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reconocido como rey ó reina legítima. Así, pues, costó á Carlos no poco trabajo, tiempo y esfuerzo, alcanzar que le juraran en la misma forma que en Castilla, esto es, en unión con su madre, después de haber él jurado ampliamente guardar sus usos, libertades y privilegios. No menos le costó arrancar un servicio de doscientos mil ducados, y esto á condición de invertir esta suma en el pago de las deudas de la corona, tiempo hacía descuidadas, para que no fuese á parar á manos de extranjeros (1).

Hallándose el rey en Zaragoza, murió la hija del rey Francisco I de Francia, Luisa Claudia, con quien se había concertado su matrimonio en el tratado de paz de Noyón (2). Esto no obstante, y á consecuencia de excitación que le fué hecha por el cardenal de Viterbo á nombre del papa León X, ratificó allí la paz con el monarca francés haciendo públicas demostraciones de amistad aquellos dos príncipes que después habían de ser tan terribles enemigos, y cuyas guerras habían de costar tanta sangre á Europa.

A excitación también del mismo legado, y entrando el nuevo rey de España en la liga y confederación que tres años antes habían hecho los de Francia é Inglaterra contra el turco, que estaba haciendo notables daños en la cristiandad, ordenó Carlos al virrey de Sicilia don Hugo de Moncada que juntando las gentes y las naves que pudiese pasase á hacer la guerra al famoso corsario Barbarroja, terror de los mares y de las poblaciones de la costa africana. Esta expedición, después de algunos desastres y derrotas, causados los unos por las borrascas, en una de las cuales se anegaron lastimosamente hasta cuatro mil españoles, las otras por las armas del terrible pirata, que se apoderó de Argel, dió al fin por resultado la toma de los Gelbes, con lo cual se vengó la pérdida sufrida diez años antes y la muerte del primogénito del duque de Alba en aquella isla de fatales recuerdos.

Faltábale á Carlos solamente ser reconocido en Cataluña, y con este objeto partió y llegó á Barcelona entrado ya el año 1519 (15 de febrero). Esperábale allí más fuerte y más violenta oposición que la que había experimentado en Aragón y en Castilla, y más insistencia en no quererle jurar en vida de su madre, tanto que se burlaban los catalanes de la blandura con que se habían allanado á hacerlo los aragoneses y castellanos. Sin embargo, el soborno y la intriga fueron templando poco á poco la dureza de aquella gente, y al fin acabaron por prestarle. aunque de mala gana, el mismo juramento que en los demás reinos, si bien en lo de dar dinero fueron más parcos los catalanes, y se lo escatimaron

(1) La enérgica oposición de los aragoneses produjo un serio y gravísimo altercado entre el conde de Benavente y el de Aranda, castellano el uno y aragonés el otro. El primero se había propasado á decir, que si S. A. quisiese seguir su consejo, él los traeria á la melena. Contestóle el segundo con aspereza: trabáronse de palabras, y al fin vinieron á las manos, no ya ellos solos, sino llevando cada cual su gente, á punto de armarse una noche en la calle una ruda refriega, en que hubo hasta veinticinco heridos. El arzobispo de Zaragoza apaciguó la contienda y el rey puso tregua entre los dos acalorados magnates.-Gonzalo de Ayora, Comunidades de Castilla, cap. IV.

(2) Este tratado de paz entre Francisco I de Francia y Carlos de Flandes, ahora rey de España, se celebró el 13 de agosto de 1516.

más, no tanto por negárselo al rey, cuanto por mortificar á los avaros fla

mencos.

Tal era la disposición de los ánimos, y tales fueron las dificultades que el nieto de los Reyes Católicos halló para su proclamación en los tres principales Estados de la monarquía española: dificultades nacidas de su cualidad de extranjero, de la impaciencia con que se había anticipado á tomar el título de rey viviendo su madre y sin esperar la declaración de las cortes, de la circunstancia de no conocer el idioma español, de venir circundado de extranjeros, sedientos del oro y de los empleos de España, y de haber ofendido el orgullo nacional con sus primeras provisiones y con el favoritismo de los flamencos.

