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lo ajeno, cosa extraña en tales desbordamientos, y más mezclándose en ellos tanta gente plebeya y pobre.

Congregóse al amanecer del siguiente día á voz de pregón una inmensa muchedumbre, hombres de todas las clases de la sociedad, inclusos eclesiásticos y caballeros, armados todos de lo que cada cual pudo haber á las manos, y en tropel acometieron el alcázar con tal furia, que á pesar de haberles hecho traición los dos caudillos que habían elegido, se apoderaron por asalto de la fortaleza. Discurriendo después frenéticamente por las calles, desahogaron su furor reduciendo en pocas horas á escombros unas magníficas casas que había levantado y tenía adornadas con ostentoso lujo un francés llamado Jofre, de quien era fama que había medrado grandemente en poco tiempo con el favor de la corte, diciendo que insultaba á los pobres tanta riqueza amontonada á costa de la sangre y de los tributos del pueblo. Escondido primeramente Jofre, y protegido después por algunos nobles y por el embajador de Francia, hubiera podido fugarse sin daño de su persona si al hacerlo no hubiera cometido la imprudencia de decir con arrogante tono á dos menestrales que encontró al paso: «Decid á los marranos burgaleses que yo reedificaré mi casa poniendo sus huesos por cimientos y dos cabezas por cada piedra que de ella han arrancado (1).» Pusieron aquellos hombres en conocimiento del pueblo la altiva amenaza que habían oído, irritáronse más los burgaleses, salieron en persecución del francés, alcanzáronle en la aldea de Atapuerca, y sin que le valiera el embajador de la legación, ni la mediación de un sacerdote con la custodia en la mano, ni la intervención del corregidor Osorio, sino para que no le asesinaran en el acto, lleváronle á la cárcel de Burgos; pero á poco tiempo asaltaron la prisión, le echaron una soga al cuello, y le arrastraron hasta la plaza, donde le colgaron de los pies, haciendo, para mayor escarnio de la justica, que el corregidor firmara la sentencia de muerte sentado en la escalera misma del cadalso. Por fortuna los excesos de la plebe cesaron en gran parte con el nombramiento que después se hizo para corregidor de Burgos en el condestable don Íñigo de Velasco, con cuya influencia tomó tan distinto rumbo el movimiento, que los hombres más populares, como el doctor Zumel, se fueron apartando del pueblo y poniéndose del lado de los nobles.

Las causas que habían motivado tales levantamientos en estas y otras ciudades de Castilla las hemos indicado ya: las tiranías y las rapacidades de los ministros flamencos; la venta de los oficios públicos y la provisión de los más altos empleos y dignidades en extranjeros; la pronta ausencia de un rey á quien todavía no habían tenido ni tiempo ni motivos para

(1) Marrano era en aquel tiempo una palabra injuriosa, muy comunmente usada por el vulgo, con que se designaba á los malos cristianos y á los descendientes de judíos. Era corruptela de la voz marhanata.-Maldonado, Movimiento de España, lib. II.

El presbítero Maldonado es el que cuenta con más minuciosidad el alzamiento de Burgos y los diferentes giros que se le fué dando. Su obra titulada El Movimiento de España, una de las más útiles para estudiar el espíritu y carácter de esta revolución de Castilla, fué escrita en latín, y ha sido traducida al castellano y publicada por el entendido bibliotecario del Escorial don José de Quevedo, enriquecida con interesantes notas sacadas de los preciosos manuscritos de la biblioteca de aquel monasterio.

amar, y el temor de que tras él emigrasen á extrañas tierras los pocos caudales que ya dejaban en España: la desusada reunión de cortes en Galicia; el exorbitante pedido extraordinario después del gran servicio que acababan de otorgarle en Valladolid; y por último, la venal conducta de los procuradores en las cortes de Santiago y la Coruña. Así el carácter de estos movimientos era la irritación y el encono popular contra los causadores de su empobrecimiento y de sus males: y en medio de los excesos desmanes y crímenes á que se suelen entregar los pueblos en tales desbordamientos, el grito que comunmente se oía era el de ¡Viva el rey, y mueran los malos ministros! Algunos invocaban el nombre de la reina doña Juana, y pocos, los más exaltados, recordaban y citaban el gobierno de las repúblicas italianas. Pero las representaciones de Segovia, de Toledo, de Guadalajara y de Burgos al regente ó al emperador, eran en el primer sentido respetuosas al monarca, y pidiendo la reforma de los abusos y la conservación de las libertades y privilegios del reino. Aunque en lo general era la plebe la más tumultuosa y acalorada. mezclábase con ella en muchas partes el clero, y jugaban en la sublevación no pocos nobles. Veremos si de parte de los gobernantes hubo la suficiente prudencia para sosegar y acallar estos movimientos.

