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resolucion de entrar al Rio de la Plata, miraban burladas sus esperanzas. Hubiéranles aliviado para lo restante del camino, embargándoles cuanto lleva ban; pero no se atrevieron por el respeto debido al Emperador, á quien se dirigia la parte principal del presente; y se hubieron de partir á Toledo, donde residia la corte á la sazon, con el sobresalto de que los interesados no reclamasen contra Gaboto y embarazasen su negociacion.

No sabemos que los armadores de Sevilla hiciesen diligencia en la corte contra Gaboto, ó si la hicieron no fué parte para que el César dejase de oir con agrado á sus agentes, y las novedades que referian asi de las gentes, como de las riquezas del país; porque presentando los indios y las alhajas de oro y plata, facilitó la vista la estrañeza del oido, siendo aquellos racionales de tan raras costumbres y fisionomía que parecian hombres de segunda especie, y aquellas preseas esquisitas, testigos irrefragables que hacian creibles cuanto se pudiera dificultar en la narracion.

Dignose el Emperador tener con los procuradores algunas conferencias, y para hacerse mas capaz de todo, no se desdeñó de hacerles varias preguntas, que no desdice de la majestad informarse del vasallo por penetrar el negocio, y bien enterado de todo, se aficionó tanto á esta conquista, que acordó en breve se poblase el Rio de la Plata, dando el gobierno á Gaboto, y despachando la gente y pertrechos que pedia; pero porque reparó su gran

piedad, que habiendo gastado los armadores de Sevilla tanta parte de sus caudales para la malograda empresa de la Especería, no era justo per diesen tantos gastos sin ningun fruto, mandó que se sacase copia de cuanto le escribia Gaboto, y se les comunicase, para que confiriesen entre si la conveniencia que les podria tener entrar á la parte de las ganancias, si se resolvian á dar nuevos avios para continuar los descubrimientos; porque si nó se animaban á contribuir á aquella empresa, queria le diesen pronto aviso, porque en tal caso, su ánimo resuelto, era hacer por entero todo el gasto para costear aquel socorro.

Era esto por los fines de Octubre de 1527, y en todo aquel año no acabaron de resolverse los armadores á continuar el gasto, porque el ver consumidos mas de diez mil ducados en el primer armamento, que para aquel tiempo valian mas que cien mil al presente, era rémora que los detenia para no abrir la mano ni entrar en nuevos empeños, y en el año siguiente, dieron finalmente respuesta positiva al Emperador, de que no se hallaban en disposicion de aventurar nuevo caudal por manos de sujeto en que tan mal se habia lucido su generosidad.

Al tiempo que esto se trataba, llegaron tambien å la corte, por la via de Portugal, las quejas de los tres que, por sediciosos, obligaron á Gaboto á descartarse de ellos, abandonándolos en una isla desierta, de donde tuvieron fortuna de salir y llegar por tierra al Brasil; y desde allí informaron á su Majestad

Cesárea de su infortunio, ponderando con encarecimientos de quejosos la miseria á que se veian reducidos, y suplicando se les diese licencia para presentarse en el Consejo de Indias y purgarse de los delitos porque se les impuso aquel castigo tan cruel como afrentoso. No se pudo negar la justicia del Emperador á peticion tan justificada, y ántes de dar la última respuesta á las pretensiones de Gaboto mandó se le despachase orden para que viniendo á Castilla, ó el mismo Gaboto, ó alguno de sus capitanes, los trajesen en sus naos para ser oidos conforme á derecho.

Entendiendo el ánimo de los armadores, mandó el Emperador que, á sus espensas, se despachase socorro á Gaboto, y se hubiera ejecutado con brevedad aquella órden, segun el afecto con que queria se fomentase dicha empresa, sino lo embarazaran otras gravísimas dependencias de la monarquía, que aquel año se vió combatida con la alianza de Francia é Inglaterra, que en los turbulentos reinados de Francisco Primero y Enrique Octavo, estuvieron conjurados contra la fortuna del César.

El año siguiente de 1529, sacaron de España para Italia al Emperador gravísimos cuidados, que como mas próximos distraian mas su grande ánimo de la atencion á los mas remotos de las Indias, ni le permitieron restituirse á España hasta el año de 1533, por varias ocurrencias que se fueron eslabonando unas con otras, y frustraron los deseos grandes que su majestad habia mostrado de favorecer esta causa,

por mas diligencias que interponian sia cesar, con los ministros del reino, los procuradores de Gaboto.

Este, como en tanto tiempo no habia alguna resulta, sospechó que su pretencion habia sido desatendida en España, y los que le tenian menos afecto dieron por bien fundada su sospecha, que facilmente se inclina el asenso á lo que la voluntad desea. De aquí nació que los soldados que llevó Diego Garcia se empezaron á mostrar contumaces á sus órdenes y á proceder con sobrada libertad, sin hallarse Gaboto con suficiente autoridad para contenerlos dentro de los límites de su obligacion, que no hay cosa que mas alientos dé á los súbditos para faltar en la obediencia á los ministros inmediatos, como verlos ó poco aceptos ó de satendidos del soberano.

Dieron por fin tales ocasiones los dichos soldados, con su soltura, á los indios vecinos á la frontera de San Salvador, á quienes habia Gaboto mantenido en amistad, que, convocando secretamente toda la comarca se conjuraron par destruirla, como lo consiguieron, dando al alba un asalto improviso, que puso á todos en grande consternacion, y hubieron bien menester acordarse que eran españoles, para no ser todos víctimas del bárbaro furor de los agresores, aunque no pocos castellanos quedaron muertos antes de volver en sí. Los que quedaron vivos, se metieron en los bergantines que estaban surtos en el puerto, y desamparando la tierra se volvieron á Castilla.

La misma resolucion hubo de seguir Gaboto, para ver si acertaba á negociar por sí en la corte á favor de su causa, mejor que sus procuradores; y dejando la fortaleza de Sancti Spiritus á don Nuño de Lara, caballero igualmente noble que bien quisto de todos por su prudencia y afabilidad, dió la vuelta para España en 1530, y llegó felizmente, habiendo gastado cuatro años en este viaje.

Partido Gaboto, procuró don Nuño mantener en toda disciplina la gente de su fortaleza, y cultivar la amistad de los timbues con buena correspondencia. Consiguiólo todo con facilidad el amor que le profesaban castellanos é indios pero envidioso el demonio de que aquellas reliquias del nombre cristiano hubiesen hecho pié en el imperio que poseyó sin contradiccion tantos siglos, y recelando que aquel corto número de españoles fuese reclamo que llamase á otros para propagar el reino de Cristo, se ingenió con sus diabólicas trazas, para borrar el nombre cristiano, y estinguir todo el resto de nuestra nacion con una funesta y lamentable tragedia.

Para este fin, propio de su odio mortal al género humano, aunque aquella nacion de los timbues era de genio mas templado que las otras, levantó un fatal incendio en el pecho de su principal cacique, llamado Mangoré, haciendo que se aficionase torpemente de una española de las que estaban en aquel presidio, llamada Lucia de Miranda, mujer de un soldado cuyo nombre era Sebastian Hurtado, ambos naturales de la nobilísima ciudad de Ecija en Anda

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