CAPÍTULO II

CARLOS ELECTO EMPERADOR

ALTERACIONES EN CASTILLA

De 1519 á 1520

Muerte de Maximiliano, emperador de Alemania.-Aspirantes á la corona imperial: Carlos I de España y Francisco I de Francia.-Otros pretendientes.-Dieta de Francfort.-Elección del duque de Sajonia.-Renuncia.-Dase el trono imperial á Carlos de Austria, rey de España.-Comienza á usar el título de Majestad.-Disgusto de los españoles y sus causas.-Convoca cortes en Santiago de Galicia.-Crece el descontento.-Tumulto en Valladolid y apuro del rey.- Resuelve Carlos pasar á Alemania y va á Galicia.-Cortes famosas de Santiago y la Coruña.-Servicio cuantioso que pidió el rey en ellas.-Conducta de los procuradores.--Firmeza de unos y venalidad de otros.-Vota el subsidio la mayoría.-Nombramiento de regente, y salida del rey á Alemania.—Indignación en los pueblos.-Sublevaciones.—Tumulto en Toledo: Juan de Padilla y Hernando Dávalos.-Alboroto en Segovia: suplicio horrible del procurador Tordesillas.-Alteraciones en otras ciudades.--Zamora, Toro, Madrid, Guadalajara, Soria, Ávila, Cuenca, Burgos.—Excesos del pueblo.--Causas y

carácter de estos alzamientos.

Recibió Carlos, á poco de haber llegado á Barcelona, la noticia de un suceso importantísimo, no ya para su persona solamente, sino también para España y para la Europa entera, á saber, la muerte de su abuelo Maximiliano, rey de Romanos y emperador de Alemania (1). La vacante de la corona imperial de Alemania tenía en esta ocasión una importancia especial, así por la natural preeminencia del jefe del imperio sobre todos los príncipes cristianos, como por las circunstancias del estado de Europa, señaladamente de Italia, y principalmente por las que concurrían en los pretendientes á la sucesión del imperio. Maximiliano había tenido intención de hacer nombrar sucesor suyo á su nieto el infante don Fernando de España, con preferencia á su hermano don Carlos, en atención á los

(1) Maximiliano no había sido considerado sino como rey de Romanos y emperador electo, en razón á no haber sido coronado por el papa, ceremonia que se tenía entonces por esencial.

ricos dominios y vastos reinos que éste ya poseía. Pero aconsejado por los príncipes enemigos de los franceses, y con deseo de engrandecer la casa de Austria, se decidió por fin en favor de don Carlos, aunque no pudo realizarse por entonces un nombramiento que tenía que ser electivo.

Muerto el emperador, Carlos, que se consideraba ya con cierto derecho á la herencia de su abuelo, y que contaba con alguna predisposición de los electores en favor suyo, empleó toda clase de medios, de gestiones y de artificios para alcanzar la corona imperial. Pero presentósele un competidor poderoso y un rival temible, Francisco I de Francia, que con menos títulos, pero con sobra de energía y de ardor, pretendía para sí el trono, y por medio de sagaces emisarios procuraba persuadir á los príncipes de Alemania que ya era tiempo de probar que la corona del imperio era electiva y no hereditaria, y que entregarla á un soberano tan poderoso, y por otra parte tan inexperto como era el español, sería crear un poder desmedido y peligroso; cuanto más que la constitución del imperio excluía á todo príncipe que poseyera el reino de Nápoles. Esforzaba el francés estas y otras razones con remesas de oro que públicamente enviaba á Alemania; aparato de corrupción, que le hacía tan poca honra á él como á los príncipes que se proponía sobornar por tales medios.

Los cantones suizos favorecían, por odio á los franceses, las pretensiones del rey de España. Venecia por el contrario, por celos contra la casa de Austria, se declaró en favor del francés. Enrique VIII de Inglaterra, sintiéndose como desairado de no figurar en aquella contienda, echó también su especie de memorial al imperio, pero desengañado por su embajador de las pocas probabilidades que podía prometerse, se retiró y se mantuvo neutral entre los dos competidores. El pontífice León X, que con su claro talento veía casi iguales riesgos para la Iglesia y para la paz de Europa en ambos candidatos, que así temía ver sentado en el trono imperial á un soberano que dominaba en España, en Nápoles y en el Nuevo Mundo, como á un rey de Francia, que era al propio tiempo duque de Milán y señor de Génova, discurrió inducir sucesivamente á los príncipes alemanes á que eligiesen de entre ellos mismos un sucesor al imperio, procurando entre tanto excitar y mantener la rivalidad entre los dos grandes contendientes.