CAPÍTULO III

LA JUNTA DE ÁVILA

1520

Providencias del regente y del consejo.-Envían al alcalde Ronquillo contra Segovia.— Juan Bravo, capitán de los segovianos. --Acude en su auxilio Juan de Padilla y derrotan á Ronquillo.-Alzamiento de Salamanca, León, Murcia y otras ciudades.Fonseca y Ronquillo marchan contra Medina del Campo.- Horroroso incendio de Medina.-Defensa heroica de los medineses.-Notable y lastimosa carta de Medina á Valladolid.—Enérgica y elocuente carta de Segovia á Medina.-Nuevos y terribles alborotos en Valladolid y Burgos.-Reunión de los procuradores de las ciudades en Ávila: la Santa Junta.-Padilla, capitán general de las comunidades.--Depone la Junta al regente y consejo.-Trasládase á Tordesillas.-La reina doña Juana.Prosperidad de los comuneros.-Cómo la malograron. -Memorial de capítulos que la Junta envió al rey.--Peligro que corrieron los portadores.-Nombra el emperador nuevos regentes.-El condestable y el almirante.--Decláranse los nobles contra la causa popular.-El condestable en Burgos: el cardenal Adriano en Rioseco: reunión de grandes.-División entre los comuneros.-Noble y conciliadora conducta del almirante.-Promesas que hace á la Junta.-Negociaciones frustradas.—Causas por qué se irritaron de nuevo los comuneros.-Apercíbense todos para la guerra. Conocido era ya y usado de antiguos tiempos en Castilla el nombre de hermandades, según en diversos lugares de nuestra historia ha podido verse, aplicado á las federaciones y alianzas que las ciudades y concejos. solían formar entre sí para resistir de común acuerdo á las invasiones de la corona ó á la opresión de la nobleza, y para defender armadas sus fueros, libertades y costumbres, contra todo poder que intentara atacarlas ó lastimarlas. Dióse ahora el nombre de comunidades á las ciudades y po

blaciones que se levantaron y empuñaron las armas para vengar los agravios recibidos de los ministros extranjeros del rey Carlos, y el comportamiento más interesado que patriótico de los procuradores á cortes, y se llamó comuneros á todos los que defendían el movimiento popular, porque á la voz de comunidad se habían alzado.

Regresando de la Coruña el regente Adriano y el consejo real, supieron en Benavente el levantamiento de Segovia. Llegado que hubieron á Valladolid, y tratado en junta el medio que convendría emplear para atajar más brevemente una revolución que se presentaba con síntomas graves, prevaleció el voto de los que preferían el rigor y la dureza á la templanza y la blandura: á ellos se adhirió el cardenal regente, y en su virtud se dió la comisión de someter á Segovia y se nombró pesquisidor al alcalde Rodrigo Ronquillo, el mismo á quien había tenido el obispo Acuña preso en Fermoselle, poniendo á su disposición mil hombres montados. No podía haberse encomendado la empresa á persona menos á propósito para traer á la sumisión y obediencia á los segovianos, que más que nadie habían experimentado su ruda crueldad en el tiempo que le tuvieron por juez. Así fué que su nombramiento bastó para que los menos dados á revueltas hiciesen causa con los revoltosos. La ciudad amenazada escribió á otras de Castilla, nombró por capitán de la comunidad á Juan Bravo, y en su irritación y para mostrar su poco miedo hizo levantar una horca en medio de la plaza, que se barría y regaba todos los días, para colgar en ella á Ronquillo. Situóse éste con su gente en Santa María de Nieva, y alguna vez se adelantó hasta Zamarramala, donde pregonó por rebeldes y traidores á los que le impedían la entrada en la ciudad. Vengábase el feroz alcalde, ya que otros triunfos no alcanzaba, en ahorcar á algunos que caían en su poder en las escaramuzas con que le molestaban los segovianos, ó á los que llevaban víveres á la población. Así estuvieron hasta que llegó de Toledo el comunero Juan de Padilla, con dos mil infantes y doscientos caballos, y de Madrid Juan Zapata con cincuenta jinetes y cuatrocientos peones. Alentados con este socorro los de Segovia mandados por Juan Bravo, acometieron los tres caudillos denodadamente las tropas del alcalde, las cuales se desbandaron á la aproximación de los comuneros, y Ronquillo huyendo á todo correr no paró hasta Arévalo, su patria (1).

