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y decía al inmortal vate de Venusa, en limpios y sonoros versos, lo que no habían sabido decirle, ni en verso ni en prosa, millares de humanistas encanecidos en el estudio de la antigüedad clásica, ¿qué mucho que treinta y cinco años después llegase a reunir cuarenta mil volúmenes, todos leídos y estudiados por su dueño?

Pero ¿ debe allegar un solo hombre tanto caudal bibliográfico?, os preguntaréis, y yo salgo al encuentro de esta pregunta. Cierto es que, por punto general, basta poseer pocos libros, a tenor del refrán que dice, repitiendo un consejo de Séneca: "Libros y amigos, pocos y buenos", bien que tales obras deberán repasarse con frecuencia, porque "libro cerrado no saca letrado", y a los sujetos que los acumulan para aparentar una cultura que no tienen es lamentable que se les pueda amonestar con palabras parecidas a estas que escribió fray Francisco de Osuna en su Quinta parte del Abecedario espiritual: “Pára mientes que no hazen al hombre letrado los muchos libros, que más embaraçan que aprouechan, sino los pocos y bien sabidos. Los estudiantes que de pobres no tienen libros suelen aprouechar más en las escuelas, porque estudian bien essos pocos que tienen y desta manera la pobreza les haze más sabios." Pero de tal norma ya hacía Lope de Vega la debida excepción al dedicar a su hijo Lope Félix la comedia intitulada El Verdadero amante, pues decíale: "No tengo más que os advertir, si no os inclináredes a las letras humanas, de que tengáis pocos libros, y ésos selectos." Reconocía, por tanto, que no bastan pocos libros a quienes como Menéndez y Pelayo hacen profesión del estudio de las letras. De igual modo pensaba el doctor Cristóbal Suárez de Figueroa: "Regla es certísima-dijo-bastar vn libro a quien estudia y quiere aprender, mas no mil a quien escriue y quiere enseñar. Débese por esso tener muchos, y leerse todos, que, al fin, todos enseñan." Y, ciertamente, aun los libros más baladíes son tal cual vez de provecho en la biblioteca del hombre estudioso, porque, como solía decir Plinio el Mayor y repitió Cervantes, "no hay libro tan malo que no tenga algo bueno".

Menéndez y Pelayo, sobre entenderlo así, compartía el profundo amor a los libros con cuantos varones insignes les dedicaron las muchas alabanzas que merecen. Permitidme, Señor, por la calidad del homenaje que tributamos, y hasta por el lugar en que este homenaje se celebra, que recuerde alguno de los más expresivos elogios que a los libros en general

dedicaron los ingenios del siglo de oro de nuestra literatura. "Con razón el buen libro es buen amigo-escribía Mateo Alemán-; y digo que ninguno mejor, pues dél podemos disfrutar lo útil y necesario, sin vergüenza de la vanidad que hoy se practica de no querer saber por no preguntar; sin temor de que, preguntando, revelará mis ignorancias, y con satisfacción de que sin adular dará su parecer. Esta ventaja hacen por excelencia los libros a los amigos: que los amigos no siempre se atreven a decir lo que sienten y lo que saben..., y en los libros está el consejo desnudo de todo género de vicio." Y fray Diego de Haedo, en uno de los diálogos que insertó a continuación de la Tophografía e historia general de Argel, dice por boca del doctor Sosa: "Pues para tratar con ellos-con los libros-no es necesario caminar a lexas tierras; ni tomar aquel trabajo tan continuo de Euclides, que de Megara yua todas las noches a Athenas por oyr a los filósofos, porque, como dixo Marco Tulio, a nuestro lado los tenemos quando queremos; en casa con nosotros están; fuera della nos acompañan, y en los caminos no nos dexan... Son, finalmente, alegres amigos, modestos compañeros, familiares muy blandos y discretos, no temerarios, no atreuidos, no vorazes o robadores. Y si Dionisio Siracusano se tenía por dichoso y el más bienaventurado del mundo por tener en su casa a Platón, por poder gozar de su plática y doctrina, ¿en qué grado se estimarán los libros, en los cuales tantos y tan ilustres varones nos tratan, nos conuersan y nos hablan de continuo?"

