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armada que se aprestó, ni saliera Cristobal Colón del puerto de Palos, ni se descubrieran las Indias tal como descubiertas fueron, es inadmisible con el sentido general en que está expresado, pues. to que pudo aprestarse otra armada, y Cristobal Colón salir de otro puerto, y descubrirse la Amé rica de otro modo que fué descubierta. Si no, tanto valdría decir que no había en España más naves ni más puerto que los de Palos, ni otros marinos entendidos y resueltos que Pinzón. Hasta la afirmación de que sin los españoles no se habría descubierto la América seria temeraria, habiendo otras naciones que pudieron haber prestado á Colón el auxilio que España le prestó.

IV

Señalóse para la partida la mañana del 3 de Agosto (1). Después de haber oído misa en la

(1) Colón confió su hijo Diego á Juan Rodríguez Cabezudo y al clérigo Martín Sánchez. «.... porque al tiempo que se partió, declara el primero de éstos, le dió á Don Diego su hijo en guarda e á Martin Sanchez, clérigo......» Mas á juzgar por la frase de Colón, en la relación de su primer viaje, fechada el jueves 14 de Febrero de 1493, «que tambien le daba gran pena dos hijos que tenía en Córdoba al estudio....», no parece que dejó su hijo en guarda á Rodríguez Cabezudo y Martín Sánchez para que le tuviesen hasta su regreso, sino para que lo llevasen á Córdoba, al lado de su hermano Fernando.

iglesia de Palos, dirigiéronse los expedicionarios á las naves, acompañados de sus familias y de los frailes de la Rábida, y seguidos de todo el pueblo y de muchedumbre de vecinos de Moguer y de Huelva. Levaron anclas; el viento hinchó las velas, y las carabelas empezaron á alejarse. ¡Instante solemne aquél! Todas las manos se agitaron á un tiempo, todos los ojos se anegaron en lágrimas (1). ¡Ah! La esperanza de volver a verlos era muy ténue; las probabilidades de perderlos para siempre, espantosas (2). Cuando las carabelas se perdieron de vista en el horizonte, los frailes hicieron valer las creencias cristianas para consolar á las familias de los tripulantes, que se dispersaron tristes y si lenciosas, yéndose cada una con el luto en el alma á sus tareas ordinarias.

(1) Afirma Fernández Duro (Pinzón en el Descubrimiento de las Indias, pág. 281), que en el acto de hacerse las carabelas á la vela, se hallaba en el puerto de Palos D.a Beatriz Enriquez de Arana despidiendo á su amante. Mas omite Fernández Duro la fuente de donde ha tomado esta noticia. Nosotros no la hemos visto en parte alguna, y la tenemos por inverosímil. ¿Cómo, en efecto, si D." Beatriz fué á Palos á despedir á Colón, dejó éste su hijo Diego en guarda á Rodríguez Cabezudo y al clérigo Martin Sánchez?

(2) En aquel momento, una sola idea dominó en todas las almas, la idea de que no volverían á verlos. «Al tiempo quel dlcho don cristobal colon aderezaba para yr á descobryr las dchas yndias, declara Alonso Pardo, este testigo vido que todos andavan haciendo burla del dcho don cristobal colon e lo tenian por muerto, á el e á todos los que yvan con el, e que no habia de venyr nynguno.» (Inf. de Moguer, 12 de Febrero de 1515. Pieza 3. Loc. cit.)

Los expedicionarios hicieron rumbo á las Canarias; detuviéronse en la Gomera para reparar algunas averías ocurridas en la Pinta, y el 6 deAgosto zarparon de Hierro, la más occidental de las Canarias, que perdieron de vista el día 9. So. lemne fué también este instante: ¡salían del mundo antiguo y entraban en la región de lo desconocido! (1).

(1) Créese que las tripulaciones se componían de 90 marineros y que ascendía á 120 el total de los expedicionarios. No conocemos los nombres de todos; los que han podido ser hallados pueden verse en el Apéndice III.

CAPÍTULO IV

EL MOTÍN

I

Colón, engañado por la idea de la pequeñez de la tierra de los antiguos, segun dijimos más arriba, calculaba la anchura del Atlántico, entre las cos. tas occidentales de Europa y las orientales de Asia, en 1,100 leguas próximamente, equivalentes á unas trece semanas de navegación. Mas en previsión de que su cálculo no conformase exactamente con la realidad, tomó la precaución, en el libro de bitácora que llevaba á la vista de los tripulantes, de disminuir la distancia que se andaba cada día, consignando la verdadera en el libro que llevaba reservado.

El viaje no pudo ser más feliz. El cielo estuvo siempre sereno, tranquilo el mar, y los vientos del Oeste empujaban las naves con nunca experimentada constancia. Bien decía Colón, que no parecía sino que la Providencia misma se había encargado

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