El peligro de Segovia y la elección de una persona tan aborrecida como Ronquillo aceleró, si no ocasionó, el alzamiento de otras ciudades, tal como Salamanca, donde á pesar de la oposición de los caballeros y nobles venció el pueblo que quería socorrer á los segovianos, y quedó enseñoreando la ciudad un curtidor llamado Villoria, mientras don Pedro Maldonado Pimentel salió á campaña capitaneando la gente de armas. En León acaloraba al pueblo el prior del convento de Santo Domingo, ensalzando las hazañas de los comuneros, y ayudó á la explosión la enemistad de la ilustre familia de los Guzmanes con el conde Luna, uno de los pro

(1) Maldonado, Movimiento de España, lib. III.-Mejía, Hist. de las comunidades, lib II.—Sandoval, lib. V.-Colmenares, Hist. de la ciudad de Segovia, capítulos XXXVII y XXXVIII.

curadores de las cortes de Galicia, el cual tuvo que salir huyendo de la ciudad por haber abrazado la causa popular los Guzmanes. En Murcia se inauguró la rebelión con el asesinato del corregidor y de algunos alguaciles: y el alcalde de corte Leguizama, parecido á Ronquillo en lo desconsiderado y cruel, que fué enviado para procesar á los alborotadores, manejóse con tan poca prudencia y cordura que enconó doblemente los ánimos, y tuvo al fin que abandonar presurosamente la ciudad temeroso de morir quemado en ella según las amenazas que propalaban sin rebozo los amotinados (1).

Empeñados el regente y los del consejo en castigar á Segovia, pidieron á los de Medina del Campo la artillería que se guardaba en aquella población, á lo cual contestaron con entereza los medineses, conociendo el objeto, que de ninguna manera consentirían en entregar los cañones para emplearlos contra sus hermanos; y conduciendo las piezas á la plaza, les quitaron las ruedas y cureñas para que fuese más difícil sacarlas. En su vista el gobernador y consejo dieron orden á don Alonso Fonseca, general nombrado por el rey, y hermano del obispo de Burgos, para que en unión con Ronquillo pasase á Medina á apoderarse por fuerza de la artillería. Cuando los moradores de aquella rica ciudad vieron acercarse las tropas reales (21 de agosto, 1520), pusiéronse en actitud de defensa y tomaron las avenidas de las calles que desembocan en la plaza. Comerciantes como eran los más, batiéronse vigorosamente con las tropas de Fonseca. Reducidos por éstas al recinto de la plaza, juraron todos que antes perecerían ellos y sus hijos y esposas que consentir en que se sacase un solo cañón. Indignado Fonseca de tan heroica y tenaz resistencia, apeló á uno de aquellos medios crueles que deshonran siempre á un guerrero. Hizo arrojar alcancías de alquitrán sobre las casas y edificios, apoderóse el fuego de ellos, el convento de San Francisco quedó pronto reducido á cenizas, ardían manzanas enteras de casas, las llamas de aquella inmensa hoguera parecía subir hasta el cielo y alumbraban las poblaciones de la comarca, las mujeres y los niños discurrían por las calles despavoridos y desnudos dando lamentos tiernos y horribles, y los medineses, como otros saguntinos, veían impávidos arder sus moradas, devorar las llamas sus riquezas, perecer sus haciendas y sus hijos, antes que rendirse al incendiario Fonseca y al feroz Ronquillo, que al fin se vieron precisados á retirarse, con afrenta, de la ciudad, sin otro fruto que la rapiña de la soldadesca, y el baldón de haber sido rechazados después de haber destruído la ciudad más opulenta de Castilla.

