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se iba á establecer, lo cual negaba con gran calor Itúrbide, respondiendo de ello con su cabeza. «¿La cabeza de V.?-replicó Bataller-¡Triste seguridad! Es la primera que tiene que caer en este país.» Profecía que no tardó en realizarse y que deben tener presente todos los que están al frente de revoluciones que no saben, ó no quieren, ó no se atreven á encarrilar, quizás confiados en su popularidad y en su fortuna, como Itúrbide, cuando las revoluciones son como el minotauro de la antigüedad que piden víctimas ilustres para aplacarse, quizás porque les es doloroso descender de la altura y se enamoran de lo desconocido, como á Itúrbide ocurria, á pesar de sus eternas protestas de retirarse á la vida privada, ó quizás, porque viviendo lejos de la multitud y adormecidos por la lisonja de la gente baladí que les rodea y por ellos vive y sin ellos no viviria, no ven, no sienten la honda sima que se abre á sus plantas y que, sobre sepulcro de su soberbia, viene á serlo tambien de la honra, de la prosperidad y del porvenir de la nacion que les fiara su suerte, como ocurrió á Itúrbide y á Méjico en la triste historia que desenterramos.

La inseguridad personal en que se vivia en Méjico, el poco respeto á la propiedad, los temores de una revolucion que, sin embargo de presentarse en sus comienzos con fórmulas aceptables, no se le veia término por las inquietas y oscuras ambiciones de los que se revolvian en ella y con ella medraban, hicieron emigrar á muchas gentes, á casi todas las que tenian recursos para vivir en el extranjero. Frecuentes los robos en las calles, las casas y en los campos, nadie se creia seguro. Los malhechores espiaban á los tran

seuntes en las calles menos frecuentadas para asaltarlos, y los habia de aquellos que, montados á caballo, se valian del lazo para hacer caer y arrastrar á los que sorprendian. La falta de disciplina en los soldados, la introduccion de muchos oficiales perdidos en el ejército y la proteccion que les dispensaba Itúrbide, tenian aterrada á la capital. Las casas de juego establecidas públicamente en toda calle, eran otros tantos focos de perversion y antros de delitos. La falta de tribunales, disueltos con la revolucion, y el temor de los pocos jueces que quedaban, hacian interminables las causas ó aseguraban la impunidad de los delincuentes, que se envalentonaron por esta época mucho mas, en vista de lo relajados que estaban todos los resortes de la autoridad y de los indultos generales que por motivos patrióticos se prodigaron en aquella época.

Algunos hechos que por entonces tuvieron lugar, aumentaron considerablemente la emigracion. Tales fueron el asesinato del coronel D. Manuel de la Concha, ocurrido cuando aquel se dirigia á Veracruz con el objeto de embarcarse para España y la prision del conde de la Cortina, aunque habia obtenido pasaporte del gobierno para embarcarse, que al fin logró evadirse de la prision. Estos hechos y las vejaciones de que eran objeto los españoles en muchas partes, esplican la publicacion de un folleto titulado «Consejo prudente sobre una de las garantías,» en que su autor incitaba á los españoles á vender sus bienes Ꭹ salir del país en la prevision de las desdichas que les esperaban y que no podria evitar el mismo Itúrbide.

Este folleto, como toda obra política que dice la verdad á una situacion y pone el dedo en la llaga,

produjo una sensacion inmensa en Méjico. Los generales y jefes del ejército se reunieron apresuradamente aquella noche para pedir á la regencia que sostuviese las bases del plan de Iguala, cuya defensa habian jurado todos; hubo empeño en castigar al autor de tal escrito; se suspendió que circulase por las provincias, al menos hasta que fuese acompañado de la protesta de los militares, y hasta se publicó un bando en que se hacia público el desagrado de la Junta y de la regencia por el dicho folleto, al mismo tiempo que su firme decision de sostener á todo trance la seguridad de las vidas y bienes de los europeos. ¡Esfuerzos desesperados por sostener una conciliacion, una armonía no aceptada de buena fé por todos, y cuyo rompimiento, sin embargo, iba á ser su comun ruina!

á

Los españoles, no fiándose de palabras que desmentian los hechos, cuando podian realizar sus bienes, lo hacian y pedian pasaporte para su patria, apartándose росо а росо los que quedaban en el país, ó por sus intereses ó por sus familias ó por carecer de medios para emigrar, de aquellos de sus compatriotas que se habian comprometido con la revolucion y figuraban en la regencia ó en la Junta, ó en los puestos oficiales, bien que estos tambien, aunque obligados á intervenir en la cosa pública, empezaron á ver claro en las miras de Iturbide y se apercibieron para frustrarlas. Así, pues, la emigracion era tan general, eran tantos los que pedian su pasaporte con arreglo al artículo 15 del tratado de Córdoba, que Itúrbide se presentó á la Junta provisional hácia fines de Diciembre para que se suspendiera la ejecucion de este artículo, vitando una emigracion que «era un desconcepto del

gobierno en todas las naciones, cuando ni las relaciones de la sangre ni las de los intereses, habian bastado á embarazarla,» por lo que la Junta dispuso en 9 de Enero del año siguiente, «que no se diesen pasaportes para salir del imperio hasta la decision del Congreso, quedando suspensos hasta el mismo tiempo los ya dados.>>

Quedaron, pues, en Méjico contra su voluntad y como prisioneros los españoles, y como además se gravó con una fuerte contribucion primero la estraccion de caudales, y luego fué completamente prohibida, el plan de Iguala y el tratado de Córdoba quedaban igualmente ilusorios por lo que se refiere á las garantías establecidas en este punto en favor de los españoles. Conducta indigna de los mejicanos, pero terrible espiacion de los españoles que favorecieron con su activo concurso ó con su neutralidad benévola ó con su inaccion cobarde una revolucion que al fin y al cabo debia dirigirse contra ellos, anuladas las garantías que se les dieron, como hacen todas las revoluciones con sus auxiliares cuando ya no necesitan de ellos, y como vendria á ocurrir tambien con todos los que habian querido oponerse á las reformas religiosas de España por medio de la independencia ó establecer una monarquía templada que asegurase el órden y la libertad en Méjico; que todos, todos habian de ver por tierra sus ilusiones ante la realidad brutal de una república traida por el despecho de los que vieron convertida la que consideraron fecunda y gloriosísima revolucion en el coronamiento irrisorio de Itúrbide.

XXXV.

Dejamos dicho que en la Junta provisional existian elementos hostiles á Itúrbide, y ahora debemos añadir que bien pronto dieron señales de existencia en cuestiones de verdadera importancia. Capitaneábalos don José María Fagoaga, español afecto á la independencia, partidario del plan de Iguala, rico, instruido, de opiniones liberales muy pronunciadas, de firme carácter, en torno de quien se agruparon casi todos los abogados, militares y personas de ilustracion que figuraban en la Junta.

La cuestion que escogieron para romper las hostilidades con los amigos de Itúrbide, no era de las mas favorables para captarles popularidad, pues, versando sobre asuntos religiosos y sosteniendo ellos principios no muy ultramontanos, por fuerza habian de chocar con los muchos elementos que habian concurrido á la independencia á pretesto ó con el deseo de defender la religion que se suponia en peligro por las medidas de las Córtes españolas. Así que, obrando con estrategia consumada, abandonaron á sus adversarios los puntos que no consideraron capitales en la cuestion y para impedir que se tomase resolucion favorable sobre los demas que no querian dejar pasar, se hicieron fuertes en el carácter provisional que tenia la Junta, segun el tratado de Córdoba, por lo que no debia que no debia ocuparse sino

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