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les y monjas á rogar á Dios por nosotros (1). La fe del César era muy laudable; pero las preces de los frailes y monjas de España no alcanzaron á evitar que se perdieran quince navíos mayores, y hasta ciento cincuenta menores, con una buena parte de la tripulación y casi todos los bastimentos. El pronóstico de Andrés Doria se había cumplido con demasiada y harto dolorosa exactitud: el célebre marino aseguraba no haber atravesado tan horrorosa tormenta en cincuenta años de andar por los mares, y gracias que él pudo con algunos medio destrozados buques ganar el cabo de Metafuz, aunque harto distante del campamento, y desde allí envió una galera á dar aviso al emperador, aconsejándole que marchase allá con el ejército lo más presto que pudiese para reembarcarle si no había de acabarse de perder.

La situación no dejaba tampoco otro partido que tomar. Parecía amenazar otra tormenta, y la gente que había quedado se hallaba sin fuerzas ni vigor para sufrir ni más borrascas ni más fatigas. El emperador, paseando en medio de algunos de sus desalentados y desfallecidos caballeros, no contestó al aviso sino con las palabras: Fiat voluntas tua; con que manifestaba conformarse á un tiempo con la voluntad de Dios y con el consejo del almirante Doria. Dió luego orden de alzar aquel funesto campo y marchar. Con alegre y feroz sonrisa vieron los argelinos el movimiento de retirada, y no dejaron de salir á picar la retaguardia de los cristianos, á quienes molestaban también los moros montañeses desde los cerros en toda aquella marcha penosa, que penosísima fué, puesto que muchos de los enfermos y heridos caían sin aliento en los barrancos; otros que apenas podían sostener el peso de las armas y quedaban rezagados, eran alanceados por los alárabes, y todos sin otro alimento que las yerbas que encontraban, y los caballos que el emperador mandaba matar, y algunos galápagos y caracoles, sólo los más robustos podían soportarlo, y para que no faltase nada á tanta penalidad, aun tuvieron que atravesar un río con el agua hasta el pecho. Lo único que infundía aliento á todos era la serenidad, la presencia de ánimo, la magnanimidad con que el emperador sufría todos los trabajos é infortunios como el último de sus soldados, comiendo lo mismo que ellos, acudiendo á todos los peligros, ayudando y consolando á los más débiles, y no dando una sola señal de flaqueza. Con tan heroico comportamiento consiguió que los mismos generales que se habían opuesto á la expedición le perdonaran las desgracias que su obstinación había acarreado.

Al fin, después de imponderables trabajos llegaron con bonancible. tiempo al cabo de Metafuz, donde para su consuelo y fortuna hallaron abundancia de víveres, que se conservaban en las naves que Doria había podido salvar, y repusieron sus gastadas fuerzas y recobraron su perdida alegría. Este cambio hizo ya dudar si convendría reembarcarse para Europa, ó sería mejor volver sobre Argel: á esto último, que parecía tan temerario, se inclinaban no obstante muchos, especialmente los españoles, los más fáciles en olvidar los trabajos, así por parecerles cosa vergonzosa retirarse sin poder contar más que desastres, como porque creían que aun

(1) Sandoval, Hist. de Carlos V, lib. XXV, núm. 14.

podía conquistarse Argel tomando precauciones que antes no se habían tenido. De este dictamen era el ilustre Hernán Cortés, famoso ya por sus hazañas en el Nuevo Mundo, y el cual se halló en esta jornada sin que de su persona, por miserables envidias, se hiciese caso, y menos se le diese parte en los consejos; y tanto que como después de pasada la tormenta propu siese que se le dejara con la gente que allí había, y que se obligaba á ganar con ella á Argel, los unos no quisieron escucharle, y los otros hasta se burlaron: ¡se burlaban del atrevido conquistador de Méjico (1)! Decidióse, pues, el emperador por el reembarque, y como las naves eran pocas y la gente mucha, hubo necesidad de arrojar al mar los caballos para hacer lugar á los hombres, cosa que dió á todos gran lástima, y especialmente á los dueños de aquéllos, con quienes tuvo el emperador que usar de toda su autoridad. Embarcáronse, pues, primero los italianos, los alemanes luego, y los últimos los españoles, siendo el emperador de los postreros á dejar la playa

No habían acabado los trabajos de esta expedición desastrosa Apenas la tierra había quedado limpia de hombres, cuando se cubrió otra vez la atmósfera y se levantó otra borrasca, que aunque no tan horrorosa como la primera, bastó para dispersar toda la flota, llevando á Bujía ó á Italia los buques que debían venir á España, arrojando á otros á Orán, algunos á Argel, naufragando otros en los torbellinos antes de poder salir á alta mar, habiendo nave en que iban cuatrocientos tudescos, que anduvo perdida cincuenta días, pereciendo al fin de hambre y de frío cuando tomaron puerto los que en ella navegaban. El emperador mismo, después de correr graves riesgos, fué á abordar á Bujía, y allí permaneció hasta que serenado el tiempo, y habiéndose levantado un viento sudoeste, despachó á Sicilia y España á Fernando de Gonzaga y al conde de Oñate con las pocas naves que allí había de cada país, y él tomó rumbo á Mallorca, y de allí á Cartagena (diciembre, 1541), donde fué recibido por los españoles con la alegría de quien recelaba ya que no volviese, según las funestas y alarmantes nuevas que habían corrido.