Medina había sido hasta entonces el emporio del comercio, el gran mercado del reino, y el principal depósito de las mercaderías extranjeras y nacionales, de paños, de sedas, de brocados, de joyería y tapicería; sus tres ferias anuales tenían fama en todo el mundo: todo pereció en aquel día de desolación: de setecientas á novecientas casas fueron consumidas por las llamas (2). Nada pinta más al vivo este horrible suceso que algu

(1) Cascales, Discursos históricos de Murcia, disc. XIII.-Sandoval, lib. VI. (2) Con muy poca variedad en los pormenores cuentan este lamentable y horroroso suceso los autores siguientes: Maldonado, en el Movimiento de España, lib. III.—

nos períodos de la elocuente y patética carta que la ciudad de Medina dirigió á la de Valladolid al día siguiente de la catástrofe. «Después que no hemos visto vuestras letras, ni vosotros, señores, habéis visto las nuestras, han pasado por esta desdichada villa tantas y tan grandes cosas, que no sabemos por do comenzar á contarlas. Porque, gracias á Nuestro Señor, aunque tuvimos corazón para sufrirlas, pero no tenemos lenguas para decirlas. Muchas cosas desastradas leemos haber acontecido en tierras extrañas, muchas hemos visto en nuestras tierras propias, pero cosa como la que aquí ha acontecido á la desdichada Medina, ni los pasados ni los presentes la vieron acontecer en toda España...» Refieren la ida de Fonseca y Ronquillo y la defensa heroica de los habitantes, y prosiguen: «Por cierto, señores, el hierro de nuestros enemigos en un mismo punto hería en nuestras carnes, y por otra parte el fuego quemaba nuestras haciendas. Y sobre todo veíamos delante nuestros ojos que los soldados despojaban á nuestras mujeres y hijos. Y de todo esto no teníamos tanta pena como de pensar que con nuestra artillería querían ir á destruir á la ciudad de Segovia, porque de corazones valerosos es los muchos trabajos propios tenerlos en poco y los pocos ajenos tenerlos en mucho..... No os maravilléis, señores, de lo que os decimos, pero maravillaos de lo que os dejamos de decir. Ya tenemos nuestros cuerpos fatigados de las armas, las casas todas quemadas, las haciendas todas robadas, los hijos y las mujeres sin tener do abrigarlos, los templos de Dios hechos polvo, y sobre todo tenemos nuestros corazones tan turbados que pensamos tornarnos locos..... El daño que en la triste Medina ha hecho el fuego, conviene á saber, el oro, la plata, los brocados, las sedas, las joyas, las perlas, las tapicerías y riquezas que han quemado, no hay lengua que lo pueda decir, ni pluma que lo pueda escribir, ni hay corazón que lo pueda pensar, ni hay seso que lo pueda tasar, ni hay ojos que sin lágrimas lo puedan mirar: porque no menos daño hicieron estos tiranos en quemar á la desdichada Medina, que hicieron los griegos en quemar la poderosa Troya..... Entre las cosas que quemaron estos tiranos fué el monasterio del señor San Francisco, en el cual se quemó de toda la sacristía infinito tesoro, y agora los pobres frailes moran en la huerta, y salvaron el Santísimo Sacramento cabe la noria en el hueco de un olmo. De lo cual todo podéis, señores, colegir que los que á Dios echan de su casa, mal dejarán á ninguno en la suya. Es no pequeña lástima decirlo, y sin comparación es muy mayor verlo, conviene á saber, á las pobres viudas y á los tristes huérfanos y á las delicadas doncellas, como antes se mantenían de sus propias manos en sus casas propias, agora son constreñidas á entrar por puertas ajenas. De manera que por haber Fonseca quemado sus haciendas, de necesidad pondrán otro fuego á sus famas. Nuestro Señor guarde sus muy magníficas personas. De la desdichada Medina á veinte y dos de agosto, año de mil quinientos y veinte.»>

Pero Mejía en el lib. II.-Sandoval, lib. V, párr. 54.-Sepúlveda, Hist. de Carlos V, libro II.- El Lic. Cabezudo en las Antigüedades de Simancas, MS.-López Osorio, Historia del principio, de la grandeza y caída de Medina, MS.-Colmenares, Hist. de Segoria, cap. XXXVIII.-Argensola, Anales de Aragón.- Méndez Silva, Población general de España.-Sangrador, Hist. de Valladolid, y otros muchos.

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