En tal estado se abrió la dieta de Francfort (17 junio. 1519), y reunidos los siete electores (1), no obstante las intrigas. manejos y sobornos empleados por los competidores, determinaron unánimemente ofrecer la corona á Federico, duque de Sajonia, á quien por su talento, virtud y discreción denominaban el Prudente Pero este modesto y desinteresado príncipe, lejos de dejarse fascinar por el brillo de una posición que otros tan ardientemente ambicionaban, la renunció con el más admirable desprendimiento, y en un discurso en que examinó y cotejó las cualidades de los soberanos de Francia y España, declaró que votaba por Carlos, en quien concurría la circunstancia de ser príncipe del imperio por sus Estados hereditarios, y de ser el soberano más poderoso y el más interesado en contener y rechazar las invasiones del gran turco, cuya pujanza y osa

(1) Eran éstos, el arzobispo de Maguncia, el de Colonia, el de Tréveris, el rey de Bohemia, el conde palatino del Rhin, el duque de Sajonia y el marqués de Brandeburgo.

día tenían alarmadas y en cuidado las potencias cristianas. El voto de Federico de Sajonia decidió al colegio electoral en favor del candidato español, y el 28 de junio, á los cinco meses y diez días de haber vacado el trono, recayó la elección en Carlos de Austria, rey de España. El único de los siete electores que disintió, declarándose por el monarca francés, fué el arzobispo de Tréveris, que al fin acabó también por adherirse á sus colegas, pudiendo decirse que fué Carlos ensalzado al trono imperial de Alemania por el voto unánime de los electores (1). El conde Palatino, duque de Baviera, fué el encargado de traer á Carlos la noticia oficial de su nombramiento, mas no faltó quien se le adelantara oficiosamente á darle la nueva, llegando en nueve días de Francfort á Barcelona, espoleado por el afán de ganar las albricias.

Compréndese hasta qué punto halagaría á un joven de la edad de Carlos verse ensalzado á tan alta dignidad y encontrarse el mayor de los soberanos de Europa, precisamente en ocasión que las cortes de Cataluña le escatimaban hasta el título de rey. Disculpable es que se desvaneciera un poco al verse elevado á tanta altura, y no debe maravillarnos que comenzaran á bullir en su imaginación los ambiciosos proyectos con que después había de asustar al mundo. Desde luego empezó á usar en las cartas y provisiones el dictado de Majestad; y mandó que se le dieran sus súbditos en muestra de respeto (2). Sin consultar la opinión aceptó la corona imperial que le presentó con solemne embajada el conde Palatino, y declaró su intención de pasar pronto á Alemania á tomar posesión del imperio, según la misma constitución de éste prevenía, declaración que hizo por medio de Mercurino Gattinara, nombrado gran canciller del reino por muerte de Sauvage. En los despachos adoptó primero los títulos de rey de Romanos y futuro emperador, que el de rey de España en unión con doña Juana su madre (3).

Tan lejos estuvo de lisonjear á los españoles el encumbramiento de su rey, que lo miraron como un acontecimiento infausto. Siempre habían sentido los castellanos la ausencia de sus reyes: recordaban la fatal expe

(1) Georg., Sabini, de elect. Carol. V.-Goldsmit. Constit. imperiales, t. I.-Guicciardini, Istor., lib. XIII.—Freheri, Rer. Germ. Scriptor., t. III.—Giannone, Istor. di Napoli, t. II.-Robertson, Hist. del emperador Carlos V, lib. I.

(2) Aunque hasta entonces se había acostumbrado á dar á los reyes de España el tratamiento de Señoría, y más comunmente el de Alteza, ya no era nuevo el de Majestad, si bien sólo se había empleado vagamente y en casos aislados y especiales. Habíanle usado ya en algunas ocasiones don Martín de Aragón, don Alfonso V, don Juan II y el mismo don Fernando el Católico, pero raras veces y alternando con otras fórmulas reverenciales. El duque de Segorbe en 1483 llamaba al rey Fernando Vuestra Excelencia: al año siguiente le decía Serenísimo Señor: en 1487 le denominaba Ilustrísimo Señor Rey. Con esta misma variedad se solía tratar á los demás soberanos. Desde el emperador Carlos se fijó el tratamiento de Majestad, y á su imitación le fueron adoptando los demás soberanos de Europa.