Tal fué la desgraciada y calamitosa jornada de Argel, emprendida por Carlos V contra el consejo de sus generales: suceso que, como dice un antiguo historiador, «dió qué contar para los siglos venideros, y causó grandes y muchas romerías, devociones y votos.» Bien expió su temerario antojo, y bien debió aprender á no confiar en la fortuna, que así le había sonreído en Túnez como se le mostró ceñuda en Argel: gran lección para los príncipes que, fiados en su poder ó en su suerte, dan entrada en su pecho á la presunción y á la arrogancia. Grandes y muchas fueron las pérdidas, muchas y grandes también las calamidades é infortunios que causó esta malhadada expedición; y sin embargo, aun se habían temido mayores en España y en los dominios del imperio, donde la distancia los hacía llegar abultados, como de ordinario acontece con las malas nuevas.

(1) Dice Sandoval, hablando de esto, que quien más perdió en la expedición, después del emperador, fué Hernán Cortés, marqués del Valle, «porque se le cayeron en un cenagal tres esmeraldas riquísimas, que se apreciaban en 100.000 ducados, y nunca se pudieron hallar.»

Todavía miró España como un consuelo el regreso del hombre que sacrificaba sus hijos, ya en prósperas, ya en desafortunadas empresas, así para ganar triunfos como para sufrir reveses (1).

(1) Nicol. Vilagn., Caroli V, expeditio ad argyriam. - Sandoval, Historia del emperador, lib. XXV. - Paolo Giov., lib. XL. - Vera y Zúñiga, Vida de Carlos V. - Carta del comendador Bañuelos sobre lo ocurrido en la expedición de Argel: MS. de la Biblioteca del Escorial, estante ij. - V.-4. - Carta del emperador al cardenal Tavera: MS. de la Biblioteca del Escorial, ij. – V. -3, y en la Colección de documentos inéditos, t. I.

FIN DEL TOMO OCTAVO

APÉNDICES

PERTENECIENTES AL TOMO OCTAVO

I

DESAFÍO DE CARLOS V Y FRANCISCO I

1528

(Archivo de Simancas. Estado, leg. 1553.)

Real cédula que el emperador dirigió á Sancho Martinez de Leiva, capitan general de la provincia de Guipúzcoa, dándole cuenta del desafío á que él habia provocado al rey de Francia Francisco I, negativa de éste á aceptarle, y consulta que el mismo emperador hizo sobre ello á sus consejos y prelados, grandes, caballeros, letrados y otras personas.

El Rey. Sancho Martinez de Leiva, nuestro capitan general de la provincia de Guipúzcoa, y alcalde de la villa y fortaleza de Fuenterrabía: ya habreis sabido parte de lo que con el rey de Francia sobre nuestro combate habemos pasado, y aquéllo y todo lo demás vereis mas entera y cumplidamente por el traslado de todo ello que aquí os enviamos. Es la verdad que con el gran deseo que tenemos de ver fin á estas nuestras contiendas y debates por el reposo y sosiego de la cristiandad holgábamos y aun deseábamos poner nuestra vida en peligro, por redimir con ella tanta sangre cristiana como á causa de estas discordias se derrama, mas como esto no dependiese solamente de nuestra voluntad, más tambien debiese para ello concurrir la del rey de Francia, y él, como vereis por la relacion que Borgoña nuestro rey de armas truxo, ha rehusado el combate, no queriendo oir nuestra respuesta ni recibir nuestro cartel en que le señalábamos el campo, antes asombrando con rigurosas palabras nuestro rey de armas, despues de haberlo muchos dias en los límites de su reino detenido, cosas que jamás por ningun rey ni príncipe fueron hechas ni consentidas; aunque sin más parecer de otros viésemos claramente haber satisfecho á nuestra honra, pues el rey de Francia rehusaba el combate, todavía por ser la cosa tan delicada y tocar tanto á nuestra honra la quisimos comunicar con los de nuestros consejos y prelados, grandes, caballeros, letrados y otras personas en semejantes casos experimentadas, pidiéndoles su parecer sobre ello, los cuales, visto todo lo que habia pasado, determinaron que habíamos suficiente y enteramente cumplido y satisfecho, no solamente á nuestra honra, más tambien á lo que debemos á Dios y á nuestros súbditos y al bien de toda la cristiandad, de lo cual os habemos querido avisar, porque tengais entera relacion de todo y lo envieis y publiqueis

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