Eco de estas y otras voces fué la mía al escribir veinte años ha que los libros "son los mejores amigos que puede tener hombre: silenciosos cuando no se les inquiere; elocuentes cuando se les pregunta; sabios, como que jamás sin fruto se les pide consejo; fieles, que nunca vendieron un secreto de quien los trata; regocijados con el alegre; piadosos con el dolorido, y, tan humildes, que nada piden ni ambicionan, y, por ocupar poco sitio, se dejan estar de canto en los estantes. ¡Oh, qué preciadísimo don del Cielo es poder evocar, como por conjuro mágico, las venerandas sombras de los maestros del saber, y conversar con ellos siempre que nos place, y sentir con sus corazones, y discurrir con sus luminosos entendimientos, y aprender de su madura y saludable experiencia!" Y esto mismo pensaba nuestro sabio polígrafo al exclamar con profunda pena, viendo llegada la hora de su muerte: " Morir, cuando tanto me quedaba que leer!..."

Murió el más insigne lector de España; pero leyendo está todavía, y leyendo estará perdurablemente! ¡Contemplémosle en su estatua! Si el Cid ganó batallas a los moros después de muerto, Menéndez y Pelayo, asimismo después de su muerte, gana batallas a la ignorancia y al error, que son los peores enemigos de los hombres. Vedle, Señor, cómo, además de predicar con sus admirables libros, predica con el ejemplo, pues por el lugar en que le contemplamos y por la tarea en que se ocupa nos recuerda estas palabras que escribió en La Ciencia española: "La generación presente se formó en los cafés, en los clubs y en las cátedras de los krausistas; la generación siguiente, si algo ha de valer, debe formarse en las bibliotecas; faltan estudios sólidos y macizos." Ved, digo, cómo el maestro sin par, fijos los ojos en el libro abierto que sostiene en una de sus manos, dice a la actual generación con la muda elocuencia de su actitud, y seguirá diciendo a las generaciones venideras, que el estudio, virtud ennoblecedora y la más sólida base del engrandecimiento de los pueblos, abre uno de los muy contados caminos que conducen al augusto templo de la Fama.

No, no está en blanco, Señor, la marmórea página en que la excelsa figura de Menéndez y Pelayo fija sus ojos con incesable insistencia; en esa página lee la fantasía, como clara alusión a las penosas vigilias del estudio y al sazonado y apetecible fruto que las galardona, aquellos hermosos versos de Garcilaso:

«Por estas asperezas se camina
de la inmortalidad al alto asiento,
do nunca arriba quien de alli declina.»

Adquisiciones del Museo Arqueológico Nacional en 1916

NOTAS DESCRIPTIVAS

el

Con el fin de que los cultivadores de la ciencia, los aficionados y público en general puedan tener oportuno conocimiento de los nuevos elementos de estudio y de cultura con que va enriqueciendo sus colecciones este Museo, desde que me encargué de su Dirección, concebí el propósito de dar a conocer, al final de cada año, los objetos adquiridos en el transcurso del mismo, por medio de sencillas notas descriptivas, sin pretensiones de monografías y acompañadas de representaciones gráficas.

Las tres primeras adquisiciones realizadas en 1916, dos de ellas por donación y otra en calidad de depósito, se debieron a la diligencia y solicitud con que procuró siempre enriquecer este Centro mi antecesor en la Dirección del mismo y siempre querido compañero don Rodrigo Amador de los Ríos, a quien es justo tributar el recuerdo y expresión de gratitud que le son debidos por la labor inteligente y asidua que por espacio de más de cuarenta años realizó en este Museo. Cesó en dicho cargo por jubilación el día 4 de marzo, y poco más de un año sobrevivió a ella, pues ha fallecido el 12 de mayo último. En el tiempo que desempeñó la Dirección del Museo, o sea desde enero de 1911, el Museo aumentó sus colecciones con 2.786 objetos, de los cuales 643 ingresaron por donaciones y los restantes por adquisiciones hechas con los escasos fondos del establecimiento o directamente por el Estado, contándose entre éstas la colección de bronces ibéricos y visigodos del señor Vives, que lo fué por suscripción pública, habiendo completado la suma el Ministerio de Instrucción pública y Bellas Artes.

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HACHA NEOLÍTICA DE VALENCIA DE ALCÁNTARA

ÍDOLO DE HUESO DE MÉRIDA

ESFINGE IBÉRICA DE PIEDRA CALIZA, DESCUBIERTA EN TÉRMINO

DE VILLACARRILLO (JAÉN).

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