Formidable armada turca en las costas de Italia. -Barbarroja y Andrés Doria.-Negóciase la paz entre Carlos y Francisco.-Buenos oficios del papa y de las dos reinas.-Tratado de Niza.-Tregua de diez años.--Célebre entrevista de Carlos y Francisco en Aguas-Muertas.-Se abrazan, y se separan amigos. Resultado de estas guerras.

Un soberano había también en Europa que en vez de alegrarse de los triunfos de Carlos V, no sólo los oía con envidia, sino con pena, y aun procuraba servirse de ellos como de arma para concitar los recelos y sospechas de las demás naciones sobre su desmedido engrandecimiento y sobre sus designios, como había aprovechado su ausencia para trabajar en suscitarle compromisos y enemigos.

Este soberano era Francisco I de Francia, su eterno rival, que humillado y mortificado desde la paz de Cambray (1527), alimentaba en secreto su antiguo odio á Carlos, y no había cesado de buscar ocasiones y pretextos para ver de recobrar su perdida influencia y vengar las humillaciones recibidas del emperador. Un agravio que el duque de Milán Francisco Sforza le hizo en la persona de su embajador (1), le dió motivo para amenazar á Sforza, para quejarse agriamente al emperador, suponiéndole autor de aquel ultraje, y para apelar á todos los príncipes de Europa contra Carlos, de quien no pudo alcanzar satisfacción (1533). Pero sus gestiones fueron inútiles. El pontífice Paulo III que había sucedido á Clemente VII, quiso mantenerse neutral en las cuestiones de los dos monarcas, y Enrique VIII de Inglaterra no se prestaba á favorecer á Francisco, mientras éste no se emancipara como él de la obediencia á la silla apostólica. Entonces el monarca francés, en su ciega indignación, se precipitó en una marcha política incomprensible, contradictoria, y á todas luces desaten

(1) El caballero milanés Merveille, á quien el duque hizo condenar á pena capital por muerte dada en una disputa á un criado suyo.

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