(3) La fórmula era: «Don Carlos por la gracia de Dios, rey de Romanos, futuro emperador, semper Augusto, y doña Juana su madre y el mismo don Carlos por la misma gracia reyes de Castilla, de León, etc.» Documentos de los archivos de Barcelona y Simancas.-Sandoval, lib. III, párrafo 36.

dición de Alfonso el Sabio cuando pretendió la corona del mismo imperio: temían el gobierno de una regencia; preveían que habrían de verse envueltos en el intrincado laberinto de la política italiana y alemana, y auguraban sobre todo que sus tesoros acabarían de emigrar á tierras extrañas, y vaticinábanlo con tanto más fundamento cuanto que tenían ya demasiadas pruebas de la insaciable voracidad de los flamencos. No había ciertamente en esto exageración: España experimentaba bien la triste realidad del vacío que en poco tiempo dejó la salida de dos millones y quinientos cuentos de maravedís de oro que se sacaron por Barcelona, la Coruña y otros lugares. A cada paso se veían salir con todo descaro acémilas, recuas enteras cargadas de oro y plata y telas preciosas con real permiso (1). Los doblones llamados de á dos, por ser de dos caras, acuñados en tiempo del Rey Católico del oro más acendrado y puro, eran buscados con tal afán que casi desaparecieron todos de Castilla, y tanto que cuando por casualidad venía alguno á manos de un español, habíase hecho ya costumbre popular apostrofarle con el siguiente sarcástico saludo: Sálveos Dios, ducado de á dos, que monsieur de Xevres no topó con vos (2).

Aumentóse el disgusto y creció el descontento popular con la nueva que rápidamente corrió de que se preparaba Carlos á ausentarse de España para ir á ceñirse la corona imperial, y el anuncio de que convocaba cortes en Santiago de Galicia á fin de pedir un nuevo subsidio á los pueblos para los gastos de viaje y coronación. La ausencia del soberano, la

(1) En los papeles pertenecientes á la antigua diputación de Cataluña, que se conservan en el archivo de Barcelona, se hallan relaciones de lo que salió de aquella ciudad en el trienio de 1518 á 1521, entre los cuales se lee una partida de trescientas cabalgaduras y ochenta acémilas cargadas de riquezas para la esposa de Chievres y su comitiva, con otras poco menos escandalosas.

(2) Alcocer, Comunidades de Castilla.-Cabezudo, Antigüedades de Simancas, MS. -Sandoval, Hist. de Carlos V, cita este adagio en otra forma:

«Doblón de á dos, norabuena estedes,
Que con vos no topó Xebres.»

En prueba de que no recargamos este cuadro, citaremos el testimonio de un testigo ocular, no sospechoso, porque no era español, á saber, el ilustrado Pedro Mártir de Angleria, que en muchas de sus cartas se lamentaba de estos excesos con expresiones harto fuertes, picantes y duras. «Hasta el cielo (le decía al obispo de Tuy) se levantan voces diciendo que el Capro (así llamaba por chunga á Chievres) trajo al rey acá para poder destruir esta viña después de vendimiarla. No se les ocultaba que habían de ocurrir estos sucesos cuando el Capro se tomó para sí el arzobispado de Toledo contra las leyes del reino, apenas entró en él para odio de todo el reino contra el rey... Ninguno le acusa. ¿Qué podría hacer un joven sin barba puesto al pupilaje de tales tutores y maestros? Lo que ha sucedido con las demás vacantes lo sabes, y no ignoras que apenas se ha hecho mención de ningún español, y con cuánto descaro se ha quitado el pan de la boca de los españoles para llenar á los flamencos y franceses perdidos, que dañaban al mismo rey. ¿Quién ha venido del helado cierzo y del horrendo frío á esta tierra templada que no haya llevado más onzas de oro que maravedis contó en su vida? Tú sabes cuál ha quedado la real hacienda por su causa. Omito otras capaces de hacer perder la paciencia al mismo Job...» Epist. 703, traduc. por el maestro La Canal.—En términos no menos enérgicos se expresa en otras muchas cartas.

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